Tres

Agosto 1959

Daniel tomó la cafetera del fuego instalado en el fondo del recodo, alrededor del cual los pemones cambiaban impresiones, y pasó a la tienda, arrodillando su alta figura. Una potente linterna iluminaba el espacio. Catia lo vio llenar dos cazos metálicos y tenderle uno. Al sentarse puso los ojos a la altura de los de ella y ambos notaron que el tiempo se ausentaba. Al fin había capturado al hombre esquivo. Pero no era Chus sino su inseparable amigo, el despreocupado de las mil novias, el líder de las huelgas estudiantiles. ¿Qué hacía allí, en las selvas, durante veinte meses? Y ¿por qué el engaño del cambio de papeles con Chus?

—Algún día sabrás los motivos, cuando estés preparada.

—Me asombras. Nunca hubiera imaginado encontrarte aquí. Creí que no eras hombre de soledades.

—Tu concepto de mí era superficial; equivocado, por tanto.

—Debo admitirlo. El hombre al que he seguido durante meses es al que seguiría el resto de mi vida.

Hubo un duelo de miradas. ¿Era una declaración de intenciones o un reto de su conocida naturaleza caprichosa?

—No entiendo qué quieres decir. Todavía estoy impresionado al verte. Tampoco yo imaginé que la Reina del Mundo apareciera ante mí vestida de fatigas y habiendo pasado por las aventuras que me has contado. —Intensificó su mirada—. ¡Condenado Chus! Qué suerte tiene de que le siga una chica como tú.

Ella bajó los ojos y sorbió lentamente su bebida, ambas manos sujetando el bote. Mantuvo la distancia de un silencio. Luego giró la cabeza en torno. El suelo estaba alfombrado con una gruesa manta y ella tenía la mitad de su cuerpo metido en su saco de dormir, otro invento gringo recién importado. La tienda era de doble tela y el frío estaba dominado. Seguía lloviendo, pero el agua caía fuera de la gruta y su sonido resultaba tranquilizador, como la presencia del hombre.

—¡Qué bien se está aquí! —dijo. Levantó la cabeza y dejó que Daniel se perdiera en sus ojos—. No sólo buscaba a Chus sino al hombre mágico que me precedía. Siguiéndote he visto y aprendido cosas que nunca hubiera descubierto. Y lo más importante: me he descubierto a mí misma. Perseguía un sueño y he encontrado al guía que necesitaba, sin saberlo.

Más tarde, cuando el tiempo retornó, en el mismo saco compartido y rodeada por los nudosos brazos de él, ella dijo:

—¿Qué hará Chus en este momento?

—No sé, pero estará bien. Sabe cuidarse. Lo veremos pronto.