Espero que ustedes me permitan decir que una de las cosas que más me divierten —uno es un poco sádico, qué le vamos a hacer— es presenciar una discusión cuando en ella no tengo ni arte ni parte. Me apasiona ver a los contendientes, aguzando la inteligencia, tratando a toda costa de imponer sus puntos de vista.
Lo primero que observo es que ninguno de los contendientes escucha a su adversario. Si no le interrumpe y le deja hablar no es porque esté escuchándole; es porque, mientras el otro habla, lo que realmente está haciendo es preparar su siguiente respuesta, sin hacer, en cambio, el menor esfuerzo por oír las razones que el otro expone.
Lo segundo que veo es que los dos radicalizan sus posturas, van, incluso, mucho más allá de lo que piensan, porque lo que piensan se ve ahora reforzado por la necesidad de que el otro lo piense también.
Pero lo que observo con más frecuencia es que, normalmente, los dos que discuten tienen su parte de razón, de modo que, si uniesen sus razones en lugar de contraponerlas, tendrían juntos mucha más verdad que separados.
Cuando observo estas cosas siempre sonrío por dentro, pero me río no sólo de contendientes, sino también de mí mismo, porque descubro que eso mismo me ocurrirá, sin duda, a mí, cuando discuto.
Es cierto: todos defendemos «nuestra» verdad como si la verdad pudiera ser propiedad privada. Y creemos estar defendiendo la verdad cuando lo que realmente defendemos son los ojos con los que nosotros la vemos.
Por fortuna la verdad no es de nadie, porque comúnmente la verdad es de todos y todos tienen su parte de verdad que nos ayudaría, si fuésemos inteligentes, a completar la nuestra. Urs von Balthasar lo ha dicho perfectamente en el título de uno de sus libros: «La verdad es sinfónica». Es cierto: son muchas voces distintas las que componen una sinfonía. Son muchas verdades unidas las que caminan juntas hacia la única gran verdad definitiva.
Machado también lo decía en unos versos inolvidables: «¿Tu verdad? No. La verdad / Y ven conmigo a buscarla. / La tuya, guárdatela».
Efectivamente: siempre me interesarán más dos amigos buscando juntos la verdad común, que dos enemigos discutiendo como perros por imponer la propia.