Soy un convencido de que los libros en papel y los digitales convivirán, incluso de una manera más pacífica y amigable de la que muchos pronostican o temen. Los fantasmas de otras industrias, las maniobras miserables de aquellos que quieren dilatar su reinado aun a título de perjudicar al propio negocio, las modas, e incluso la amenaza real y muy peligrosa de la piratería, nada impedirá, a mi criterio, que dos plataformas diferentes cubran las necesidades de los lectores. ¿Acaso los libros en tapa dura y las ediciones de bolsillo no han convivido por tanto tiempo? El precio no lo es todo. Yo estoy muy conforme con mi lector digital, el Kindle 3: leo libros de colegas, libros en inglés, libros de autores que estoy descubriendo, ¡es fantástico! Sin embargo no se me ocurriría comprar un libro de Stephen King o Michael Connelly —por citar sólo dos ejemplos— en versión digital. Sería como ver la próxima de Star Wars en casa y no en el cine. Pero hay algo más, una razón que como lector de libros digitales estoy empezando a padecer: es el después. La relación con los libros en papel no termina cuando se cierra la última página; los vemos casi todos los días, cada tanto los hojeamos, leemos un pasaje al azar, quizás nos tentamos y los releemos completos. A medida que pasa el tiempo la relación se afianza: para mí es un placer grandísimo pararme frente a mi biblioteca y contemplar los libros que leí en mi adolescencia, son parte de mí. El hecho de que sean esos mismos ejemplares marca una diferencia fundamental e imposible de valorar en relación con el futuro de una industria. Se suele decir que la experiencia de tocar un libro, pasar sus páginas, olerlo, es irrepetible, y es cierto; sin embargo, yo encuentro mucho más fuerte el vínculo que con los libros se establece después de la lectura. No importa que los dispositivos digitales consigan emular la textura del papel en sus pantallas, que sean flexibles, que consigan destilar el aroma del papel y la tinta, o que nos lean el texto con la voz de Morgan Freeman. Nunca serán lo mismo. Y serán esas diferencias, a favor de uno y de otro, las que los terminarán salvando a ambos.
Y tú te preguntarás, respetado lector, ¿cómo digo todo esto precisamente en la edición digital de mi libro? También podría dedicar un párrafo a las bondades de los lectores electrónicos. ¿Pero hace falta? Esta novela no hubiera llegado a tus manos de no ser por las posibilidades que brindan estos dispositivos de lectura. Lo verdaderamente importante, a mi modo de ver, es que la literatura sigue siendo un momento íntimo entre autor y lector. No es que no necesitemos a nadie; necesitamos a mucha gente que lo hace posible: editores, correctores, distribuidores, vendedores, diseñadores; y ahora parece que también: programadores, técnicos, ingenieros y un montón de personas más. Pero una vez que todos ellos han hecho su trabajo y que mi libro está en tus manos, entonces sólo quedamos tú y yo. Y tenemos que respetarnos; yo tu tiempo y tú mi trabajo. Si hacemos eso, estaremos bien.
La tecnología nos brinda hoy posibilidades de interacción impensadas en el pasado. El boca a boca tiene a las redes sociales como aliados; el lector ha adquirido cada vez más protagonismo en la vida de una novela. Si esta (o cualquier otra historia) te ha gustado, no dejes de comentárselo a tus amigos, de mencionarlo en tu perfil de Facebook, de Twittearla, de regalarla. Y si El Aula 19, o Benjamin, o alguna de mis novelas por venir te gusta, no dejes de buscarme en Facebook para decírmelo; será un enorme placer saber de ti, respetado lector.
Federico Axat
Buenos Aires
Ene 2013