Cinco

Mayo 1948

El consultorio del doctor Rodríguez Peláez, otorrino de gran fama, ocupaba un bello y moderno edificio de una urbanización del barrio de La Florida, con salas de consulta que se adentraban en luminosos pasillos tras el mostrador de recepción. Desde la sala de espera se apreciaba una vista espectacular de Caracas, con las torres que iban proliferando por entre las frondosas arboledas, más allá de la avenida Urdaneta, destacando las gemelas de El Silencio. Jesús y Matilde entraron en la consulta con Chus al ser llamados por una enfermera. El doctor era un hombre alto, delgado, de unos sesenta años y cabello cano abundante. Era un exiliado español y había tenido cátedra en el hospital de San Carlos de Madrid. Dirigía la clínica y un equipo en el que había especialistas españoles, italianos y austriacos, dedicados todos al tratamiento de ojos, garganta, nariz y oídos. Les saludó amablemente, hizo sentarse al chico en el sillón de exploración e invitó a los adultos a ocupar los sillones situados frente a su mesa, tras la que él tomó asiento. Leyó en silencio un informe oftalmológico y otros análisis, anotando datos en el grueso historial del muchacho. Luego se levantó para inspeccionar unas radiografías de cuello y tórax que colgaban de unas pantallas iluminadas. Las observó con detenimiento antes de acercarse a Chus y ocupar un asiento frente a él. Con palabras tranquilizadoras le fue palpando y examinando el cuello, la cabeza, el interior de los oídos y la garganta. Le pidió que hiciera varias cosas, que el chico hizo, pero no emitió ningún sonido. Luego le miró a los ojos, pidiéndole que no retirara la mirada de los suyos. Chus lo hizo y el médico vio en ellos algo que le conturbó, haciéndole desviar la vista. ¿Qué significaba esa luz, ajena al mecanismo físico de los ojos? Tal intensidad… Era como si alguien más que el niño estuviera mirando a través de esos ojos. Sintió un estremecimiento. Leyó la edad: diez años. Luego se volvió y se tomó un tiempo antes de hablar al matrimonio, que ya se había puesto en pie.

—Su hijo, señor Manzano, no tiene ninguna detorsión en sus cuerdas vocales, ni en la laringe. Su tráquea, faringe y trompa de Eustaquio están en perfectas condiciones. Escucha muy bien por ambos oídos, su conducto nasal es excelente y las amígdalas son tan pequeñas que no es necesario su extirpación. El informe oftalmológico, que no tiene ninguna relación con el órgano de fonación pero que he pedido para evaluar las constantes sensitivas del muchacho, no puede ser mejor, así como los datos de otros análisis. —Hizo una pausa y miró a Chus, que contemplaba el paisaje enmarcado por el amplio ventanal como si el asunto no fuera con él—. Estamos, por tanto, ante una persona absolutamente normal desde el punto de vista médico. No hay ninguna razón mecánica para que no hable. La perturbación no proviene de lesión ni de algo físico. Está en su mente. Algo en su cerebro le impide hablar. Usted me dijo que recibió un choque al ver morir a su hermano, sin explicarme cómo murió ese otro hijo de usted. Pero debió de ser muy fuerte. Esa es la clave y lo que le ha afectado la voz. Lo más parecido que puedo decirle en términos comprensibles es que padece una parálisis histérica, algo no muy frecuente.

El médico recogió las radiografías y las metió, junto con los originales de los informes y análisis, en un sobre que entregó a Jesús. Guardó copias de todo ello en un archivador y luego se acercó al chico, tan alto como él.

—Pueden ver a otros médicos, aunque ya han hecho un largo peregrinaje. Pero que no sometan al muchacho a ningún proceso quirúrgico. No le hagan sufrir innecesariamente, porque ninguna cirugía le devolverá el habla. Sólo hablará cuando tenga voluntad de hacerlo. Su mudez es una forma de defensa inconsciente. Le horroriza hablar porque teme que ello le deje indefenso ante algo tenebroso, y sin duda relaciona su voz con el hecho crucial vivido. —Chus le miró avasalladoramente y volvió a ocultar su mirada en el ventanal. El médico prosiguió—: No soy doctorado en psicoanálisis ni en psicología, pero he estudiado esas ciencias y métodos y sé lo que digo. Pueden visitar algunos especialistas en estas ramas, pero dudo que le ayuden con efectividad, porque los caminos de la mente son infinitos y no será fácil encontrar aquél por donde se escondió la voluntad de no hablar del muchacho.

Dio la mano a la pareja y también a Chus, y les acompañó hasta la puerta.

—No le atosiguen. Dejen que haga su vida normal porque es un chico normal; con una alteración importante, sí, pero normal. Acéptenlo como es, como si fuera mudo de nacimiento pero en la inteligencia de que potencialmente no lo es. Eso no tiene por qué ocasionar comportamientos negativos. Y un día, cuando menos lo esperen ustedes y él mismo, cuando las circunstancias le digan que el momento llegó, su voz sonará. Le aseguro que eso ocurrirá. Y hablará sin esfuerzo, de forma natural, como si su mudez fuera algo que nunca ocurrió.