26. ¿Electricista o poeta?

Entre las cartas que a veces recibo de muchachos me llama siempre la atención el ingenuo idealismo de muchos. Son chicos que tienen la imaginación llena de proyectos: van a ser grandes poetas, egregios escritores, creadores artísticos… Y a continuación me confiesan que van mal en sus estudios, que han empezado ya un par de carreras y las han dejado las dos, que no les gusta ninguna de las posibilidades que hoy se les ofrecen, que lo que a ellos les apetece es dedicarse a «crear», seguros de que nadie ha dicho todavía lo que ellos tienen que decir.

Leyéndoles recuerdo siempre aquella carta que Salvatore Quasimodo escribió a un muchacho y que tanto me impresionó a mí cuando también rozaba los dieciocho años. Tenía por entonces el poeta italiano una sección abierta de correspondencia en una revista italiana y, un día, recibió la carta de un joven obrero que, tembloroso, le aseguraba que el sueño de su vida era ser poeta. Y le exponía el proyecto de dejar su oficio de electricista para seguir la «carrera» de escritor. «Es verdad —añadía el muchacho— que mis padres, dos modestos obreros, me disuaden, pero pienso que lo hacen porque son viejos y no entienden a los jóvenes. Y, además, porque no han estudiado y para ellos los poetas siempre son unos desharrapados. Deme un consejo, profesor —concluía—. Decida usted lo que ha de ser mi vida. Haga de mí un poeta o un obrero especializado». Recuerdo aún el tono compasivo e irónico con el que Quasimodo respondía al muchacho. La ternura con que le explicaba que ser poeta no tenía nada que ver con la tarea celeste, gloriosa, soñada, que él se imaginaba. «Los poetas —le decía— no caminan sobre las estrellas, sino que son seres diariamente curvados sobre la tarea terrestre». Daba, por ello, la razón a los padres del muchacho y le decía que no hay que dejar de ser electricista para ser poeta.

Algo parecido tendría que decir yo a los muchachos que hoy me escriben. Nunca podrán ser auténticos «creadores» si ahora son malos estudiantes; nunca realizarán nada serio en su vida si hoy anteponen los sueños a la realidad. En todo caso, una obra creadora, literaria o artística se asienta siempre sobre una dura vida de trabajo, no sobre improvisaciones más o menos brillantes. Hay mucho que leer, mucho que escribir, mucho que aprender, mucho que tachar para, al final, poder escribir algunas líneas que se sostengan en pie. Incluso son muy pocos los escritores y los artistas que se alimentan de su obra creadora. Los más, al menos al principio, han construido su obra al respaldo de otra carrera que les permite sobrevivir.

No es fácil, no, vivir de la pluma. A no ser que, además de la poesía, se tenga una granja avícola.