Esta tarde, en televisión, alguien lanzó una serie de ironías sobre la maternidad y puso a María, la Virgen, como un modelo antifemenino. Y no pude evitarlo: corrí a la máquina y escribí esta líneas:
Te doy gracias María, por ser una mujer.
Gracias por haber sido mujer como mi madre y por haberlo sido en un tiempo en el que ser mujer era como no ser nada.
Gracias porque cuando todos te consideraban una mujer de nada tú fuiste todo, todo lo que un ser humano puede ser y mucho más, la plenitud del hombre, una vida completa.
Gracias por haber sido una mujer libre y liberada, la mujer más libre y liberada de la historia, la única mujer liberada y libre de la historia, porque tú fuiste la única no atada al pecado, la única no uncida a la vulgaridad, la única que nunca fue mediocre, la única verdaderamente llena de gracia y de vida.
Te doy gracias porque estuviste llena de gracia porque estabas precisamente llena de vida; porque estuviste llena de vida porque te habían verdaderamente llenado de gracia.
Te doy gracias porque supiste encontrar la libertad siendo esclava, aceptando la única esclavitud que libera, la esclavitud de Dios y nunca te enzarzaste en todas las otras esclavitudes que a nosotros nos atan.
Te doy gracias porque te atreviste a tomar la vida con las dos manos. Porque al llegar el ángel te atreviste a preferir tu misión a tu comodidad, porque aceptaste tu misión sabiendo que era cuesta arriba, en una cuesta arriba que acababa en un Calvario.
Gracias porque fuiste valiente, gracias por no tener miedo, gracias por fiarte del Dios que te estaba llenando del Dios que venía, no a quitarte nada, sino a hacerte más mujer.
Gracias por tu libertad de palabra cuando hablaste a Isabel.
Gracias por atreverse a decir que Dios derribaría a los poderosos, sin preocuparse por lo que pensaría Herodes.
Gracias por haber sabido que eras pobre y que Dios te había elegido precisamente por ser pobre.
Gracias porque supiste hablar de los ricos sin rencor, pero poniéndolos en su sitio: el vacío.
Gracias porque supiste ser la más maternal de las vírgenes, la más virginal de las madres.
Gracias porque entendiste la maternidad como un servicio a la vida ¡y qué Vida!
Gracias porque entendiste la virginidad como una entrega ¡y que entrega!
Gracias por ser alegre en un tiempo de tristes, por ser valiente en un tiempo de cobardes.
Gracias por atreverte a ir embarazada hasta Belén, gracias por dar a luz donde cualquier otra mujer se hubiera avergonzado.
Gracias por haber sabido ser luego una mujer de pueblo, por no haber necesitado ni ángeles, ni criadas que te amasaran el pan y te hicieran la comida, gracias por haber sabido vivir sin milagros ni prodigios, gracias por haber sabido que estar llena no era estarlo de títulos y honores, sino de amor.
Gracias por haber aceptado el exilio, por asumir serena la muerte del esposo querido.
Gracias por haber respetado la vocación de tu Hijo cuando se fue hacia su locura, por no haberle dado consejitos prudentes, gracias por haberle dejado crecer y por sentirte orgullosa de que Él te superase.
Gracias por haber sabido quedarte en silencio y en la sombra durante su misión, pero sosteniendo de lejos el grupo de mujeres que seguían a tu Hijo.
Gracias por haber subido al Calvario cuando pudiste quedarte alejada del llanto, por aguantar al lado del sufriente.
Gracias por aceptar la soledad de los años vacíos.
Gracias por haber sido la mujer más entera que ha existido nunca y gracias, sobre todo, por haber sido la única mujer de toda la historia que volvió entera a los brazos de Dios.
Gracias por seguir siendo madre y mujer en el cielo, por no cansarte de amamantar a tus hijos de ahora.
Gracias por no haber reclamado nunca con palabras vacías tu derecho de mujer en la Iglesia, pero al mismo tiempo haber sido de hecho el miembro más eminente de la Iglesia, la primera redimida, por ser entre los hombres y mujeres todos de la tierra la que más se ha parecido a tu Hijo, la que más cerca ha estado y está aún de Dios.