Eran más de las diez cuando Ben y Kirby regresaron a la villa de Claudel. El francés los recibió en la puerta, observando nervioso la noche, como si temiera que Kamal fuera a regresar en cualquier instante.
—¿Lo han conseguido? —susurró.
—Lo tenemos —respondió Ben—. Ahora descifrémoslo.
Claudel los llevó a un cómodo estudio con un amplio escritorio, tres asientos y un sofá. Ben tardó unos segundos en transferir las fotos del papiro del trono al portátil de Claudel, que las mostró en la enorme pantalla de televisión de la pared. El mapa iluminó la pantalla con su imagen en alta definición.
—¿Qué le ha ocurrido al original? —preguntó Claudel.
—No pregunte —respondió Kirby en voz baja, negando con la cabeza.
Los tres empezaron a estudiar el mapa en detalle.
—Es el mismo texto jeroglífico de la cámara que contenía el primer tesoro —observó Claudel señalando un grupo de símbolos—. Esta parte es el jeroglífico para el nombre de Amenhotep.
—Un segundo —lo interrumpió Ben—. Amenhotep era el nombre de Akenatón antes de que se lo cambiara.
Kirby negó con la cabeza.
—Es cierto, pero también significa «Amón está en paz» o «Amón está satisfecho». La frase y el nombre son intercambiables, dependiendo del contexto.
—El significado completo es «Amón está satisfecho; el hereje de Amarna será negado, los tesoros devueltos a su lugar» —dijo Claudel—. Lo que creo que no deja lugar a dudas. Felicidades, caballeros.
—Excelente —dijo Ben—. Ahora averigüemos dónde está ese maldito tesoro.
Durante la siguiente hora, mientras los dos expertos estudiaban el papiro, garabateaban notas y consultaban de tanto en tanto un grueso diccionario de jeroglíficos, fueron sacándolo poco a poco. Finalmente, Kirby se levantó del escritorio y se desplomó en el sofá con un suspiro de alivio. Se secó el sudor de la frente y agitó el bloc en su mano.
—Leeré lo que tengo. Estoy parafraseando, pero aquí va: «Desde el hogar del reino de Kush, sigue el sendero de Sah mientras navega a su descanso. Doce horas de marcha te conducirán hasta el horizonte. Atraviesa las fauces de Sobek y lo descubrirás. El hereje será negado».
Ben no entendía lo que significaba.
Claudel sonrió.
—Son unas directrices bastante claras. Pongámonos a ello. El reino de Kush fue una antigua civilización que data del año 2000 antes de Cristo, o incluso antes, ubicada en lo que entonces era Nubia, al sur de Egipto por el Nilo. Vivieron a la sombra de los antiguos egipcios e intentaron emularlos en muchos aspectos. En la época de Wenkaura el reino ya había desaparecido, pero un hombre culto como él habría sabido que su capital fue una otrora gran ciudad llamada Kerma, que estaba cerca de la tercera catarata del Nilo. Ese es el primer paso.
—Desde allí hay que seguir el sendero de Sah mientras navega a su descanso —lo interrumpió Kirby—. No es tan críptico como parece, si sabes qué estás buscando. Sah, el antiguo dios egipcio, era conocido como «la gloriosa alma de Osiris». Pero también era un símbolo astronómico, la personificación de la constelación de estrellas que hoy conocemos como Orión.
—Los antiguos egipcios siempre concebían los movimientos de los cuerpos celestiales como travesías en barco, navegaciones por el cielo —añadió Claudel—. Así pues, el lugar del descanso de Sah sería el punto donde se alza Orión.
—En el oeste —dijo Ben.
—Exacto.
—Así que desde la antigua ciudad de Kerma tenemos que poner rumbo al oeste —dijo Ben con el ceño fruncido—. Pero ¿cuánto? Doce horas de marcha no es exactamente una distancia precisa. Podría variar muchísimo.
Kirby negó con la cabeza.
—En realidad, es una medida de lo más concreta. Los antiguos egipcios usaban el concepto «una hora de marcha» para referirse a una distancia de veintiún mil codos reales. Un codo real equivale a unos cincuenta y dos centímetros. Era la medida estándar para todo, desde planos de calles hasta la construcción de pirámides.
Ben realizó unos cálculos mentales.
—Entonces, una hora de marcha equivale a once kilómetros, lo que significa que el papiro está diciéndonos que tenemos que viajar unos ciento treinta kilómetros al oeste de Kerma. —Cogió un pesado volumen del escritorio de Claudel y lo abrió. Era un libro de mapas antiguos. Pasó las hojas, se detuvo en una y la estudió con atención. Recorrió con el dedo el descenso del Nilo, desde el sur de Guiza a Tebas, y siguió descendiendo hasta Asuán y lo que anteriormente había sido Nubia. Era un largo, largo camino río abajo desde la antigua ciudad de Kerma. Recorrió con el dedo el mapa desde ese punto y se imaginó el tipo de paisaje que habría allí. Apenas habría cambiado en miles de años. Sería una vasta extensión de un árido desierto de arena y rocas.
Claudel pareció percibir sus pensamientos.
—Lo que me deja perplejo es la falta de orientación o de un punto de referencia físico preciso. «Conducirán al horizonte» me parece una descripción muy vaga.
—Muéstreme cuál es el jeroglífico para horizonte —dijo Ben.
Claudel lo señaló en la pantalla.
—Aquí. Está representado por la puesta del sol en una hendidura en forma de «U» en la roca.
Ben lo meditó unos instantes.
—¿Y si tiene un doble significado? ¿Y si Wenkaura estaba describiendo una ubicación física en realidad?
Claudel consideró la idea.
—¿En qué sentido?
—Quizá una roca o una montaña, con una hendidura así. —Ben hizo un gesto en «U» con la mano—. En la que el sol se ponga cuando se hunda en el cielo de la noche.
—Es posible —dijo Kirby—. Bastante posible.
—Aunque no lo sabrá hasta que llegue allí —añadió Claudel.
—Eso nos deja con las fauces de Sobek —dijo Ben—. ¿Qué o quién era Sobek?
—Sobek era el dios cocodrilo del agua —respondió Claudel—. Respecto a qué significa la referencia… —Se encogió de hombros—. Es muy críptica.
—Con la suerte que tengo, es muy probable que signifique que tendremos que navegar por un río infestado de cocodrilos —aventuró Kirby, y se estremeció.
Claudel esbozó una leve sonrisa.
—Solo hay una manera de averiguar la verdad. Tendrán que esperar a verlo.
Ben volvió a su libro de mapas antiguos y señaló la página con el dedo.
—Si no me equivoco, estas directrices nos llevan directos a Sudán.
Claudel lo miró con gesto serio.
—Por desgracia, eso parece. Uno de los lugares más inestables y peligrosos del mundo. Se adentrarán en el desierto del Sáhara, hacia la región de Darfur. Puede que la guerra haya terminado, pero sigue habiendo muchos grupos rebeldes en la zona en constante lucha con las fuerzas militares sudanesas y suponen una gran amenaza para los viajantes.
—Genial —dijo Kirby—. Una región africana en guerra, cocodrilos devoradores de hombres, muerte segura. Vaya fiestón.
—¿Cómo pudo Wenkaura haber transportado el tesoro hasta tan lejos? —preguntó Ben a Claudel, haciendo caso omiso de Kirby—. Parece imposible.
—Los antiguos egipcios eran capaces de cubrir grandes distancias —explicó Claudel—. Recientes descubrimientos han demostrado que se adentraron más en el desierto de lo que se creyó en un primer momento. También eran expertos en los viajes por río. Es bastante posible que Wenkaura y la gente que lo ayudó transportaran un cargamento considerable hasta esa distancia. Recuerden que ya en el año 3350 antes de Cristo los egipcios dominaban el arte de la navegación.
—¿Ves a estos dos tipos de aquí? —le dijo Kirby a Ben señalando las dos figuras de la pantalla—. Estas son las deidades Osiris y Hapi. Wenkaura los añadiría para desear suerte y bendecir el viaje de quienquiera que fuera a recuperar el tesoro escondido. Hapi era el dios asociado al Nilo, su patrón. Y Osiris era el dios que ordenaba su inundación anual. Me parece que está sugiriendo que el viaje se realice cuando el Nilo esté desbordado para que la navegación sea más rápida y se pueda usar una embarcación con buena bodega.
—Como un barco de carga —dijo Ben.
Claudel asintió.
—Señal de que estaban transportando un tesoro considerable.
—Probablemente pudieran hacerlo en unas pocas semanas —dijo Kirby.
—Nosotros no tenemos tanto tiempo —respondió Ben—. Así que tengo que moverme con rapidez.
—Será muy complicado entrar en Sudán —le advirtió Claudel—. Tienen un régimen militar muy severo y los soldados que patrullan la frontera en todoterrenos suelen disparar primero y preguntar después. Por no mencionar el riesgo de disturbios por parte de grupos rebeldes en el norte del país. Los occidentales son blancos fáciles para robos y secuestros. Incluso atravesar la frontera de manera legal puede ser una pesadilla. La seguridad es extrema. Pueden coger el tren a Asuán y desde allí un ferry de veinticuatro horas por el lago Nasser hasta Wadi Halfa. Pero la frontera está a rebosar de policías y tendrán que procurarse todos los papeles necesarios para entrar. Así como las vacunas para la fiebre amarilla, el tifus y el cólera.
El plazo límite de Paxton siempre estaba presente en los pensamientos de Ben, y ese momento no era una excepción. No podía permitirse el más mínimo retraso.
—No voy a quedarme en El Cairo cinco días esperando a que un burócrata insignificante me plante un sello en un papel. Ni tampoco voy a pasar por ningún control.
—Eh, ¿qué le ha pasado al «nosotros»? —preguntó Kirby.
Ben se volvió para mirarlo.
—No vas a venir. A partir de ahora mismo lo haré yo solo. Ya has hecho tu parte.
—Estarás de broma —exclamó Kirby con indignación—. Yo también tengo que ir.
—Piensa en lo que estás diciendo. ¿Quieres adentrarte en un territorio hostil conmigo? ¿Hectáreas y hectáreas de desierto, patrullas fronterizas armadas persiguiéndonos, grupos militares beduinos por todas partes, el conflicto de Darfur aún reciente?
Kirby tragó saliva.
—Sí.
—Mírate. Ni siquiera podías bajar por una ventana. Casi te mueres subiendo unos tramos de escaleras.
—¿Y si aún me necesitas? ¿Y si hay más cosas que descifrar? ¿Cómo sabes si este mapa no conducirá a otra pista?
—Tiene razón —convino Claudel—. No sabe qué se va a encontrar.
Ben siguió sentado en silencio un buen rato mientras reflexionaba. Suspiró.
—Entonces no tengo elección. Nos marcharemos lo más pronto posible.
—¿Qué hay de mí? —preguntó Claudel.
—¿Qué? ¿También quiere apuntarse?
—Claro que no —dijo el francés—. Ya se lo he dicho, quiero salir de esto. Ya he tenido suficiente. Pero no quiero estar aquí cuando Kamal vuelva. Dijo que se ocuparía de él.
—Lo haré. Pero mi asunto es lo primero. Cuando lo haya concluido, me encargaré del suyo. Ese era el trato.
—¿Y qué voy a hacer mientras tanto? —preguntó Claudel.
—¿Tiene algún amigo en el Cairo con cuya mujer no se haya acostado? —le preguntó Ben—. Ahí sería hacia donde yo me dirigiría, si fuera usted. Eso, o salir del país. Tomarse unas largas vacaciones. En cualquier parte menos aquí.
Claudel lo meditó.
—Muy bien. Creo que es hora de que vaya a Francia. Tengo una hermana en Lyon. Me marcharé a primera hora de la mañana. Pueden quedarse aquí a dormir si quieren.
Ben negó con la cabeza.
—No podemos perder ni un minuto. Aún podemos coger el tren nocturno a Asuán. Desde allí conduciremos rumbo al sur por el desierto hacia Abu Simbel y a continuación cruzaremos la frontera sudanesa. Pongamos un viaje de cinco, seis horas, si las carreteras están en un estado razonable.
—¿Más rodeos? —gimió Kirby—. ¿Por qué no podemos volar directos a Abu Simbel mañana por la mañana? Estoy hecho polvo.
Ben empujó suavemente la bolsa con el pie y sintió el peso de las armas y munición de su interior.
—Porque creo que va a ser un problema pasar esta bolsa por las aduanas y tengo la sensación de que la vamos a necesitar.