Los cuadros del psiquiatra

Esta historia es una anotación, sin enmiendas ni raspaduras, de una noche leonesa. Antonio Gamoneda me invita a merendar en El Besugo, «para pagarme» —bromea— mi artículo (no solo espontáneo, también entusiasta) sobre la salida de Descripción de la mentira. Estoy convencido de que se hablará mucho del poeta y de este poemario suyo, y yo podré presumir de que esas páginas las he visto nacer, crecer. Antonio escribió todos o buena parte de estos versos en Boñar, en una casa ajardinada (olor de flores, ¿hortensias?). Le contagié entonces mi obsesión por el riesgo de que se pierdan los originales y él me iba dando hojas manuscritas que yo guardaba en una caja fuerte, acorazada con elementos refractarios contra el fuego. Los solemnes versículos —«El óxido se posó en mi lengua como el sabor de una desaparición»—, durmiendo junto a papeles de notaría y otros prosaísmos.

Muchas veces hemos comido y bebido juntos en lugares modestos, Los Candiles, cinco gambitas muy pequeñas si pides gambas al ajillo; Benito el de la Plaza Mayor; tabernas de altos techos que van siendo derribadas…

Modestos parroquianos, compañeros del vino y del escabeche, pensarán que los poetas en nuestro rincón tabernario tratamos de cosas sublimes. A veces, bueno, sí. La poesía, por supuesto, y también la música, el cine, la pintura… Gamoneda en pintura —como en todo— es exigente, un tiempo ejerció de crítico de arte. Pero es más lo que hablamos de nuestras simétricas hipocondrías, y no sin utilidad, porque él es mi mejor psicólogo clínico, y yo estoy a la recíproca. En cambio, uno y otro descreemos de los loqueros titulados. A Antonio le recomendaron un especialista de una capital vecina, acudió muy animoso pero en la espera vio los cuadros que decoraban la consulta de pago, unas rosas como de señora que pinta a ratos, una vista tópica de la catedral, un ajo del pintor que inundó de ajos la ciudad, y al poeta y crítico se le vino abajo la confianza.

Lo de hoy era una celebración, de modo que nada de miserias en nuestro ágape:

—Que traigan otro poco de queso.

—Para este poco de pan.

—Y otra botellita de vino.

El trago de vino rojo y noblote que vuelve a querer su taquito del manchego a media cura, y un si no es de pan, y del pan al vino, y del vino otra vez al queso, y del queso al vino…

—¿Y las pastillas, Antonio?

Los dos llevamos pastillero.

—Que les den por el saco.