Dos

Octubre 1959

Mateo recobró lentamente la conciencia, pero no la visión. Estaba en la más completa oscuridad, tumbado boca arriba sobre suelo de piedra desigual, con las manos bajo su cuerpo. Todavía mareado, tardó en darse cuenta de su situación. Recordó vagamente haber luchado con algunos que entraron en su habitación. No sabía quiénes eran pero lo averiguaría. Intentó mover las manos y notó que las tenía atadas, al igual que los pies. ¿Qué era eso? ¿Él trabado? Tenía un sabor dulzón en la boca. Intentó abrirla y no pudó. Una mordaza que definió como un esparadrapo se lo impedía. Joder, ¿qué estaba pasando? Forcejeó bravamente, los músculos hinchados de rabia. Pero las ligaduras eran alambres de acero y no cedieron. Notó rajarse su carne en el empeño furioso. Por primera vez sintió que no dominaba la situación. Empezó a comprender lo que era la angustia, esa sensación desconocida contemplada en los ojos de sus víctimas. Quiso gritar a través de la mordaza. El ruido sonó sólo en su interior. No se iba a dejar vencer. Intentó levantar las rodillas. Lo consiguió a medias porque el conducto era estrecho. Reptó, boca arriba, apoyándose en los talones. Sus enlazados pies tocaron un objeto. Palpó con las suelas de los zapatos. Parecía una maleta. ¿Una maleta? Golpeó con fuerza sin que nada cediera por esa parte. Se arrastró hacia la parte contraría notando el sufrimiento de sus manos. Su cabeza golpeó con una pared desigual. Apreció, restregando, que era un taponamiento de cascotes. Estaba en un nicho. No podía ser. ¿Uno de los nichos de las cloacas? ¿Sus nichos? Pero ¿cómo era posible? Nadie más que él tenía conocimiento de ese lugar porque al último testigo, el Daniel, lo había… Algo frío entró en su cuerpo y la mente se le despejó de golpe. ¡El Daniel era uno de los que le asaltaron en su casa! Lo vio antes de perder el conocimiento. ¡No había muerto, el mariconazo! ¿Cómo era posible si él estuvo mirando el pozo durante más de seis minutos? No sabía cómo, pero salió del agujero por sí solo. Era la única explicación, porque nadie pudo haberlo rescatado ya que se lo hubiera topado. Bien. De él nadie iba a reírse y menos el maricón. Saldría de allí y esta vez no fallaría. Él tenía la cabeza dura. Apretó una y otra vez hasta notar que se hacía sangre. El aire empezó a faltarle. Se dio la vuelta con esfuerzo y, arañando, se quitó la mordaza, a costa de herirse la cara. Gritó fuertemente pidiendo ayuda. Poco a poco la idea de que podría no salir de esa situación le atenazó. Sintió que el miedo le penetraba. Imposible. Él no. Volvió a gritar y le salió un gorjeo como el ruido del aire en una cañería. Un momento. El Daniel le había dicho algo al oído. ¿Qué fue lo que le dijo? Un chispazo llenó su mente de luz como si el sol hubiera estallado en su cabeza. No, no. «¿Recuerdas al Patas?». Eso era lo que le había dicho. Retornó vertiginosamente al pasado y lo vio escapar escalera arriba en la nave de las vacas del Matadero después de que él estrangulara a su hermano; lo veía saltar hasta el tejadillo del muro y correr delante de él hasta desaparecer. La verdad increíble le cortó la respiración. El Daniel era el Patas. Eso explicaba su comportamiento pegajoso durante la mili. La ira le dominó. Cabrón. Volvió al forcejeo rabioso hasta que su impulso se deshizo. Desmesuró la mirada cuando vio el rostro sereno del Daniel mirándole, como cuando mató al Rafael. ¿Cómo no lo reconoció entonces? El rostro cambió al del Patas, y se simultanearon. Sabía que no eran de verdad, que estaban en su mente. Pero parecía tan real… Espera, había alguien más. De repente los vio desfilando ante sus ojos. Se estremeció. Estaban allí, realmente: el Piojo, el Gege, el Largo, los hombres, todos los que había matado, contemplándole sin pestañear. Cerró los ojos pero siguió viéndolos. Había más. No. Los otros eran corderos, cientos, miles, mirándole. Lleno de horror gritó y gritó, consciente de que el aire se acababa y de que sus posibilidades languidecían, como su vida. El tiempo fue pasando y no supo cuándo empezó a llorar y tampoco cuándo las sombras entraron en él.