La creación

Se acabó. Se acabó aquello de que los de nuestro pueblo encontráramos empleo en Madrid en esta empresa gigante. Pepe Ramos tiraba de sus paisanos, él había llegado alto en la plantilla, como si dijéramos el amo de la noche, cuando los grandes almacenes tienen un trajín que nadie de fuera puede imaginarse.

Los furgones entran discretamente por la calle lateral y enfilan la rampa que lleva a los muelles subterráneos; la consigna es hacerlo con el menor ruido, aunque el público comprenderá que las camisas y los zapatos y las montañas de pantalones vaqueros y las mochilas y los televisores y los espejos y las mantas zamoranas y los vestidos de novia y los cochecitos de niño y los balones de reglamento y los refrescos y las hortalizas de alguna manera tienen que reponerse cada noche en cada sección, después del saqueo que son las ventas del día antes, una millonada.

La noche del 11 al 12 de diciembre de 1987 los engranajes del sistema funcionaban a tope, nadie recordaría la fecha exacta si no fuera la cola que trajo. Se echaba encima la Navidad. Los montacargas arriba y abajo, desde los muelles de descarga de los furgones a la planta que correspondiera.

—¡Primera!

—¡Recibido y O. K.!

La primera con el Hogar Textil, después la dos Todo para los Niños, la tres Todo para el Caballero, así hasta la planta undécima, y lo mismo la bajada a los sótanos: sótano primero, sótano segundo, donde se trabajan los objetos de mucho peso y volumen.

Los encargados de área comprobaban, cruzaban cada partida en los albaranes que pronto serían tecleados en los ordenadores. Y el señor Ramos, o sea nuestro Pepe Ramos, controlándolo todo. Él mismo subía o bajaba según iban surgiendo dudas y problemas, lo veías con su cara de místico arrinconado en una esquinita del elevador como si no fuera nadie en la Casa y era como Dios, los códigos de todos los artículos nacionales y extranjeros estaban en la cabeza de este hombre.

Aquella noche, como todas las noches, los grandes almacenes quedaron listos por dentro, como un barco que fuera a ser abordado por miles de pasajeros impacientes y revolvedores. Pero aún faltaban horas para que en las cajas registradoras empezara a recogerse el fruto de nuestro trabajo.

Pepe Ramos debería haberse marchado a casa a dormir igual que hicimos los demás del turno. Pero se quedó. Lo que se sabe del caso es por su declaración; y por la psicóloga, ya se le habían visto rarezas como la de hacerse algo de Jehová, por menos de nada el Pepe Ramos te regalaba una Biblia.

La idea le vino en el cuarto de máquinas, donde están los pulsadores y las palancas que gobiernan la Casa. Mirándolo bien, el cuarto de máquinas es más importante que el despacho alfombrado del director. Lo primero que hizo Pepe Ramos fue dar las luces todas, en la fachada principal brotó de golpe la estrella de los Magos de Oriente, se encendieron los escaparates y los miles de focos como si hubiera salido el sol. El jefe de noche se arrellanó en el asiento giratorio que hay allí, él siempre fue modesto, pero dice que esta vez se sintió con un poder que a él mismo le daba miedo y estuvo mucho rato pensando.

A lo mejor no hubiera ocurrido más nada. Pero Ramos miró para la calle desierta, a aquella hora nocturna pasaban pocos coches y alguna ambulancia para los hospitales, y de pronto vio allí abajo un vendedor del periódico de los Sin Techo, el hombre cogía su sitio como cada mañana junto al paso de peatones. Luego fueron acudiendo los que te piden la firma para el sida cerca de la entrada principal, los que ofrecen horóscopos, una mujer con unos manojos de claveles. Será que esta gente duerme con un ojo cerrado y el otro abierto, sin apartarse mucho del coloso que les da la vida.

Después de haber estudiado en el seminario, Ramos se hizo perito industrial o ingeniero técnico, conque sabía cómo había que actuar. Actuó y se hizo el movimiento, se pusieron en marcha las escaleras rodantes, la ventilación, el aire caliente. Por las avenidas que dan al chaflán del edificio se apresuraban unos compradores de los que quieren tocar el género antes que nadie, los vendedores y las vendedoras de la propia Casa iban llegando a su jornada laboral con un aire cansado como si fuera lunes.

El hombre que sabía todos los códigos contempló su obra y se sintió satisfecho. Accionó el mando que más le tentaba y de par en par se abrieron las puertas al público. Eran las 5:47, y si alguien se extraña de que tantos despertadores en Madrid hubieran sonado con adelanto, Pepe Ramos con el aire más natural del mundo te recita que el día séptimo terminó la obra que había hecho, capítulo tal versículo cual. Alguna parida así.