Los pasadizos

Hay una ciudad apiñada que está hecha de contigüidades, medianerías y gravámenes que alimentan a los abogados y procuradores y registradores de la propiedad y, sobre todo, está el asunto de los pasadizos, que garantizan pleitos largos como para llenar una vida.

Por el pasadizo del barón se entra a una de las casas principales de la Costanera, pero se pasa también a dependencias que son de Correos, a un gallinero pro indiviso de cinco hermanos, que el mayor está en Venezuela, y a una capilla de culto privado. Hay un callejón de la fábrica de harinas por donde se entra obligadamente a una escuela de permisos de conducir establecida debajo de un cuarto con desván donde radica la asociación de canaricultores. Los vecinos del barrio de arriba tienen derecho a pasar con sus botijos a la fuente del Pozo, que por laboriosos avatares se ha quedado en el medio del cuarto de estar de una viuda anciana. Y solo son ejemplos.

En las casas nuevas, las que se construyen ahora, los colindantes se ponen de acuerdo para dejar callizos y servidumbres de paso que les aseguren una vejez animada.