Por qué las chicas que se escapan de casa van siempre hacia el sur. Por qué siempre que van a dar las noticias en la radio estás entrando en un túnel. Por qué los del camión somos distintos de los otros oficios. Aunque también los marineros y los viajantes.
Preguntas tontas en la soledad del cuarto, que era el lugar de detención, con unos barrotes descuidados y rotos.
Ni siquiera sabía el nombre del pueblo. Podía haber elegido un turno más cerca. Él era el más antiguo, tenía mujer y una hija y casi la edad de ser abuelo, podía haber cogido el Zaragoza o el Burgos donde los que te piden un sitio en la cabina son soldados o un cura de pueblo, alguna vez una madre con su niño de pecho y es una pasajera sagrada.
Encendió un cigarro. Y por qué en los nervios de un atestado te ponen lo primero en la boca un cigarro, estos señores casi un paquete, se lo quede. En cambio había tenido que pagarse él mismo la conferencia.
«La carga sin novedad, solo un poco de retraso».
«Me gusta que me llames para lo que sea…», se le recordó en la oscuridad la voz de Teresa.
Es lo que tiene el pasar fuera de casa trescientos días del año. Que las mujeres agradecen que les tengas cualquier atención. Esto y que libras en día de diario, aprovechando que hay colegio te quedas con tu mujer sin que la niña ande interrumpiendo, sin el miedo también de los tabiques que por las noches son como el cartón de las cajas del vino. Cajas, las de antes, con el sello de la marca sobre la madera, con el año verdadero de la cosecha. No hay como la verdad y les juré que lo diría todo. Desde el principio. Pero el principio, parecía que los impacientase. Vienes oyendo las canciones que te gustan o los concursos con las llamadas de los oyentes, pero si van a dar las noticias es que estás entrando en el túnel de pago de Guadarrama o entre los postes metálicos que no te dejan oír como es debido. Esta vez era temprano por la mañana, lo mejor porque los nombres y los sucesos están frescos, antes de que empiecen a repetirse y a enranciarse de hora en hora. Tocante a los mensajes de socorro yo siempre los escucho, a mí mismo me localizaron hace años por asunto familiar grave, aunque fuera tu suegra tú la querías como a una madre, la madre de Teresa, seguro que no te acordaste de que también era la abuela de tu hija Chari… Aquí lo del señor me lo cobra usted a mí, se determinó el cabo aquella vez. Perdone, cabo, había dicho el hombre del mostrador, pero gusta tener una atención con el cliente cuando es por causas humanitarias. Era el bar de una gasolinera donde no había parado nunca, pero yo soy de los que creen que todavía queda gente buena en el mundo, en el asunto de recibir un trato no debe de ser de los peores empleos el nuestro. Paras y somos siempre los mismos, los de casa, y aunque te pongan en el comedor de todos, puedes decir que comes en la cocina, las chuletas de cordero, las alubias estofadas sin nada, los huevos fritos que son cosas propias para un hombre que tiene que seguir bregando. Y el vino propio de cada tierra, sin reparar en que atrás en la caja del camión van muchos miles de duros embotellados hace media docena de años… Pero volviendo a lo de ahora. Justamente al salir de ese tiberio de los transformadores de lberduero estaba terminando el parte de las diez de la mañana, lo de siempre, uno se lo toma como después del llano viene la montaña, luego otra vez el llano, el rincón de la cuneta donde arrimas y paras a orinar en cada viaje como si no hubiera más árbol en toda la ruta. Y es lo mismo pasarse la vida repartiendo por las provincias que si te mandan a Francia con el tráiler. La primera vez de internacional, a quién se le ocurre, Teresa me dijo que ella andaba bien de ropa y que yo tenía que empezar a fijarme más en la niña, pero esa mocosa para qué quiere un sujetador, compréndelo, el capricho de estrenarse de mujer con una cosa de París.
—Apriétese usted, amigo. Que nos quepa todo en la hoja.
Y es que al decir que lo estaba declarando todo, de verdad que allí estaban los hechos sin ocultación. Pero solo los hechos, porque las cosas de la familia son de uno. Y también son de uno los sueños. Igual que la ruta de las comidas hay la ruta de las hembras, no son igual las de los puertos de montaña que las de junto al mar, ni las que están trabajosas en las cocinas se parecen a las que dan la cara día y noche en los mostradores. Veinte años y aparte de bromas y retozos, él no le había faltado gravemente a Teresa. Llegaba a casa de regreso, a la cama con Teresa. Se echaba como un animal cansado y feliz y cuando después de cumplir con la mujer entraba en el sueño era siempre por la derecha en el sentido de la marcha, rasantes, adelantamientos, luces de cruce en la boca de lobo de la noche, hasta que el mundo empezaba a embrollarse y era otro el que conducía, podía verse él mismo de pasajero en la cabina pero jugando con una o con dos mujeres estupendas, sueños así, y de repente por la radio nacional de España su nombre. Entonces se despertaba y abrazaba a Teresa, ahora no puede recordar si en esos casos pensaba también en la pequeña durmiendo en la habitación de al lado… O sea la radio, es lo que servidor les había empezado diciendo. Lo estuvieron dando durante todo el día, pelo castaño y muy corto, estatura uno cincuenta y ocho, pantalón vaquero y botos con los demás detalles de la ropa, más un bolso en bandolera con la cosa de los Mundiales. Dieciséis años, la edad misma de Chari. Se cree que se dirige a las costas del sur… O acaso la Chari haya cumplido en mayo los diecisiete. Preguntas en casa por decir algo, a ver, a qué hora ha vuelto anoche esa chica, o las evaluaciones de los profesores, aunque qué sabes tú si nunca te acercaste a verles la cara a los profesores. Preguntas porque Teresa no para de recriminarte, sin entender que lo que un trabajador del camión tiene que cuidar es el vehículo en que le va la puntualidad de la entrega, de estar él mismo sereno y disponible a todas las horas del día y hasta de la noche. Lástima que la Chari creciera. Había sido una criatura corriente y él había sido un buen padre, no recordaba ningún problema y eso será como un órgano del motor que si no da señales malas ni buenas es que marcha como corresponde. Pero casi de repente, la niña y los cigarrillos escondidos. La niña y la discoteca. Ella y las noches dudosas, aunque la madre, después de ponerse a encizañar, se contradijera disculpando que estamos en fiestas y es mejor por las buenas, así no hay manera de que un cristiano acierte con la conducta. Pero por qué las chicas que se escapan van hacia el sur. Acaso fuera el calor de la meseta metiéndose por las ventanillas abiertas, el sol tostándole la piel apenas cubierta por la camiseta de tirantes lo que a través de los boletines machacones le había ido completando el retrato robot con la precisión del metro cincuenta y ocho, es fácil imaginar una mocita proporcionada si se sabe que el pelo es de tal color y cortado a lo chico, la blusa amarilla, la tela suave de la blusa, pero luego el pantalón fuerte y como remendado, apretado, y en el bolso qué puede llevar metido una cría que huye…
—Lo que tiene que precisar es si ella fue consentidora. O sea, si usted se valió de la fuerza.
Te sonreíste, sin ninguna intención de faltar al respeto a los guardias. La luz que se colaba por las persianas verdes de la dependencia te daba en los brazos que hubieran podido levantar en vilo la mesa y a los que te estaban interrogando. No, no habías empleado ni un músculo. La pequeña desconocida se había subido de un salto y a ti no te habían faltado las palabras para que ella misma se convenciera de bajar en una cabina de teléfono, razones de padre que a veces habías pensado para tu propia casa. Y luego, el cansancio, o la torpeza, o eso… La cosa de un hombre que no come ni habla a diario con su gente. Que puede ver crecer a su propia hija como si fuera la hija de otro, llegar de un viaje de nada más que días o semanas y sentarse a la mesa y tener que disimular porque la niña ha enreciado en el pecho y uno no quiere mirar pero no puede dejar de hacerlo.
«Eres un tío muy fuerte, sabes».
La mano pequeña de la desconocida le cosquilleaba en los tendones del brazo, seguía al brazo cuando éste bajaba a la palanca del cambio y él le decía quieta.
«Si quieres me llevas por media España, ya tengo los dieciocho, te enseño el carné».
Y peor cuando la mano pequeña se puso a enredar con el vello que le salía por la escotadura amplia de la camiseta.
«Qué gozada, jo, un tío moreno y después pelirrojo por todo el cuerpo».
Desvió el camión hacia unos olivos por donde iba la carretera vieja. Uno al fin no es de piedra, ustedes deben comprenderlo. Luego fue algo horrible que no confesarías aunque te arrancaran la piel, primero la carne prófuga y ajena y en seguida la figuración de tu propia Chari, claro que también los guardias andan fuera de casa, ahora que lo piensas los guardias cuando andan destacados acaso sean como los del transporte y los marinos y los viajantes.