22

LADY TYNEWOOD TIENE UNA IDEA

Lord Wadham vio con una mirada de lástima desaparecer el automóvil. Luego, dando una propina al criado, anduvo lentamente por la avenida y cruzó la verja. Conocía al viejo que estaba allí, y contestó a su saludo.

—Qué, Hill, ¿hay noticias del señor?

—No, milord —repuso el otro—. Pero volverá uno de estos días.

—Triste asunto, Hill.

—En efecto, milord; y solo los que están enterados de todo saben bien lo triste que es.

—¿Tú estás enterado, Hill?

—No, milord —repuso el criado, mirando hacia otra parte.

—Creo que eres un embustero —repuso lord Wadham de buen humor—, pero si guardas bien los secretos de tu amo llegarás a viejo. ¡Ojalá tuviese algunos criados como tú! A propósito, ¿qué le sucedió al hermano de sir James?

—Al hermanastro, milord —dijo Hill.

—Eso, al hermanastro. Era un muchacho simpático también.

—Murió, milord, hace años. De fiebre…, fiebre tifoidea, eso es.

—¿Cuánto tiempo hace?

—No puedo decírselo, milord —contestó Hill—. Allá, cuando sir James se fue a Londres… y se casó. Quizá antes, o después; no puedo acordarme. El doctor Fordham le asistió; aquél era gran amigo de sir James; se marchaba a veces con él al extranjero.

—¿Fordham? ¿Fordham? —dijo el lord, frunciendo las cejas—. No me acuerdo de ese doctor.

Lord Wadham abría y cerraba distraídamente su paraguas.

—¿Ves por aquí a lady Tynewood? —preguntó, y el criado contuvo una sonrisa.

—Sí, milord. Milady viene a veces aquí, pero no la dejamos entrar.

—Sigue la misma orden, ¿en? —dijo lord Wadham.

—Ella está aquí precisamente en este momento —dijo el guarda, haciendo un gesto—. Ha venido cuando la gente de la boda.

Y señaló a un recodo, donde se veía una rueda y buena parte del coche de lady Tynewood.

Alma Tynewood era una mujer lista. Tenía una imaginación que le permitía prever sucesos en los que otra persona no soñaría siquiera. Si lord Wadham, al preguntarse por qué se habían plantado delante de la verja de Tynewood Chase se había contestado que para contemplar por curiosidad la boda, había cometido un error. Fue Wadham en persona quien le había llamado la atención a ella. Tenía una voz estentórea, que llegaba hasta muy lejos, como lady Tynewood sabía muy bien.

Y también sabía que lord Wadham conocía al más antiguo de los criados de los Tynewood, y que si hablaban algo, ella podría enterarse de la conversación. Ciertamente, hizo un descubrimiento de mucha importancia, pero por casualidad. Había oído hablar por primera vez de un hermano. ¿Quién era ese hermano que había muerto?

Ahora ya tenía una pista. El nombre del doctor Fordham había llegado hasta ella. Fordham era amigo de sir James y conocería probablemente a toda la familia.

Lord Wadham tuvo que cruzar la carretera para ir hacia su coche, que estaba algo más allá.

Quería evitar todo encuentro con lady Tynewood; pero ésta lo había pensado de otra manera; y se plantó en medio del camino.

—Buenos días, lord Wadham —dijo, con amable sonrisa, mientras él se quitaba el sombrero.

—Buenos días, lady Tynewood —repuso el lord, y añadió no sin malicia—: ¿Ha estado usted en la boda?

Ella sonrió.

—Desgraciadamente, no me dejan entrar en mi propia casa —dijo—; pero los he visto salir. Míster Pretoria Smith parecía un poco… indispuesto, ¿verdad?

—Ha…, ha estado algo indispuesto —repuso el lord—, pero no noté en él nada anormal.

La cínica sonrisa que brillaba en el rostro de ella le irritó, y quitándose de nuevo el sombrero trató de pasar adelante; pero Alma volvió a detenerle.

—Lord Wadham, ¿es usted acaso amigo de miss Stedman?

—En efecto, soy amigo de mistress Smith —dijo él con intención.

—Llámela como quiera…, para mí no es más que una mensajera de una casa de abogados de Londres —respondió ella, encogiéndose, indiferente, de hombros—. Pero como es usted su amigo, quizá le agrade verla libre de ese hombre. Y si lo que dicen los criados es verdad…

El viejo par sonrió.

—Los casamientos son difíciles de disolver —dijo con calma—, como probablemente sabrá usted.

Ella le vio desaparecer; y volvió al lado del enfadado Javot, que estaba sentado en un estribo del coche.

—¿Qué querría decir con eso?

—¿Con qué? —preguntó irritado Javot—. ¿Es que vas a tenerme aquí todo el día?

—Los casamientos son difíciles de disolver.

—¿Y acaso no es verdad?— preguntó Javot, riendo estrepitosamente.