31. Gente positiva

Me parece a mí que es en los hospitales donde la mayor parte de la gente muestra su verdadero rostro. En la calle, en los lugares de trabajo, uno puede caminar mostrando diariamente una máscara; pero en la antesala de un médico —y no digamos de un cirujano— uno abandona los controles hipócritas y se suele mostrar tal y como es.

Y es en los hospitales donde mejor se percibe la diferencia entre la gente positiva y la negativa. Vas por un pasillo y te encuentras amigos enfermos que te reciben con la bandera de la sonrisa desplegada. Todo va bien, te dicen. Sus problemas son tal vez serios, pero soportables.

No les han quitado ni las ganas de vivir ni las esperanzas. Y todos, según ellos, son gentes estupendas: médicos, enfermeras, todos.

Ésta es la gente positiva. Ante ellos también a ti te parece que tu enfermedad disminuyera. Y que el hospital fuera menos hospital.

Pero en la siguiente sala de espera está ya aguardándote la gente negativa. Dios nos libre de ella. Hay en los sillones próximos al mío dos señoras que, durante tres cuartos de hora, me asedian con su negativismo. No descansan un segundo de hablar de sus enfermedades, con todos los detalles, con la letanía de todos los horrores que tuvieron que atravesar, con los fallos que —según ellas— tuvieron médicos y enfermeras, con lo que —las pobrecitas— tuvieron que sufrir, con «no sabes lo que te espera, es horrible, es horrible».

Durante esos tres cuartos de hora siento que mi enfermedad crece. Yo, que había venido tan tranquilo, empiezo a tener miedo, me parece que mi imaginación está hurgando en mi estómago, tengo hambre, tengo ganas de huir del hospital. Y sé que oír a estas dos señoras contando cómo es la punción que me van a hacer es diez veces más doloroso que la punción misma.

Líbrenos Dios de estas andrómacas, que no saben otra cosa que ser profetizadoras de desgracias, masoquistas amedrentadoras del prójimo. ¡Pero, Dios mío, cuánta, cuánta gente hay como ésta!, o, si son pocos, ¡cuánto se hacen notar!

¡Cuánto envenenan los hospitales con su siembra de miedos!

¿Por qué lo hacen?, me pregunto. ¿Es que se sienten más importantes presumiendo de dolores? ¿Es que gozan viendo cómo todos los demás en las salas de espera vamos palideciendo ante sus descripciones?

Sí, es cierto: cada mes, cuando me toca pasar mi serie de controles médicos, temo más a las conversaciones de hospital que a los mismos controles. Toda una mañana hablando de enfermedades, oyendo hablar de enfermedades, es muchísimo más cansado que la misma enfermedad. ¡Debería estar prohibido hablar de la salud en esos ambientes! La mitad de los males se curarían. A no ser que te encuentres con esa gente positiva que mira el mundo con sonrisas y que —bendita sea— parece haber nacido para animar a vivir.