XXV

EN MEDIO DE LAS BRUMAS

Eran las once y media. De no ser la oscuridad tan completa y tan espesa la bruma, se hubiese podido ver a distancia de una o dos millas la luz del barco en el estay del mástil de trinquete.

Nada se veía; ni la masa del barco, ni la claridad del farol. Lo único que Will Mitz sabía era que aquél, desde que cesó de avanzar, se encontraba al Norte. A esta parte se dirigió, pues, el bote, con la seguridad al menos de que se alejaba del Alerta.

La bruma facilitaba la huida. A falta de viento, en aquel mar como un espejo se hubiera llegado al barco en media hora, de no marchar Will Mitz a la ventura, por así decirlo.

Los fugitivos podían reconstituir desde su principio el drama, cuyo desenlace no se hubiese hecho esperar.

—¡De modo —dijo Hubert Perkins— que los piratas del Halifax se apoderaron del Alerta!

—Y en tanto se les buscaba en el barrio del puerto —añadió Niels Harboe—, ellos conseguían llegar a la ensenada de Farmar.

—Sabían, pues, que el Alerta estaba en disposición de partir y que a bordo no había más que el capitán Paxton y sus tripulantes —dijo Alberto Leuwen.

—Sin duda —convino Roger Hinsdale—. Los periódicos habían anunciado la partida para el treinta de junio, y precisamente la víspera se habían escapado esos bandidos de la cárcel de Queenstown. Han jugado el todo por el todo.

—Y —dijo Axel Vickborn— en la noche que precedió a nuestro embarco, el desdichado capitán Paxton y sus hombres fueron sorprendidos, asesinados y arrojados al mar.

—Sí —añadió John Howard—, y el cuerpo de uno de ellos fue el que la corriente arrastró a la playa, donde fue encontrado, como se avisó a la Barbada.

—¡Recordad la audacia de ese Markel! —exclamó Tony Renault—. ¿No ha declarado al oficial del Essex que había perdido uno de sus hombres en la bahía, y no ha añadido que la puñalada recibida por el pobre Bob le sería probablemente inferida por los bandidos del Halifax? ¡Miserable…! ¡Ojalá le prendan, le condenen, le ahorquen y con él a todos los suyos!

Este diálogo, sostenido mientras la canoa avanzaba hacia el Norte, demuestra que los pasajeros del Alerta nada ignoraban ya de las circunstancias en las que se había efectuado el asesinato del capitán Paxton y de sus hombres. Cuando ellos embarcaron, Harry Markel y los bandidos estaban ya en posesión del barco.

Hubert Perkins preguntó:

—¿Y por qué el Alerta no se dio a la mar sin aguardar nuestra llegada?

—Por falta de viento —respondió Luis Clodión—. Recordarás que durante dos días la calma era tan grande como la de hoy. En nuestra travesía de Bristol a Cork no tuvimos un soplo de brisa. Evidentemente, Markel pensaba darse a la vela en cuanto perpetrase su crimen, pero no pudo hacerlo.

—Y el miserable se decidió a representar el papel del capitán Paxton —afirmó Roger Hinsdale.

—¡Pensar que desde hace dos meses vivimos en compañía de esos canallas…, de esos asesinos, y que han tenido la habilidad necesaria para hacerse pasar por gente honrada! —exclamó Tony Renault.

—¡Oh! —dijo Alberto Leuwen—; nunca nos inspiraron gran simpatía.

—Ni aun Corty, que tan amable se mostraba con nosotros —declaró Axel Vickbom.

—Y todavía menos Harry Markel, que no nos daba buena idea del capitán Paxton —añadió Hubert Perkins.

Will Mitz les escuchaba… Nada les faltaba ya por saber, y recordaban, no sin vergüenza y cólera, los elogios que habían hecho del capitán Paxton y de los tripulantes, las palabras de agradecimiento que les habían dirigido y la gratificación concedida por la señora Seymour a aquella banda de malhechores.

¿Y no era el señor Patterson el que más pródigo se había mostrado en estos elogios, empleando los términos pomposos de su énfasis habitual?

Pero a aquella hora el mentor no pensaba en volver sobre lo pasado, ni en lo que había podido decir en honor del capitán. Sentado en el fondo de la canoa, oía apenas las observaciones que en torno suyo se hacían; de pensar en alguien, sin duda hubiera sido en su amante esposa.

Realmente no pensaba en nada.

Se hizo esta última pregunta; ¿por qué, después de recibir a bordo a los pensionados de la «Antilian School», Harry Markel no se había desembarazado de ellos desde el principio de la travesía, a fin de dirigirse a los mares del Sur?

Luis Clodión dio la siguiente respuesta:

—Yo creo que Markel tenía la intención de deshacerse de nosotros cuando el Alerta se encontrase en alta mar; pero, falto de viento, obligado a permanecer junto a la costa, habrá sabido que cada uno de nosotros tenía que recibir una cantidad en la Barbada, y con increíble audacia ha llevado el Alerta a las Antillas.

—Sí —dijo Will Mitz—. Sí, ése debe de ser el motivo, y el deseo de apropiarse de ese dinero les ha salvado a ustedes la vida…, suponiendo que esté a salvo —murmuró, pues la situación se agravaba sin que él dejase ver su inquietud.

En efecto; desde hacía una hora el bote erraba entre la bruma, sin haber encontrado el navío, por más que hubiese marchado en dirección a él.

Will Mitz carecía de brújula y tampoco podía guiarse por las estrellas, y había transcurrido más tiempo del preciso para llegar al barco. ¿Qué hacer, si lo habían rebasado? ¿Volver hacia el Este o hacia el Oeste? ¿No sería correr el riesgo de encontrarse en aguas del Alerta? ¿No era mejor esperar en alta mar a que la bruma se disipase, lo que tal vez sucedería al amanecer, es decir, transcurridas cuatro o cinco horas? El bote se reuniría entonces con el navío, y aun cuando los fugitivos hubieran sido vistos por el Alerta, Harry Markel no se atrevería a perseguirlos, y él y sus compañeros estarían en situación comprometida.

Verdad es que hasta entonces tal vez la brisa habría permitido al Alerta alejarse con rumbo al Sudeste. Will Mitz comprendía ahora el motivo por el cual Markel había puesto la proa en esta dirección. Si, por desgracia, el otro barco había continuado su camino en sentido opuesto, al amanecer estaría lejos, y, en tal caso, ¿qué sería del bote con los once pasajeros que llevaba, a merced de las olas y del viento?

Will Mitz maniobró en forma de permanecer tanto como fuera posible a larga distancia del Alerta.

Transcurrió una hora sin novedad. Viva inquietud comenzaba a manifestarse en alguno de los fugitivos. Llenos de esperanza al partir, se decían que antes de media hora estarían en seguridad; pero ya habían pasado dos y seguían buscando al barco en medio de la más profunda noche.

Luis Clodión y Roger Hinsdale mostraban gran energía y animaban a sus compañeros cuando lanzaban alguna queja o mostraban algún desfallecimiento. El señor Patterson parecía no darse cuenta de nada.

Will Mitz les secundaba.

—Hay que tener esperanza —repetía—. El viento no se ha levantado y el navío debe de estar allí. Cuando con el día se disipen las brumas le veremos, y entonces nuestra barca estará lejos del Alerta, y en unos cuantos golpes de remo llegaremos a bordo.

A pesar de lo que decía, Will Mitz experimentaba extraordinaria ansiedad al pensar en la posibilidad de que los bandidos hubiesen descubierto la huida de los pasajeros, y de que Harry Markel se hubiera embarcado en el otro bote para perseguirlos. ¿No tenía aquel miserable gran interés en apoderarse de ellos? ¿No corría el riesgo de ser perseguido por aquel barco, más rápido y seguramente más fuerte que el Alerta, y cuyo capitán estaría al corriente de lo que sucedía?

Will Mitz prestaba atento oído a los más leves ruidos.

A veces creía oír el que forman los remos a corta distancia; lo que hubiera indicado que el otro bote del Alerta les perseguía.

Entonces ordenaba que no se remase. La canoa, inmóvil, sólo obedecía a las lentas oscilaciones del mar. Todos escuchaban en silencio, con el temor de que la voz de John Carpenter o de cualquier otro saliese de entre la bruma.

Transcurrió una hora más. Luis Clodión y sus compañeros se relevaban en los remos para mantenerse en su lugar únicamente, pues Will Mitz, que ignoraba la dirección que debía seguir, no quería alejarse demasiado. Además, en el momento en que el sol apareciese, importaba no estar a mucha distancia del navío, ya para hacerle señas, ya para procurar reunirse a él si se ponía en camino.

En aquella época del equinoccio, en la segunda mitad del mes de setiembre, no amanece antes de las seis, por más que desde las cinco, si la bruma se disipaba, un barco podía ser visible en un radio de cuatro millas.

Así es que Will Mitz deseaba que la bruma se disipase antes del alba.

—Y no por la acción del viento —añadía—, pues si el Alerta se aleja, el otro navío se alejará igualmente, y no tendremos en tomo más que el mar desierto.

Y si esto ocurría, ¿sería posible ganar uno de los puertos de las Antillas, no disponiendo más que de una canoa muy cargada, en la que no era posible poner una vela? Will Mitz calculaba que durante aquel primer día de navegación el Alerta debía de haberse separado unas 60 millas del Sudeste de la Barbada. Con buen viento, mar buena y buen velamen, la barca hubiera tardado cuarenta y ocho horas en recorrer esta distancia… ¡Y a bordo no había ni agua ni víveres…! ¿Cómo calmar el hambre y la sed cuando llegara el día?

Una hora más tarde, muy fatigados y con irresistibles deseos de dormir, la mayor parte de los jóvenes, tendidos sobre los bancos, habían sucumbido al sueño. Luis Clodión y Roger Hinsdale resistían aún; pero no acabaría la noche sin que imitasen a sus compañeros.

Will Mitz permanecía vigilando. ¡Quién sabe si ante tantas circunstancias desfavorables no se sentiría presa de la desesperación!

Realmente no hacía falta recurrir a los remos sino para esperar en aquel sitio a que la bruma se disipase o a que amaneciese.

Sin embargo, parecía que algunos soplos intermitentes pasaban por entre los vapores, y aunque la calma volvió en seguida, cerca del amanecer ciertos síntomas indicaban la vuelta del viento.

Un poco después de las cuatro la barca chocó contra un obstáculo que no podía ser más que el casco de un navío. ¿Era el que los fugitivos buscaban inútilmente desde tan largas horas?

Los unos fueron despertando por sí mismos; los otros fueron despertados por sus compañeros.

Will Mitz tomó uno de los remos para reconocer el casco. La barca le había acostado por la popa y Will Mitz sintió el herraje del timón. La barca se encontraba, pues, bajo la bóveda del navío, y aunque la bruma fuese menos espesa, no había sido vista por los hombres de cuarto.

De pronto la mano de Will Mitz asió una cuerda que pendía unos cuatro o cinco pies.

Mitz la reconoció.

Era la amarra que al alejarse había cortado él mismo… ¡Y aquel navío era el Alerta!

—¡El Alerta! —murmuró, haciendo un ademán de desesperación.

¡Después de haber vagado durante toda la noche, la mala suerte les volvía al Alerta e iban a caer en manos de Harry Markel!

Todos estaban aterrados, y las lágrimas se escapaban de sus ojos.

Pero ¿no era aún tiempo de huir, de lanzarse en busca del otro barco…? Ya por la parte Este aparecían las primeras luces… Eran cerca de las cinco. El fresco de la mañana se dejaba sentir.

De repente la bruma subió y dejó libre la superficie del océano. La vista podía extenderse en una extensión de tres a cuatro millas.

El otro navío, aprovechando los primeros soplos del viento, se alejaba en dirección Este… Era necesario renunciar a la esperanza de refugiarse a bordo.

Entretanto ningún ruido se percibía en el puente del Alerta. Sin duda Harry Markel y su gente seguían durmiendo. El marinero de cuarto no había advertido que volvía el viento, y las velas pegaban contra los mástiles.

Pues bien: dado que los pasajeros no tenían otro medio de salvarse, era preciso que se apoderasen del Alerta.

Will Mitz se disponía a ejecutar este golpe de audacia. En pocas palabras dijo lo que intentaba a Luis Clodión, Tony Renault y Roger Hinsdale, que lo comprendieron al momento. Era la única probabilidad de salvación, puesto que nadie había visto ir y volver al bote.

—Le seguiremos a usted —dijo Magnus Anders.

—Cuando usted quiera… —añadió Luis Clodión.

Se trataba de sorprender al Alerta antes que lo advirtieran, encerrando a Harry Markel en su camarote y a los tripulantes en el puesto. Después, ayudado por los jóvenes, Will Mitz maniobraría en forma de volver a las Antillas, o reunirse con el primer barco que cruzase por su camino.

La barca se deslizó sin ruido a lo largo del barco y se detuvo a la altura de los portaobenques del palo mayor, a babor. Cogiéndose al herraje no sería difícil saltar por la vagara y poner el pie en el puente. Will Mitz subió el primero; su cabeza no había llegado aún a nivel del empalletado cuando se detuvo e hizo señas a los otros de que no se moviesen.

Harry Markel acababa de abandonar su camarote y observaba el tiempo. Como las velas chocaban contra los mástiles, llamó a los tripulantes para aparejar…

Will Mitz, que seguía sus movimientos, le vio desaparecer por la chupeta.

Había llegado el momento de obrar. Mejor era no verse obligado a encerrar a Harry Markel, y tal vez a empeñarse en una lucha cuyo ruido hubiera podido ser oído desde proa. Cuando todos los hombres quedaran prisioneros en el puesto, se impediría que saliesen antes de la llegada a las Antillas, y si los alisios se mantenían, en treinta y seis horas se estaría en la Barbada.

Will Mitz saltó sobre el puente. Los demás le siguieron, después de amarrar la barca, donde quedó el señor Patterson, y se deslizaron de modo de no ser vistos ni oídos…

En algunos minutos llegaron a la chupeta del puesto, cuya puerta fue cerrada por fuera. Después extendieron ante ella el lienzo embreado que la protegía contra el mal tiempo. Y ahora todo el personal, incluso Harry Markel, estaba prisionero. No habría más que vigilar a aquellos miserables hasta el momento de entregarles, ya a algún barco encontrado en el camino, ya en el primer puerto de las Antillas adonde arribase el Alerta.

El día avanzaba. Los jirones de niebla subían por el espacio. El horizonte se alargaba bajo las primeras luces del alba… Al mismo tiempo el viento aumentaba ligeramente, sin establecerse por completo. Las velas, por el momento, no podían más que mantener el Alerta al pairo.

La tentativa de Will Mitz había tenido feliz éxito. Los jóvenes estudiantes y él eran dueños del Alerta.

En cuanto al navío a bordo del cual pensaron refugiarse, estaba ya a cinco o seis millas al Oeste y no tardaría en desaparecer.