30

Ben se quedó mirando un buen rato a Valentine.

—Creo que será mejor que te expliques con más claridad. ¿Quién eres exactamente, qué es lo que quieres de mí y qué es lo que estás intentando decirme?

—De acuerdo —aceptó ella—. Tan solo quería que vieras la foto. Quería que supieras el tipo de hombre que es Harry Paxton en realidad. Pero deja que vuelva atrás y comience por el principio.

Ben se limitó a mirarla con frialdad. Harrison y Wolff permanecieron en silencio.

Valentine señaló a los dos hombres.

—Hasta hace cinco semanas, los tres éramos agentes especiales de la Interpol.

Ben la siguió mirando con fijeza.

—¿No me crees?

—Eso es algo que puedo contrastar con facilidad. Conozco a gente en la Interpol. Tengo algunos contactos.

—Estoy segura de ello. Eres libre de hacer tus comprobaciones. Te daré detalles precisos de la gente con la que trabajábamos, quiénes eran los jefes de sección ante los que respondíamos, nombres de departamentos, el color de los azulejos de las paredes de los baños en la Secretaría General en Lyon.

—Por supuesto que haré algunas llamadas —declaró Ben—, pero supongamos por un momento que te creo. Sigo sin entender por qué estoy aquí escuchando esto.

—Estás aquí porque Harry Paxton no es la persona que crees. Porque es hora de que sepas la verdad. —Valentine hizo una breve pausa—. Deja que te diga quién es el verdadero Harry Paxton. Es un traficante de armas. Lleva más de una década comerciando con armas de manera ilegal. Se las vende a cualquiera. Terroristas. Asesinos en masa. Le ha otorgado poder a déspotas de todo el mundo. Ha avivado crímenes de guerra y genocidios en todas las zonas en guerra. África, Sudamérica, Asia, Oriente Medio, en todas partes. Es inteligente y despiadado y matará a todo aquel que se interponga en su camino. El motivo por el que estamos aquí, en París, es porque mañana por la tarde vendrá para reunirse con uno de sus socios en el hotel Georges V. Podría ser nuestra oportunidad. Vamos a seguir a ese cabrón adonde quiera que vaya.

El silencio inundó la estancia. Valentine, Harrison y Wolff intercambiaron miradas de angustia.

Ben se levantó del sillón.

—No tengo por qué escuchar esto. Lo que dices no son más que tonterías. Es imposible que Harry Paxton sea un traficante de armas. Es una locura.

—Siéntate, comandante Hope. Escucha lo que tenemos que decir.

Pero Ben ya se dirigía a la puerta.

Entonces una voz le hizo frenar en seco.

—Escúchala, Ben. Está diciendo la verdad.

Se volvió lentamente y durante unos instantes se quedó sin habla.

Era Zara. Estaba junto a la puerta por la que Valentine había salido antes. Parecía asustada, tensa. La chaqueta y la camiseta negra que llevaba le hacían parecer más pálida de lo que era en realidad. Pero aun así estaba hermosa. Dio un paso hacia ella.

—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó con incredulidad.

—Estoy con ellos —dijo señalando a los tres agentes—. He estado ayudándolos. Harry cree que estoy visitando a un amigo enfermo en Roma.

Mientras Ben la miraba boquiabierto, su mente retrocedió a gran velocidad a todas las cosas que habían ocurrido. Cuando había notado que alguien los seguía en San Remo. Ahora comprendía por qué Zara no se había asustado.

—¿Has estado metida en esto todo el tiempo?

Asintió.

—Es cierto lo que dicen de Harry. No es quien piensas.

—Y hay más —intervino Valentine—. Mucho más. Tienes que sentarte y escucharnos.

Ben no sabía qué decir. Estaba aturdido. Regresó a su sillón y se sentó.

—Gracias. Lo digo en serio. Sé lo difícil que es para ti.

La habitación iba oscureciéndose conforme la noche caía tras la ventana. Valentine se acercó a un interruptor y encendió la luz. Una bombilla desnuda en mitad del techo se encendió con una tenue luz que le confirió a la habitación un aspecto más lúgubre incluso.

—A ver si lo entiendo —dijo Ben—. Sabéis todas estas cosas sobre Harry, y aun así es un hombre libre. ¿Por qué no está en la cárcel?

—Como ya te he dicho, es muy inteligente —respondió Valentine—. Siempre va un paso por delante y nadie ha sido capaz de cogerlo. Se vale de su negocio de fletamento de yates como tapadera para realizar sus envíos de armas por todo el mundo. ¿Tienes idea del cargamento que podría albergar uno de sus superyates?

—Mucho —dijo Harrison.

—La hostia de cargamento —añadió Wolff.

—La Interpol lleva mucho tiempo vigilándolo —prosiguió Valentine—. Ese cabrón ha ocupado toda mi vida durante dos años. Pero no logramos obtener nada concreto y nuestros superiores cancelaron la investigación. Dijeron que si seguíamos adelante, parecería acoso. Así que, caso cerrado. Eso fue hace seis semanas. —Sonrió con tristeza—. Supongo que el adiestramiento que recibió en el SAS le resulta de lo más útil. Va a un sitio, hace sus negocios, se marcha y es como si nunca hubiera estado allí. Tú debes saberlo bien, comandante.

—En primer lugar —comenzó—, puedes omitir lo de comandante. Me llamo Ben. Segundo, no pareces tener muchas pruebas. Tercero, ¿por qué están tres exagentes llevando a cabo una investigación privada acerca de un hombre con un expediente tan intachable como el de Harry cuando sus superiores ya han cerrado el caso? Esto tiene toda la pinta de una venganza personal.

Valentine asintió.

—Lo es. —Sus manos tocaron la parte trasera de la foto sobre el escritorio—. Deja que te hable de Linda. Solo tenía veintiséis años. Llevaba con nosotros en el caso nada más que tres meses. La metí en el equipo porque era una lingüista brillante, hablaba ruso, español y varias lenguas africanas a la perfección. Era la agente de vigilancia perfecta. Podía infiltrarse en cualquier parte. —Valentine calló y un gesto de tristeza cubrió su rostro—. Argelia, siete semanas atrás. Me llegó un informe suyo. Decía que finalmente había obtenido las pruebas que meterían a Paxton entre rejas.

—¿Qué pruebas? —preguntó Ben.

—Esa es la cuestión —suspiró Valentine—. No llegué a verlas. Linda no apareció en el punto de encuentro. Tres días después la encontraron a ciento cincuenta kilómetros, en la costa. Todo apunta a que los tiburones la atacaron. Ya has visto la foto.

—¿Cómo sabes que no fueron los tiburones?

Valentine negó, rotunda, con la cabeza.

—Porque no encaja. Un testigo dijo que la había visto bailar y flirtear borracha con dos tipos en un club de estriptis la noche anterior a un kilómetro y medio de donde se encontró su cuerpo. La versión oficial es que se fue con ellos. Pero no es cierto.

—Quizá sí lo hiciera —dijo Ben—. Quizá solo quieres creer que hay algo más detrás.

—Linda no se habría ido con dos tíos a los que hubiera conocido en un bar —aseguró Valentine—. No habrían sido su tipo.

—¿Y eso lo sabes con certeza?

Valentine lo miró con severidad.

—Era lesbiana. Y lo sé de buena tinta —añadió de manera harto significativa—. Y sé que no estuvo allí. Paxton hizo que la mataran y se inventaron esa historia para cubrir su rastro. Así es cómo trabaja. Y vamos a coger a ese cabrón. Por lo que su negocio hace a víctimas inocentes en todas partes del mundo y por lo que le hizo a Linda. —El rostro de Valentine estaba crispado de la ira. Le cayó una lágrima por la mejilla y se la secó—. Vamos a hacer lo que sea para que acabe en la cárcel.

Ben no respondió.

—Ahí es donde entras tú —dijo Wolff—. Estamos solos en esto. Estamos desesperados, necesitamos la ayuda de alguien en quien Paxton confíe.

—Y pensabais que, sin ninguna prueba, yo lo traicionaría. —Ben se volvió hacia Zara—. ¿Cómo puedes escuchar a esta gente?

Zara fue junto a él y se acuclilló a su lado. Le cogió la mano con fuerza.

—Tienes que creerlos, Ben. Cuando conocí a Harry, solo era capaz de ver su encanto. Pero él no es así. Es un monstruo. Un tirano. Es el hombre más diabólico, cruel y dominante que haya existido jamás sobre la faz de la Tierra.

—Abordamos a Zara hará cuatro semanas —dijo Valentine—. Habíamos estado vigilándolos cuando estaban juntos en tierra firme. Vimos que discutían mucho. Nos arriesgamos.

Zara miró fijamente a Ben.

—¿Recuerdas ese día que estuvimos juntos? ¿Cuando te dije que quería dejarlo pero que no podía por causa de la muerte de Morgan?

—Lo recuerdo —dijo Ben.

—No era por Morgan. Era por lo que Kim, Jimmy y Udo me contaron. Me enseñaron unas fotos horribles, fotos de niños africanos mutilados por culpa de las armas que vende Harry. Pequeños cuerpecitos cubiertos de quemaduras terribles, rostros desfigurados. Aldeas enteras destruidas junto a todos sus habitantes. Eso es lo que hace, Ben. De ahí proviene todo el dinero. ¿Cómo iba a marcharme sin más?

—Tan solo tienes su palabra.

—No. Después de aceptar ayudarlos, empecé a buscar en el Scimitar. En una de las bodegas encontré unos contenedores enormes de metal marrón con algo escrito en blanco con una plantilla. Entonces oí voces. Harry y otros. Me escondí. No pude verlos, pero estaban hablando de un envío. Oí cómo uno de ellos abría los contenedores, y el sonido de un arma.

—¿El sonido de un arma? —repitió Ben con escepticismo.

—Un sonido como este —dijo Harrison. Sacó una Colt del calibre 45 automática de debajo de su chaqueta. Con la mano izquierda tiró de la corredera y la soltó con un ruido sordo metálico.

—Como ese —convino Zara.

—Creo que a eso lo llaman influir en el testigo —dijo Ben.

—Déjala hablar —le interrumpió Valentine.

—Cuando se marcharon, me fui a hurtadillas. Una vez ya no hubo peligro, volví a bajar con una cámara. Los contenedores habían desaparecido.

—Eso es lo que yo llamo pruebas irrefutables —dijo Ben.

Valentine parecía incómoda.

—Lo sabemos. No tenemos nada. De ahí el plan para que yo subiera a bordo del Scimitar. Es poco habitual que Paxton deje subir a nadie. Zara nos habló de vuestra reunión. Te investigamos. Tu formación militar, el asesinato de tu mujer. Teníamos el presentimiento de que serías el tipo de hombre que ayudaría a una dama en apuros.

—Fui un estúpido —se lamentó Ben.

—A mí me pareciste un héroe —respondió Valentine—. Sentimos haberte mentido. Pero no había otra manera.

—¿Y por qué confiáis en mí ahora? ¿Cómo sabéis que no estoy trabajando con Harry?

—También pensamos en ello, pero concluimos que no era así.

—Quizá fui demasiado listo para vosotros, de la misma manera que afirmáis que Harry lo es.

—También consideramos esa posibilidad, pero gracias a Zara obtuvimos una grabación de tu conversación telefónica con Paxton. Por ella pudimos saber que no tomas parte en sus negocios. Fuiste a El Cairo por él, pero no mataste a esos hombres. También estamos al tanto de la detención que efectuaste. Por lo que a nosotros respecta, estás limpio. Un hombre honesto, pero también muy interesante.

Ben miró a Zara.

Ella puso su mano sobre la de Ben.

—Siento haberte espiado. Teníamos que saberlo.

—Y supongo que no encontraste nada durante tu pequeña expedición —dijo Ben, girándose para mirar a Valentine—. O de lo contrario no estarías hablando ahora conmigo.

Valentine suspiró.

—Esperaba poder encontrar algo en su ordenador. Me metí en su estudio y le instalé un programa de seguimiento con un dispositivo transmisor. De esa manera podríamos interceptar todo aquello que escribiera. Pero ¿adivina qué? No ha escrito una sola palabra.

—¿Y sabes qué? Ya he escuchado bastante. Esto es una tomadura de pelo.

—No podemos dejar que te vayas —dijo Wolff.

Ben lo miró con dureza.

—Si intentáis detenerme, todos los de esta habitación salvo Zara están muertos.

—No ha pretendido decir eso —aclaró Valentine—. Quiere decir que no puedes marcharte sin dejar que te contemos la verdad sobre Harry Paxton.

—Tengo la sensación de que ya habéis descubierto vuestra mejor baza —dijo Ben—. Y habéis fracasado.

—Tenemos más que contarte. Cuando haya terminado, te garantizo que lo verás de otra manera. Y entonces te darás cuenta de que no lo conoces.

—Serví en el ejército con él. Luché a su lado. Creo que lo conozco mucho mejor que vosotros.

—Y también te salvó la vida —dijo Valentina—. Sierra Leona, 14 de mayo de 1997. ¿Verdad?

—Verdad.

—Mentira.

La miró fijamente.

—¿Qué acabas de decir?

—Ya te dije que no te iba a gustar. Vas a tener que hacer ciertos reajustes mentales.

—Conozco la verdad.

Valentine negó con la cabeza.

—Todo este tiempo has creído en una mentira. Harry Paxton, por aquel entonces teniente coronel del SAS, no salvó tu vida ese día. Te hizo creer que así fue.

—No te recuerdo ese día, Valentine. ¿Dónde estabas? ¿Oculta tras una piedra? Yo soy el único testigo de ello. Disparó al capitán de los Calaveras que estaba a punto de matarme. Fue condecorado y ascendido por ello.

—Hubo otro testigo —dijo Valentine—. Uno que lo vio todo. Alguien que no había recibido ningún disparo ni estaba semiinconsciente cuando todo ocurrió. Alguien cuyo testimonio se sostiene mucho más que el tuyo.

—¿Quién?

—Su nombre es Tinashe. Tenía dieciséis años cuando tu escuadrón del SAS atacó la misión en Makapela. Formaba parte de la milicia de los Calaveras. Uno de los muchos jóvenes a los que el Barón lavó el cerebro para que asesinaran.

—Un testigo de lo más fidedigno. Un asesino de dieciséis años con el cerebro lavado.

—Ahora es una persona diferente. En cierto modo, es gracias a ti. Tras ese día, fue como si el hechizo se rompiera. Huyó de la milicia de los Calaveras y juró no verse envuelto en algo así nunca más. Por eso era tan difícil de encontrar. Nos costó mucho tiempo localizarlo. ¿Quieres que te cuente lo que vio ese día? ¿Lo que de verdad ocurrió?

Ben intentó controlar la ira que sentía, una ira que le hacía querer tirar la habitación abajo.

—Adelante —dijo con voz gélida.

—Tinashe estaba atemorizado por la batalla. Logró arrastrarse hasta el hueco de un árbol muerto. Desde allí se podía ver perfectamente la escuela en ruinas.

Ben sintió una punzada al oír aquellas palabras. En todos los informes oficiales archivados a los que Valentine había podido tener acceso se hacía mención al lugar de la batalla como la misión católica de Makapela. En ningún lugar se hablaba de la escuela. Notó cómo se le hacía un nudo en el estómago.

Valentine prosiguió.

—Según mi testigo, la mayoría de las fuerzas de la milicia huyó cuando llegaron los refuerzos por aire. ¿Es esa información verídica?

—Totalmente.

—Hasta el momento, vamos bien entonces —concluyó Valentine—. Ahora deja que te cuente el resto. Fue en ese momento, justo después de que aparecieran los helicópteros, cuando el testigo vio al teniente coronel Harry Paxton acercarse por detrás de ti y de tu compañero, que más tarde sería identificado en el informe oficial como el sargento Gary Smith. Pero Paxton no estaba solo. Se encontraba con el número dos de los Calaveras, el capitán Kananga.

Ben estaba demasiado estupefacto y furioso como para hacer otra cosa que no fuera escuchar.

—Entonces, el testigo vio cómo Paxton te disparaba por la espalda y a continuación a Smith, que se derrumbó al instante. Después Paxton caminó hasta ti mientras Kananga lo observaba. Te habías desplomado bocabajo, pero te giraste y estabas mirando a Paxton cuando este estaba a punto de matarte. —Valentine hizo una pausa—. ¿Te parece lo suficientemente detallado? ¿Cómo si no sabríamos todo esto?

Ben no respondió.

—Smith estaba prácticamente muerto por el disparo de Paxton, pero aún vivía. Todavía tenía reservas de energía suficientes como para disparar. Abatió a Kananga y alcanzó a Paxton en el brazo. En realidad, Smith fue el hombre que te salvó la vida ese día, comandante Hope. Es a quien deberías estar honrando.

Ben permaneció en silencio.

—Paxton se dio la vuelta y le disparó en la cabeza. Ahí es donde perdiste la conciencia. Tu coronel podía haberte descerrajado una bala en el cerebro, pero fue entonces cuando los soldados del Para 1 descendieron y empezaron a posicionarse sobre la zona. Paxton tuvo que dejarte con vida.

El corazón de Ben latía a toda velocidad. Le costaba respirar.

—¿Por qué? —Eso fue todo lo que pudo decir.

—¿No lo ves? Paxton estaba suministrando armas a los Calaveras, entre otros muchos grupos rebeldes con los que comerciaba, valiéndose del ejército como tapadera. Mientras tu unidad esperaba de brazos cruzados en la embajada de Freetown a que os dieran luz verde, él estaba escapándose a hurtadillas y haciendo negocios con el Barón. Armas a cambio de diamantes de sangre.

—La operación de Makapela fue una trampa —dijo Wolff desde su sillón—. Creemos que Paxton se olía que alguien de su unidad sospechaba algo. Creemos que orquestó de manera deliberada la filtración a inteligencia que permitió el asalto para poder tender una emboscada a tu equipo y borraros de la faz de la tierra. Paxton iba a ser el único superviviente. Pero tú lograste escapar de la muerte.

—Piénsalo —intervino Valentine—. Tiene sentido. No hay nada en el testimonio de nuestro testigo que puedas negar. Y su testimonio habría sido más que suficiente para hacer caer a Paxton. —Suspiró—. El problema es que Tinashe está demasiado asustado como para hablar. Incluso ahora, los niños soldado que participaron en el genocidio de la guerra civil de Sierra Leona son despreciados por su propia gente, a pesar de que ellos también fueron víctimas. Ha habido represalias y asesinatos por venganza. Se han convertido en una especie de parias intocables. Tinashe es de los afortunados. Ha conseguido dejar atrás su pasado y quiere continuar así. Lo que nos deja solo contigo: eres el único que puede ayudarnos. —Lo miró con gesto serio y expectante—. ¿Lo harás? ¿Por favor?

Se hizo el silencio en la habitación mientras Ben asimilaba todo aquello. Transcurrió un minuto entero. La cabeza le bullía.

Se levantó.

—No. Estáis mintiendo. —Fue hacia la puerta.

Zara corrió tras él y lo agarró del brazo.

—Ben, espera…

Ben se zafó de ella.

—Déjame en paz. —Salió por la puerta al lúgubre pasillo. Ella fue tras él, suplicando y protestando.

—Por favor, Ben. Te quiero.

Ben se detuvo.

—¿De veras?

Ella lo miró como si acabara de abofetearla.

—No has hecho otra cosa que mentirme y utilizarme para que tus amigos pudieran espiar al hombre que me salvó la vida. —Siguió andando en dirección a la puerta principal.

—¿Qué podía hacer? —gritó la mujer.

Ben no respondió. Llegó a la puerta y la abrió con brusquedad.

—¿Adónde vas?

—Lo más lejos de ti que pueda —exclamó—. Vuelve dentro con tus adláteres, Zara. Te están esperando —dijo. Salió a la noche lluviosa y le cerró la puerta en las narices.