Leo en la Prensa francesa que el teatro L’Oeuvre se ha lanzado a una curiosa aventura que ha bautizado «Operación Confianza». En vista de que la última obra de Ives Jamiaque estaba siendo un fracaso de taquilla, se le ocurrió a su productor inventarse un nuevo sistema de pago: los espectadores no abonarían nada al entrar en la sala.
Podrían asistir al teatro cuantos quisieran y únicamente se les invitaba a que, si la obra les gustaba, pagasen al salir; pero que no lo hicieran si no quedaban satisfechos. ¿Y cuál ha sido el resultado? La obra está produciendo el doble de lo que con los clásicos sistemas recaudaba. Los asistentes se han multiplicado y la mayoría «se retratan» al salir.
Y la cosa resulta llamativa precisamente porque vivimos en un mundo montado sobre la desconfianza. Sí; desde niños, nuestros padres, nuestros educadores, nos invitan a desconfiar.
«No seas ingenuo, mira siempre con quién te juegas los cuartos», nos dicen.
Hay un montón de refranes, de ésos que resumen la sabiduría popular, que nos exhortan a vivir con el corazón medio cerrado: «Quien da pan a perro ajeno, pierde pan y pierde perro», dice uno. «Piensa mal y acertarás», asegura otro. «De fuera vendrá quien de casa te echará», proclama un tercero. «Del amo y del mulo, cuanto más lejos más seguro», pontifica otro. «Cría cuervos y te sacarán los ojos», añade uno más.
Y así resulta que no damos pan a nadie, que no albergamos al transeúnte no acabe echándonos de la casa, que consideramos cuervos hasta a los pájaros más bienintencionados. Y vivimos con el corazón atrincherado por miedo a que nos defrauden.
Lamento decir que toda esa supuesta «sabiduría» a mi me parece un disparate y que es la causa de que muchas veces vivamos una vida empobrecida.
Ya, ya sé que él número de desagradecidos en este mundo es muy alto. Pero creo que hace más daño al corazón pasarse la vida desconfiando de todos que recibir de cuando en cuando un desagradecimiento.
Por eso yo prefiero decir: «Piensa bien aunque no aciertes» y «Da pan al que lo necesite y no esperes que te siga como un perro».
Recuerdo cuánto me gustó aquello que una vez leí en una homilía de San Juan Crisóstomo: «Debes ayudar al pobre porque lo necesita, no porque lo merezca o porque te lo vaya a agradecer. Porque si nos pusiéramos a escudriñar quién merece nuestra ayuda, nunca encontraríamos a quién ayudar. Por otro lado, Dios no estuvo esperando a que los hombres merecieran la Redención para redimirles. Si Cristo hubiera pensado como nosotros, aún estaría vivo, pero no sería nuestro Redentor».
Algo parecido pensaba George Bernanos, que, al enterarse un día de que en Brasil, en su época, las casas no tenían cerraduras en las puertas, decidió marcharse a vivir allí porque pensó que un pueblo en el que todos se fiaban los unos de los otros tenía que ser, por fuerza, un gran pueblo.
Hoy, claro, no puede hacerse eso. Desgraciadamente. Pero asusta pensar que, lo mismo que hemos llenado nuestras puertas de llaves y cerrojos, hemos también cerrado a cal y canto nuestro corazón. E incluso con la gente que nos rodea. Porque hoy desconfiamos de los enemigos, pero también y casi más de los amigos. Pero yo prefiero atenerme a aquello de La Bruyére: «Más vergonzoso es desconfiar de los amigos que ser engañado por ellos».
Y es que la desconfianza acaba conduciendo a la soledad. Nadie hay más solitario que quien se ha pasado la vida desconfiando de todo y de todos. Se quejará un día de haber sido traicionado. Y no se dará cuenta de que fue él quien, poniendo constantemente distancias, se fue quedando solo.
Decía Sófocles que «para quien tiene miedo todo, son ruidos».
Efectivamente, quien tiene miedo en una casa solitaria, pronto empieza a escuchar crujidos en las escaleras, temblores en las puertas, sombras que se alargan y encogen. Y son fruto de su miedo y su imaginación.
Tal vez ésa sea la causa por la que tantos conciben este mundo como una casa abandonada y oscura. Es su miedo quien les angustia. Si encendieran la luz de la confianza, quizá tuvieran también algún problema, pero se encontrarían la casa llena de amistad y de amor.