45. Rebeldes de pacotilla

Cuando Jeannette, con su voz de canario constipado, cantaba aquello de «soy rebelde porque el mundo me hizo así», yo no podía evitar que me subiera a los labios una sonrisa entre irónica y compasiva. Porque ni la carita de la niña, ni la musiquilla de su canción, ni los contoneos con que la acompañaba, me parecían a mí, precisamente, un ejemplo, de rebeldía. Cuando más, de una de esas rebeldías de pacotilla con las que, con frecuencia, nos obsequia la civilización contemporánea.

¿Estoy, con estas palabras, metiéndome con la idea de la rebeldía? ¿Voy a aconsejar, a continuación, el conformismo, la pacatez, el aborregamiento? ¡Dios me libre! La verdad es que, entre un conformismo burgués y una rebeldía, apostaré siempre por la segunda. Porque pienso que el que esté satisfecho, se sienta a gusto en el mundo en que vivimos, o está muy ciego o tiene muy cortita el alma. Y quien, a continuación, se asome a su propio corazón y encuentra placentero el panorama, es que nació con espíritu de durmiente. Un hombre —joven o viejo, pero más si es joven— ha de pertenecer a la raza de los insatisfechos y esa insatisfacción le llevará, inevitable y afortunadamente, a alguna forma de rebeldía.

Pero, precisamente porque esa rebeldía es tan necesaria, es por lo que tenemos que examinarla con lupa. Y preguntarnos contra qué nos rebelamos, de dónde nos brota esa rebeldía y cómo vamos a realizarla para que no se nos convierta en resentimiento y amargura. Porque, efectivamente, rebeldías hay muchas y no todas son exactamente constructivas.

Habría que empezar por preguntarse contra qué nos rebelamos. Y la respuesta es bastante sencilla: contra el mal, contra la injusticia, contra la mediocridad. Y, para ello, habrá que empezar por el propio corazón.

¡Quien no empieza por rebelarse contra sí mismo, pobre rebelde será! A mí me hacen mucha gracia esos rebeldes de café que ni estudian, ni trabajan, ni son justos con los que les rodean. Lo suyo no es rebeldía, cuando más son simples ganas de chinchar. Toda rebeldía verdadera empieza en el espejo.

La segunda gran pregunta es la que nos advierte sobre los peligros históricos de todas las rebeldías y nos obliga a estudiar con qué fuerzas y con qué alma contamos para emprenderlas. Porque hay dos hechos que la historia confirmó miles de veces: que de cada cien rebeldías (en lo político, en lo militar, en lo cultural) fracasaron, al menos, noventa, cuando no noventa y nueve. Y uno segundo aún más grave: que —como escribía Concepción Arenal— «de las pocas rebeldías triunfantes, ni una sola llena el objeto que, al rebelarse, se habían propuesto los rebeldes». La historia está dramáticamente llena de rebeldes que, al llegar al poder, se volvieron burgueses, o se fueron al extremo opuesto, o comenzaron a aplicar las mismas leyes que combatían. Lo mismo que está llena de rebeldes que, al fracasar, se convirtieron en simples resentidos. Hay que tener mucha cantidad de alma para soportar un fracaso. Y mucha más para sobrellevar una victoria. Sin ello se hace verdad la terrible constatación de Scherr: «Los rebeldes de ayer son siempre los déspotas de hoy».

Pero más importante es aún la tercera cuestión: qué tipo de rebeldía es la nuestra. Y aquí la respuesta —tajante— la dio Ortega y Gasset: «La única verdadera rebelión es la creación. Luzbel es el patrono de los pseudorebeldes».

Exacto: rebelarse para destruir es lo más fácil del mundo; decir «esto no me gusta», «esto hay que cambiarlo» es sencillísimo; lo peliagudo es saber por qué lo cambiamos, qué construirnos en su lugar.

En la historia de Buda se encuentra la historia de un bandido —Angulimal— que fue un día a matar al hombre de Dios. Y Buda le dijo: «Antes de matarme, ayúdame a cumplir un último deseo: Corta, por favor, una rama de ese árbol». Con un golpe de espada el bandido hizo lo que Buda le pedía. Pero éste añadió: «Ahora vuelve a ponerla en el árbol, para que siga floreciendo». «Debes de estar loco —respondió Angulimal— si piensas que eso es posible». «Al contrario —dijo Buda—, el loco eres tú, que te crees poderoso porque puedes herir y destruir. Eso es cosa de niños. El verdaderamente poderoso es el que sabe crear y curar».

«Crear y Curar», ésa es la verdadera rebeldía. Destruir el mundo, arrasar lo que no nos gusta, elaborar grandes proyectos, gritar contra el mal, eso es como un niño que, en la playa, se cree rebelde porque destruye de una patada un castillo de arena. Pero las rebeldías que el mundo necesita son las que crean, curan, ayudan, alivian, mejoran, alimentan a la humanidad. Los demás, los que se quedan en sueños y palabras, los que son muy agudos criticando, los que sólo saben lo que quieren destruir, son simples rebeldes de pacotilla.