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EL HOMBRE QUE NO CONOCIÓ A NADIE

Míster Vanee, de la conocida casa de procuradores Vanee y Vanee, estaba sumido en el trabajo de un día agitado cuando recibió una visita. Al ver la tarjeta alzó las cejas.

—Que pase miss Stedman.

Se levantó y salió a su encuentro.

—¡Placer inesperado, miss Stedman! —dijo, cerrando la puerta detrás de la joven—. Espero que no haya usted venido para hacer alguna consulta.

—Precisamente para eso, no —replicó ella, sonriendo.

—He oído grandes cosas acerca de lo que había usted progresado en el campo —dijo Vanee—. Siéntese. Me alegro mucho de volverla a ver. Jamás tendré una secretaria como usted. Sí, he oído cosas magníficas; me han dicho que ha recaudado usted mucho dinero para el Hospital Provincial. Y que le van a dar un banquete de homenaje… ¿O se lo han dado ya?

—No es, precisamente, un homenaje —respondió Marjorie, sonriendo—. Nos felicitaremos mutuamente, y yo seré una de las participantes. Míster Vanee —añadió, en tono más serio esta vez—, ¿ha conocido usted a mi tío Salomón?

—Creo haberle dicho que le vi una vez —afirmó Vanee—. Solo conservo un vago recuerdo.

—¿Sabe usted que ha hecho una gran fortuna?

Vanee asintió.

—Me dijo usted eso en una carta, y la felicito. Pero ¿qué pasa? —se apresuró a preguntar—. ¿Lo ha perdido todo?

Ella negó con la cabeza.

—Hay momentos en que me alegraría de que fuera así —dijo tristemente—. No; lo único que ha hecho es…–titubeó —querer mandar en mi vida.

Vanee pareció un poco perplejo; pero luego comprendió.

—¿Le ha elegido a usted un marido? —preguntó.

—Efectivamente.

—¿Y quién es el afortunado mortal?

—Alguien a quien conoce usted muy bien —respondió ella.

La medio esbozada sonrisa desapareció del rostro del abogado.

—¿A quien yo conozco? Habla usted muy misteriosamente, miss Stedman. ¿Es amigo mío?

—No lo sé…, pero yo he hablado con él en este despacho… Míster Smith de Pretoria.

Vanee se levantó del asiento y a su rostro asomó una expresión de duda.

—¿Míster Smith de Pretoria? ¡Imposible! —replicó.

—¡Ojalá! —dijo ella, divertida, a pesar suyo, al ver la sorpresa del abogado, y un poco turbada también.

En pocas palabras, Marjorie contó todo. La llegada de la carta de su tío y su conversación con su madre. Las circunstancias no permitían callar los secretos de ésta, y así, la joven habló francamente de la debilidad de mistress Stedman.

—Me deja usted atónito —dijo el abogado, cuando ella terminó—. No tenía ni idea de que míster Smith viniese para Inglaterra.

Meditó un momento, y la joven se fijó en su rostro, observando la emoción que aquella noticia le había causado.

—Le quiero preguntar a usted una cosa, míster Vanee, y le ruego que conteste con sinceridad… Esto parece brusco; pero se trata de algo tan importante para mí…

—¿Qué quiere usted preguntarme? —preguntó él con calma.

—Esto —dijo ella, hablando despacio—: ¿Qué significa aquella escena que yo presencié en Tynewood Chase hace cuatro años?

Él se calló.

—A eso no puedo contestar, miss Stedman —dijo al fin—. Lo siento, pero hacerlo sería traicionar la confianza de un amigo y manchar el brillo de un antiguo apellido.

—¿El de los Tynewood? —se apresuró a preguntar ella.

Él asintió.

—Entonces quizá quiera usted contestar a esto otro —prosiguió la muchacha—: Si me caso con Pretoria Smith, me caso con el hombre que ha obligado a sir James a desaparecer…; no quiero decir que le ha asesinado —añadió inmediatamente—, sería demasiado horrible. Aunque sé que sir James ha muerto; no obstante, he sido fiel a mi promesa de no hablar jamás de los sucesos de Tynewood.

Él asintió. Había en sus ojos una expresión de tranquilo respeto.

—Le estoy muy agradecido, miss Stedman —dijo—, y cuando sir James vuelva de su retiro lo estará también.

La otra le miró fijamente.

—Sir James Tynewood ha muerto —repuso, y Vanee abrió los ojos.

—Repito —contestó en el mismo tono de voz— que cuando sir James vuelva de su retiro le estará agradecido también.

La joven se acercó algo más a la mesa y apoyó es ella sus dos manos cruzadas.

—Voy a ser franca con usted, míster Vanee —dijo—. Sé que sir James Tynewood ha muerto. Entré por casualidad en su despacho cuando hablaba usted de ello con el doctor Fordham.

El viejo abogado se levantó del sillón y paseó por el cuarto con la cabeza inclinada y las manos en la espalda. De repente se detuvo frente a Marjorie.

—¿Va usted a casarse con Pretoria Smith? —preguntó.

Ella se encogió de hombros.

—¿Qué otra cosa puedo hacer?

Vanee se acarició pensativamente la barbilla.

—Podría usted hacer cosas mucho peores —dijo rotundamente—. Pretoria Smith es un hombre honrado y viene de muy buena familia.

—¿Se llama Smith? —preguntó ella.

—¿Es que hay alguien que se llame Smith? —replicó Vanee, de buen humor—. En fin, miss Stedman —apoyó su mano en el hombro de ella—, ¿querrá usted aceptar el consejo de un viejo amigo?

—¿Qué consejo me da usted?

—¡Cásese con Pretoria Smith! —fue la extraordinaria respuesta.

—¡Casarme con un borracho! —dijo ella, despectivamente.

—¡Un borracho! —exclamó él, asombrado—. ¿Pretoria Smith un borracho? —añadió, con voz incrédula—. ¿Qué quiere usted decir?

—Mi primo Lance Kelman, que estuvo en África, conoce a ese hombre mejor que usted —dijo ella—. Me dijo que había visto muchas veces a Pretoria Smith dando tumbos por la ciudad, completamente ebrio.

Marjorie estaba disgustada con el abogado, e irritada y atónita, porque le hubieran aconsejado que se casase con Pretoria Smith. Contempló con aire de triunfo la expresión de desaliento que asomó al rostro de Vanee.

—¿Querría usted decirme —prosiguió la joven— cuál es su nombre? No puedo casarme con él sin saberlo.

El abogado vaciló, se frotó la barbilla, perplejo.

—Si se lo digo será previa promesa de que no se lo contará jamás a Pretoria Smith ni a ninguna otra persona.

—Lo prometo —dijo en seguida ella.

—Se llama —exclamó pausadamente el abogado— Norman Garrick.

—Norman Garrick —repitió ella; y luego, teniendo una inspiración repentina, añadió—: ¿Era pariente del… muerto?…

Sintió que el nombre de Tynewood sería inoportuno en aquel momento. Vanee volvió a titubear.

—Hermanastro suyo —dijo, en voz baja—; no puedo decirle más.

Míster Vanee habló entonces de la vida en el campo y del próximo banquete, y la joven se despidió por fin. En el despacho exterior se detuvo para hablar con el primer empleado, antiguo amigo suyo.

—Me acuerdo de los viejos tiempos al verla a usted, miss Stedman —dijo él, sonriendo—. No hemos tenido a nadie en la oficina con quien fuera más agradable trabajar que con usted.

—Si está usted muy ocupado —replicó ella sonriendo— vendré a ayudarle.

—¡Ojalá! Tengo aquí una de cosas que hacer…

Realmente, el escritorio estaba lleno de montones y montones de papel.

—Siempre fue usted muy desordenado, Hermán —dijo ella, y maquinalmente comenzó a arreglar los documentos como había hecho tantas veces.

Al coger un papel se fijó en un montón atado con una cuerda roja y lo cogió para ponerlo al lado de los otros. Casi sin fijarse, leyó: «Para el asunto de Norman Garrick».

Dejó caer los papeles, lanzando un ligero grito, y miró al empleado.

El otro la miró extrañado, y metió el montón de papeles en un cajón.

—Uno de nuestros clientes —repuso indiferente—, o, por lo menos, lo era. Murió hace tiempo.

Dos minutos más tarde, Marjorie bajaba la escalera de la casa completamente aturdida.

Pretoria Smith era Norman Garrick… ¡Y Norman Garrick había muerto! ¿Quién era entonces Pretoria Smith? Un hombre que… ¡no era nadie!