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Ya de regreso en Saint Andrews, Ben aparcó el Mercedes bajo la luz ámbar de una farola y siguió a Kirby hasta las verjas de hierro del edificio de la facultad de Historia. Estaban cerradas.

—No pasa nada —dijo Kirby—. Todos tenemos una llave por si tenemos que volver al despacho fuera de nuestras horas de trabajo. —Abrió la chirriante puerta lateral y atravesaron el oscuro y vacío aparcamiento hasta llegar a la entrada. Ben miró a un lado y otro de la calle mientras Kirby abría la puerta. No había nadie. Ya dentro, Kirby fue a encender las luces cuando Ben lo detuvo.

—A oscuras —dijo.

Subieron por las escaleras con la ayuda de la luz de la luna que se filtraba por las ventanas. Ben encabezó la marcha por el pasillo que daba al despacho de Kirby y allí corrió las persianas venecianas mientras su compañero encendía el portátil y conectaba a tientas la memoria USB. Tras unos segundos, la pantalla se iluminó, arrojando un brillo azulado sobre su rostro en la oscuridad.

—Dispositivo encontrado, allá vamos. —Hizo clic con el ratón y pulsó algunas teclas—. Y ahora la contraseña. Calypso Jennings.

—¿Calypso Jennings?

Kirby levantó la vista.

—Era lectora en la clase de griego antiguo cuando Morgan y yo estudiábamos en la universidad de Durham. La profesora más cañón jamás vista. Los dos estábamos locos por ella. Parecía la elección obvia para una contraseña. Como he dicho, una codificación a prueba de bombas.

Ben observó cómo los dedos regordetes de Kirby comenzaban a teclear la contraseña. El documento se desbloqueó al instante. Ya estaban dentro.

—Allá vamos. El documento de investigación del proyecto Akenatón —pronunció Kirby con orgullo. Mantuvo pulsada una tecla y comenzó a hacer avanzar el documento en la pantalla. El texto se sucedía a más velocidad de la que Ben podía leer—. Nada nuevo hasta el momento —murmuró Kirby—. Esto ya lo sabíamos. —Soltó la tecla y una imagen se congeló en la pantalla. Ben la observó. Parecía un documento antiguo cubierto por una inscripción que no le dijo nada.

»Esto es un escaneo a alta resolución del papiro de Wenkaura —dijo Kirby—. Puedes ver el mal estado en el que se encuentran algunas inscripciones. Nos llevó muchísimo tiempo descifrarlas. —Se lo quedó mirando un instante más y siguió avanzando por el documento con gesto serio.

Ben se apartó del escritorio, separó un par de láminas de la persiana y miró con cautela por la ventana. Abajo, la calle estaba desierta.

Kirby chasqueó la lengua y negó con la cabeza.

—Toda esta información es exactamente la que ya tenía. No hay nada nuevo. Lo que quiero comprobar es si Morgan añadió algo al final. La última entrada podría ser…

Se detuvo a mitad de la frase y se inclinó hacia la pantalla.

—Oh, mierda.

—¿Qué? —preguntó Ben, de regreso al escritorio.

—No puedo creerlo, joder.

—¿Qué?

Kirby alzó la vista de la pantalla.

—Sahura —musitó—. Sahura. Claro. Qué idiota he sido por no pillarlo.

—¿Sahura? —repitió Ben.

—¿No te hablaron de él en tus clases sobre la Biblia?

—Teología. Y no, no lo hicieron.

Kirby estaba riendo como un tonto y cerrando el puño en modo triunfal.

—Morgan, qué puto genio.

—¿Vas a explicármelo o voy a tener que sacártelo a golpes? —Ben contuvo las ansias de agarrar a Kirby por el cuello y arrastrarlo fuera del escritorio.

El gesto de Kirby se tornó serio y señaló a la pantalla.

—Mira aquí. La última entrada, justo al final. Morgan lo averiguó. Es la primera pista. —Sonrió con suficiencia.

—Explícate.

—¿Recuerdas que la pista era la tumba de «Aquel cercano a Ra»? —dijo Kirby—. Bueno, pues mira. «Aquel cercano a Ra» es el significado literal del antiguo nombre egipcio Sahura. Y Sahura fue el segundo faraón de la V dinastía de Egipto. Reinó del 2487 al 2475 antes de Cristo y está enterrado en el complejo piramidal de Abusir, justo al sur de El Cairo, en la frontera con el desierto. Lo que significa que sabemos con total seguridad que allí fue donde Morgan encontró la segunda pista.

—¿Lo sabemos?

Los ojos de Kirby centellearon.

—Absolutamente. —Señaló la pantalla con entusiasmo—. Y la cosa se pone mejor dos líneas más abajo. Morgan añadió en sus notas que también había descubierto que Sahura era un ancestro lejano de Wenkaura. Y el sumo sacerdote Sanep, a quien el papiro iba dirigido, habría conocido ese dato de su maestro. Habría cogido la pista al vuelo. ¿Ves? Es perfecto. No hay duda de que vamos por el buen camino.

Ben asintió.

—De acuerdo. Suena convincente.

—¿Estás contento de haberme conocido?

—Apenas puedo contener la dicha.

Kirby sonrió de oreja a oreja.

—Vaya equipo. El cerebro y el músculo. Un genio intelectual y un soldado. Vamos a encontrar el tesoro en un periquete.

Ben se lo quedó mirando.

—Aguarda. ¿«Vamos» a encontrar el tesoro?

Kirby asintió.

—Tú y yo. No pensarás que no voy a ir contigo, ¿verdad?

—Por supuesto que no vas a venir conmigo —dijo Ben.

Kirby pareció alicaído.

—¿Por qué?

—Por muchos motivos. El principal es porque es peligroso.

—También me parece bastante peligroso quedarme aquí —protestó Kirby. Se estaba poniendo rojo—. Por lo visto, mi vida se ha esfumado. No puedo volver a casa.

—Así que quieres asociarte conmigo.

—Eres un soldado. He visto de lo que eres capaz. Eres justo el tipo de persona que a Morgan y a mí nos habría venido bien. Te necesito y tú me necesitas a mí. Es perfecto.

Ben negó con la cabeza.

—No voy a hacerte de niñera en Egipto. Voy a hacer esto a mi manera. Solo.

—¿De veras? ¿Sabes leer jeroglíficos? ¿Descifrar pistas de miles de años de antigüedad? Porque si sabes, me dejarás impresionado.

Ben no respondió.

—En pocas palabras —dijo Kirby—: si quieres encontrar el tesoro del hereje, tienes que llevarme contigo. Solo no tienes ninguna posibilidad.

—Pongamos que encontramos ese tesoro juntos. No puedo dejar que te lo quedes. Te lo dije, lo necesito.

—Alcanzaré el estrellato académico —dijo Kirby—. Y quizá pueda conservar alguna baratija para poder demostrar a los cretinos de mis colegas que estaban totalmente equivocados y que Morgan y yo éramos mejores que ellos. Es todo lo que quiero. Diré a los cerebritos que los profanadores de tumbas llegaron primero. Eso les dará más rabia todavía. Vamos. Sabes que tiene sentido.

—¿Qué hay de tu pasaporte? No vamos a regresar a tu casa a por tus cosas.

Kirby sonrió.

—No es necesario. Guardo todos mis documentos personales importantes aquí, en mi despacho. —Señaló con el pulgar por encima de su hombro a una taquilla de acero que había tras el escritorio—. Incluido mi pasaporte. Es el único lugar donde no los perdería. Esa vieja casa se traga las cosas.

Ben permaneció en silencio un buen rato. Transcurrieron treinta segundos… un minuto… Y tomó la decisión.

—De acuerdo, Kirby. Puedes venir conmigo a Egipto. Regresaremos a Edimburgo y veremos si logramos coger un vuelo de noche que nos deje en El Cairo por la mañana.

—Así se habla —dijo Kirby.

—Cuando lleguemos allí, harás lo que yo te diga. No me causarás ningún problema, ni me retrasarás. Voy a moverme con rapidez y voy a ir a por todas. Como te quejes o me hagas perder tiempo una sola vez, te monto en el primer avión de vuelta.

Kirby sonrió.

—Ni te enterarás de que estoy allí.