«Yo no soy celoso». Siempre que se oye esta frase, la dice un celoso. Yo no la digo, porque acaso lo sea un poco, como si dijéramos un celoso de baja intensidad.
—Cuidado con Paco Pino —advierto a una profesorita del instituto de Tudela de Navarra que lo sigue extasiada.
—¡Pero si don Paco tiene ochenta y tantos años!
—Pues por eso.
El poeta de los pinares de Valladolid es bien parecido, con un aire de nobleza que él fomenta en la barba bien cuidada y en el mirar concesivo sobre el mundo y sus criaturas. Y luego, la voz, a veces trémula, siempre cariciosa. Un seductor. Él lo sabe. Su mester de poeta lo ha ejercido siempre con la coquetería de quien establece: no me exhibo, no busco lectores, que los lectores me encuentren. Títulos provocadores —Méquina dalicada, Revela velado, Inversos anversos—, ediciones cuidadosísimas en tiradas exiguas, ¡veinte ejemplares! Ahora Francisco Pino lleva sus años con dignidad, y sin ningún complejo busca apoyarse en un brazo amigo, mejor si es brazo de mujer. Fueron unos días colmados de fraternidad y buenos alimentos (no solo espirituales). En Tudela hay un grupo de poetas, narradores, profesores. Nos dieron una cena memorable. Por si fuera poco, el día de nuestra marcha se presentaron en el hotel los amigos navarricos, nos despidieron con regalos de libros, verduras, vino, pacharán. Y abrazos y besos.
Pino, a lo suyo, a su estética de Bradomín en la corte de Estella. Y la profesora, que ya la quisiera para mí, embobada con el de Valladolid. Debe de ser una suerte llegar a los ochenta y caerles bien a las mujeres sin que te tachen de viejo verde.