CONCLUSIÓN
Alma Javot recibió la carta de sir James Tynewood y lloró.
—Se ha portado muy bien —dijo a Javot—; pero yo pienso volver a Londres a trabajar en el teatro. Estará bien en los carteles Alma lady Tynewood.
—Todavía te meterán en la cárcel —replicó Javot—. Te llamarás Alma Trebizond, o hablaremos tú y yo.
Había un brillo en los ojos de Javot que ella ya había visto antes.
—De todos modos, no me quedaré aquí —contestó ella—. Si no puedo ser lady Tynewood de Tynewood, menos seré mistress Javot de Tynewood.
—Puedes ser mistress Javot de Kesington, si quieres —dijo su apacible esposo—, y con tal que te portes bien, no tienes por qué tener miedo. Yo me quedaré aquí cuidando de los cerdos. Puedes venir a pasar el fin de semana de un modo decente.
Ella le miró, sorprendida.
—Los años te vuelven cariñoso, Javot.
—Hazme una de tus monadas y verás —replicó Javot, sonriendo—. Pero ésta es la vida que me gusta, Alma, entre rosas y abejas. Esto es vivir.
—Para mí, no.
—Lo será desde el sábado al lunes —dijo Javot; y su esposa accedió, pero no sin resistencia.
Mistress Stedman estaba ofendida. Había descubierto que su yerno era un baronet del Reino Unido, y había pensado ocupar ella el ala Este de Tynewood Chase.
—No hay ala Este, mamá —dijo Marjorie—. Además —siguió con esfuerzo—, yo no voy a vivir allí.
—¿Que no vas a vivir allí? —preguntó su madre, asombrada—. ¿Estás loca?
—Mi marido vuelve a África.
—¡Y te deja! ¡Qué tontería! Ya hablaré yo con él acerca de eso.
—No harás nada de eso, madre —dijo la joven, con calma—. Yo puedo cuidar de mis propios asuntos, sin que nadie me ayude.
Los ojos de mistress Stedman se llenaron de lágrimas.
—Comprendo —dijo amargamente—. Hasta mi propia hija se vuelve contra mí. ¡Se ha pasado al bando de su esposo!
—No seas tonta, mamá —respondió Marjorie riendo—. El vuelve a África; de modo que yo no tengo nada que hacer en Chase. ¿Verdad, James?
—Jimmy me suena mejor —dijo sir James Tynewood, que había entrado en aquel momento—. No, en varias semanas, y aun meses, no iremos a vivir a Chase; pero he desistido de mi viaje a África. ¿Le importará que me quede aquí, mistress Stedman?
—Encantada, sir James —respondió la suegra.
—Y más tarde —dijo sir James Tynewood— vendrá usted a Chase con nosotros. Construiremos un ala Este que tendrá una vista preciosa.
Mistress Stedman miró triunfalmente a su hija.
—Has estado oyendo —afirmó Marjorie, cuando su madre se hubo ido.
—Claro que sí. Me paso la vida con el oído pegado a las puertas —repuso sir James.
—¿Y no vuelves a África del Sur?
—Me quedaré aquí —dijo Jim.
Hubo una pausa.
—¿Cuánto tiempo tardaremos en poder ir a Chase? —dijo ella.
—Semanas y semanas —contestó, con amabilidad, Jim—. ¿Estás segura de que a tu madre no le molesta que me quede aquí?
—Está encantada por tener un verdadero baronet en la casa —dijo la joven—. Pero ¿no es muy húmeda tu habitación?
—No, no mucho —repuso él, sorprendido—. Jamás he visto ninguna señal de humedad.
—¿No es tremendamente incómoda? —dijo ella.
—De ningún modo —replicó Jim—. Nunca me he quejado.
—¿No tienes a veces deseos de levantarte y de calentar té en una estufa eléctrica? —preguntó Marjorie, ya desesperada.
James Tynewood sonrió y la cogió por una oreja.
—Lo haremos —dijo.