Claudel estaba ojeando un libro en su estudio cuando oyó cómo una furgoneta derrapaba en la gravilla exterior. Unos segundos después, Kamal irrumpió en la villa. Rápidos pasos sobre el suelo de mármol del vestíbulo. La puerta del estudio se abrió y Kamal entró en la habitación sosteniendo un portátil contra su pecho. Caminó a grandes zancadas hacia el escritorio y lo plantó encima, haciendo que los papeles de Claudel salieran volando.
—¿Qué es eso? —preguntó el francés con nerviosismo. Casi podía sentir el calor de la agresividad que emanaba de aquel hombre.
Los ojos de Kamal centelleaban con furia.
—De esto depende tu vida, espero que puedas averiguar qué hay dentro.
Claudel levantó la tapa y encendió el ordenador. Mientras permanecía sentado delante de la pantalla, Kamal caminaba de un lado a otro fuera de sí. Cogió una valiosa segunda edición de Historia de la decadencia y caída del Imperio romano, de Edward Gibbon, de una estantería y lo arrojó por la habitación. Se estampó contra una pared. La tapa se despegó y cayó volando al suelo cual pájaro muerto.
—¡Haré que me traigan la cabeza de ese cabrón en una bandeja! —bramó.
—¿Qué ha pasado?
—Tres de mis hombres han muerto, eso es lo que ha pasado. —Kamal pronunció a gritos la última palabra. Agarró una delicada butaca tapizada del siglo XVIII y la golpeó contra el suelo hasta hacerla pedazos—. ¡Joder! ¡Joder! ¡Joder! —Las astillas salieron despedidas por el suelo del estudio.
Claudel apartó la vista. Era lo suficientemente avispado como para no hacer demasiadas preguntas a Kamal cuando estaba de ese humor. Centró su interés en el ordenador y pronto encontró el documento sobre Akenatón. Sus ojos se iluminaron. Intentó abrirlo de inmediato.
—El documento está protegido —dijo, alzando la vista.
—Lo sé —gritó Kamal—. ¿Me tomas por un puto idiota?
Claudel miró de nuevo la pantalla y notó cómo le caía el sudor por el cuello.
—¿Cómo se supone que voy a descifrar la contraseña de un documento protegido?
Kamal se acercó a él y le enseñó los dientes, furioso.
—No me importa cómo lo hagas. Lo harás. ¿Entendido?
Claudel ya estaba estudiando sus opciones, pensando en toda la gente que conocía que pudiera serle de utilidad. Hisham, pensó. Hisham era bueno con los ordenadores.
Pero tan pronto como le vino su nombre a la cabeza, el corazón le dio un vuelco. No podía llamar a Hisham. Si fracasaba, Kamal le dispararía, o peor. Cualquier persona a la que Claudel metiera en ese asunto estaba condenada a una muerte segura. Pensó en lo que le había ocurrido a Aziz. Pensaba en ello todo el tiempo, no podía sacarse la imagen de la cabeza. Había tenido pesadillas con ella.
No. Estaba solo.
Miró con desesperación a Kamal.
—La contraseña podría ser cualquier cosa.
—Entonces prueba con cualquier cosa —dijo Kamal—. Empezando desde ya.