Fue un gesto de cortesía mutua que al señor de azul y al señor de gris les salió perfectamente sincrónico.
—Yo lo prefiero rubio.
—Yo, si me lo permite, un negro con filtro.
Fumaban, y el humo desaparecía instantáneo, absorbido por los purificadores invisibles.
El salón de espera tiene sillones cómodos y el color de las paredes inspira bienestar. Ruge fuera el tráfico de la colmena pero las amplias cortinas y las alfombras lo dejan en rumor apagado, casi agradable, menos fuerte aún que la discreta música motivacional filtrándose por no se sabe dónde.
El señor de azul y el señor de gris se han adherido, como otros señores de la gran ciudad, al Atletic Club de Hombres Promocionados, fundado para la conservación y mejora de la raza dirigente. Saunas y masajes alternan con chorros térmicos y aparatos tensores para que los jefes ostenten junto a su probidad moral y competencia técnica una línea joven, vientre escaso, tórax firme y bombé.
Pasó poco tiempo y se cruzaron las tarjetas, grabadas en relieve:
—DISTRISA.
—EFASA.
Después de los que tienen asiento en el Consejo, el señor de azul y el señor de gris pintan lo más que se pueda pintar en DISTRISA y en EFASA, respectivamente. Uno, director de compras. Director de ventas el otro. Los ejecutivos tienen secretaria propia, un teléfono a la centralita y otro directo con la calle. Los ejecutivos no cuelgan el abrigo en el ropero común sino en armario individual. Y cobran en un sobre blanco, muy personal y cerrado. A los ejecutivos, esos héroes del desarrollo, los va quemando el marketing, las convenciones, las salsas fuertes, las ferias de Barcelona y Hannover…
Se fue acentuando el conocimiento mutuo. Seat y Dodge Dart. Atlético y Real Madrid. ¿Los puentes largos?:
—En la sierra.
—En Benidorm.
Intercambio de informaciones menores:
—¿Así que ustedes siguen cargando el ITE?
—Por supuesto. El tráfico de empresas y los embalajes.
Luego, los detalles personales:
—Me quito, me pongo… bifocales, mejor.
—Para exactitud el Rolex.
Ambos miraron la hora en la muñeca, confrontaron los resultados, siguieron hablando: primero, de Sonimag y Hogarotel; y del Simo:
—Nosotros lo hacemos en facturadoras electrónicas —dijo DISTRISA—, con banda perforada, convertidor y lector.
—Mejor —EFASA—, un sistema total de procesamiento de datos, desde el registro original hasta la producción de informes finales, si realmente se pretende reducir el número de las operadoras.
Antes de que la recepcionista viniera a avisarlos, los colegas convinieron en reunirse un día, con sus respectivas señoras. Quizá saliera una colaboración. Seguirían hablando de temas importantes.
Pasaron revista rápida, ágil, al lugar para el encuentro. Todos los cuatro tenedores de la ciudad.
—¿Club 13?
—¡Pss…!
—¿O el Mesón del Rey?
—Demasiado típico.
Se decidieron por el Happy Buddha, restaurante chino, nombre inglés, platos españoles bautizados con nombres lejanos.
—¿Correcto?
—Vale.
El señor Martínez tomó nota de la cita en su Agendux. El señor García, en su Memorax. Uno y otro, con aire a medias abrumado a medias feliz, aludieron a tal precaución:
—Ya se sabe, con tantas cosas…
—Yo, hasta el número de las camisas. Algo quedaba aún por concertar:
—Y después de cenar, unos güisquitos…
—Sí, en casa, mucho mejor.
—Será en la mía, no faltaba más.
—Por mi parte tendría mucho gusto…
Los dos se sintieron deseosos, cada cual pensando en su propio salón con candelabros y biblioteca reciente. (Cada cual pensando en cómo sería la señora del otro). Pero ya los llamaba por sus apellidos una voz malva a juego con las cortinas. La azafata es estimulante como todo, y los dos directores se anticiparon a la gimnasia poniendo en tensión sus músculos, las corbatas de seda de Milán, los cronómetros sumergibles.
—Hasta la vista.
—Chao.
Echaron a andar sobre alfombras leacrílicas y felices y era como saberse protagonistas de un spot muy caro de la televisión.