Noviembre 5 de 1993
Fragmento televisivo
Twin Pines se mantiene expectante. Seguiremos aquí en la escuela Woodward hasta que las autoridades nos brinden precisiones que echen luz sobre lo sucedido. Recordemos que hace apenas unos minutos una fuente anónima se ha comunicado con nuestra emisora para alertar acerca de un suceso lamentable que habría tenido lugar en la escuela. Se espera que la directora Gale Strickland se manifieste de un momento a otro y aclare la naturaleza de estos sucesos que, como podemos ver, ya ha generado preocupación en grupos de padres que llegan para pedir explicaciones. Mi nombre es Eddie Jacob para el Canal 5…
Michael arrojó el arma a un costado. Se arrodilló y se quitó la mochila con desesperación. No podía ver nada, pero tampoco escuchar nada, lo cual era mucho peor. Hacía apenas segundos que el generador había dejado de abastecerlos de energía y el gimnasio había quedado a oscuras. El tiempo había adquirido una cualidad viscosa, e incluso el disparo de su Beretta parecía un incidente desconectado de lo que estaba sucediendo ahora. ¿Por qué no podía escuchar a Ally? Cuando finalmente logró quitarse la mochila la abrió e introdujo una mano que removió el interior con vehemencia, apartando rollos de cinta, un jersey de repuesto y varias cosas más, hasta que aferró el cilindro rígido que supuso sería la linterna, pero que resultó ser el envase de la pintura en aerosol. Maldijo mientras se repetía que el disparo tenía que haber impactado en Judd, porque de otro modo el cuidador se hubiera lanzado sobre él. Tenía que ser así. Sus dedos se encontraron con la linterna, la sacó de la mochila e iluminó el campo de juego.
Los cuerpos de Judd y Ally yacían cerca del centro, inmóviles.
—¡Ally! —gritó Michael mientras se acercaba a toda carrera.
Al llegar creyó advertir un movimiento del brazo derecho de Ally. Dejó la linterna en el suelo y se arrodilló. Ally tenía los ojos abiertos y lo observaba con desesperación.
—Estoy bien —dijo ella. Pero su voz temblaba.
Michael examinó rápidamente a Judd: una forma quieta todavía amenazante. Si había algo que no necesitaba era que el descomunal cuidador se levantara y se abalanzara sobre ellos en una carrera atropellada al estilo de Jason Vorhees. Michael no tenía manera de saber que la bala había alcanzado a Judd en la mejilla derecha para ir luego directo a su cerebro. Judd Wilson había dejado de existir instantáneamente.
Ally sollozaba. Michael extrajo de la mochila su navaja multiuso y con el alicate cortó el alambre con el que Judd había amarrado a su hermana por las muñecas. Después extendió la hoja afilada y la utilizó para cortar el jersey. El lado izquierdo estaba completamente manchado de sangre. Llevó a cabo la operación con sumo cuidado, calculando sus movimientos antes de hacerlos. Cortó la manga y las costuras laterales.
Michael contuvo el aliento. Era mucho peor de lo que había supuesto. Ally llevaba una camiseta blanca que ahora ostentaba una gran mancha granate en un costado. La tela estaba desgarrada en el pecho y el antebrazo, donde dos cortes profundos escupían sangre sin pausa.
—Quita la camiseta también, Mickey —dijo Ally—. Hazlo sin miedo.
Él pareció no estar convencido. Observaba a su hermana con expresión perdida, a punto de empezar él también a llorar. Aquello era un error. Ally no debía haber sido herida.
Comenzó a cortar la camiseta con idéntica concentración, esta vez esforzándose todavía más en mantener la calma. La tela humedecida había adquirido el aspecto y la consistencia de un trozo de piel sanguinolento. Una vez que terminó con los cortes retiró la tela y la lanzó a un costado como si se tratara de algo contagioso.
Plegó la navaja y la dejó en el suelo junto a la linterna encendida.
Observó el torso de Ally. Tenía puesto un sujetador negro. Su pecho subía y bajaba, y con cada sacudida las dos heridas vomitaban ríos rojos. La primera de ellas (y la peor) era en el bíceps; el segundo corte era en el pecho derecho. No costaba darse cuenta de que los cortes eran parte del mismo ataque y que habían tenido lugar probablemente cuando Ally se había intentado zafar de las garras del cuidador, aprovechando la confusión del corte de energía. El ángulo de la herida en el pecho era el mismo que el del brazo y la profundidad era creciente. Michael sabía que en el bíceps había venas y arterias, y que tenía que ocuparse primero de frenar la hemorragia en ese punto. La sangre brotaba a borbotones y si no lo hacía pronto su hermana podía morir allí tendida en el gimnasio. Entonces todo habría sido en vano. Por otra parte, la herida del pecho era horrible y debía doler muchísimo. La carne blanca que asomaba por encima del sujetador presentaba un corte de unos siete centímetros de largo. Los laterales de la herida se habían doblado como si se tratara de una boca de labios gruesos e informes.
En la mochila tenía todo lo necesario para limpiar las heridas, desinfectarlas y vendarlas apropiadamente. Ally no se quejó, pero sí hizo muecas de dolor cuando él le aplicó el desinfectante.
Con el brazo sano, Ally señaló el sujetador.
—Córtalo —le dijo—. Utiliza tu navaja.
Michael no sabía por qué su hermana le daba esa indicación, pero agarró la navaja e hizo lo que ella le pedía. Ally tiró del bretel con suavidad hasta que su pecho izquierdo quedó al descubierto y la herida perfectamente visible.
—Está bien —dijo ella forzando una sonrisa—. Todo va a salir bien.
Pero Michael no estaba seguro. La visión del torso desnudo de su hermana hizo que una oleada de pudor se mezclara con el resto de las emociones.
—Mickey, no te preocupes —Ally adivinó sus pensamientos— ¿Recuerdas cuando éramos niños y nos bañábamos juntos en el estanque de tía Lorraine?
Él lo recordaba perfectamente. A veces hacía tanto calor que se bañaban sin ropa. Asintió, esbozando una sonrisa.
—He crecido un poco, nada más —bromeó Ally extendiendo su brazo izquierdo y acariciándole la mejilla.
Una lágrima surgió del rabillo del ojo de Michael y se deslizó con lentitud hasta la mejilla. Ella la limpió con el dedo.
—Te quiero m-m-m-mucho, Ally.
—Lo sé. Yo también te quiero mucho.
—Voy a c-c-c-curarte. Todo va a esta-a-a-ar bien.
Ella asintió. En los siguientes segundos Michael colocó una venda en la herida del pecho. Cuando terminó, sonrió satisfecho y le dijo a Ally que tenía una sudadera en la mochila y ella le dijo que la usaría con gusto, pero que primero tenían que hacer otra cosa. Con los trozos de tela del otro jersey, le explicó, deberían improvisar una correa para mantener su brazo flexionado y sujeto al cuello. Como en una fractura, añadió. Una vez lo hicieron, Michael ayudó a su hermana a ponerse de pie y le entregó la sudadera que guardaba en la mochila. Era varias tallas más grandes y entre los dos consiguieron colocársela. El dolor de las heridas era insoportable, pero Ally creía que sería mejor mantener el brazo flexionado y quieto para detener el sangrado. Le preocupaba la sensación de mareo que la embargaba; podía estar perdiendo sangre y desvanecerse en cualquier momento.
—¿Tienes algo para el dolor?
Él negó con la cabeza. No había pensado en eso. Ally recordó lo que Paul le había mencionado en el sótano.
—Revisa los bolsillos de Judd —dijo.
Michael lo hizo y dio de inmediato con el frasco de codeína. Se lo entregó a Ally junto con una botella pequeña de agua mineral por la mitad. Ella tragó dos píldoras y bebió un trago de agua. Tenía la garganta como papel de lija y el agua la revitalizó. Sugirió que permanecieran allí unos minutos, hasta que el medicamente hiciera efecto. Se sentaron en las gradas sin hablar, contemplando el cadáver de Judd que seguía observando el tinglado elevado del gimnasio con los ojos de un animal embalsamado.
Ally desvió la vista del cuidador hasta el arma que Michael había utilizado para matarlo. Seguía en el suelo, a pocos metros de dónde ellos estaban sentados. La pistola pertenecía a su padre y dudaba que él la hubiera disparado alguna vez. Decía que era únicamente para defensa. Ally no creía que su padre fuera capaz de dispararle a otra persona; pero lo mismo hubiera dicho de su hermano hasta hacía un par de días. Ahora no sabía qué pensar. Seguía confiando plenamente en Mickey, pero el hecho de que hubiera matado a un hombre hacía tambalear sus convicciones. Era cierto que lo había hecho en una situación extrema, sin embargo había llevado el arma en la mochila junto con los implementos necesarios para curar una herida. Había cierto grado innegable de premeditación en su proceder.
Noviembre 5 de 1993
Fragmento televisivo
Aquí Eddie Jacob informando para el Canal 5, en directo desde la escuela Woodward. Podemos ver a numerosos padres que se han presentado a pesar de la petición expresa de la directora de no acudir. Claro que, ¿cómo culparlos, verdad? Son sus hijos los que permanecen allí dentro sin saber qué… Esperen un minuto… Como pueden ver, una patrulla se aproxima por el camino de entrada. Parece que se trata del Sheriff Thomas. Aquí vemos cómo se acerca y ¡efectivamente es él! Veremos si sabe algo y nos informa antes de entrar a la escuela…
¡Sheriff Thomas! Estamos en vivo para el Canal 5… ¿Puede decirnos qué está pasando?
¿Lo han llamado de la escuela o ha venido alertado por nosotros?
Bueno, por la expresión del Sheriff Thomas cabe suponer que no ha venido alertado por la prensa. Podemos ver cómo asciende por la escalinata junto a su ayudante y entra a la escuela en este instante. Será cuestión de esperar qué nos dice el Sheriff al salir, pero es altamente probable que en pocos minutos haga una declaración. Volvemos a estudios, y aquí seguiremos, a la expectativa de cualquier novedad…
¿Había escuchado un disparo? Sus recuerdos se volvían borrosos después del encuentro con Eva junto a la sala de maestros. Ahora estaba en el vestíbulo. Movido por el instinto más que por la razón se encaminó al gimnasio y fue entonces cuando vio a las dos siluetas detrás del haz de la linterna.
—¡Paul!
Era la voz de Ally. Él la saludó alzando las manos amarradas y se apoyó en una de las paredes. Se dejó caer hasta sentarse y los esperó retorciéndose de dolor.
—Es la rodilla, ¿verdad? —dijo Ally.
Paul asintió mientras alzaba el rostro. Advirtió la improvisada correa en el brazo de Ally y la sudadera que llevaba puesta. Ella se encargó de explicarle rápidamente lo sucedido. Michael no dijo ni hizo nada hasta que su hermana le indicó que utilizara la navaja para cortar el cable en torno a las muñecas de Paul. El muchacho se apresuró a quitarse la mochila y rebuscar en su interior. Primero extrajo la navaja y cortó la atadura. Luego le entregó a Paul el frasco de analgésicos junto con otra botella de agua. El periodista la recibió con entusiasmo y engulló tres pastillas con sendos tragos de agua. Dio cuenta del resto del líquido sorbiendo la totalidad en media docena de ávidos sorbos.
—Gracias —respondió mientras dejaba la botella vacía a un lado. Inclinó la cabeza hacia atrás hasta apoyarla en la pared.
—Tenemos que seguir —dictaminó Michael. Era lo primero que decía.
—¿Hacia dónde? —preguntó Ally.
—No me moveré de aquí —anunció Paul casi al mismo tiempo.
Haciendo caso omiso del comentario del periodista, Michael respondió secamente.
—Al a-a-a-aula 19.
—Pues yo no iré a ningún lado —aseguró Paul.
—T-t-t-tenemos que ir l-l-l-los tres —repitió Michael. Del bolsillo de su pantalón extrajo la Beretta y la sostuvo junto a la pierna.
—¡Ya basta! —la voz de Ally reverberó en el corredor central— ¡Mickey, guarda eso ya mismo! La medicación tiene que hacer efecto primero… Nos quedaremos los tres aquí hasta que eso ocurra.
Michael no respondió. El silencio reinante era ahora completo. Sin el generador quejándose en el sótano era sencillo darse cuenta de que la quietud tenía una inquietante cualidad sobrenatural.
—Tengo una pregunta… —dijo Paul. Se inclinó ligeramente para esquivar el rostro de Ally, que se interponía entre él y Michael.
El muchacho lo observó a su vez. Habían apagado la linterna, pero sus ojos se habían acostumbrado al resplandor lunar del vestíbulo.
—¿Por qué podemos ver a las personas translúcidas?
Michael emitió una corta risita.
—¿Qué es tan gracioso?
—El nombre.
—¿Tienes uno mejor?
—No.
—¿Entonces? ¿Por qué podemos verlas?
Michael lo meditó unos segundos.
—Las p-p-p-personas están a-a-a-atadas a su tiempo. Cuando mueren, s-s-s-son l-l-l-libres.
Paul había esperado una respuesta banal, no sabía bien por qué. Meditó la frase. En su cabeza reflexionó acerca de la analogía que había elaborado en el sótano, la de la película de celuloide cuya velocidad y dirección Michael podía variar a voluntad. Lo había hecho con un frasco de vidrio en su niñez, más tarde con un aula repleta de niños y ahora con toda la escuela. Las personas vivas quedaban atrapadas en cada fotograma de la película, como les ocurría a ellos ahora; pero los muertos podían moverse libremente…
El razonamiento llevaba a una serie de preguntas ineludibles. ¿Qué ocurriría cuando Michael detuviera la película? ¿Hacia dónde se dirigían?
—El tiempo, se está moviendo hacia atrás, ¿verdad? —preguntó Paul—. Es diferente esta vez.
Michael lo observó largamente.
—La esc-c-cuela es la q-q-ue se mueve.
Paul sentía cómo la codeína empezaba a hacer efecto y su mente ganaba claridad. Y en ese momento supo con certeza que se dirigían al momento de la tragedia en el Aula 19. Recordó lo que Ally le había dicho en el sótano.
No es posible arrastrarnos hacia atrás.
Cuando Michael había movido el tiempo hacia adelante en el aula 19, los niños habían viajado junto con ella, dentro de la película. Por eso habían muerto de hambre mientras afuera transcurrían apenas unos minutos. Ahora en la escuela el tiempo se desplazaba en la dirección contraria y para ellos hacer lo mismo habrían tenido que ¡rejuvenecer diez años! Por lo tanto, se habían salido de la película, como los muertos.
—Es por eso que podemos ver a los muertos —dijo con fascinación—. Estamos fuera de la película, sin tiempo propio… como ellos.
Ally lo observó como si estuviera poseído por alguna entidad demoníaca. No pensaba preguntar qué significaban aquellas palabras. Para ella había una sola cuestión que contaba y pensaba aclararla en ese preciso instante. Le clavó una mirada severa a Michael:
—¿Tú asesinaste a esos niños, Mickey?
Él bajó la vista.
—Estoy esperando una respuesta.
Michael fijó los ojos en los de su hermana.
—Vamos a-a-a-al aula 19.
Estaban frente al aula 19. Michael abrió la puerta y la mantuvo en esa posición con un trozo de plástico que sacó de su mochila.
—Entremos —dijo con voz firme.
Cuando lo hicieron, Paul echó un vistazo a los pizarrones y se sorprendió al no ver las inscripciones con tiza. Por su parte, las paredes estaban vacías: no había señales de los pósteres que tanto él como Ally habían visto antes. Lo único que albergaba el aula eran pupitres. La luz que se filtraba desde afuera no era mucha, pero les permitía apreciar lo que ahora sí tenía el aspecto de un aula en desuso.
Michael estiró su brazo derecho. Ally y Paul se miraron primero y luego colocaron sus manos sobre la de él. El efecto se hizo sentir de inmediato, una unión física y mental tuvo lugar, y fue como si, de repente, entre los tres sostuvieran una inmensa bola imaginaria pero tremendamente pesada.
El primer cambio en el aula sucedió casi instantáneamente. Los pupitres se reordenaron en filas, tres en total. Las paredes se tiñeron de manchas informes que poco a poco se convirtieron en láminas elaboradas por niños. Una puerta translúcida —que todavía les permitía ver el corredor—, ocupó el vacío en el marco. En el suelo aparecieron mochilas y pequeños portafolios.
La bola se desplazó ligeramente hacia adelante.
Como si se tratara de un truco cinematográfico, en cada uno de los pupitres parpadeó la imagen de un niño translúcido, materializándose intermitentemente hasta estabilizarse con una ligera distorsión final. Lucían expectantes, con la vista puesta en el frente. De repente todos recitaron al unísono:
—¡Sí, señorita Blake!
No costaba imaginar que en aquel mundo translúcido sería Kathleen la que estaba al frente de la clase.
Michael susurró algo, sereno, sin tartamudear.
—¿Por qué no podemos verla?
Paul se estremeció. Michael había mascullado aquella frase luego de abrir sus ojos apenas un instante. ¿Por qué Michael pensaría que tendrían que poder ver a la versión translúcida de la directora? ¿Acaso para que esto sucediera Kathleen no debería estar…?
En perfecta sincronía, los catorce niños desviaron la vista hacia la puerta y después de vuelta al frente. Era probable que Kathleen hubiera abandonado el aula. Sin embargo los rostros seguían atentos; alguien más debía estar en el aula, posiblemente Hannigan.
—¿Q-q-q-queréis jugar a u-u-u-un juego?
Ally y Paul observaron inmediatamente a Michael. Pero Michael no había hablado; al menos no el Michael al que seguían aferrando de la mano y que era el único de los tres que mantenía los ojos cerrados.
Comprendieron entonces que quién estaba al frente de la clase en ese momento no era Hannigan, sino el Michael diez años más joven, y al que consecuentemente no podían ver. No sabían los motivos, pero acababan de descubrir algo revelador respecto al día de la tragedia. Michael no había estado circunstancialmente en las cercanías del aula 19…. Había estado dentro del aula 19.
Una niña risueña de la primera fila levantó inmediatamente la mano. Tenía el cabello atado en lo más alto de la cabeza de manera que caía en todas direcciones. Pero antes de que dijera algo, una voz la interrumpió desde uno de los pupitres de la última fila. Era el niño del cabello violeta.
—No tienes que levantar la mano para hablar, Stella. Él no es una autoridad de la escuela.
A su lado, un niño pecoso agregó:
—Sólo ayuda en la biblioteca.
Stella bajó la mano sin decir nada. Otra niña de la segunda fila se volvió hacia la parte trasera del aula, donde los niños del pelo violeta y el de las pecas celebraban sus intervenciones.
—¡Cállate la boca, Douglas! —dijo la niña de la segunda fila. Era bonita y no costaba adivinar que aquello le había otorgado cierta autoridad, incluso ante los más revoltosos. En la cabeza tenía un velo de tul que le cubría parcialmente el rostro—. La señorita Blake nos acaba de decir que Michael estará a cargo hasta el recreo. Eso lo autoriza…
—No lo autoriza a nada —replicó Douglas— ¿Y tú qué tienes en la cabeza, Sophia, una cofia de monja?
Una parte de la clase rió con el comentario.
—Es un velo —dijo Sophia Stanwyck—. Eres un ignorante.
—Lo que sea —contraatacó Douglas.
—Niños. N-n-n-no d-d-d-d-discu-u-u-tais.
—O-o-o-ok —respondió Douglas Needles, complementando su performance con sacudidas enfermizas de cabeza.
Otra vez, buena parte de la clase estalló en risas, ahora mucho más duraderas que antes. Stella y Sophia no se sumaron, pero el resto de las niñas sí lo hizo.
Ally y Paul observaban absortos. Por un momento habían olvidado que en realidad estaban rodeados por un aula vacía.
—¿T-tú co-n-n-noces un j-u-u-ego, verdad St-t-t-tella? —preguntó Michael tartamudeando más que nunca.
La niña de la primera fila se volvió y echó un vistazo al resto de sus compañeros, probablemente temiendo represalias desde la parte de atrás si respondía aquella pregunta inofensiva. Douglas Needles se sentó sobre su pupitre e inmediatamente después los dos niños que estaban junto a él, uno de ellos el pecoso, lo imitaron. Paul no recordaba sus nombres, pero sí los comentarios de Hannigan en la cárcel acerca de ellos.
—No digas nada, Stella —dijo Douglas en tono de advertencia.
—¿Por qué no? —replicó un niño de la cuarta fila. Era la primera vez que hablaba.
El niño en cuestión era Sam Spruce, un gigantón que le sacaba una cabeza a todo el resto y que jugaba un papel marginal en el microcosmos del cuarto grado. Su tamaño, sin embargo, hacía que sus comentarios no fueran tomados a la ligera y que cualquiera de los niños populares, incluso el propio Douglas, se lo pensaran dos veces antes de contestarle.
—Esto no va contigo, Spruce —dijo Douglas, respaldado por los dos secuaces. Buck (el niño pecoso) había crecido en los últimos meses y había ganado confianza en sí mismo.
Sam Spruce no respondió pero resopló con desgana. En la cabeza llevaba una peluca de mujer.
—Además, tú no puedes hablar con eso en la cabeza —disparó Douglas, y otra vez fue celebrado por la clase.
—Pareces mi tía de Pensilvania —remató Buck, con idéntico resultado que su amigo.
Sam se volvió y les lanzó una mirada fulminante.
—E-e-e-explícanos el juego, Stella —volvió a pedir Michael.
—El juego es así —dijo la niña con resolución—. Lo jugamos con mis primos, que son más de quince, pero cuántas más personas hay es más divertido. Hay que formar dos equipos. Cada equipo elije una consigna. Puede ser animales que viven en la selva, personajes de dibujos animados o cosas así. Después, cada participante escribe una respuesta en un trozo de papel, y cuando están todas las respuestas entonces…
—Parece un juego bastante estúpido… —interrumpió Douglas.
—¡Cállate! —le espetó Sophia, la niña del velo— ¡Por qué no permites que Stella termine de explicarlo antes de hablar!
—Sólo digo que hasta ahora parece un juego estúpido —dijo Douglas.
—D-d-d-e-eja q-q-que ter-ter-m-m-mine.
—Animales que viven en la selva, dibujos animados… ¿qué tenemos, cinco años? —dijo Douglas—. Es un juego estúpido. ¿Tus primos van al jardín de infantes, Stella?
Risas.
—¡No! —respondió la niña con indignación. ¡Algunos van a la secundaria!
—A mí me parece un juego para retrasados —contrarrestó Douglas inmediatamente.
—¡No lo han escuchado completo! —decía Sophia.
—¡No hace falta! —estalló Ceegar Whitey, el tercer demonio. Su rostro tenía una pátina de locura atemorizante.
—Yo c-c-c-creo que p-p-p-uede ser un j-j-j-juego muy b-b-b-bueno.
—¡Porque tú eres retrasado! —dijo Douglas—. Como los primos de Stella.
Un coro de carcajadas estalló en el aula 19. Esta vez se plegaron todos salvo Sam Spruce, Sophia y la propia Stella.
—B-b-b-basta.
—¿O qué?
—O i-i-i-irás a ver a la d-d-d-directora.
—Tú no puedes ordenarme eso —espetó Douglas—. No eres un maestro. Es más, apuesto a que la directora Strickland se molestaría contigo si lo haces. Mi padre es muy influyente.
—Es abogado —completó Buck Spike como si su comentario lo aclarara todo.
—Mi padre puede hacer que te echen —amenazó Douglas y le clavó a Michael una mirada desafiante.
Probablemente la falta de reacción de Michael envalentonó a Douglas, que se paró sobre su pupitre y observó a toda la clase como un conquistador.
—¿Q-q-q-qué haces?
—Cállate —dijo Douglas mientras daba un salto y caminaba hacia el frente. Todos lo seguían atentamente.
—¿Vamos contigo? —preguntó Buck.
Douglas alzó la mano indicando que todavía no era el momento.
—¿Sabes? —dijo dirigiéndose a Michael—. Se me ha ocurrido algo.
Cuando llegó al frente, el niño del cabello violeta tomó una tiza y con gigantescas letras blancas empezó a escribir en el pizarrón de la izquierda. Cuando llegó al final siguió en el siguiente. Todos los niños del cuarto grado (así como Ally y Paul) observaron con atención la labor de Douglas, al principio sin comprender. Al final pudieron leer la palabra completa:
METRALLETA
Douglas aferró una metralleta imaginaria y empezó a simular que disparaba. Su cuerpo se sacudió frenéticamente al tiempo que imitaba el sonido de los disparos:
—Ta-ta-ta-ta-ta-ta…
Las risas fueron instantáneas. Hasta Sam Spruce y Sophia se sumaron tímidamente. La clase se convirtió en una sinfonía organizada, con algunos niños lanzando carcajadas histéricas y otros riendo con un poco más de moderación. El efecto general fue ensordecedor. Douglas regresó a su pupitre dando saltos. Buck Spike y Ceegar Whitey treparon a los suyos y rieron con estridencia.
Douglas siguió disparando la metralleta imaginaria, ahora subido a su pupitre. Otros lo imitaron y las risas se mezclaron con las ráfagas de balas, todas disparadas al mismo sitio.
¡RA TA TA TA TAAAAA!
—¡Metralleta Michael! —decía Ceegar en medio de un ataque de risa.
¡ME-TRA-LLE-TA!
El ataque no tenía tregua.
¡RA TA TA TA TAAAAA!
¡Muere metralleta, muere!
Los gritos habían aumentado en estridencia y claridad. Como si Michael —el visible, el que seguía impertérrito con los ojos cerrados reviviendo aquel horror— hubiera necesitado un tiempo para sintonizar la señal correctamente. Para Ally la experiencia resultó particularmente perturbadora. La maldad que a veces exhiben los niños no era una novedad para ella, la había visto e incluso experimentado en carne propia alguna vez. Sin embargo el espectáculo que estaba teniendo lugar en el aula 19, orquestado por Douglas Needles pero ejecutado por casi todos los niños, era de una crueldad sobrecogedora. Cuando aquello había tenido lugar (¿o estaba teniendo lugar en este momento?). Michael tenía diecisiete años; no era un niño, ni mucho menos, y otros muchachos de su edad lo hubieran manejado sin preocuparse demasiado… Pero Ally no podía siquiera imaginar cuánto habría afectado a su hermano todo aquello.
Mientras siete niños disparaban sus metralletas imaginarias, casi todo el resto golpeaba sus manos rítmicamente sobre el pupitre. Las bromas seguían a la orden del día buscando el cóctel perfecto de originalidad y maldad.
—¡RE TRA TRA TRA TRA SADO! —gritó Douglas de repente.
Vendavales de risas sacudieron el aula, propagándose como un virus contagioso. Los golpes con las palmas acompañaron la melodía de aquellas endiabladas palabras. Douglas Needles bailaba sobre su pupitre sacudiendo su metralleta imaginaria y riendo como alguien que ha perdido el juicio.
Ally se preguntaba cómo las autoridades no habían podido detener aquel estruendo.
El ataque se prolongó por unos diez minutos. De pronto algunos niños dejaron de gritar y observaron hacia el frente con extrañeza. Ally, que advirtió de inmediato el cambio, supuso que su hermano habría perdido la compostura y que en ese momento habría roto en llanto. La confirmación llegó cuando el trío malvado liderado por Douglas empezó a simular un llanto exageradamente histérico. En algunos rostros, como el de Stella en la primera fila, podía advertirse verdadera compasión y tristeza. Entonces los niños se volvieron simultáneamente hacia la puerta de salida. No costaba darse cuenta que Michael habría corrido en esa dirección para escapar de aquél infierno. La puerta translúcida se abrió y se cerró. La clase quedó en silencio, aunque algunos niños siguieron riendo y otros festejando el logro de haber espantado a Michael.
—Ally —dijo Michael.
Ally dio un respingo al escuchar a su hermano. La representación en el aula 19 la había absorbido hasta tal punto que su voz la sobresaltó. Michael tenía los ojos abiertos, y en ellos no había tristeza sino determinación.
—Hazlo tú sola —dijo Michael.
—¿Por qué?
Paul seguía la conversación en silencio.
—C-c-c-como en casa de tía L-l-l-l-lorraine.
—¡No sé cómo! ¡No puedo!
—Sí q-q-que puedes. Y s-s-sí que sabes. Paul te ayudará.
Sus rostros estaban a pocos centímetros de distancia. Ally lloraba.
—Una c-c-cosa más, Ally.
—¿Qué?
—G-g-g-grítame con todas tus fuerzas —pidió Michael—. Grítame que vaya e-e-e-en busca de mamá.
Ally se estremeció al escuchar la mención de su madre.
Entonces sucedieron varias cosas al mismo tiempo.
Noviembre 5 de 1993
Fragmento televisivo
En este instante podemos ver cómo el Sheriff Thomas se acerca, veremos si nos informa en exclusiva para el Canal 5 qué es lo que está sucediendo… ¡Permiso!… Resulta difícil llegar hasta él en medio de tantos padres que se han acercado a la escuela. Más de cien padres se encuentran congregados aquí… ¡Sheriff Thomas! ¿Puede decirnos qué está sucediendo?
Parece que el Sheriff va a dirigir unas palabras a los padres desde la escalinata. Veamos qué es lo que dice.
«Buenos días a todos. Antes que nada, quiero decirles que todos los niños de la escuela se encuentran en perfecto estado, a pesar de ciertos rumores que se han esparcido por los medios».
(El sheriff Thomas observa de soslayo a Eddie Jacob del Canal 5).
«Los niños están en este momento en sus respectivas aulas. No ha habido ningún problema con ellos ni corren peligro alguno».
(El sheriff Thomas hace una pausa).
«Sí ha habido un incidente en la escuela y es por eso que hemos venido, pero repito: lo que ha sucedido no tiene nada que ver con los niños y ellos no corren peligro. Les doy mi palabra al respecto».
Los gritos y los golpes se fueron apagando gradualmente en el aula 19. Ally repasaba con desconcierto las palabras de su hermano.
Hazlo tú sola. Grítame con todas tus fuerzas. Grítame que vaya en busca de mamá.
Paul, por su lado, procesaba todo cuanto había visto: la antesala de la tragedia que en su día había investigado. Había conseguido meterse en la piel de Michael de un modo impensado, para un periodista o para cualquiera. No justificaba en absoluto lo que había ocurrido después, sin embargo entendía lo que había sentido el muchacho aquél día. Y esto lo llevó a preguntarse, no por primera vez, si presenciar los sucesos de primera mano sería la razón de su presencia en la escuela.
Pero la función no había terminado.
Lo primero que advirtieron fue una aparición en el corredor. Cuando se volvieron reconocieron de inmediato a Kathleen, sólo que no era la mujer con la que ellos habían estado encerrados en la escuela, sino su versión translúcida diez años más joven. Estaba de pie frente a la puerta, con la cabeza ligeramente inclinada y un brazo suspendido en una posición peculiar. En un primer momento parecía que estaba consultando su reloj, aunque se trataba del brazo derecho y estaba más alto que lo necesario para eso. Pronto comprendieron que estaba abrazando a alguien a quien no podían ver, y que ese alguien no podía ser otro que Michael, que había salido del aula hacía unos segundos.
Otra pieza se acomodaba en su sitio. No había sido Marsha Fox la primera en llegar al aula 19 sino Kathleen, lo cual en parte explicaba por qué lo había protegido durante los años posteriores. Quizás Kathleen se había sentido culpable por no haber podido aplacar su ira.
Dentro del aula, los niños estaban en silencio expectante. Lo relevante era que el movimiento del tiempo no había tenido lugar todavía. Paul se preguntó qué ocurriría si el proceso empezaba. ¿Los arrastraría a ellos también? Si la respuesta era afirmativa, entonces el fenómeno podía estar sucediendo y ellos no darse cuenta, como no se habían dado cuenta los niños del aula 19.
Entonces ocurrió algo totalmente inesperado. Una detonación atroz. Ally y Paul contemplaron el momento exacto en que Michael se desplomaba como una marioneta sin dueño. La Beretta, que había estado en su mano un instante atrás, cayó junto a él con un estruendo que no fue nada en comparación del disparo que acababan de escuchar. En la sien de Michael había un agujero horrible ribeteado de tejido rosado. Ally lanzó un grito e intentó agacharse, pero Paul la retuvo de la mano.
En el instante en que Michael se desplomaba, su cuerpo se materializó junto al de Kathleen, en el corredor Este, también en versión translúcida. Y quizás fue eso lo que hizo que Ally recuperara parte de la calma y no se desplomara junto al cadáver de su hermano. Se quedó embelesada con la visión de Michael, diez años más joven.
Pero entonces los niños del aula 19 empezaron a difuminarse, al igual que Kathleen y Michael. Paul advirtió de inmediato cómo las voces dentro del aula, que segundos antes habían sido perfectamente claras, ahora se convirtieron en sonidos remotos. Ally no fue enteramente consciente de estos cambios, pero sí advirtió cómo la bola imaginaria aumentaba de peso exponencialmente. Supo que sería sólo cuestión de tiempo hasta que no pudieran resistirla más.
El primer cambio drástico se produjo cuando el sonido dentro del aula se interrumpió por completo. El vínculo auditivo entre las dos realidades parecía ser más precario que el visual. El silencio sepulcral los abrumó y no hizo más que incrementar el nerviosismo y la sensación de perdición. Desde el suicidio de Michael no habían pasado más que treinta segundos, o incluso menos, pero el tiempo se había convertido en una variable difícil de medir. La bola imaginaria que Ally había concebido parecía ahora más real que todo lo que la rodeaba, incluso más que el cuerpo sin vida de Michael. Estaba aumentando de tamaño, haciéndose más y más pesada, y sus piernas se estaban debilitando…, tenía que hacer algo rápido.
—¡Ve hacia atrás, Michael! —gritó—. ¡Soy Ally! ¡Ve hacia atrás!
Paul la observó sin entender nada.
—¡Ve hacia atrás! ¡Busca a mamá!
Repitió las frases varias veces, gritando con todas sus fuerzas. Con cada exclamación el fenómeno de desconexión dentro del aula se acentuaba y lo mismo ocurría con el peso de la bola, pero no le importó. Se aferraba a las palabras de Michael como si fueran un talismán.
El resplandor dentro del aula había perdido intensidad. Los niños translúcidos eran ahora figuras casi invisibles. Del otro lado de la puerta, Kathleen y Michael perdían corporeidad. Ninguno se había movido. Ally y Paul los observaban sin saber qué hacer. Ella gritó una vez más, pero a diferencia de las veces anteriores lo hizo sin convicción. La bola era ahora del tamaño del universo y ellos eran un par de hormigas intentando sostenerla. No había nada que hacer. Ally se preguntó con resignación si su hermano la habría escuchado a tiempo, si el bramido de su voz habría atravesado la interface entre una realidad y la otra.
Mientras se hacía esta pregunta, el rostro de Michael se torció ligeramente. Sus rasgos eran apenas reconocibles. ¿Había sonreído?
Nueva York, Noviembre 6 de 1993
Artículo publicado en el Twin Pines Telegraph
MISTERIO EN LA ESCUELA WOODWARD
Al cierre de esta edición se conocieron detalles acerca de lo sucedido en la escuela Woodward en el día de ayer. Recordemos que la presencia del Sheriff Thomas despertó la intranquilidad en un grupo numeroso de padres que se congregó en la escuela para informarse de lo ocurrido. Las autoridades escolares han mantenido un total hermetismo y la policía ha insistido en que lo ocurrido no involucraba a los niños en modo alguno.
La policía ha enviado un breve comunicado a esta redacción para tranquilizar a la población.
A continuación transcribimos textualmente el comunicado:
Twin Pines, Nov. 5 2003
Departamento de policía de Twin Pines
El DPTP se encuentra en este momento investigando la desaparición de dos personas pertenecientes a la plantilla de la escuela Woodward tras la denuncia realizada en el día de hoy por las autoridades de dicho establecimiento. Se trata de Kathleen Blake, de treinta y cinco años, que se desempeña como directora de admisiones, y de Michael Baines, de diecisiete, un ayudante de la biblioteca.
Por el momento sólo se ha podido constatar la efectiva ausencia de los antes nombrados, lo cual acarreará la correspondiente investigación. Es prematuro hacer cualquier tipo de conjetura, incluyendo que las desapariciones estén conectadas de alguna manera.
El presente tiene por objeto desestimar cualquier tipo de especulación referida a cuestiones que involucren a los alumnos de la escuela Woodward.
Julio 12 de 1996
Fragmento del libro «Los misterios de la escuela Woodward».
Por Marsha J. Fox
Pág. 30
Pero lo anterior no cambia el hecho de que el comunicado que emitió la policía ese día sea basura; especialmente uno de los últimos párrafos, en el cual se aseverar que las desapariciones no estaban conectadas. Hacer hincapié en que Michael era menor de edad en ese momento es un claro ejemplo de cómo la policía manipula las investigaciones a su antojo.
Ese comunicado ha sido además secundado por el Sheriff Thomas, a quien no le cabe otro calificativo que el de mentiroso energúmeno (mi editor se opuso a este comentario, pero va por mi cuenta, Josh). Cuando la policía aseguraba que no había indicio de que las desapariciones estuvieran conectadas y pedía prudencia, lo que estaban diciendo realmente era: ¡Hey! Las desapariciones sí están conectadas y uno de ellos es un menor de edad, así que… ¡hagan sus cálculos! ¡Kathleen y Michael son amantes y se marcharon juntos, claro que sí!
Todo el mundo lo interpretó de esta manera. Las noticias en los periódicos de allí en adelante dejaban entrever que se trataba de una relación amorosa oculta y que se habían marchado para dejar de esconderse.
Nada más lejos de la verdad. Pocos señalaron que, si bien es cierto que Michael tenía diecisiete años en ese momento, en sólo dos semanas sería mayor de edad. Con esto en mente y siempre bajo la hipótesis del romance: ¿qué sentido tendría marcharse? ¿No habría sido más sencillo esperar un par de semanas? Claro que sí.
Kathleen Blake es (utilizo el presente deliberadamente) una mujer respetable. Es cierto, había pasado por un divorcio y una relación problemática un año antes de su desaparición, ¿pero eso significa que haya mantenido un romance con Michael Baines? Si vamos a crucificar a todas las mujeres de este país que han tenido matrimonios fallidos o que han sufrido a causa de los hombres, entonces tendremos una lista muy muy larga. Yo misma soy una madre soltera que no ha podido convivir bajo el mismo techo con el padre de mi hija, ¿eso hace que tenga romances con jovencitos? El Sheriff Thomas debería pedir perdón por hacer insinuaciones totalmente infundadas y fuera de lugar. Desde estas páginas lo exhorto a precisar el avance de sus «investigaciones». Han pasado más de dos años y medio… ¿dónde están Kathleen Blake y Michael Baines? ¿Tiene alguna pista? Claro que no. Me parece que ha llegado el momento de reconocer los errores, porque no se me ocurre cómo dos enamorados puedan esquivar a la policía durante tanto tiempo. O la policía es estúpida, o no se trata de una historia de enamorados en fuga.
Julio 12 de 1996
Fragmento del libro «Los misterios de la escuela Woodward».
Por Marsha J. Fox
Pág. 35
No ha habido nadie de la escuela que haya siquiera insinuado la posibilidad de que Kathleen Blake y Michael Baines tuvieran una relación más allá de lo laboral. Yo repetiré aquí lo que he dicho miles de veces y es que Kathleen era una mujer generosa, que ayudó a que un muchacho de una familia de medianos recursos lograra tener su primer empleo. Michael era un muchacho especial, de gran corazón y capaz de hacer muchísimas cosas. Su trabajo en la biblioteca era dedicado, cosa que la señora Thatcher, la bibliotecaria, se ha encargado de aclarar perfectamente. No se trataba de caridad, sino de oportunidad. Y Kathleen fue el artífice de ese acto de bondad inmenso. Es repudiable que no se escriba sobre eso y que se intente ensuciar la reputación de una buena persona.
Esta historia ha sido una telaraña de engaños desde el principio. La policía, con el Sheriff Thomas a la cabeza, ha sido el gran responsable, pero la junta directiva de la escuela Woodward ha cooperado con ellos y eso los convierte en cómplices, o incluso en algo peor. Peor porque la dirección de una escuela debe ser transparente. Cientos de padres les confían el cuidado de sus hijos día tras día. La escuela es la segunda casa de estos niños, una gran familia, como les gusta poner en los folletos. ¿Cómo confiar en una escuela que ha sido parte de una mentira? Es imposible.
Ha pasado un tiempo y mientras escribo estas líneas debo reconocer con un poco de pesar que extraño la docencia; extraño a los niños. Sin embargo no me arrepiento de lo que he hecho. Renunciar y buscar la verdad ha sido mi objetivo, mi motor. Este libro es parte de la búsqueda de esa verdad.
El incidente es la punta de un iceberg mucho más grande. La muerte de Tamara Sommers, la niña que perdió la vida en extrañas circunstancias en el sótano de la escuela, forma parte de ese gran bloque de misterio. Pero me ocuparé de Tamara más adelante. Por ahora nos basta saber que hay algo en la escuela Woodward, y es mi deber el narrar lo que vi ese día y lo que he averiguado desde entonces.
El 5 de Noviembre de 1993 fue para mí un día de cambio. Como se dice habitualmente, me ha tocado estar en el instante justo en el lugar justo, pero soy una mujer cristiana y no creo en las casualidades sino en las causalidades del Señor. Si esa mañana recorría el corredor del ala Oeste era por una razón, y me alegra que así haya sido.
Kathleen Blake y Michael Baines no mantenían ningún romance. No se marcharon esa mañana de la escuela para vivir ocultos. Kathleen Blake y Michael Baines, como he dicho desde el instante en que la tragedia tuvo lugar, nunca salieron de la escuela ese día. Al menos no por la puerta de entrada… Sostener esto me ha supuesto perder mi trabajo y el calificativo de demente (entre otras cosas peores).
Poco antes de las once de la mañana vi a Kathleen y a Michael frente a una de las aulas; estimo que sería la 19, porque yo estaba en el otro extremo. Estaban cerca el uno del otro, hablando en voz baja como compartiendo un secreto. Y entonces ocurrió algo sencillo de explicar y difícil de asimilar. Ambos desaparecieron. Lisa y llanamente. Un instante antes estaban allí y al siguiente no… Me acerqué de inmediato al lugar y no había ni rastros de ellos. Se habían esfumado. Fue entonces cuando informé inmediatamente a la directora y, a partir de ese momento, dio comienzo la vergonzosa telaraña de engaños y mentiras.
El ordenador portátil de Paul marcaba que eran pasadas las once. Había adoptado la costumbre de trabajar un poco por las noches, pero las once era su tope y ahora lo había sobrepasado. Se frotó los ojos. Observó el artículo en el que había estado trabajando y leyó la última frase. Estaba inconclusa y no tenía idea de cómo completarla. Los últimos minutos eran un vacío dentro de su cabeza. No era la primera vez que le ocurría, pero nunca la sensación de desconcierto había sido tan fuerte como ahora. Observó la taza de café frío. Junto a ella estaba su móvil. En el preciso momento en que clavó la vista en él, el aparato sonó.
—Mierda —masculló mientras agarraba el móvil de un manotazo.
¿Quién llama a estas horas de la noche?
El visor del móvil lo reveló de inmediato. Paul atendió temiendo una mala noticia.
—¿Phill?
—¿Paul, estás bien?
—Sí. Trabajando un poco en casa, nada más.
—Yo también estoy trabajando aquí en casa —dijo Phill—. No sabes lo que me alegra poder ir a dormir ya mismo.
—¿Por qué no habrías de irte a dormir?
—Verifica el correo electrónico. Algún bromista se ha apoderado de tu cuenta.
Paul frunció el ceño y abrió el cliente de correo electrónico. Había cuatro mensajes sin leer pero supo de inmediato a cuál se refería su jefe. Era uno enviado desde su cuenta a todo el Times. Lo abrió y leyó:
Esto es una emergencia. Me encuentro encerrado en la escuela Woodward, en Twin Pines, junto con cuatro rehenes. ¡¡Por favor dar aviso a la policía de inmediato!!
Paul Farris
—Mierda, Phill, el mensaje ha sido distribuido a todo el Times.
—Sí, pero creo que podemos detenerlo. Fíjate en la hora.
Paul lo hizo. El mensaje había sido enviado a las once y veinte.
Diecinueve.
—El aula 19 —dijo.
—¿Qué?
—Nada.
—Lo acaban de enviar, a eso me refiero —explicó Phill—. Te diré lo que haremos: hablaré al Times para decir que es una falsa alarma. Tú reenvía un correo explicando que se trata de un bromista. Después cambia tu contraseña.
—Está bien —dijo Paul y colgó.
Depositaba el móvil en el escritorio en el instante en que el teléfono fijo empezaba a sonar. Miró la extensión de su estudio con extrañeza y cuando se disponía a atender su rodilla golpeó el lateral del escritorio. No fue un golpe fuerte.
Esa fue la rodilla que me quebró…
—¿Hola?
—Paul, soy Phill otra vez… ¿entonces realmente estás bien?
—Sí.
—Pensé que no podías hablar y que realmente estabas en esa escuela.
—Estoy en mi casa.
—Menos mal. Cuando me dijiste lo del aula 19 se me fue el corazón a los pies.
—Perdón, no sé por qué dije eso. —Paul procuró que la intranquilidad que sentía no se trasladara a su voz. No quería inquietar a su jefe y que éste enviara a la policía para corroborar lo que le decía.
—Entonces me iré a dormir en cuanto haga esa llamada al Times. No olvides enviar el correo.
—No lo olvidaré. Gracias, Phill.
—De nada. Nos vemos mañana.
Paul colgó el auricular. Otra vez se recostó contra el respaldo de la silla. Phill tenía razón, tenía que ser la obra de un bromista que se había apoderado de su cuenta de correo electrónico. Conocía a la escuela Woodward, había estado en ella unos diez años atrás, pero nada más. Phill lo había enviado para cubrir la desaparición de unas personas, pero ni siquiera recordaba sus nombres.
Kathleen y Michael.
Y entonces una imagen se proyectó dentro de su cabeza. Eran ellos, o eso creyó, de pie en el umbral de una puerta de dos hojas. La visión estaba teñida de una atmosfera celeste que la asemejaba a un sueño.
Se puso de pie y se estiró hasta que las articulaciones de la espalda crujieron.
—¿Todavía estas despierto? —dijo una voz de mujer detrás suyo.
Paul se volvió con un sobresalto. Era el tercero en menos de diez minutos.
—Dios, casi me matas del susto.
—Lo siento. Escuché el teléfono.
—Era Phill.
—¿Algún problema?
—No. Sólo trabajo.
Paul se acercó a su esposa. Una sonrisa ancha se dibujaba ahora en su rostro.
—¿Está todo bien? —preguntó ella.
—Sí —respondió él—. Todo es perfecto.
Paul le arrebató un apasionado beso a una Eva semidormida y sorprendida.
Era un día espléndido, de esos en los que el otoño arranca con dedos fríos las hojas amarillas de los árboles y las hace bailar. El jardín trasero de los Farris estaba preparado para disfrutar de un almuerzo al aire libre. En la parrilla portátil una capa de carbón latía expectante. Paul había colocado dos filetes; el pequeño Joey tenía su propia comida.
El siseo de la carne asándose lo reconfortó. Lenguas de humo lamían los filetes y se elevaban en una zigzagueante columna vertical. Paul miraba hipnotizado, reflexionando. Hacía más de diez días que había recibido la llamada nocturna de Phill y las visiones mentales lo habían asaltado continuamente. Muchas de ellas se habían presentado en forma de sueños. La de Kathleen y Michael en el corredor era la más recurrente. No le había dicho nada a Eva y no tenía intenciones de hacerlo por el momento, pero ella había advertido que algo lo perturbaba. La excusa de unos artículos que lo tenían a mal traer no la habían convencido del todo.
—Este pequeño caballero ya ha comido ¡Y muy bien! —anunció Eva.
Paul se volvió. Ella bajaba los escalones del porche trasero con Joey en brazos. A diferencia de la mayoría de los niños de su edad, a Joey no lo entusiasmaba demasiado que lo alzaran, e inmediatamente comenzó a sacudirse para que lo liberaran. Una vez en el césped inició su trote atropellado en dirección a Paul. Cuando llegó a su lado se detuvo y observó con recelo a la parrilla humeante.
—¿Qué has comido, Joey?
—¡Atas!
—¡Ah, qué bien! ¿Qué más?
—¡Atas!
Eva trajo de la cocina la silla alta y la colocó junto a la mesa. Al verla, Joey escapó en dirección al fondo del jardín.
—Parece que no tendremos compañía durante el almuerzo —comentó Eva.
Paul buscó con la mirada a Joey, que se había escondido detrás de uno de los parterres del fondo. Aunque la opinión general era que el niño era una mezcla de ambos, para Paul era el vivo retrato de su madre. Sospechaba que el pequeño podría heredar su carácter, pero todavía era prematuro aventurarlo. Por ahora era un niño feliz y despreocupado.
—Joey, ¿quieres venir a sentarte en tu silla? —le gritó Eva.
—¡Nooooooo!
—Vamos Joey, ven a sentarte… a ti que tanto te gusta quedarte quieto.
El niño no respondió y en su lugar se encogió todavía más detrás de las plantas.
Eva se acercó a Paul y lo abrazó por la cintura.
—¿La cerca lateral está cerrada, verdad?
—Sí.
—Estoy muerta de hambre, señor cocinero.
—Todavía no les he dado la vuelta.
—Esperemos que la espera valga la pena —dijo Eva y le dio un beso en la mejilla. Caminó hasta la mesa, donde se sentó en uno de los bancos—. Te noto un poco dist…
Joey interrumpió la frase. Se acercó y se detuvo a unos tres metros de ellos. Llevaba algo en una de sus manos. Dudó, y a último momento reanudó su camino en dirección a su madre. Le extendió una rama.
—¿Esto es para mí? —preguntó Eva.
Joey sonrió y levantó la rama lo más que pudo.
—Muchas gracias. Voy a dejarla aquí.
El niño celebró y se marchó, posiblemente en busca de su siguiente ofrenda.
—Siempre has sido su favorita —dijo Paul—. Te has ganado la rama a la madre del año.
Eva sonrió.
Paul dio la vuelta a los filetes. Sin volverse preguntó:
—¿Recuerdas el artículo de la escuela Woodward que escribí hace tiempo? Fue la primera vez que tomaste fotografías para el Times.
—Claro. No entiendo cómo no recibí el Pulitzer por esas.
Eva no perdía de vista a Joey, que seguía explorando el jardín. No había nada peligroso, pero ella mantenía su ojo avizor.
—¿Lo dices por el artículo que salió hace unos días? —preguntó Eva.
—¿Qué artículo?
—Uno acerca de una maestra lunática que decía que las dos personas desaparecidas se habían desvanecido.
—¿Lo publicó el Times?
—No, el Telegraph.
—¿Qué decía?
—Eso, que la maestra enloqueció, básicamente —recordó Eva— ¿Cómo era su nombre? Marsha algo…
—Fox —completó Paul—. La del libro.
—El artículo decía que había sido internada en una institución psiquiátrica…
El pequeño Joey se presentó otra vez. Fue el turno de agasajar a su padre, en su caso con una rama más pequeña que la de Eva.
—¿Es para mí? —preguntó Paul.
Joey asintió.
—¡Muchas gracias!
El niño se fue. Paul dejó su rama junto a la de Eva.
—Te dije que eras su preferida —dijo haciendo un ademán a las dos ramas.
—¿Por qué me preguntaste por esos artículos de la escuela Woodward?
Paul no quería revelar los verdaderos motivos. No todavía. No en ese contexto.
Eva, tengo que confesarte algo. Durante estos días he estado recordando los fragmentos de otra vida. Diez años completos en los que, entre otras cosas, tú estabas muerta. ¿No es increíble? Tu filete lo quieres bien cocido, ¿verdad?
—Hace unos días se ha cumplido el aniversario.
Unos minutos después Paul anunció que la carne estaba lista. Se sentaron a la mesa y se sirvieron una buena ración de ensalada cada uno. Joey los inspeccionaba a prudente distancia, sabiendo que si se aproximaba demasiado corría el riesgo de ser colocado en la silla alta. Fue hasta el porche y se arrodilló cerca del escalón de acceso.
—¿Qué observa? —preguntó Paul.
—Hormigas carpinteras —dijo Eva—. Las detecté hoy. Van directo a casa de los Scott.
La familia Scott se había mudado a la casa contigua apenas un año antes. La relación con ellos era distante y se limitaba a sacudir la cabeza en señal de saludo cada vez que se cruzaban en la calle. Era una pena porque los Scott tenían niños pequeños con los que Joey podría jugar.
—Pobre mujer —dijo Eva al cabo de un rato.
—¿Holly Scott?
Ella rió.
—No. La maestra de la escuela, tonto. ¿Y si tenía razón?
Ahora fue Paul el que esbozó una sonrisa y la observó por sobre un trozo de filete que estaba a punto de meterse en la boca.
—¿Respecto a que la escuela devoró a esas personas?
—No a eso exactamente —dijo Eva—. Pero hay que concederle que la hipótesis de los enamorados no es muy convincente ahora. Nunca se supo nada de ellos.
—Es extraño.
—La mujer estaba casada, según creo recordar. También tenía un hijo.
—Estaba divorciada.
Eva enarcó una ceja.
—Veo que recuerdas más del caso que yo.
—Así parece.
Paul podía recordar a Kathleen dentro de la escuela Woodward, especialmente en la biblioteca, sentada en una de las mesas redondas de la sala de lectura junto al cuidador y a Ally. A estos últimos, nunca los había visto en su vida.
—¿Qué crees que sucedió? —preguntó Eva—. Por tu expresión tienes algunas teorías al respecto.
—No —se apresuró a decir Paul—. Tienes razón, es extraño que una mujer abandone una vida segura.
—¿La casa estaba intacta, recuerdas?
—Ajá. Ningún plan de huida en marcha.
—Intrigante.
—Sí. Pero no creo que los disparates de la maestra sean la realidad. Ni la escuela se los comió, ni se los llevaron los hombres verdes para investigarlos.
Cuando terminaban de almorzar, Joey llegó con su tercer obsequio. En este caso se trataba de una roca, la que a juzgar por su expresión no alcanzaba a cubrir enteramente sus expectativas. No hay nada como una buena rama, por supuesto.
—¿Quieres que busque el artículo del Telegraph? —preguntó Eva—. Creo que salió el martes o el miércoles.
—Lo haré yo mismo, gracias.
Nueva York, Noviembre 7 de 2003
Artículo publicado en el Twin Pines Telegraph
MARSHA FOX INTERNADA
Marsha Jasmin Fox, de cuarenta y cuatro años, fue internada el miércoles en la unidad psiquiátrica del hospital Monroe, tras una profunda crisis nerviosa según declaró uno de sus vecinos. El parte médico indica que la paciente presenta un cuadro psicótico agudo y que de no recibir tratamiento inmediato podría resultar peligrosa para sí misma o para los demás.
Fox adquirió notoriedad en la década pasada tras la publicación de su libro Los misterios de la escuela Woodward, en el cual afirmaba entre otras cosas que las desapariciones de Kathleen Blake y Michael Baines ocurridas en 1993 estaban relacionadas con fenómenos paranormales dentro de la escuela.
Tras aquellas desapariciones, la maestra abandonó por completo la docencia y se dedicó a difundir sus teorías, participando de seminarios y eventos relacionados con estos temas. Su fundación cuenta con una buena cantidad de seguidores en nuestra ciudad y en otros puntos del estado, que desde la noche de ayer se encuentran en las inmediaciones del hospital donde la mujer se encuentra internada. Los familiares de Fox han expresado que no creen que abandone el hospital a corto plazo.
Paul estaba en la puerta de Tannen´s. Era una entrada discreta: un arco de madera con tres peldaños de piedra oscura y, más allá, un recodo que conducía a una segunda puerta. Junto al arco había una placa de bronce con el nombre del lugar. Si bien todo era nuevo para él, o se suponía que así debía ser, cada vez que se concentraba en algún detalle, un recuerdo se disparaba y contradecía el hecho irrefutable de que era la primera vez en su vida que visitaba ese club exclusivo.
Eran las ocho de la noche y Eva creía que él seguía en la redacción con un artículo que Phill le había pedido a último momento. Si bien su jefe sabría qué decir en caso de recibir una llamada de su esposa, Paul odiaba mentirle. De hecho, le revelaría la verdad cuando atara algunos cabos sueltos y él mismo terminara de digerirla. Por el momento todo era demasiado descabellado.
La atmosfera interior siguió disparándole recuerdos. Las lámparas, los revestimientos de madera, la distribución de las mesas, todo tenía el inconfundible sabor de lo conocido aunque jamás había estado allí en su vida. Buscó con la vista a Ally o a Ashley, pero no vio a ninguna de ellas. Reconoció a dos o tres muchachas, pero no recordaba sus nombres ni sabía cómo bucear dentro de su cabeza para encontrarlos. Tampoco vio a Louis.
Una de las muchachas no tardó en acercársele.
—Hola. Soy Hilary ¿Buscas a alguien?
Paul sintió el irrefrenable deseo de gritar que no y marcharse de allí para olvidarse de todo el asunto. Se imaginó siguiendo adelante con aquél diálogo, rentando una habitación en el Motel Bluebird para pasar unas horas en compañía de Hilary. Entonces recibiría una llamada descabellada desde la escuela Woodward…
—Busco a Ally —dijo Paul.
—¿Ally?
—Sí.
—Aquí no encontrarás a ninguna Ally.
—¿Estás segura?
—Totalmente. ¿Cómo es tu amiga?
Paul proporcionó una breve descripción haciendo hincapié en el cabello, que consideró su rasgo más distintivo. La joven negó con la cabeza y sostuvo que no encontraría a nadie allí con ese nombre o que se ajustara a esa descripción. Paul estaba a punto de inventar una excusa para desaparecer cuando vio a Louis que aparecía por la puerta detrás de la barra. Llevaba el cabello más largo de lo que él recordaba, pero aparte de eso era el mismo con el que había mantenido largas conversaciones en el pasado. Paul disponía de gran cantidad de información perteneciente a aquel hombre. Se disculpó con Hilary, que lo observó contrariada, y se encaminó a la barra, donde ocupó uno de los taburetes.
Pidió un whisky. Antes de beber el primer trago se recordó que su pasión por el whisky era patrimonio de su otra vida. Y efectivamente, apenas probó la bebida una diminuta bola de fuego rodó por su garganta.
—Lou… —Paul quiso llamar la atención del barman llamándolo por su nombre cuando advirtió que no tenía ninguna manera de identificarlo— ¿Señor?
Louis se volvió con una ceja en alto.
—Disculpe. Estoy buscando a una persona —dijo Paul con el vaso entrelazado en sus dedos—. Hilary no la conoce, pero quizás ella no conoce a todas las muchachas aquí.
—Oh, créame que sí —dijo Louis visiblemente molesto por el inusitado inicio de aquella conversación—. Trabaja aquí desde hace más de cuatro años. Conoce a todo el mundo.
—Quizás mi amiga trabajó aquí antes que eso —ensayó Paul.
—Dígame.
—Su nombre es Ally.
Cuando Paul mencionó el nombre, la actitud de Louis experimentó un ligero cambio. Había estado repasando un vaso con un trapo pero se detuvo. Dejó el vaso sobre la barra y estudió a Paul durante unos segundos.
—¿Así que busca a Ally?
Niégalo. Di que no. Di que no y márchate ya mismo.
Al menos indicaba que la conocía, aunque el tono revelaba que había algo más, y que no era precisamente algo bueno.
Finalmente asintió.
—¿Es su novia?
¡¿Qué clase de pregunta es esa?!
Paul creyó que sería conveniente no dar a entender que la conocía demasiado. Algo que, además, era totalmente cierto. ¡En realidad nunca la había visto en su vida!
—No es mi novia —respondió al fin—. Una amiga que hace un tiempo no veo.
Louis pareció satisfecho con la respuesta. Se inclinó y por un momento Paul tuvo la certeza de que el hombre extraería un arma de abajo del mostrador. Era algo descabellado, sobre todo porque conocía al barman y sabía que era un hombre pacífico y razonable que no guardaba armas para dispararle al primer extraño que se le cruzara. Cuando su mano volvió a ser visible, no tenía un arma, sino un sobre cerrado. Lo lanzó al mostrador y aterrizó entre los dos hombres. Paul observó primero al sobre y después a Louis.
—¿Eso es lo que busca, verdad? —preguntó Louis—. Supongo que debo hacerle la pregunta de todos modos.
Paul regresó su atención al sobre y vio que no tenía ninguna inscripción.
—¿Qué pregunta?
—En realidad se trata de dos —dijo Louis—. La primera es sencilla: ¿Cuál es su nombre?
—Paul.
Louis sonrió.
—Tiene la mitad de la carrera ganada, amigo.
—¿Cuál es la segunda?
La sonrisa de Louis se borró y fue reemplazada por rubor en las mejillas.
—¿Cuál es la mejor manera de abatir a un cuidador? —preguntó.
Ahora fue Paul quien sonrió. Hacía días que recordaba cómo Ally había surgido desde las escaleras de la segunda planta para sorprender a Judd por la espalda. Si la muchacha no hubiera intervenido en ese instante quién sabe lo que le hubiera ocurrido a él.
—Con un extintor —dijo Paul.
—El sobre es suyo —dijo Louis—. La muchacha me dio cincuenta dólares por el pequeño circo de preguntas y respuestas.
Paul asumió que Louis buscaba un poco más de dinero con aquel comentario, pero cuando empezó a meter la mano en uno de los bolsillos de su chaqueta él lo interrumpió.
—No hace falta —le dijo—. Lo hubiera hecho de todos modos. La muchacha me cayó en gracia, por eso le pregunté al principio si era su novia.
—Pues no lo es.
—Nos pusimos a conversar —dijo Louis con cierta añoranza en su voz—, y resultó que ambos tenemos la misma canción favorita. Heart Shaped Box, de Nirvana. ¿Puede creerlo?
—Es una gran canción.
—Sí, lo es. Pero ella se acercó la primera vez cantándola por lo bajo. Y eso nunca me había pasado; fue como una señal. Además tiene una voz muy bonita.
Louis había retomado la limpieza del vaso. Paul probó dos o tres sorbos más de whisky pero decidió abandonarlo.
—Dígale a su amiga que venga a verme algún día.
—Si la veo lo haré.
Paul pagó por la bebida y se metió el sobre en el bolsillo interior de la chaqueta.
Salió de Tannen´s con la convicción de que nunca regresaría.
A la luz del día la escuela Woodward era un sitio tranquilo y acogedor.
Paul decidió dejar su coche en la carretera 26 y recorrer a pie el camino hasta el edificio. Pasó junto al banco donde él y Ally habían visto el pájaro estático siempre a punto de levantar vuelo, y el reloj de pie que ahora sí funcionaba. Eran las diez de la mañana. Antes de subir las escalinatas se llevó la mano al bolsillo de la chaqueta donde guardaba la carta que Ally le había dejado en Tannen´s y que había leído la noche anterior. Esa tarde tenía pensado quemarla. Pero primero tenía que hacer algo.
Antes de abrir la puerta contempló el vestíbulo. Tras el cristal se imaginó sentado con Ally, la primera noche de encierro, sin sospechar lo que finalmente tendría lugar. Sacudió la cabeza y entró. Si bien la escuela estaba en silencio, el murmullo lejano de voces aniñadas y algunas adultas, sumadas al viento y al distante tránsito de los coches en la carretera 26, conferían al lugar una atmosfera tranquilizadora. No obstante, y casi como una broma consigo mismo, una vez en el vestíbulo probó empujar la puerta para comprobar que podía abrirla.
En el corredor del ala Oeste se cruzó con una mujer que reconoció de inmediato.
—¿Señora Strickland?
La directora se detuvo. Tenía no más de sesenta y cinco años, pero el cabello encanecido peinado en una esfera espumosa y unas gafas redondas hacían que aparentara algunos más. Su tez sin embargo era tersa y una pátina suave de maquillaje lograba armonizar sus facciones. Sonrió en cuanto vio a Paul, aunque la expresión en su rostro dio a entender que no lo reconoció.
—¿Es usted el padre de alguno de los niños?
—No, mi nombre es Paul Farris —dijo extendiendo la mano que ella estrechó—. Soy periodista.
—Ahora lo recuerdo —dijo Gale sin que la sonrisa desapareciera de su rostro.
—Pero no se preocupe, vengo en son de paz —bromeó Paul.
Gale festejó el comentario con una suave risita dulce.
—¿Qué se le ofrece, señor Farris?
—Mi hijo Joey —dijo él—. Todavía no es tiempo de que empiece la escuela, pero con mi esposa estamos haciendo algunas averiguaciones.
—Oh, me alegro de que nos tenga en consideración —dijo Gale—. Con gusto le entregaré algunos folletos en los que dispone de toda la información necesaria para tomar su decisión.
—Eso sería perfecto.
Paul no se sentía muy a gusto con aquella mentira. No tenía la más mínima intención de que su hijo pisara esa escuela.
La directora le pidió que lo acompañara a su despacho, donde le entregó una serie de folletos con hermosas fotografías de la escuela. Una de ellas era una magnífica vista de la biblioteca.
—¿Cuántos años lleva al frente de la escuela, directora Strickland?
—Ohh… Muchos —Gale sonrió y agregó con complicidad—: más de veinte. Y espero quedarme unos cuantos más todavía.
Paul hizo un comentario de cortesía y agradeció los folletos. En su cabeza buscaba la manera de formular la siguiente pregunta, que era en definitiva la razón por la que estaba esa mañana en la escuela llevando adelante aquella farsa, pero descubrió que no era sencillo sin que el diálogo perdiera naturalidad. Afortunadamente, la propia Gale solucionó el problema:
—¿Sabe lo que podemos hacer? —dijo la mujer—. Yo tengo que atender unos asuntos, pero puedo pedirle al cuidador que le muestre las instalaciones. Con gusto lo hará y usted podrá llevarse una idea más clara para decidir con su esposa.
—Me parece una gran idea.
Gale Strickland asió el auricular del teléfono de su escritorio y marcó un número corto, probablemente un interno. Dijo unas pocas y palabras y cortó.
—Lo esperarán en el vestíbulo, señor Farris —anunció Gale con voz musical, observándolo con ojillos vivaces tras sus gafas redondas.
Paul agradeció la gentileza y se despidió.
De camino al vestíbulo no pudo evitar sentirse intranquilo. Si Ally había experimentado lo mismo que Paul, como aseguraba en su carta, entonces no cabía duda de que a Judd le habría sucedido lo mismo. La única diferencia entre ellos y el cuidador era que el hombre había muerto durante el encierro en la escuela. Quizás esto tuviera algún tipo de consecuencia, aunque era difícil saberlo. En el mejor de los casos Judd no recordaría nada del incidente, y en el peor, bueno… Paul tendría que escapar a toda velocidad. En ambos escenarios la presencia en la escuela de ese sujeto peligroso era una bomba de tiempo y sería necesario hacer algo al respecto. Ya vería qué. Quizás investigarlo un poco para encontrar algo de tierra bajo la alfombra y hacer que lo despidieran.
Habría tiempo para pensarlo. Lo primero era ver cuánto sabía el hombre.
Esperó recostado contra la pared, de cara a la puerta de la cafetería. Supuso que Judd haría su aparición por allí. Pero se equivocó.
Cuando escuchó una voz desde el otro lado del corredor estuvo a punto de lanzar un grito.
—¿Señor Farris?
Estaba más asustado de lo que habría estado dispuesto a reconocer. Se volvió.
Allí no estaba Judd, sino un sujeto enjuto que en comparación parecía un niño de secundaria. Tendría unos treinta años, ojos saltones y las mejillas lampiñas. Llevaba una gorra azul y una chaqueta que lo identificaba como el encargado de la seguridad de la escuela. Paul sintió deseos de lanzar una carcajada.
—Soy Buff Willow, el cuidador. —La voz aflautada completó el personaje a la perfección.
—¿Buff? —Paul no podía creerlo.
—Sí. —El hombrecito se sonrojó; evidentemente no se sentía del todo cómodo con su nombre completo y aquella había sido una invitación a que lo dijera. No lo hizo—. La directora me ha pedido que le muestre las instalaciones. ¿Es usted el señor Farris, verdad?
—Sí, soy yo.
—Acompáñeme por favor. ¿Quiere ver alguna parte en especial?
—Con el gimnasio será suficiente —dijo Paul mientras se echaban a andar—. Para mi esposa y para mí el deporte es muy importante.
El joven asintió mientras se acomodaba la gorra e inclinaba la cabeza servicialmente. Avanzaron por el corredor central en silencio. Paul era una cabeza más alto que Buff.
—¿Hace cuánto que trabaja aquí, señor Willow? —preguntó Paul cuando pasaban junto a los baños.
—Ocho años.
—Me parecía. Hace unos años visité la escuela y recuerdo que otra persona estaba en su puesto.
—Oh, sí, el señor Wilson.
—Exacto.
—Lo despidieron —anunció Buff.
—¿Sí?
—Sí. La directora Strickland no se sentía a gusto con él.
—¿Sabe qué fue de él?
—No tengo la menor idea.
Habían franqueado la puerta del gimnasio. Paul fingía estudiar el lugar cuando en realidad internamente se alegraba de que las cosas hubiesen resultado tan sencillas. Con Judd lejos de la escuela los niños no corrían peligro. Además, de su despido habían transcurrido ocho y nada anormal había sucedido desde entonces. Podían quedarse tranquilos.
Paul prolongó un poco más su papel de padre interesado en la escuela y dijo que con lo que había visto sería suficiente. Le agradeció a Buff su tiempo y se despidió.
Noviembre 12 de 2003
Querido Paul,
¡¿Vaya semana, verdad?!
Sí estás leyendo estas líneas sé entonces que estarás de acuerdo conmigo.
Estos días en que todo ha empezado a volver han sido caóticos para mí. No podía concentrarme en nada. Mi jefe me preguntó unas mil veces si me sentía bien y yo le dije que sí, pero finalmente me obligó a irme a casa y pedir consulta en el médico, cosa que lógicamente no he hecho.
Al principio las imágenes se presentaban a intervalos cortos. No fue nada placentero. Creí que me volvería loca. Al tercer día las cosas se calmaron bastante y al cuarto todo estaba relativamente bien. ¡Ha sido como vivir otra vida en apenas una semana! Me siento más vieja… ufff. Ahora me siento muy bien. A decir verdad, mejor que nunca.
Disponer de recuerdos de vidas tan dispares ha sido también un aprendizaje. Ya volveré más tarde sobre esto, pero creo que Michael esperó diez años para que ambos pudiésemos disfrutar de todo ese tiempo juntos. No sé si además necesitó perfeccionar sus habilidades; es probable que sí. Le agradezco enormemente el haberme brindado la posibilidad de compartir con él esos diez años extras, que ahora han regresado en forma de recuerdos como un cúmulo de tesoros preciosos. Cuando eso empezó a suceder, cuando todas esas vivencias con mi hermano desaparecido poblaron mi mente, creí que lo mismo le ocurría a otras personas, por ejemplo a mi padre. Pero he hablado con él y no recuerda haber vivido esa otra realidad. Creo haberte dicho alguna vez que podía leerlo como a un libro abierto y tal cosa no ha cambiado.
Pero muchas cosas sí han cambiado. Por ejemplo, ¡soy contadora! ¿Qué me dices? ¡Bastante bien para una repartidora de pavos a domicilio, eh! Sin embargo lo más importante de todo es que mi madre está viva… Apenas puedo mantener el pulso estable mientras escribo estas palabras. No hubo ningún accidente con una motocicleta. Viéndolo en retrospectiva, ha sido el punto de inflexión para mis padres, como no podía ser de otra manera. El negocio de mi padre prosperó y mi madre consiguió trabajo en la compañía telefónica. Ella todavía sigue trabajando allí y él tiene unas cuantas personas a su cargo, vehículos propios y muchas empresas grandes como clientes estables. Son muy felices. La desaparición de Michael fue un golpe duro y quizás fue la razón por la que se concentraron tanto en mí. Me han apoyado mucho y me consta que se han desvivido por ahorrar el dinero suficiente para que pudiera ir a la universidad. En ese sentido no los he defraudado.
Pero tampoco me he defraudado a mí misma: a esa otra persona que fui y que tú has conocido. Esta semana me ha servido como prueba. No me he convertido en una persona con una venda en los ojos porque ha tenido la suerte de ir a la universidad, tener un buen empleo y una familia maravillosa. He tenido suerte. Mucha. Nadie mejor que yo puede decir que a eso se reduce todo, ¿no? El esfuerzo personal es necesario, meritorio, respetable, pero es sólo una parte. El día que podamos entenderlo se acabarán nuestros problemas.
En fin, me he puesto filosófica. No quiero que pienses que me he convertido en una monja de clausura. Soy la misma que estuvo contigo en el Motel Bluebird, en la habitación 109. ¡Hasta esos detalles recuerdo! Soy la misma, Paul, pienso de la misma manera, y siento tanto respeto por esa muchacha como por mí. En mi cabeza me refiero a ella como «la otra Ally»… puedes reírte si quieres. Y con esto puedes reírte todavía más: siento una profunda admiración por ella.
Quizás lo más sensato hubiese sido tomar un café juntos y hablar, pero sospecho que lo mejor será dejar todo esto atrás. No digo olvidarlo porque no se trata necesariamente de algo malo. Muchas cosas buenas han surgido de lo que ocurrió en la escuela esa noche eterna. Es simplemente que no creo que convenga agitar el pasado. Me he tomado la libertad de investigar en internet un poco y he encontrado algunas noticias recientes en las que mencionan a tu esposa. ¡No sabes lo que me he alegrado!
Todo esto está siendo más extenso de lo que pretendía. Quería contarte algunas cosas sobre mí pero esto se ha convertido en un pasaje de la Biblia. Iré directo al grano. Hay dos cosas que quiero decirte, que me parecen importantes.
La primera es muy simple y supongo que tú ya la habrás considerado. Tiene que ver con Judd Wilson. Se me hiela la sangre cuando pienso en ese hombre y en todos los niños que pasan sus días cerca de él. No descartaría que en algún momento reaccione violentamente como lo hizo con nosotros, o que, sin llegar a algo extremo, cause problemas a alguno de los niños. Me siento completamente fuera de lugar pidiéndote esto, pero sé que puedes ir allí y hacer algunas preguntas. Si hay algún indicio de comportamiento indebido por su parte, podrás darte cuenta. No creo que puedas hacer mucho, pero quizás alertar a las autoridades escolares sería suficiente. No lo sé. Es algo que me preocupa y sé que sabrás manejarlo mucho mejor que yo.
Lo siguiente será un poco más complicado de explicar.
Durante estos últimos días he pasado de una confusión extrema a un entendimiento pleno, a medida que las piezas caían en su sitio. Ahora entiendo las razones por las que Mickey cargó con la tragedia del aula 19 en sus espaldas durante diez años. Debió haber sido duro, pero él sabía que podría volver las cosas atrás y se aseguró de hacerlo correctamente. Entiendo también que en su planificación evitó el accidente de mi madre (aunque no sé exactamente cómo lo hizo) y que por alguna razón quiso hacer lo mismo con tu esposa. Es cierto que necesitábamos a alguien más en la escuela, que yo sola no hubiese podido cuando Michael nos dejó, pero él podría haber escogido a otra persona y sin embargo el elegido fuiste tú. Le caíste en gracia. Tú y Eva. Por eso conservaba esa fotografía de ambos de la que te he hablado en la escuela.
Mickey lo planeó todo al detalle, lo cual me enorgullece. Tuvo el tiempo necesario para no dejar nada librado al azar.
Y eso me ha llevado a comprender una cosa. Algo que quizás no has advertido todavía, pero que tiene perfecta lógica:
Mi hermano Michael no mató a los niños del aula 19.
Kathleen lo hizo.
Suena descabellado a primera vista, lo sé, pero piénsalo. Cuando estábamos en el aula 19, al final, he tenido la sensación de que Michael, tú y yo sosteníamos una gran bola imaginaria, que se deslizaba suavemente sobre un riel, hacia adelante y hacia atrás. Cuando Michael nos abandonó, la bola se hizo inmensamente pesada hasta que finalmente nos aplastó. Michael sostenía la bola, pero entre los tres nos encargábamos de moverla.
¿Me sigues?
Cuando vimos a Michael fuera del aula 19, a su versión translúcida, Kathleen estaba con él. Era ella la que movía la bola. Y si pudimos verla fue porque Michael se aseguró de que estuviera muerta en ese momento. Te dije una vez que mi hermano era una persona de un corazón inmenso y sigo afirmándolo.
Y hay una cosa más, algo que quizás exculpe en parte de Kathleen, pero quiero decírtelo todo, ser sincera contigo. Cuándo sosteníamos esa bola inmensa y esos niños se burlaban sin parar, ¿no sentiste por un instante el deseo de hacerles daño? Sé que suena horrible. Es como si esa habilidad de Michael tuviera la capacidad de sacar lo peor de ti. Michael y yo no hemos ido tantas veces a casa de tía Lorraine como sí lo hizo «la otra Ally», pero recuerdo perfectamente cómo matábamos los insectos en el frasco de vidrio. Y puedo decirte que en esos momentos sentía algo perverso viendo cómo se retorcían por la falta de aire.
No sé si Kathleen lo planeó todo de antemano, que esos niños se burlaran de Michael. Pero sí creo que una vez que sucedió, y que lo aferró de las manos, esa maldad afloró en ella y no le importó nada. Vio la posibilidad de perjudicar a la directora y de ocupar su cargo y lo hizo.
Pero no quiero convencerte de esto en función de lo que yo siento por mi hermano. Sé que eres un hombre de hechos.
¿Recuerdas en la biblioteca, cuando Kathleen nos habló de la ausencia de marcas de agujas en los cuerpos? El médico le dijo que no las había encontrado y luego de la visita de Kathleen… allí aparecen las marcas. Apuesto a que pasó la noche con ese médico. No sólo mató a los niños del aula 19, sino que después permitió que Hannigan asumiera toda la culpa, y a mi hermano no lo mantuvo en la escuela para protegerlo, sino para que no hablara…
Piensa en cada cosa que ha ocurrido en nuestras horas de encierro y verás que lo que digo tiene sentido. Piensa en cuando Kathleen te dejó amarrado a la tubería, por ejemplo, o en cómo no se despegó un minuto de Michael o liberó a Judd en el vestíbulo…
Eventualmente pensarás como yo, y si no es así, bueno… tampoco es tan grave. Después de todo, no se puede juzgar a alguien por cosas que no hizo, ¿verdad?
Paul, te deseo lo mejor. Lo digo en mi nombre y en el de Mickey. Gracias por todo lo que has hecho por nosotros. Te mereces grandes cosas y espero de corazón que las consigas todas.
Te quiero.
Tu amiga,
Ally.