Sama de Langreo, febrero de 1938
Labor omnia vincit improbus.
(El trabajo constante todo lo vence).
VIRGILIO
De donde vive el amigo viene
un vientecillo que es manso y lene.
IBN BAQUI
(traducción de Emilio García Gómez)
Carlos subió la pendiente pero ya había visto la larga figura parada al pie de su casa. Era un atardecer grisáceo y deshabitado de esperanzas. Pero aquel hombre le traía vibraciones no identificadas.
—Te esperaba —dijo José Manuel.
—Ya veo. —Abrió la puerta—. Pasa.
El habitáculo estaba igual de arreglado y sin cambios. No había pasado tanto desde que estuviera allí. Más tarde, ambos se acodaron sobre la mesa. No necesitaron preguntas mientras se miraban a los ojos.
—Hablé con Mariana —dijo José Manuel—. Se le pasó la fila que me tenía. Me invitó a una taza de achicoria y vi su casa. Ahora que ninguno tenemos barba se maravilló del gran parecido que tenemos.
—Ye una buena mujer. Y ye verdad lo del parecido. Qué cosas tien la vida.
—Me dijo que sin tu ayuda no podrían vivir ella ni sus tres guajes.
—Hago lo que puedo. Va a limpiar casas por ahí y a recoger carbón de las escombreras e intentar venderlo. Hay mucha competencia en eso, con tantas viudas haciendo lo mismo.
—Parece que el banco te embargó.
—Hice un trato con ellos. La casa no ye mía ya. Me dejan vivir aquí de alquiler hasta que la vendan. No será fácil que lo consigan tal y como están los tiempos. —Bebió un vaso de agua—. Te ha dicho unas cuantas cosas, según veo.
—Tiene gran amargor dentro.
—Sí.
—Quiero trabajar en la mina. Podrías presentarme a algún encargado o jefe.
—Bueno —asumió Carlos, sin doblegarse a la curiosidad—. ¿Conoces algo sobre minería?
—No, pero estoy dispuesto a aprender si me ayudas.
—¿Tienes dónde dormir?
—No.
—Puedes quedarte aquí.
—Gracias. Al pasar he visto la mina Fondón cercada con alambrada y vigilada por guardias civiles.
—Ye una colonia penitenciaria. Necesítanse mineros pero la mayoría está en cárceles. Las autoridades militares los sacaron y los obligan a trabajar en las minas. Todas las mañanas la Guardia Civil les conduce a los pozos y luego les devuelve a los barracones que viste. En realidad ye un campo de concentración. Hay un barracón para los presos, un pabellón para los guardias y otro destinado a cocina y almacén. La cerca impide que los presos escapen y que se cuelen los familiares. Hay unos cientos. Dicen que así les conmutan parte de sus penas.
—¿Todos los mineros del Fondón son presos?
—La mayoría. Los libres estaban en el sindicato católico.
—¿Cómo te desenvuelves en esta situación?
—No estoy en el Fondón. Me despedí. —Hizo un gesto con los hombros—. Mis antiguos compañeros supervivientes míranme mal. Creen que soy un delator y por eso no estoy preso como ellos. No puedo decirles por qué Aranda me extendió el salvoconducto. No lo entenderían.
—¿En qué mina estás?
—Al otro extremo, en Ciaño, en el pozo Santa María, el de la famosa canción. —Notó un parpadeo en los ojos de José Manuel—. Sí, esa que empieza: «En el pozo María Luisa, murieron cuatro mineros…». Supongo que la escuchaste.
—Sí, la he oído.
—Allí no me conocen. Pero ¿sabes? En realidad me gustaría marchar. Aquí me agobia el dolor.
—¿Adónde irías?
—A otra zona minera, pero lejana.
José Manuel quedó pensativo.
—Te diré algo. También a mí me gustaría estar lejos.
—¿En serio? Puede que seas el estímulo que necesitaba para dar el paso.