Residencia de Pierre Claudel, El Cairo
Claudel caminó despacio hacia Ben y Kirby.
—Permanezcan en sus asientos, por favor. No me obliguen a disparar.
Ben dedujo que aquel hombre no estaba acostumbrado a usar armas cuando la del francés tembló levemente. Pero eso no sirve de mucho consuelo cuando tienes el cañón de un fusil de asalto apuntándote desde el otro lado de la habitación y ninguna posibilidad de desarmar al enemigo.
A su lado, Kirby se estaba aferrando a los brazos de su butaca presa de un pánico desesperado. Tenía el rostro tenso y pálido.
Claudel dio otro paso adelante, se detuvo y miró fijamente a Ben.
—Verá, señor Hope. Sé quién es usted.
—¿De veras?
—Mi socio, Kamal, me habló de usted.
Se hizo un largo silencio en la habitación. Ben valoró sus opciones. No había mucho donde elegir. Si Claudel daba cinco pasos más en la dirección adecuada, existía una remota posibilidad de poder abalanzarse sobre él desde la butaca con la velocidad suficiente como para quitarle el arma, o al menos desviar su disparo mientras lo inmovilizaba en el suelo. El resto sería sencillo. Pero el problema era que Claudel no iba a acercarse más. Desde esa distancia, cualquier intento de desarmarlo sería un auténtico suicidio. Estaría corriendo directo hacia la bala.
—¿Y bien? ¿Qué ocurre ahora? —preguntó—. Si nos quisiera muertos, ya habría actuado. Eso significa que quiere algo más.
—Quizá no quiera manchar de sangre mis muebles —dijo Claudel.
—Entonces no nos habría traído aquí. Habría escogido un lugar mejor. Un lugar donde los vecinos no oyeran los disparos. Así que, ¿qué es lo que quiere?
Claudel pospuso su respuesta unos instantes; Ben advirtió una intensa deliberación en sus ojos. Parecía estar sometido a una presión inmensa y estaba a punto de venirse abajo. La boca del AKS temblaba y Ben se imaginó que no se debía solo a su peso.
Entonces Claudel hizo algo muy inesperado. Mientras seguía apuntando a Ben con el arma, tomó aire y dijo:
—Por favor, necesito su ayuda.
Otro silencio. Kirby los miraba boquiabierto y confuso.
—Pues tiene una manera de lo más extraña de pedirla. —Ben señaló el arma.
—La bajaré —respondió Claudel—. Pero me preocupa lo que haga después.
—Cree que lo mataré un segundo después.
—Se me ha pasado por la cabeza.
—Se equivoca. Siento demasiada curiosidad por oír lo que tiene que decir.
Claudel se mordió el labio y vaciló.
—Quiero que se deshaga de Kamal por mí.
—¿Que me deshaga?
—¿Cuál es el término que emplean en su profesión? ¿Eliminar? ¿Suprimir? ¿O simplemente dicen matar?
—Esa es una petición muy peculiar.
—Es una situación muy peculiar. ¿Dejarán que se la cuente?
—Usted es el que tiene el arma —dijo Ben—. Tiene la palabra.
—¿Le hará sentir mejor que baje el arma?
—Puede decirse que sí.
—¿Nada de trucos?
—Nada de trucos.
Claudel se agachó para dejar el fusil de asalto junto a sus pies.
—Yo que usted le pondría el seguro primero —le aconsejó Ben—. Es esa pequeña palanca de acero cerca de su pulgar. Empújela hasta que haga clic.
Claudel lo hizo y dejó con vacilación el arma en el suelo.
—Ahora sí, escuchémosle —dijo Ben.
Claudel les refirió su historia. Les contó cómo se ganaba la vida y el día en el desierto cuando Kamal le ofreció la oportunidad de ganar un montón de dinero comerciando con las antigüedades de un hallazgo increíble.
—El tesoro más pequeño —musitó Kirby—. Los objetos que Wenkaura ocultó a toda prisa cuando fue descubierto. Entonces teníamos razón. Es real.
Claudel asintió con tristeza.
—Así es. Kamal lo encontró en el desierto Occidental por pura casualidad, y no tardó en imaginarse que habría mucho más escondido en alguna parte. —Claudel prosiguió y les explicó cómo se había visto arrastrado de forma inexorable a los asuntos de Kamal—. Es un maniaco. Un asesino brutal, sanguinario. Nunca he temido ni odiado a un hombre tanto en toda mi vida, y no puedo sino arrepentirme del día que me impliqué en sus asuntos.
—¿Quién es?
—No lo sé con seguridad —dijo Claudel—. Un delincuente profesional. Un terrorista. Sus hombres y él prácticamente se han apoderado de mi vida. Incluso almacena armas de fuego en mi bodega, y munición, y cajas de algo llamado PP-01. —Señaló con repugnancia al arma del suelo—. ¿De dónde se creen que he sacado esto? Yo no tendría algo así en mi casa. También sé que está trabajando en una especie de plan. Habla de él a todas horas. Es para lo que quiere el tesoro, para financiarlo.
La mente de Ben regresó de inmediato al fatídico día en el apartamento de Morgan. «Lo averiguarás pronto», había dicho Kamal. «Todos lo haréis. Se acerca el día».
—¿Qué tipo de plan?
Claudel negó con la cabeza.
—Nunca me lo ha dicho. Pero le he oído hablando con sus hombres. Planean un ataque. Algo terrible.
—Y por eso quiere que lo ayude.
—Por eso, pero también porque tengo que librarme de ese hombre. Es como un cáncer. Ya no puedo respirar. Estoy desesperado.
Ben se quedó pensativo un instante.
—Comprendo su aprieto, Pierre. Pero usted no es la única persona bajo presión. ¿Por qué tendría que ayudarle?
Claudel se secó el sudor de la ceja.
—Porque Kamal va tras lo mismo que usted y eso le supone un problema. Y porque puedo ayudarle a encontrarlo. Sé dónde está el trono de Wenkaura.
—Eso es genial —interrumpió Kirby.
Ben hizo caso omiso del historiador.
—¿Por qué iba a querer ayudarme a encontrarlo? Soy un rival. Están buscando el tesoro, igual que yo.
—No quiero tener nada que ver con el tesoro. Mi vida está hecha pedazos. Ninguna cantidad de dinero merece esto. Tenía un negocio que marchaba bien antes de meterme en esta situación. Ahora lo único que quiero es que las cosas vuelvan a la normalidad, a lo que eran antes. Quiero librarme de ese hombre. Así que mi oferta es esta: si acepta deshacerse de él, le diré dónde está el trono. —Miró fijamente a Ben—. ¿Y bien? ¿Puede ayudarme? ¿Puede realizar esa tarea?
—¿Se refiere a si soy capaz de matarlo?
Claudel asintió incómodo.
Ben no respondió al instante.
—Sí. Haré que su problema desaparezca, si me ayuda a encontrar lo que estoy buscando.
El rostro de Claudel se iluminó. De repente, parecía cinco años más joven.
—¿Tenemos un trato?
—Sí, tenemos un trato. Bien, no tengo tiempo que perder. ¿Dónde está el trono?
—Pertenece a la colección privada de un tal Sam Sheridan. ¿Le suena el nombre?
—No. ¿Quién es y dónde puedo encontrarlo?
—Es bastante fácil de encontrar —dijo Claudel—. Es el embajador de Estados Unidos en El Cairo. También es millonario y un apasionado coleccionista de objetos de todo el mundo antiguo.
—¿Cómo puede estar tan seguro de que tiene el trono?
—Porque lo he visto. Su colección se encuentra en sus dependencias privadas en la embajada. Y resulta que sé que va a celebrar una gran fiesta esta noche. Sería una oportunidad perfecta.
—Parece conocer bastante bien a ese Sheridan —observó Ben—. Creo que debería coger ahora mismo el teléfono y conseguirnos una invitación para esa fiesta.
Claudel negó con la cabeza con tristeza.
—Yo no he dicho que lo conociera bien. Conocía bien a su mujer. Demasiado bien, quizá. Por eso no podré ir allí a presentarles a Sheridan. Fue quien nos pilló. Podría decirse que soy persona non grata en ese lugar.
—No me importa —dijo Ben—. Voy a ir a esa fiesta.
—¿Cómo? —preguntó Kirby con gesto perturbado—. Ni siquiera tú podrías entrar en la fiesta de una embajada sin invitación y pedir que te dejaran ver un trono de un valor incalculable.
—Eso es justo lo que voy a hacer —dijo Ben—. Voy a entrar por la puerta principal. Pero no pediré a nadie permiso para nada.
—Estás loco —dijo Kirby—. Tarado. Deliras. ¿Cómo demonios crees que vas a entrar? Habrá muchísima seguridad por todo el edificio.
—Esa es la idea. —Ben miró a Claudel—. ¿Puede proporcionarme un plano del edificio?
—Sé por dónde tiene que ir exactamente —respondió Claudel—. Me he escabullido con Eloise Sheridan por las escaleras de servicio las veces suficientes como para saber orientarme por allí.
—Excelente. Esto es lo que vamos a hacer. Kirby, quédate aquí con Claudel. Tengo que ocuparme de un par de cosas.
—¿Cosas? —repitió Kirby arqueando una ceja.
—Cosas que no necesitas saber. Pero primero quiero hacer una visita a la bodega.
Claudel pareció desconcertado.
—¿Por qué? ¿Quiere vino?
—Tiene un vino excelente, Pierre —dijo Ben—. Pero estoy más interesado en el PP-01.