Tauima, Protectorado de Marruecos, abril de 1941
Recuérdame cómo era yo entonces,
cuando te rescaté de tus naufragios
y lamía tus heridas cada tarde.
PURA SALCEDA
La diana floreada desperezó a los doscientos cincuenta hombres de cada compañía para pasar la primera lista. Luego, todos en tropel a los lavabos. Después del desayuno a los reclutas de todas las compañías les hicieron formar en ropa de faena a un lado del patio de armas, tan grande como dos campos de fútbol. Un capitán, respaldado por un teniente y dos sargentos, les dio la bienvenida y les explicó lo que era el Credo legionario y lo que se esperaba de ellos. También les explicó los servicios que habían de realizar, incluidos los de cocina, talleres y jardinería, que se harían en orden rotatorio porque nadie dejaría de acudir a instrucción, todos con armas.
Más tarde fueron pasando por la oficina para contestar a un cuestionario sobre estudios, oficios, deportes, habilidades y conocimientos para saber en qué lugar habrían de ser destinados hasta y después de la Jura de Bandera. Entre los nuevos había médicos, practicantes, abogados y estudiantes, aunque predominaban los labriegos, albañiles y otros sin oficio o con profesiones ocultadas.
El acuartelamiento del Tercio ocupaba una enorme extensión. Carlos nunca había visto unas instalaciones militares tan grandes y con tantos servicios. Guiados por un veterano, los aprendices de legionario visitaron los pabellones de tropa y suboficiales, las oficinas y cuartos de oficiales, los talleres mecánicos, de pintura, de carpintería y guarnicionería, los espaciosos comedores, el gran salón de entretenimiento con biblioteca para la soldadesca, la cantina, la academia-escuela para oficiales y suboficiales, la piscina, las cocheras, cuadras de caballos y acémilas, los almacenes y otros pabellones. El patio de armas era el centro de la actividad cuartelaria. Fuera del recinto se extendían exentos de límites el inmenso campo de instrucción y el de deportes. En los comedores, la sorpresa de los reclutas fue total al ver que las mesas eran reducidas, como en los restaurantes, y tenían manteles, vajilla y cubertería, y que los camareros eran legionarios con chaquetilla blanca y guantes haciendo juego, servicio que se renovaba mensualmente como en las cocinas. Era como estar en otro ejército. Y desde esa perspectiva parecía un acierto el integrarse en la milicia como profesión.
—¿Has visto? —comentó Javier a su amigo—. Esto es de puta madre. Hemos hecho bien en engancharnos.
—Normalmente nada es lo que parece.
—Venga, compáralo con los cuarteles de allá.
El cuartel estaba situado junto al río Zeluán, que se arrastraba perezosamente hacia la mar y donde muchos soldados se bañaban. Muy cerca estaba el aeródromo militar, de una hectárea de extensión, y que sustituyó al antiguo de Zeluán y al provisional de Cabrerizas Altas cuando se pacificó el Rif. Era el aeródromo de Melilla y a él llegaban los vuelos desde la Península. Los nuevos legionarios, con prohibición de abandonar el área, no tenían muchos lugares donde pasear por lo que llenaban los cafetines y tascas del poblado. Tauima era la Legión. Sin ella seguiría siendo el mísero aduar que encontró el ejército español al elegir el terreno. Ahora tenía casas de madera y de ladrillo y había una industria casera de fabricación de tortas, bollos, tortillas y fritangas de carne y pescado bajo una sinfonía ruidosa de perros, burros, corderos y cabras, todo ello sepultado en una bacanal de moscas peleadoras. Había sastrería, venta de ropas y uniformes, tiendas de calzado y diversos, algunas pensiones y oficinas, y dos burdeles con chicas controladas por médicos militares.
Luego vinieron días iguales en los que la actividad era fundamentalmente matutina, con los inevitables incidentes derivados de la concentración de los cuatro mil hombres que se acumulaban en el Tercio. Aunque les dijeron que siete banderas habían sido eliminadas, a Carlos le extrañaba esa enorme exhibición de hombres y medios, a los que había que sumar los de otros Cuerpos diseminados por la zona. Juntos representaban un ejército excesivo cuando no existía peligro de guerra con nadie.