Ahora caigo en que eso de los nacionalismos no es de ahora; en la Cábila nos dio la misma ventolera, y empezó porque las grandes procesiones se nos negaban, no cruzaban el puente. La Semana Santa, toda para los otros. Algunos pasos podían verse desde la barandilla del Viaducto, pero no pasaban la aduana ideal del puente. Ni Santo Tirso, ni el Corpus ni la carroza del Sagrado Corazón. Y lo peor, el Cristo, que es la fiesta de la ciudad entera y los comerciantes del censo cotizaban sin excepción, los de arriba y los de abajo, por las buenas o coaccionados por el alcalde. El Cristo bajaba la cuesta de la Abuela, abierto de brazos, mirando a nuestro barrio, pero al llegar al cruce de la Portaje le daban un giro de 90° y todo para los balcones de la Vieja Historia.
—Por las buenas, siempre por las buenas —aconsejó el abogado, que evitaba los pleitos y era de los nuestros—, esto no se habla ni siquiera con el párroco, lo tratamos con el obispo.
Fue peor, porque el de Astorga quiso contentarnos con la procesión de la Divina Pastora, una cosa como infantil, en las andas al lado de la Virgen figuraban unos ángeles de mayólica que parecían rapaces.
Pasaríamos de la Iglesia.
—Tened cuidado —advirtió el jurista—, si no cumplís con Pascua os pueden denegar el certificado de buena conducta, y sin eso no se puede conducir un camión.
Pero la paganización del ocio estaba cantada. Lo sentíamos por las monjas de clausura, nuestras vecinas. Se hablaba mucho de la autarquía. Un emprendedor se echó para delante y en la calle de Bajalrío abrió sus puertas domingueras el salón de baile, de pago, las señoritas gratis. A la entrada ponía «Sala de fiestas», pero empezó a llamársele «La Corbata». Se exigía esta prenda. Se usaba mucho la brillantina. No hubo riñas graves, y por la tornera se supo que a las monjas les resultaban amenos los flecos de boleros que les llegaban.
Pero el éxito de «La Corbata» duró poco. Yo fui de los primeros en traicionar: era una sosera arrimarse siempre a las del propio barrio, de momento no necesitaba certificados, y para la diversión volví al centralismo. El abogado de nuestra vecindad era muy caballero y filósofo, en cualquier tema le gustaba profundizar hasta las raíces.
—Desengáñate —me dijo—, semejante bailongo separatista no podía prosperar, eso es la endogamia, ¿me entiendes?, como bailar hermanos con hermanas.