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Ben le rajó la garganta con un rápido movimiento, se hizo a un lado para que no le salpicara la sangre y soltó el cuerpo, que se desplomó en el suelo. Dejó el largo y curvado cuchillo sobre la gravilla, entre los dos cadáveres, y los cacheó en busca de alguna identificación. Tal como se esperaba, no había nada, pero en cuanto había visto llegar la furgoneta y esos dos tipos de Oriente Medio se habían bajado de ella, había sabido quién los había enviado. Kamal debía de haber encontrado el número de teléfono en el bolsillo de la chaqueta y estaba siguiendo el mismo rastro que él.

Se oían golpes y gritos provenientes de la parte trasera de la furgoneta. Ben fue hasta las puertas traseras y las abrió.

Kirby tenía el rostro desencajado y el pelo alborotado.

—¡Tú! ¿Qué haces aquí?

—Vine para tener una pequeña charla —dijo Ben—. Estaba a punto de ir a hablar contigo cuando vi que tenías compañía. Decidí quedarme a ver qué pasaba.

—¿Quién demonios eres?

—En este momento, dadas las circunstancias actuales, yo diría que el mejor amigo que tienes en el mundo —dijo Ben—. ¿Estás dispuesto a confiar en mí?

Kirby se bajó con torpeza de la parte trasera de la furgoneta y se quedó inmóvil cuando vio los dos cadáveres. Se llevó las manos al rostro.

—Oh, Dios mío. Los has matado.

—Cierto. Quizá debería haber intentado hacerles entrar en razón. Estoy seguro de que habríamos llegado a algo.

—¿Qué está pasando aquí? —exclamó el profesor con un grito ahogado.

—Sabes perfectamente lo que está pasando —dijo Ben—. Vuestro secreto ha salido a la luz y todo el mundo quiere una parte. ¿Qué creíais que iba a ocurrir?

—Voy a llamar a la policía. —Tambaleante, Kirby se dispuso a regresar a su casa.

Ben lo detuvo.

—No, si quieres seguir con vida.

—¿Qué?

—Si llamas a la policía, yo me largo de aquí. Entonces, cuando estos tipos no telefoneen ni aparezcan, vendrán más. Tarde o temprano te cogerán y te llevarán, te interrogarán y te torturarán hasta la muerte. No hay nada que la policía pueda hacer para ayudarte. Si eso es lo que quieres, ve y llama. Y yo me marcharé.

Los hombros de Kirby se combaron con impotencia.

—De acuerdo. Es obvio que no quiero eso. ¿Qué voy a hacer?

—Primero vas a decirme dónde hay un cobertizo con una carretilla. Y luego vas a ayudarme a llevar los cuerpos a esa fosa de allí, donde nadie los buscará.

Tardaron menos de diez minutos en hacer desaparecer los cuerpos de los dos secuestradores. Un camino de hormigón conducía desde el lateral de la casa a las ruinas de las los antiguos graneros, situados a menos de doscientos metros tras la arboleda, y Ben se valió de una vieja y chirriante carretilla que Kirby había encontrado para tirar los cuerpos uno a uno por el borde de la fosa.

A veinte metros, el hedor del líquido putrefacto de la fosa resultaba tóxico. A diez ya era insoportable y poca gente se atrevería a acercarse a menos de cinco. Ben contuvo la respiración mientras soltaba los cierres de las trampillas y las abría, revelando la inmundicia del interior. Hizo rodar con el pie uno de los cadáveres y luego el otro. Dos chapoteos parduzcos y las burbujas asomaron por la superficie cuando el purín entró en sus pulmones, y entonces desaparecieron. La próxima vez que alguien los viera, ya solo quedarían sus huesos. La naturaleza era de lo más eficaz a ese respecto. Ben tiró después el cuchillo kukri, bajó las trampillas, echó los cierres y se apresuró hacia un aire más puro.

Kirby estaba esperándolo tras el viejo establo, muy afectado y nervioso.

—¿Y ahora qué?

—Ahora salgamos de aquí —dijo Ben—. En mi coche, no en el tuyo.

Llevó a Kirby al lugar donde había aparcado el SLK, tras unos árboles, imperceptible desde la casa.

—Tengo ganas de vomitar —gimió Kirby cuando se metió en el coche.

Ben encendió el motor y el acelerón que metió los pegó a los asientos. Salieron a la carretera (las carreteras de esa zona eran tranquilas), pero no sabía adónde se dirigía, tan solo quería poner cierta distancia entre la casa y ellos y encontrar un lugar donde pudieran hablar. Condujo a toda velocidad por la curvada carretera costera, entre verdes campos con ovejas y corderos, muros de mampostería sin mortero y pequeñas casas de campo y de labranza aquí y allá en la distancia. El sol estaba empezando a descender, bañando el mar con su luz rojiza.

—¿Es necesario que vayas tan rápido? —se quejó Kirby.

—Tenemos que hablar.

—Para el coche —murmuró el hombre con voz ahogada. Ben apartó un segundo la vista de la carretera y vio que el historiador estaba pálido y que se agarraba la zona del esternón con las dos manos—. Voy a vomitar.

Ben pisó el freno y se detuvo en un arcén cubierto de hierba. La puerta de Kirby ya se había abierto antes siquiera de que se hubieran detenido. Salió tambaleándose del coche y se apoyó contra una valla. Se agachó, se agarró el estómago y empezó a vomitar.

Ben lo dejó a solas un minuto o dos, y luego bajó del coche y se acercó a él.

—Es por el estrés —dijo—. Estás en estado de shock. ¿Podemos hablar ahora?

—Necesito que me dé un poco el aire —murmuró Kirby—. Voy a dar un paseo.

Al otro lado de la carretera, un sendero rocoso descendía hacía la línea de la costa. Kirby echó a andar por él y Ben lo siguió. El tiempo transcurría a toda velocidad. Tiempo que no podía permitirse perder. Estaba a miles de kilómetros de donde tenía que estar y aquello no le estaba conduciendo a ninguna parte. Solo cabía confiar en que aquel tipo mereciera la pena.

Kirby se detuvo junto a una roca enorme y tomó aire varias veces.

—Oh, Dios mío. —Se pasó sus temblorosos dedos por el rostro—. ¿Cómo me he metido en esto? Esa gente. ¿Mató a Morgan?

—Es complicado. No tengo tiempo para entrar en detalles.

—Tengo que saberlo.

Ben suspiró.

—Supongo que tienes derecho a una explicación. —Le proporcionó una versión reducida de lo sucedido. El robo, Kamal, Harry Paxton. Pero no había necesidad de que supiera de la existencia de Zara.

—¿Está chantajeándote? —preguntó Kirby, sorprendido.

Ben asintió.

—Alguien muy cercano a mí puede salir herido si no logro lo que quiera que Morgan y tú encontrarais. Se me acaba el tiempo. ¿Puedes ayudarme o no?

—Es increíble —dijo Kirby—. Morgan siempre se arrepintió de haberle hablado a su padre del descubrimiento. Sabía que ese viejo cabrón estaría demasiado interesado en ello como para dejarlo pasar.

—Ahora es tu turno de hablar —dijo Ben—. ¿Qué relación tenías con Morgan? ¿De qué va todo esto?

—Morgan era amigo mío —murmuró Kirby—. Estudiamos juntos en la universidad. Nos conocíamos desde hacía mucho tiempo.

—Así que se trataba de un proyecto conjunto. Estabais juntos en esto.

—La idea fue de Morgan, pero los dos estábamos trabajando en ello. Iba a ir a El Cairo a reunirme con él. Pero entonces oí lo que había ocurrido. He estado cagado de miedo desde entonces. Esperando a que vinieran a por mí. —Alzó la vista—. ¿Cómo supiste dónde encontrarme?

—Ya te lo he dicho. Tu número estaba escrito en un papel que Morgan llevaba en su chaqueta.

—Mierda —exclamó Kirby—. Cuando Morgan fue a Egipto, yo me encontraba en mitad de mi traslado desde la Universidad de Lancaster. Este es mi nuevo trabajo. Le telefoneé al móvil para darle mi número nuevo. Debió de apuntarlo en lo primero que tuvo a mano.

—Vale. Ahora cuéntame lo que sabes.

—Necesito un trago —dijo Kirby—. Hay un pub a un kilómetro por carretera de aquí. Consígueme una copa y te contaré todo.