Pastoral

Era un hombre como cualquier otro de los que ves por la calle, solo que éste iba encogido en ropas reverendas que parecían pesarle.

A mitad del viaje preceptivo, ya en el territorio de las minas, le apuraba la próstata y se apeó del coche en el lugar que le pareció más a salvo, pero lo vieron y desde unos desmontes de la hulla bajaron voces de burla:

«¡Que se la corten!». «¡Que se la corten!».

«Vaya por Dios», y por primera vez se miró con ternura aquella cosilla que en una larga vida solo le había servido para evacuar. El secretario esperaba junto a la portezuela entreabierta, pero el hombre de las ropas reverendas se detuvo y trazó la señal de la fe hacia los hombres del carbón, y es probable que ellos vieran allá abajo no más que un resplandor fugaz, sin saber que lo daba la amatista, sin saber qué es una amatista.