Su corazón latía acelerado y le dolía el estómago.
Un remolino de confusión, de imágenes borrosas y ecos. El sonido del caos y el dolor, gritos y disparos entremezclados. Todo a cámara lenta. El destello de las luces de las linternas iluminando la jungla; formas fugaces entre los árboles. El calor y la sangre y el terror. Venían más. Siempre había más.
Y entonces el hombre caminaba hacia él, alejándose del frenesí de muertes. Susilueta negra contrastaba con las rugientes llamas. Sus ojos, salvajes y llenos de odio. La mano empuñando el arma. La enorme y negra «O» de la boca de la pistola, como la entrada de un túnel que conduce al olvido.
Y a continuación la punzante detonación del disparo llenó su cabeza, y el mundo estalló en luces blancas.
Ben se incorporó de un brinco en la oscuridad. Un sudor frío le recorría el rostro. Durante un instante siguió desorientado y con el pulso acelerado, tratando de discernir dónde se encontraba. Entonces recordó que estaba en casa. A salvo. Lejos, donde el horror no podría alcanzarlo nunca más.
No es nada. Solo un sueño. El mismo sueño de hace años.
Fue a encender la luz de la mesilla, pero, en su aturdimiento golpeó la lámpara y esta se cayó al suelo con estrépito.
Brooke estaba echada en la cama de la habitación contigua, repasando las notas de su charla del día siguiente, escuchando el viento en los árboles por entre la ventana abierta y disfrutando de la perezosa tranquilidad del lugar en contraste con el trasiego de Londres.
El repentino ruido de la puerta de al lado la sobresaltó. Se incorporó de un bote, tirando todos los papeles, se puso la bata y salió al oscuro pasillo. Oyó a Ben murmurando y maldiciendo al otro lado de la puerta. Llamó con los nudillos, esperó y entró en la habitación.
Ben estaba sentado en la cama, desnudo de cintura para arriba, colocando una lámpara en la mesilla de noche. Alzó la vista cuando Brooke entró en la habitación.
—Perdona si te he despertado —dijo—. He tirado la lámpara.
—No estaba dormida. ¿Te importa si entro? —Fue hacia la cama y se sentó en el borde—. ¿Te encuentras bien? Estás un poco pálido. ¿Qué ha ocurrido?
Ben se frotó la cara.
—Un mal sueño.
—¿Quieres hablar de ello?
—Hablas como una psicóloga.
—Soy psicóloga, ¿recuerdas? —Puso su mano encima de la de Ben—. Cuéntame. ¿Qué estabas soñando?
Ben se encogió de hombros.
—No quiero hablar de ello.
—¿Estás seguro? —le preguntó con delicadeza.
—Sí. Tan solo es una estúpida pesadilla que tengo desde hace años. A veces vuelve.
—Deberías hacer caso a tus sueños. —Brooke paró de hablar—. Estoy segura de que la llamada telefónica ha tenido algo que ver. ¿Estoy en lo cierto?
Ben no respondió.
Brooke sonrió.
—Eso pensaba. Te transformaste. Como si te hubieran pulsado un interruptor. Parecías contento y feliz y en cuanto recibiste esa llamada empezaste a actuar como si estuvieras inquieto, a hablar poco y a beber.
—Buena idea. ¿Quieres un trago?
—Claro. Bajaré y cogeré la botella.
—No es necesario. —Sacó las piernas de la cama, se levantó y fue hacia el armario vestido únicamente con unos bóxer de color negro. Brooke lo observó cruzar la habitación. Ben abrió la puerta del armario, extendió el brazo hasta el estante superior y sacó una botella de whisky y un vaso.
—Solo hay un vaso —dijo mientras regresaba a la cama.
—No me importa compartirlo. Tú primero. Pareces necesitarlo más que yo.
No replicó. Se sentó de nuevo en la cama, llenó el vaso por la mitad y le dio un buen trago antes de pasárselo a ella.
—Salud. —Brooke bebió y se lo pasó de nuevo—. Me gustan los hombres que guardan una botella de buen whisky de malta en su armario.
Ben bebió más whisky.
—¿Vas a estar bien? —le preguntó Brooke.
Ben se rió.
—No soy un crío.
Ella le tocó el brazo con suavidad.
—Puedo ver que algo va mal.
—Estaré bien.
Brooke asintió, se levantó vacilante, caminó hacia la puerta y se detuvo con la mano en el pomo.
—¿Seguro?
—Seguro. Gracias, Brooke.
—Mañana te veo, entonces.
Ben negó con la cabeza.
—Me habré ido antes de que te levantes. Tengo que estar en un sitio.
Brooke frunció el ceño.
—Pensaba que ibas a estar aquí mañana.
—Ya no. Jeff cuidará de ti.
—Es por la llamada, ¿verdad? Ocurre algo.
Ben asintió, pero no entró en detalles.
—Entonces ¿adónde demonios te vas así de repente?
—A Italia.
Pareció sorprendida.
—¿Qué hay en Italia?
—El coronel Harry Paxton.
—El coronel Harry Paxton —repitió ella—. Supongo que se trata de la persona que llamó antes.
Ben asintió.
—¿Y? ¿Qué se supone que tengo que hacer, adivinar el resto?
—Tiene un problema. Necesita que vaya junto a él y eso es lo que voy a hacer.
—¿Qué tipo de problema?
—No lo especificó.
—¿Y espera que lo dejes todo y te marches a Italia? ¿No podía habértelo dicho sin más por teléfono? ¿Pero quién es ese tipo?
Ben acabó el whisky, hizo una pausa y dijo:
—Es el hombre que me salvó la vida.