Después de que los dos ingleses se hubieran marchado y hubiera observado cómo los faros traseros de su coche desaparecían por el camino hasta sumirse en la oscuridad de la noche, Claudel se sirvió una generosa copa de champán y se recostó en el sofá para escuchar un concierto de chelo de Boccherini y reflexionar sobre el repentino cambio de rumbo en su fortuna.
Era casi la una de la mañana cuando se terminó la botella, pero no tenía nada de sueño. Se preguntó si habrían logrado coger el tren nocturno a Asuán. Si todo iba según lo previsto, llegarían allí a las nueve de la mañana siguiente.
No podía creerse el golpe de suerte que había tenido al conocer a ese Ben Hope, un hombre que no temía a alguien como Kamal. Si las cosas iban según lo planeado, pronto sería libre de nuevo. Recuperaría su vida. Quizá algún día podría incluso olvidar aquella pesadilla. Y quizá entonces sería el momento de salir del negocio de las antigüedades. Ya no le resultaba tan atractivo.
Caminó de un lado a otro sintiendo un creciente hormigueo de excitación en su interior. Escapar. Huir. Sonaba tan bien. No podía esperar a salir de allí.
Entonces, ¿por qué esperar?
Corrió escaleras arriba, tarareando a Boccherini mientras cogía dos maletas de Louis Vuitton, las abría encima de su cama con dosel y empezaba a meter ropa. Veinte minutos después salió de la habitación con una maleta en cada mano y las llaves de su casa y del Ferrari en el bolsillo del traje. Bajó al trote las escaleras con nerviosa premura, recorrió el pasillo entre los bustos de emperadores romanos y se dirigió hacia la puerta principal.
Estaba a poco más de medio metro, y a punto de dejar en el suelo una de las maletas para agarrar el pomo, cuando vio cómo este se giraba.
Se le heló la sangre. Se quedó allí, paralizado, con las maletas en las manos.
La puerta se abrió.
—¿Ibas a alguna parte? —le preguntó Kamal con una sonrisa. Estaba apoyado sobre una de las columnas de la entrada, de brazos cruzados y con una sonrisa casi agradable. La furgoneta estaba aparcada bajo la luz de la luna, en el exterior de la villa. Claudel vio a dos de los hombres de Kamal sentados en el asiento delantero: Youssef y el que nunca hablaba, Emad.
Claudel intentó con todas sus fuerzas inventarse una excusa creíble para las maletas.
—Yo… tan solo estaba llevando algunos trajes a la tintorería —balbució.
—¿De madrugada?
Claudel no respondió.
La sonrisa de Kamal no se alteró en ningún momento. Se apartó de la columna, entró en la casa y cerró la puerta tras de sí.
—Eso puede esperar, ¿verdad? Ven a tomarte una copa conmigo. —Le dio una palmada jovial a Claudel en el brazo—. Tengo algo que celebrar. Te lo contaré todo.
Claudel suspiró e intentó no mostrar su más absoluta desesperación y pánico mientras dejaba en el suelo las maletas y seguía a Kamal por el pasillo hasta las enormes puertas dobles del salón.
Kamal seguía sonriendo cuando encendió las luces y cruzó la alfombra de cachemira hasta la vitrina de bebidas.
—Veo que tú también has celebrado algo —comentó al ver la botella de champán vacía y la copa que Claudel había dejado en la mesa—. ¿No sería increíble si resultara que los dos estamos celebrando lo mismo?
Claudel se rió nervioso.
—Tan solo estaba tomando una copa antes de acostarme.
Kamal abrió las puertas de cristal de la vitrina, cogió dos vasos de brandy, le quitó el tapón a un decantador de cristal y sirvió dos generosas cantidades del coñac añejo.
—Siéntate, Pierre. Bebe conmigo.
Claudel aceptó a regañadientes el vaso que Kamal le ofrecía, se sentó rígido en una butaca y empezó a darle sorbos nerviosos al brandy. Notó cómo le subía la acidez del estómago, y no era solo por mezclar bebidas. De repente le vino a la cabeza la imagen de Aziz.
Aziz había muerto en esa misma butaca. Justo después de que Kamal le hubiera ofrecido una bebida.
El vaso de Claudel tembló levemente en su mano.
Kamal estaba apoyado contra la pared y lo observaba con atención.
—¿Por qué estás tan nervioso esta noche?
—No estoy nervioso. —Claudel soltó una risa forzada—. ¿Por qué iba a estarlo?
—Pensé que quizá tuvieras algo que contarme.
Claudel tragó saliva.
—¿Como qué?
—Como que has encontrado una nueva pista —dijo Kamal—. Recuerdas nuestro proyecto, ¿verdad, Pierre? ¿Nuestra asociación? ¿Lo que estamos buscando?
—Confío de veras en que pronto lo encontraremos.
—Yo también. —Kamal sonrió.
—Eso está bien —respondió Claudel de manera poco convincente. El sudor le caía por la frente.
—¿Quieres saber por qué estoy tan seguro?
Claudel permaneció en silencio.
—No me has preguntado qué estoy celebrando.
Claudel frunció el ceño.
—¿Qué estás celebrando?
Kamal sonrió. Movió el dedo de un lado a otro a modo de reproche.
—Pierre, Pierre…
En ese instante a Claudel se le heló la sangre.
Kamal se situó junto a la chimenea y apoyó el codo en la repisa, dándole otro sorbo a su bebida. Dejó el vaso y acarició con la mano el lateral de un antiguo reloj con cúpula de cristal que emitía un discreto tictac.
—Siempre me ha gustado mucho este reloj. ¿Qué dijiste que era?
Claudel tragó saliva.
—Es un reloj esqueleto poco común, fabricado en 1860 por James Condliff. Es muy valioso —añadió, contemplando cómo lo acariciaba Kamal.
Kamal miró a Claudel. Sonrió. Entonces su rostro se crispó de la ira cuando cogió el reloj de la chimenea y lo hizo pedazos contra el suelo.
Claudel se levantó de un bote de la butaca y contempló con incredulidad los fragmentos desperdigados por el suelo.
—¿Por qué has hecho eso? —gritó fuera de sí.
Entonces el corazón se le detuvo. Entre los restos del reloj había algo que no debería haber estado allí. Algo que el relojero no había podido colocar en 1860.
Kamal se agachó con total tranquilidad y lo cogió. Se lo lanzó y Claudel lo cogió al vuelo. Se quedó mirando el minúsculo dispositivo de vigilancia y las piernas le flaquearon.
—Eso es lo que estabas celebrando —dijo Kamal—. Querías brindar por que ahora todos sabemos dónde está el tesoro. Tú, yo, y tus nuevos amigos. —Dio un paso al frente. Los cristales crujieron bajo sus botas—. ¿Recuerdas el trato que hicimos, tú y yo, ese día en el desierto cuando nos conocimos? Te dije que era un hombre de palabra. Que si me ayudabas, te correspondería. Pero que si me traicionabas, las cosas no acabarían muy bien para ti. ¿Lo recuerdas?
Claudel empezó a retroceder.
Kamal echó a andar hacia él.
—Así que imagina mi sorpresa cuando, de regreso a casa tras mi reunión de negocios, descubro que has estado conspirando contra mí. No me has servido de nada desde el principio, y ahora esto. Creo que ha llegado la hora de decidir qué hacer contigo. ¿Qué opinas?
—Escucha, puedo explicarlo… —farfulló Claudel, levantando las manos suplicante—. Ese tal Hope vino aquí con amenazas. No tuve elección.
—He oído cada palabra de tus conversaciones —dijo Kamal—. Aquí, en la bodega, en el estudio, en todas partes. Has tenido una docena de diminutas webcams a tu alrededor todo este tiempo. ¿Crees que soy un puto idiota? ¿Crees que he llegado hasta aquí confiando en escoria como tú?
Claudel estaba retrocediendo a más velocidad en esos momentos. Miró por encima de su hombro hacia el pasillo que tenía a sus espaldas. Quizá pudiera huir. Si lograra llegar al jardín podría pedir a gritos ayuda, y tal vez alguien lo oyera.
—Ahora vas a morir, Pierre —dijo Kamal.
Claudel echó a correr muerto de miedo. Los pies le resbalaron por el mármol del pasillo mientras corría hacia la entrada. Cerró las manos sobre el pesado pomo y abrió la puerta.
Youssef y Emad estaban allí, bajo la luz de la luna, bloqueando la salida. Youssef llevaba una pistola con silenciador. Claudel soltó un grito de pavor, se volvió y echó a correr hacia las escaleras.
Kamal fue tras él. Con una mano lo agarró del cuello de la camisa y lo arrastró de rodillas. Claudel se giró bocarriba, forcejeando.
Kamal le abofeteó el rostro con fuerza. Siguió haciéndolo hasta que la mano se le tiñó de sangre.
—Por favor —suplicó ahogadamente Claudel por entre sus labios reventados—. Por favor.
Los ojos de Kamal carecían de expresión. Se llevó la mano al cinturón y Claudel gritó cuando vio que blandía un cuchillo de combate de doble filo.
Durante los siguientes cincuenta y cinco segundos, las peores pesadillas de Pierre Claudel se hicieron realidad de una manera que ni siquiera había alcanzado a imaginar. Murió de una manera horrible, sangrienta y con un terror extremo.
Kamal se levantó y se limpió la sangre del rostro con la manga. Sus ojos brillaban triunfales tras el asesinato cuando se volvió hacia Youssef, en el pasillo.
—Reúne a todos. Coged los vehículos y las armas. Tenemos que coger un tren.