SIR JAMES TYNEWOOD HABLA
Yo siempre he sido desde mi juventud un vagabundo —dijo Pretoria Smith—. Heredé la baronía cuando tenía diecisiete años y aún estaba en Eton. De Eton salí para África y venía muy poco a Inglaterra. La caza me entusiasmaba; y era un suplicio para mí el tiempo que había de permanecer en casa. Mi madre volvió a casarse, después de la muerte de mi padre, y tuvo un hijo, Norman Garrick. Sir John Garrick era su segundo esposo.
»Norman era un muchacho muy rebelde; pero yo le quería, y cuando mamá murió, me hizo prometer que cuidaría de él. Su esposo había fallecido doce meses antes, y el chico quedó bajo mi custodia. No puedo decir que cumpliera los deseos de mi madre al pie de la letra. Supongo que mi egoísmo y el deseo de satisfacer mis aficiones me sacaron de Inglaterra y dejé al muchacho abandonado a sí mismo.
»No sé cómo fue, pero el caso es que Norman, que era muy vanidoso, conoció a gente de teatro y debieron presentarle o presentarse él mismo como si fuera sir James Tynewood. Lo podía hacer sin peligro, porque a mí me conocía muy poca gente. Yo pasaba casi todo el tiempo en el extranjero; y Norman era más conocido, aunque se educó en el Continente e iba tan poco por casa como yo. El pobre muchacho perdió la cabeza. Gastó más de lo que tenía. Fal… falsificó mi nombre —Pretoria Smith había vacilado—. Sí, es mejor decir la verdad. Realmente disipó cien mil libras de mi fortuna, la mayor parte de las cuales fueron a parar a manos de esa aventurera, Alma Trebizond, como ella se hace llamar, cuyo verdadero nombre es Alma Javot.
»Vanee, el abogado, descubrió que Norman se hacía pasar por mí, y le envió una carta por medio de ti —curiosa coincidencia— para decirle que yo volvía al día siguiente y que lo mejor sería dejar a sus amigos y volver a la finca. Pero Vanee ya le había amenazado antes, y creyó que esto era otra falsa alarma.
»Ignoro qué procedimiento emplearon para hacer que se casara con Alma Trebizond; pero realmente la boda se celebró y salió en los periódicos. Me enteré del matrimonio cuando el Balmoral Castle llegó a Southampton. Había estado cazando en Sudáfrica; el doctor Fordham me llevó el periódico, y los dos adivinamos lo ocurrido. Yo no sabía qué hacer. Nos alojamos en el Gran Hotel Occidental. Yo di el nombre de mi hermano, porque, indudablemente, con la publicidad que se había dado a aquella boda, si yo decía mi propio nombre, todo el fraude se hubiera descubierto.
»Fui directamente a Londres…, tu me viste. A la tarde siguiente llegué a Tynewood Chase. Entre tanto, Alma había leído los diarios y había visto en uno una alusión al famoso collar de los Tynewood, que es una joya nuestra. Se despertó su ambición y exigió a mi hermano que le entregara inmediatamente ese collar, el cual estaba en mi casa de Banca. Pero el pobre Norman, creyendo que lo guardaba en la caja de caudales de Tynewood Chase, fue allí, y estaba rompiendo una madera para abrir la caja, cuando llegamos Fordham y yo. Yo había citado a Norman en Londres, pero él faltó a la entrevista. Creo que tenía el desesperado proyecto de coger el collar y escaparse con Alma.
»Discutimos un poco, yo sin mucho calor, me alegro al recordarlo ahora, y entonces Norman rompió a llorar y me contó la verdad; las falsificaciones, su casamiento y las demás locuras. Mientras hablaba, algo nos interrumpió. Llamaron a la puerta, y como no había criados en la casa, fue Fordham a hacer pasar a Marjorie.
»Cuando volvió me encontró al lado del pobre Norman, que estaba sentado con la cabeza entre las manos. Creo que debía de tener en aquel momento el revólver en la mano, porque antes que pudiera yo comprender lo que sucedía, se oyó un tiro y él cayó al suelo.
»Yo comprendí que mis reproches le habían obligado a suicidarse…, y de ahí las frases que me oíste pronunciar. Fordham se portó magníficamente. Arriesgó su carrera, dándome un certificado de muerte natural, y mi hermano fue enterrado en la capilla, como tú sabes.
»Yo nada tenía que hacer sino marcharme en seguida y hacer lo que pudiese por guardar el secreto de Norman. Desde aquel día, como si hubiera muerto. Hablé con Varice y le dije que pasara una pensión a Alma, pero que no la dejaran entrar en Chase; y salí al día siguiente para África. Y ésta es toda la historia —dijo Pretoria Smith—, porque ya se sabe cómo anduve por El Cabo y llegué a conocer al tío Salomón.»
Marjorie le miró con los ojos abiertos, sin interrumpirle; y cuando hubo acabado, lanzó un largo suspiro.
—¡Sir James Tynewood! —dijo—. ¡Es maravilloso! Pero ¿quién era Jot? ¿Recuerdas ese nombre?
—Yo soy Jot —repuso sonriendo él—. Son mis iniciales: James Oliver Tynewood. En Eton me llamaban Jot, y siempre fui Jot para Norman. Debías haberlo adivinado.
—¿Que eras tú sir James? ¿Cómo? —preguntó ella, sorprendida.
—¿No sabes que es tradición en la familia que solo los Tynewood pueden casarse en nuestra capilla?
Ella asintió.
—Es maravilloso —dijo—. Aún no puedo creerlo.
—Su excelencia se acostumbrará, tarde o temprano —dijo él; y ella se ruborizó.
—¿Mi excelencia? —repitió—. ¡Ah!, claro, yo…
—Tú eres lady Tynewood —repitió Pretoria Smith.
—Estoy tan sorprendida…
Él sonrió.
—¿Crees que si te besara desaparecerían las sombras de tu cerebro y verías las cosas con claridad?
—No sé —replicó ella, débilmente—; pero puedes probar.