100. Vida light

Un buen amigo mío ha publicado un libro sobre temas religiosos y me duele confesar que nunca vi una obra con mejores intenciones y, a la vez, con mayor desacierto. Mi amigo es un buen cristiano a quien siempre le ha gustado —y hace muy bien, porque ésa es su vocación— vivir en la frontera y dedicarse —y sigue haciendo muy bien— a acercar la fe a quienes no la tienen, incrédulos o agnósticos.

Y como considera que su misión consiste precisamente en «acercarles» la fe, en hacérsela comprensible, lucha en sus libros y artículos por volverla digerible, por servírsela en la bandeja de la mayor modernidad. Y hasta aquí yo estoy absolutamente de acuerdo con él. La cosa cambia cuando analizo los métodos que usa para tal acercamiento: ofrecerles lo que hoy se llamaría un cristianismo light, desvitaminizado, descalorificado, rebajado, recortado en todo lo que exige la «tragadera» de la fe. ¿Que a la gente le cuesta aceptar ciertos dogmas? Pues se les maquilla, se les reduce a fórmulas más o menos simbólicas de tiempos en que no imperaba la razón y que ahora pueden muy bien ser sustituidos por afirmaciones flotantes, cuando no de hacerlos desaparecer. ¿Que es duro asumir desde ojos humanos la divinidad de Cristo? Pues se «aclara» y se dice que realmente Cristo no fue Dios ni nunca se proclamó como tal, que realmente fue un hombre a través del cual se mostró Dios de modo excepcional; Él fue la transparencia de Dios, pero siendo en sí mismo un solo y puro hombre. Y así ocurre con todo. Al fin queda un cristianismo papilla que es una mezcla de buena voluntad, de religiones orientales, de explicaciones supuestamente más científicas, con una mezcla de cristianismo-agnosticismo en la que ya no hay que creer nada fijo, dado que, según mi amigo, todas las verdades son oscilantes, el hombre no puede llegar a poseer ninguna, sino, cuando más, a girar lejanamente en torno a ellas.

Al hacer todo esto con el Evangelio, mi amigo no hace nada que no sea muy normal en nuestro tiempo. Porque en todos los temas hoy se tiende a lo light: desde la Coca-Cola hasta la vida cultural, política, social, ética. Todo se rebaja, todo es acomodaticio, todo transitorio. ¿Hace falta aludir a las muchas historias que en los últimos meses han convulsionado a nuestra sociedad? Trapichear con el dinero o las influencias es democracia light. Jugar con los matrimonios es fidelidad light. Hasta los Tribunales parecen a veces querer ser justicia light. Rebajar, rebajar parece ser la consigna del hombre contemporáneo. Para combatir la intransigencia se implanta una tolerancia absoluta, olvidándose de que ciertamente hay que combatir la intolerancia —que es la manera de «imponer» la verdad a la fuerza—, pero sin confundirla con el amor a la verdad, que es, a la vez, respetuoso y firme. Y lo mismo sucede con esa libertad light que hoy impera y que consiste en hacer lo que a uno le da la gana y no en hacer libremente lo que se debe hacer.

Pero tal vez exageramos creyendo que este mal es algo de nuestro tiempo, cuando es algo del egoísmo humano, que atraviesa, por tanto, todos los siglos.

Concretamente ayer, leyendo a Newman, cuyo centenario se celebra este año, me impresionó ver cómo él hacía, referido a su siglo, el mismo diagnóstico que hago yo sobre el nuestro: «¿Cuál es ahora —escribe— la religión del mundo? Ha asumido el lado más brillante del Evangelio: sus noticias consoladoras, sus preceptos de amor; mientras tiene relativamente olvidados los preceptos más hondos, más oscuros, sobre la condición humana y sus perspectivas… Se prescinde del lado exigente del Evangelio, considerando que basta con ser cortés, amable y sincero, pero sin verdadero celo por Dios ni aborrecimiento profundo del pecado, sin el sentido de autoridad de la religión en cuanto externa a nuestra mente; en una palabra, sin seriedad».

Sin seriedad, es cierto. Con la más apabullante frivolidad. Porque es cierto que quizá en tiempos pasados se acentuó desmesuradamente la zona oscura del Evangelio, pero eso no justifica para que ahora nos quedemos con la mitad, lo mismo que los autoritarismos de ayer no dan validez a los estados de mediocridad pública que hoy padecemos.

Ya sabemos que el amor y el servicio a la verdad, que la entrega al cumplimiento del propio deber, que el amor efectivo a los demás, son tareas cuesta arriba. Pero la solución no será en ningún caso irlas rebajando para que resulten más «digeribles».

Que la verdad, toda verdad, es dolorosa y que hay que dejarse la piel en su búsqueda es cosa conocida. También el alpinismo es arriesgado y al escalador se le llenan de grietas los dedos y rodillas, pero no por eso vamos a empezar a hacer alpinismo en la llanura. Y presentar la vida, la verdad o la fe como un paisaje únicamente paradisíaco, para que les resulte más atrayente, no es un servicio ni a los jóvenes que empiezan la vida, ni a los buscadores de la verdad, ni a los agnósticos sin fe; es simplemente darles gato por liebre, engañarles, haciéndoles creer que la vida, la verdad o la fe light son la vida, la verdad o la fe enteras y verdaderas.