84. Las dos primeras Comuniones de Loli

Supongo que a ustedes va a costarles trabajo creerse lo que voy a contar, pero puedo garantizarles que acaba de ocurrir en un suburbio madrileño.

Resulta que Loli llegó el otro día a su colegio llevando dos preciosos álbumes de su primera comunión. Y las monjas vieron, con asombro, que la protagonista de todas las fotografías era la misma niña, pero que todo lo demás, en los dos cuadernos, parecía corresponder a ceremonias diferentes. La niña vestía, en una y otra, dos trajes diferentes; el cura que celebraba no era el mismo, ni era idéntica la iglesia de la primera comunión. Y hasta el banquete posterior se celebraba en dos restaurantes diferentes y con distintos invitados. «¿Cómo ha sido eso, Loli?» preguntaron las profesoras. «Es que —explicó la niña— como mis papás están separados, celebré primero la primera comunión con mamá, que no quiso invitar a mi padre. Pero, a la semana siguiente, como me tocaba pasarla con papá, él dijo que él no iba a ser menos. Y fue y me compró otro traje más bonito y me organizó otra primera comunión».

Yo me pregunto si el cura de esta segunda primera comunión conocería los tejemanejes a los que le sometían; pero me pregunto, sobre todo, qué galimatías interior se habrá formado en el alma de Loli si ha descubierto cómo han jugado con ella sus padres y cómo han convertido una comunión (que si no es unión no es comunión) en un elemento de división y discordia.

Me pregunto también si me gustaría ser niño en este mundo en que vivimos. Y mi conclusión es muy tajante: no. No me gustaría vivir en un mundo en el que mis padres no creyeran en nada y se dedicaran simplemente a vivir. No me gustaría penetrar en una sociedad en la que todos parecen hacer trampas sin que nadie se escandalice de nada. No me entusiasmaría dar mis primeros pasos en una nación en la que —como decían el otro día los obispos— «parecen haberse borrado la fronteras entre el bien y el mal».