La rebeldía del poeta

Todos los años, si me cuadra estar en Madrid, voy al fallo del incombustible Adonáis y así me oriento sobre lo que se cuece en la poesía joven. Aquella vez, los altavoces proclamaron el nombre de un poeta de mi pueblo. Esto del Adonáis tiene mucha resonancia, si se lo dan a un hispanoamericano puede que en su república hagan fiesta nacional o lo nombren embajador. Me alegré, ¡cómo no!, del triunfo de Mestre, pero no me sorprendió porque esto y más lo daba yo por descontado.

A Juan Carlos Mestre lo conocía, naturalmente. Su padre tenía el horno del pan frente a la que fuera tienda de mi padre, su abuelo era sastre y maestro de sastrecillos, pared por medio de mi casa. Yo era un hombre hecho y derecho cuando el chico andaba de pantalón corto, recuerdo su mirada ávida de descifrar el mundo y supe de sus lecturas —clandestinas entonces— y de la germinación de sus ideas rompedoras. Y sobre todo, de su temprana condición de poeta. Esto último lo supo todo el pueblo en una de las fiestas que cada primavera se le dedican a la poesía. Tienen prestigio, y el ganador de aquella vez no fue un poeta de renombre nacional o incluso internacional, como venía ocurriendo, sino un rapaz, poco más que un adolescente del barrio extremo de la Cábila. Se sabe que hubo desconcierto en los patrocinadores, temerosos de que el evento oliera a localismo. Pero el acta del jurado era contundente: «El poema “Elegía en mayo” ha merecido el premio por unanimidad». Y una nota final resaltando «la alta calidad alcanzada en esta ocasión».

En el día de la entrega del premio se vio subir a la tribuna al joven poeta con la entereza de quien sabe que aquél y solo aquél es su sitio. Empezó a decir sus versos —¿ustedes han oído la voz de Mestre?— y hubo temblor en los negrillos y los pájaros del jardín. Yo supe que aquella mañana al entarimado de la poesía se había subido la no conformidad, y no en las maneras, perfectamente corteses, sino en el metal penetrante del mensaje. Como si nos dijeran: «Creíais tener un meritorio dócil y quien canta es un poeta entero, un hombre libre». Yo sentí admiración y un poco de miedo. Esto del miedo no se lo dije nunca a Mestre.