LADY TYNEWOOD HACE UNA VISITA
Lady Tynewood entró en su comedor e impidió a August Javot que siguiera leyendo la reseña de las carreras del día. Javot era el mismo hombre alto y delgado de siempre, por el que no parecían pasar los años. Aunque su apellido era francés, su familia procedía del norte de Inglaterra, si bien ninguno de sus miembros se enorgullecía de ello. Se suponía que era el secretario y factótum de lady Tynewood, pero su actitud hacia ella no era la de un criado.
Cuando Alma entró en el cuarto, a pesar de la cruda luz de la mañana, su rostro, sin arreglar, era muy agradable de ver.
—Javot —dijo.
Él no se movió.
—Javot —repitió, y éste se volvió, lanzando un suspiro de resignación.
—¿Por qué me interrumpes? —gruñó—. Ya sabes que me molesta cuando estoy leyendo algo de deportes.
Alma sacó un cigarrillo de un estuche lujoso y lo encendió.
—Javot, ¿te acuerdas de lo que te dije anoche acerca de los sucesos de County Hall?
—Me acuerdo —dijo él—. Hubo jaleo, ¿no? Ese sudafricano entró y lo echaron…
—Lo acompañó hasta la puerta el príncipe de la sangre —respondió Alma sardónicamente—. A quien echaron fue a Lance Kelman.
—Es un idiota.
—Pero puede servirnos —contestó con calma lady Tynewood—. Está medio enamorado de esa muchacha. Yo la odio.
Javot se recostó en la silla, se metió las manos en los bolsillos del pantalón y sonrió.
—Es muy linda —dijo pensativamente—, muy linda realmente. Me acuerdo… —se detuvo. Javot no era comunicativo ni aun con lady Tynewood. Había reconocido a Marjorie la primera vez que la vio, y se asombraba de que ella no recordara su cara—. Va a casarse con ese minero, ¿no? —añadió—. Uno de esos diamantes en bruto que solo necesitan un poco de educación.
Alma se sentó en la mesa, balanceando las piernas y lanzando bocanadas de humo.
—Fui a Tynewood Chase ayer —dijo— y no me dejaron entrar.
—Eres tonta por ir —repuso el otro fríamente—. Te he dicho una docena de veces que no lo hagas. ¿Por qué no esperas? Más pronto o más tarde, Tynewood morirá, y toda la finca pasará a nuestro poder. Junto con el famoso collar de los Tynewood —añadió significativamente.
Ella no contestó, siempre sumida en sus pensamientos.
—Me gustaría ver a ese Pretoria Smith —dijo—. Es una de esas personas vagabundas que quizá haya encontrado a James. Tiene una cara enérgica —murmuró—. No sé…–se detuvo a tiempo.
—¿Qué es lo que no sabes? —preguntó él con desconfianza.
—Nada —repitió Alma—. Pero podía darnos algunos informes, ¿no crees?
—No es probable —dijo Javot—. Te digo que no te preocupes de sir James Tynewood. Te pasan una buena renta, y eres lo bastante joven para poder aguardar un año o dos. No me harás creer —añadió con sarcasmo— que te preocupas por él porque le amas, ¿verdad? Le conociste solo unas semanas y él estaba borracho cuando se casó contigo.
—Eres un descarado, Javot —Alma saltó de la mesa, pero no había en su voz ningún signo de enfado—. Claro que él estaba borracho cuando se casó conmigo; si no, no lo hubiese hecho. Si no le hubieras tenido toda la noche jugando a las cartas, dándole absenta y coñac, y si no le hubieras llevado completamente aturdido al Juzgado de Marylebone Road, no me hubiese casado con él y no estaríamos a estas horas viviendo tranquilamente aquí, en Monk House.
Javot se rascó una mejilla.
—Confieso que tienes razón. Pero es precisamente lo que yo estoy diciéndote. No te preocupes por él…
—Es que lo que necesito —replicó Alma— es tener pruebas de su muerte, Tú y yo hemos llevado una vida ruda, Javot, y sabemos lo que dura esa gente que bebe tanto y comete tantas locuras. Un clima extremado le mataría en seguida.
—Si tuviésemos una fotografía suya que hacer circular —afirmó Javot pensativamente—, podríamos obtener alguna noticia. Pero, por lo visto, jamás se retrató. Yo he ido a todos los buenos fotógrafos de Londres, y siempre me han contestado lo mismo.
—Pues no debe de ser muy difícil dar con él —insistió la otra—. Ya te acordarás de que le faltaba el dedo meñique de la mano izquierda.
Javot asintió.
—Un tiro de fusil se lo llevó cuando era niño.
Javot había vuelto a coger el periódico y solo contestó con un gruñido. Alma le miró y se echó a reír.
—Me voy —dijo.
—¿Adonde? —preguntó él.
—A ver a nuestra querida Maud Stedman.
—¿Qué hay del dinero?
—Le he escrito pidiéndoselo… Le dije que tenía muchos gastos…
—¿Crees que pagará? —preguntó Javot, que siempre se interesaba por los asuntos financieros.
—Estoy segura. Su hija va a casarse con un hombre rico… Lance me lo dijo anoche. Fui tonta pidiéndole el dinero; pero envié la carta antes de hablar con Kelman. No debí disgustarla; por eso voy a decirle ahora que no me importa esperar.
Se echó a reír, y Javot hizo un gesto de aprobación.
Mistress Stedman estaba dando de comer a los pájaros cuando lady Tynewood apareció en la avenida con un elegante traje de paseo y balanceando un bastón. La madre de Marjorie besó cariñosamente a su visitante.
—¡Oh querida Alma! Ese dinero…
—Amiga mía —repuso Alma con su sonrisa más dulce—, no hablemos de ello. He logrado saldar todas mis cuentas sin molestar a mis amigos; de modo que esa carta como si no hubiese sido recibida. Ahora quisiera tomar una taza de té. Me entusiasma el té por las mañanas.
Mistress Stedman hizo un gesto misterioso y señaló a la casa.
—Querida —dijo, bajando la voz, aunque no hacía falta, porque estaba a más de cincuenta yardas de la ventana más cercana—, no podemos entrar. Él…, él está ahí.
—¿Él? —repitió Alma, intrigada—. ¿De qué él estás hablando?
—Del novio de mi hija. De… míster Pretoria.
—Precisamente tengo muchas ganas de verle —exclamó Alma; y cruzó el jardín.