DOCE
El viento sobrenatural continuaba bramando sobre el antiguo puente. Brunner había renunciado a la montura para acuclillarse contra la obra de cantería y presentar la menor resistencia posible a la terrible tempestad. Con los ojos llorosos debido al esfuerzo de mantenerlos abiertos bajo el ventarrón que los azotaba, el cazador de recompensas valoró la situación. El único caballo al que aún podía ver sobre el puente era uno que se encontraba a una docena de metros detrás de él, tendido de lado. Los otros animales galopaban en ese preciso instante hacia el cobijo de los estrechos valles. Vio a Ulgrin Hachafunesta que se encogía todo lo posible sobre la silla de montar e intentaba en vano hacer girar a la asustada mula antes de que montura y enano desaparecieran en uno de los valles. Sobre el puente mismo veía los cuerpos de dos de los hombres de Thierswind a los que el ventarrón hacía rodar lentamente y arrastraba de modo inexorable hacia el borde. De quien los había matado, no se veía ni rastro. El caballero vampiro Corbus se había desvanecido tan completamente como el rocío en una cálida mañana veraniega.
No obstante, una silueta más se movía sobre el puente. Brunner vio la acorazada forma de sir Thierswind que se ponía trabajosamente de pie. Tan decidido estaba el arrogante caballero a castigar al cazador de recompensas por sus cáusticos insultos que tentaba incluso al vendaval conjurado por la inmunda magia de Rudol. El guerrero revestido de acero se balanceó sobre unos inseguros pies al golpearlo el viento, pero, con pasos lentos y vacilantes, comenzó a caminar.
Brunner observó el avance de Thierswind y desenfundó la pistola al aproximarse el caballero, que se detuvo un instante al advertir el movimiento. Luego profirió un gruñido de desprecio, alzó la espada y echó a andar otra vez.
Las armas de fuego eran raras en Bretonia, y la nobleza guerrera las despreciaba por considerarlas aún más indignas de su profesión que el arco largo. En el pasado, Brunner se había beneficiado enormemente de la falta de conocimiento que a menudo mostraban los bretonianos ante las armas extranjeras. Sin duda, Thierswind pensaba que una pistola no era diferente de un arco, que el tremendo viento desviaría el disparo del mismo modo que apartaría una flecha de su blanco. El cazador de recompensas sonrió. Si hubiese mediado una larga distancia, la suposición del caballero podría haber sido correcta, pero con cada paso que avanzaba hacia el enemigo disminuían considerablemente las posibilidades de que la bala se desviase.
Thierswind posó una feroz mirada sobre Brunner. Mientras el ventarrón hacía oscilar el cuerpo del caballero, éste alzó la espada con la intención de dar fin a la vida de aquella miserable alimaña plebeya que se había atrevido a insultar su honor y el de su señor. Al ver que el cazador de recompensas alzaba la tosca pistola, bufó con desprecio. Si el hombre esperaba que manifestara miedo ante ese juguete que esgrimía, estaba lamentablemente equivocado. Si hubiese tenido alguna fe en que el arma podía detener al caballero la habría usado mucho antes. Thierswind avanzó otro tambaleante paso y se preparó para asestar el golpe de gracia al adversario caído.
El rugido de la pistola del cazador de recompensas se perdió en el bramido del viento. El acre humo negro de la descarga voló hacia el rostro de Brunner, que tuvo que cerrar los ojos para protegerlos de la niebla de repulsivo olor. Cuando volvió a abrirlos, Thierswind estaba de rodillas y se aferraba con las manos la sangrante herida que tenía en el vientre. El caballero ya no era capaz de resistir la fuerza del viento, así que cayó de lado y fue deslizándose inevitablemente hacia el borde. Desesperado, se aferró al margen de piedra con una mano mientras con la otra intentaba mantener cerrada la herida. Brunner se puso lentamente de pie y la violenta tempestad azotó su cuerpo. Con pasos cuidadosos, el cazador de recompensas fue a situarse junto al caballero. Alzó a Malicia de Dragón para presentarla ante el rostro del herido, y aguardó hasta ver cómo los ojos de Thierswind se abrían de par en par al reconocerla.
—¡Cuando lleguéis a las puertas de Morr —gritó Brunner para que lo oyera por encima del alarido del viento—, aseguraos de preparar un sitio para vuestro amo! —descargó el filo de Malicia de Dragón con un salvaje tajo descendente sobre la mano de Thierswind. Tal fue la potencia del golpe, que los dedos acorazados quedaron cercenados y cayeron al abismo. Thierswind chilló de horror al perder el asidero y comenzar a deslizarse lentamente hacia el borde del puente. El sonido de las súplicas del caballero que le imploraba al cazador de recompensas que lo salvara luchaba para imponerse el aullido de los vientos y al frío odio que había en los ojos de Brunner. En el pasado, Thierswind había desoído las súplicas de misericordia, y ahora las suyas caían en oídos sordos.
Brunner se dejó caer de rodillas, con el cuerpo balanceándose y meciéndose en el viento, y observó hasta que Thierswind cayó por fin al abismo y su grito final fue ahogado por el aullante vendaval.
El temporal de viento acabó por disiparse y Brunner se puso de pie. Aparte del caballo caído que había visto antes, el puente había sido despejado por la magia del hechicero. Brunner volvió los ojos hacia el otro lado del abismo. Era una verdadera suerte que Rudol no se hubiese quedado para asegurarse de la potencia del hechizo. El cazador de recompensas estaba decidido a no permitir que el hechicero tuviese oportunidad de volver a intentarlo.
Justo cuando echaba a correr hacia el extremo del puente, oyó un grito detrás de sí. Brunner dio media vuelta y corrió hacia el origen del sonido. Se inclinó por encima del caballo caído y miró hacia el precipicio. Allí abajo, con las riendas del animal envueltas en un brazo, Ithilweil se mecía en la ligera brisa residual. La cara de la elfa estaba aún más pálida de lo habitual, y el brazo que envolvían los bucles de cuero estaba retorcido, fracturado o dislocado por el mágico ventarrón. Brunner devolvió a Malicia de Dragón a su vaina y comenzó a izar a Ithilweil con lentitud y cuidado. La elfa no gritó, pero Brunner vio que el semblante se le contorsionaba de dolor al aumentar la presión sobre el brazo herido. Sin embargo, cuando volvió a encontrarse sobre el puente, no pensó siquiera en las lesiones sufridas.
—El hechicero —jadeó cuando Brunner la recostó contra el caballo caído—. ¿Lo habéis matado?
Brunner sacudió la cabeza.
—No, huyó por encima de la colina justo después de comenzar la tormenta —dijo—. A Ulgrin se le desbocó la mula y se lo llevó al interior del valle. No sé qué ha sido de Corbus.
Ithilweil pareció asimilar la información durante un momento, y luego volvió a mirar a Brunner con sus penetrantes ojos.
—Debéis llevarme hasta el hechicero. Tenemos que detenerlo antes de que sea demasiado tarde. —Estiró el brazo sano para que Brunner la ayudara a ponerse de pie. El cazador de recompensas dejó que se apoyara en él para mantenerse erguida.
—¿Cómo sabéis que no es ya demasiado tarde? —preguntó el cazador de recompensas. La respuesta de la elfa fue terrible.
—Porque aún estamos vivos.
* * * * *
El hechicero se encontraba de pie en la depresión en forma de cuenco que se extendía al otro lado de la colina, regocijándose con la pasmosa vista que tenía ante sí. Había visto al dragón desde lejos, así que en teoría sabía qué iba a encontrar. Pero no había logrado apreciar la auténtica enormidad de la criatura, el inmenso poder que manaba de su cuerpo aun estando dormido. Las escamas rojas eran tan gruesas como la plancha de las armaduras, y las garras que remataban las patas del monstruo parecían capaces de desgarrar montañas. Rudol observó atentamente la cara del reptil, el largo hocico provisto de hileras de aguzados dientes, los correosos párpados que ocultaban los seculares ojos del wyrm. Mientras el dragón dormía, por sus fosas nasales salía un sonido como de fuelles.
Rudol miró el curvo objeto de marfil que tenía en la mano. Los necios de Altdorf lamentarían su error. Haría que lo pagaran, arrasaría su pueril institución y arrojaría sus cuerpos chamuscados a una fosa abierta mientras toda la ciudad observaba. Les demostraría quién era el gran hechicero y quién el asustado necio. Rudol volvió los ojos hacia sus restantes compañeros: Gobineau y el soldado que había conservado para vigilarlo.
—Os halláis ante la encrucijada de la historia —les dijo Rudol—. ¡Sois testigos del momento en que Rudol reivindica su destino! —La triunfante risilla del hechicero se apagó al ver al poderoso caballero de armadura roja que emergía de entre las rocas situadas detrás de Gobineau.
La confianza de Rudol comenzó a disminuir cuando recordó el furioso poder que el caballero había desplegado al matar a los hombres de Thierswind. Con una rapidez que resultaba casi increíble, el vampiro saltó hacia adelante y cayó sobre el último soldado como un león que salta sobre una cabra. El condenado hombre sólo logró proferir un grito de horror mientras el vampiro engullía su sangre.
Rudol dio media vuelta y se llevó el Colmillo Cruel a los labios. Cualquiera que fuese el atroz poder que le confería al caballero rojo una fuerza y ferocidad semejantes, estaba a punto de ser consumido por un poder aún mayor.
* * * * *
Ithilweil y Brunner coronaron la colina justo a tiempo de ver cómo Corbus saltaba sobre el único guardia superviviente. Mientras el vampiro atacaba, Brunner vio que Gobineau corría hacia el otro lado de la depresión en forma de cuenco, intentando poner toda la distancia posible entre su persona y el vampiro. Luego, la atención del cazador de recompensas quedo fija en la inmensa forma serpentina que yacía en la base de la depresión. Mientras observaba, las zarpas del dragón comenzaron a flexionarse, su respiración regular se alteró, y Malok empezó a despertar.
Ithilweil señaló con un esbelto dedo al personaje de negra capa que era responsable de la inquietud del dragón. Rudol se había llevado el Colmillo Cruel a los labios para sacar a Malok de su sueño.
—¡Debéis detenerlo! —gritó la elfa.
Brunner lanzó una última mirada al fugitivo Gobineau, y luego echó a correr hacia el hechicero con Malicia de Dragón en la mano. Ithilweil observó al cazador de recompensas que corría a poner fin a la magia de Rudol, y luego se obligó a caer en el estado de trance que permitiría que su magia jugara un papel en el conflicto. Lo que estaba considerando era una locura, y hasta los más poderosos magos de Ulthuan habrían opinado que lo que iba a intentar era difícil, si no imposible. Tratar de influir en la voluntad de un dragón, desorientar y confundir una mente tan antigua, era algo de unas dimensiones tales como no había imaginado nunca antes. Pero también sabía que si ella fracasaba, todos morirían en cuestión de segundos.
Rudol rió al ver despertar a Malok, y apartó el Colmillo Cruel de sus labios para gritarle triunfalmente a la descomunal bestia.
—¡Sí! ¡Sí! ¡Despierta, mascota mía! ¡Escucha la llamada de tu amo! —El gigantesco monstruo contorsionó su cuerpo en un largo estiramiento serpentino, y luego volvió la cabeza para encararse con el hechicero. Los correosos párpados se alzaron y los enormes ojos amarillos miraron atentamente al brujo que reía. La larga lengua del dragón salió de las fauces para saborear el aire y el aroma del hechicero. Rudol se solazó en el momento en que el dragón identificaba a su nuevo amo. Luego dio media vuelta para dirigir una mirada feroz hacia la colina. El caballero rojo había arrojado a un lado el cadáver del soldado y ahora corría ladera abajo con el pálido semblante manchado de regueros de sangre. Detrás de él, Rudol vio al cazador de recompensas, Brunner, que también cargaba ladera abajo. Aún más lejos se hallaba la esbelta figura de la joven del puente, en torno a quien ondulaban jirones de poder porque estaba haciendo un hechizo.
Los labios del hechicero se fruncieron en una mueca de desprecio.
—¡Mátalos, Malok! —gritó—. ¡Mata! ¡Mata! ¡Mátalos a todos! —Su voz ascendió con la furia e indignación que lo colmaban. Aquellas alimañas que pensaban interponerse entre él y su destino se convertirían en las primeras víctimas de su nuevo poder.
Frente a él, Brunner vio que el descomunal reptil comenzaba a moverse y volvía la cabeza para mirar a Rudol con sus ojos de serpiente. El cazador de recompensas sintió que el miedo le roía las entrañas al ver que Malok se ponía perezosamente en movimiento, pero otro pensamiento ahogó su miedo e imprimió nueva velocidad a sus piernas al nublársele la mente con tenebrosos pensamientos del futuro. Sus ojos se desplazaron desde Malok al caballero Corbus, acorazado de rojo, que llevaba la espada aferrada en un puño recubierto de malla. Durante las largas noches de cabalgata hacia el Cerro del Orco, el vampiro había repetido una y otra vez sus intenciones, el sueño que lo impulsaba implacablemente: beber la sangre del dragón para purgar su cuerpo de la abominable sed que lo torturaba.
Brunner redobló sus esfuerzos y se lanzó hacia el vampiro. Malicia de Dragón destelló al volar hacia la espalda del caballero sobre cuya cintura impactó. El golpe fue bueno, pero la sólida armadura de Corbus resistió, y la espada de Brunner sólo arañó las placas de acero en lugar de hundirse en la carne no muerta. Corbus giró sobre sí y se acuclilló al tiempo que su cara se alzaba para gruñirle como una bestia salvaje al cazador de recompensas.
—Muerto no me sirve para nada —le soltó Brunner a Corbus, lanzando un tajo hacia el rostro del vampiro.
Corbus alzó su arma y paró el golpe del cazador de recompensas.
—¡Gusano traicionero! —rugió el vampiro al repeler el ataque.
—Mi palabra sólo vale tanto como aquel a quien se la he dado —contestó Brunner. El mutilado rostro de Corbus pareció relumbrar con la furia que hervía dentro de él, pero el vampiro no estaba tan absorto en su cólera para no reparar en que la otra mano de Brunner describía un arco. Con una velocidad increíble, el caballero no muerto saltó hacia atrás y se apartó de la nube de sal que le arrojó el cazador de recompensas.
Corbus gruñó a su enemigo mientras todos sus músculos se tensaban para ejecutar el siguiente ataque. El cazador de recompensas había usado su último truco y ahora se convertiría en la última víctima de la impía sed que bramaba en las venas del vampiro, la última cena antes de que Corbus obtuviera su redención. Tensó el cuerpo como un tigre preparado para saltar.
En el preciso instante en que el vampiro saltaba, una gigantesca zarpa roja se estrelló contra el suelo ante él y lo lanzó de espaldas por el aire. De un brinco, Brunner se apartó del camino de la otra zarpa que el monstruo bajaba hacia él. Una lluvia de fragmentos de roca cayó sobre el cazador de recompensas, que rodó para evitar el ataque del reptil.
Malok posó una mirada feroz sobre Brunner, y sus amarillos ojos se entrecerraron con irritación al ver que la presa eludía su ataque. Con un gruñido, Malok le lanzó otro golpe y las garras arañaron el suelo como rastrillos de acero, abriendo profundos surcos en el terreno rocoso. Una vez más, el cazador de recompensas logró esquivar de un salto el ataque del dragón.
Malok continuó destrozando el suelo al atacar alternativamente a Brunner y a Corbus, errando siempre el objetivo. Las rocas estallaban bajo los demoledores golpes del dragón, cuya aporreante fuerza hacía temblar el suelo. No podía dudarse de la mortífera potencia de aquellas zarpas, y bastaría con un solo paso en falso para morir aplastado bajo ellas. A pesar de todo, a Brunner le pareció que los ataques de Malok eran algo torpes, como si el dragón no pudiese concentrarse del todo en la presa. Se arriesgó a volver la mirada ladera arriba y vio a Ithilweil de pie cerca de la cumbre, quieta como una estatua. El hecho de que aún no hubiese sido aplastado bajo las gigantescas zarpas de Malok era debido a que la sutil magia de la elfa desorientaba al dragón, estaba seguro de ello.
Brunner esquivó otro de los golpes de Malok saltando hacia atrás justo antes de que el suelo estallara en polvo gris. La zona de la depresión donde se hallaban iba cubriéndose rápidamente de polvo de roca, y en el aire había una cortina gris que comenzaba a reducir la visibilidad. Si ahora ya resultaba difícil evitar los ataques del dragón, el cazador de recompensas no quería ni pensar en lo que sucedería cuando ya no pudiese verlos venir.
El entrechocar de una armadura hizo que Brunner girase sobre sí mismo en el momento en que la oscura figura de Corbus surgía de entre las nubes de polvo. La armadura teñida de sangre era ahora de color gris a causa de la piedra pulverizada que se le había adherido. La cara mutilada del vampiro se contorsionó en una cruel mueca maligna y, con un gruñido animal, cargó contra el hombre que había faltado a la palabra dada.
Antes de que Corbus pudiese llegar hasta su presa, una zarpa de Malok descendió y aplastó al vampiro. Con la atención fija en Brunner, Corbus ni siquiera vio el golpe que lo estrelló contra el rocoso suelo. Malok alzó la escamosa pata del cráter que había abierto, y Corbus quedó suspendido de una de las negras garras que le había ensartado el vientre, grotesca herida por la que manaba la sangre rojo brillante de sus últimas víctimas. Malok sacudió la zarpa como un hombre agita una mano para quitarse algo que tiene pegado a un dedo, y el destrozado vampiro voló al otro lado de la depresión como si no fuese más que un insecto aplastado.
—¡Sí, Malok! —gritó Rudol con una voz crepitante del éxtasis delirante que lo colmaba. Ahora nadie se opondría a él—. ¡Destruye al otro, Malok! ¡Destruye a Brunner!
La cabeza de reptil de Malok volvió a girar y los ojos de serpiente bajaron la mirada hacia el hechicero vestido de negro. El dragón casi había olvidado a aquella escandalosa ratita que acababa de atraer su atención. Malok miró a Rudol con ferocidad, y en su pecho resonó un gruñido bajo.
—¡Malok, haz lo que te ordeno! —Le rugió Rudol al dragón—. ¡Mata al cazador de recompensas! —El hechicero sintió que lo inundaba el enojo cuando el dragón no se movió—. ¡Soy tu amo, haz lo que te mando! —Con el fin de reforzar su autoridad, Rudol alzó el Colmillo Cruel para que el gigantesco esclavo supiera que era inútil desobedecer sus órdenes.
La cabeza del dragón se echó hacia atrás al tiempo que la boca se abría para lanzar un siseo de odio y repugnancia. Malok reconocía el antiguo talismán, recordaba los largos años durante los cuales había sufrido que los elfos le dictaran dónde y qué debía destruir. Pero este estúpido no poseía un poder como el del príncipe elfo que lo había controlado en el pasado y muerto hacía mucho tiempo. Ni tendría jamás la oportunidad de adquirir un conocimiento semejante.
Malok siseó al hechicero que lo amenazaba y, por primera vez, la duda hizo acto de presencia en los ojos de Rudol, seguida de inmediato por un horror nacido de las profundidades mismas del alma del hombre. Agitó el Colmillo Cruel ante sí como si fuese un amuleto protector.
—¡Malok, haz lo que te digo! ¡Soy tu amó! —gritó Rudol, pero ahora sus gritos eran de desesperación, no de autoridad.
El dragón se alzó y le propinó una manotada al hechicero. La enorme zarpa escamosa golpeó a Rudol con la fuerza de un rayo, y la encantada capa del hechicero destelló por un momento para luego apagarse hasta un negro opaco cuando su magia fue incapaz de desviar un ataque de semejante magnitud. Como una muñeca de trapo rota, Rudol fue lanzado a un lado con todos los huesos partidos y astillados por el golpe del dragón. Su cadáver impactó contra el rocoso borde de la depresión y cayó al suelo como una mala hierba marchita.
Malok echó la cabeza atrás y rugió su triunfo. El gusano que había perturbado su sueño ya no existía, la alimaña que había pensado esclavizarlo estaba destruida. El rugido del dragón estremeció las rocosas montañas que rodeaban la depresión y provocó diminutas avalanchas que resbalaron por sus accidentadas laderas.
El dragón dedicó sólo un momento a ufanarse de su victoria, y luego bajó otra vez la cabeza. Allí había otros merecedores de su cólera. Ahora también ellos compartirían la aniquilación con el estúpido hechicero.
Brunner observó cómo Malok lanzaba a Rudol al otro lado de la depresión. En ese instante, al ver el Colmillo Cruel que el estertor de la muerte había dejado atrapado en la mano del hechicero, lo colmó una fría ambición y echó a correr hacia el otro lado del valle pasando bajo la sombra del propio Malok, decidido a llegar hasta el cadáver de Rudol.
El dragón reparó en el movimiento y volvió a mirar ferozmente al cazador de recompensas. Brunner observó cómo Malok alzaba una de las patas y la descargaba hacia él como un gato aplastaría un ratón con el que se ha cansado de jugar. En el wyrm no quedaba nada de la torpeza que se había manifestado en los ataques anteriores, y el cazador de recompensas evitó por muy poco acabar aplastado bajo el golpe demoledor al lanzarse al suelo algo más allá de la pata que caía. La tierra estalló detrás de él, lanzando al aire grandes trozos de roca que llovieron sobre Brunner. El cazador de recompensas sintió que se le partía una costilla cuando una de las rocas chocó contra su costado.
Dolorido, Brunner, rodó basta quedar de espaldas mientras luchaba con el dolor. Sus ojos se alzaron momentáneamente hacia la cumbre de la colina, y vio que Ithilweil había desaparecido. Cualquiera que fuese la hechicería con la que había influido a Malok, ahora el dragón estaba libre del encantamiento. Brunner desvió los ojos hacia el monstruo de rojas escamas y observó cómo la muerte le devolvía la mirada.
Malok siseó al contemplar al hombre herido mientras bajaba la cabeza y sacaba la lengua para saborear el dulce aroma a miedo que manaba de la presa. Todas las primitivas criaturas del mundo sentían miedo cuando se hallaban a la sombra de la muerte, y los dragones habían sido siempre la encarnación misma de esa sombra, profetas de condena y destrucción.
Cuando Malok se inclinó más, una figura vapuleada saltó sobre él. Con la armadura destrozada y deformada, con la sangre y la negra inmundicia que corría por sus venas aún chorreando por la herida abierta en el vientre, Corbus se lanzó hacia el dragón. Incluso con el cuerpo aplastado y mutilado, la inhumana fuerza y atroz deseo impelían al vampiro a la acción. El salto situó a Corbus sobre un hombro de Malok, y el caballero no muerto alzó la espada por encima de la cabeza para clavarla en la cicatriz ennegrecida que tenía bajo él.
Al herirlo la espada del vampiro, el dragón rugió de dolor, giró la cabeza y sacudió el cuerpo para intentar quitarse a Corbus de encima. Pero el caballero se mantuvo firme y se dejó caer contra la espada para clavar los colmillos en torno al tajo abierto por el arma. Como una garrapata monstruosa, el vampiro se puso a beber. Malok continuaba rugiendo y pateando en un enloquecido intento de librarse del parásito que le chupaba la sangre. Al fin, la lucha del dragón tuvo éxito cuando uno de sus cuernos golpeó al vampiro y lo arrancó de donde estaba.
Corbus cayó duramente al suelo y sintió que su hombro se desintegraba contra la roca. Pero al vampiro le preocupaban poco ese tipo de heridas, absorto como estaba en la abrasadora sensación que le recorría el cuerpo enfermo. Sentía que la sangre del dragón cauterizaba y devoraba la corrupción de su interior y lo limpiaba de la abominable sed. Nunca más sentiría el repulsivo deseo de alimentarse y engordar con la sangre de otros. Volvería a convenirse en un hombre. No, en más que un hombre, porque conservaría la fuerza del vampiro, todo el poder de los Dragones de la Sangre y ninguna de sus debilidades. Sería un dios.
El vampiro bramó su éxtasis hacia la noche, pero el grito de victoria duró poco. La gigantesca zarpa de Malok cayó sobre Corbus, aplastándolo otra vez contra el suelo y dejándolo inmovilizado. El dragón gruñó al caballero atrapado y luego echó atrás la cabeza. Desde que se había convertido en vampiro, Corbus había olvidado cómo era la sensación de miedo, pero la recordó ahora. Su único ojo se desorbitó de horror cuando la cabeza de Malok volvió a descender como un rayo con las fauces abiertas. Llamas anaranjadas manaron por la boca del reptil para envolver su pata y al monstruo que estaba inmovilizado debajo. Las escamas de la pata de Malok resistieron el poder de la llama del wyrm, pero no así el vampiro que se encontraba debajo de la misma. Corbus chilló al ser consumido, al ser aniquilado su cuerpo por el aliento del dragón y reducido a cenizas en un abrir y cerrar de ojos.
Dolorido, Brunner intentó alejarse a rastras, lentamente. Sabía que constituía un esfuerzo vano, pero tal vez Corbus distraería al dragón durante el tiempo suficiente para que él pudiera escapar de alguna manera. La repentina ráfaga de calor que bañó al cazador de recompensas cuando Malok descargo su furiosa cólera le indico que cualquier distracción que Corbus hubiese podido ofrecer ya no existía. Brunner volvió la cabeza en el momento en que Malok alzaba la zarpa de encima del cráter ennegrecido que señalaba la sepultura del vampiro. La cornuda cabeza del dragón giró para mirarlo, y los amarillos ojos entrecerrados se clavaron en él. Con descomunales pasos que hicieron temblar la tierra, Malok avanzó hacia el hombre herido.
Luego, de modo repentino, el dragón se inmovilizó y a sus ojos afloró una mirada perdida, casi deslumbrada. Brunner vio cómo los músculos del dragón se contraían bajo la piel escamosa. El cazador de recompensas también percibió una luz, un ardiente resplandor que manaba del yacente cuerpo de Rudol.
Ithilweil se encontraba de pie junto a los destrozados despojos del hechicero y sujetaba el Colmillo Cruel entre las manos. De su cuerpo manaban ondas de calor y luz palpitantes mientras soplaba el hueco colmillo curvo de marfil que emitía una melodía fantasmal. Brunner observó con morbosa fascinación a la elfa que se esforzaba por soplar cada vez más fuerte y profundamente para aumentar el volumen de la obsesionante música. Al hacerlo, también aumentaron las ondas de calor que manaban de ella, y el cazador de recompensas vio cómo sus cabellos y su ropa comenzaban a arder como incendiados por un fuego procedente del interior de la elfa. Brunner evocó las palabras que ella había pronunciado hacía mucho tiempo para advertirle que sólo la más fuerte de las voluntades podía usar el Colmillo Cruel de modo efectivo, que cualquier espíritu inferior que intentara usarlo sería destruido, consumido por el mismísimo poder que intentaba esgrimir.
El cazador de recompensas comenzó a arrastrarse hacia la hechicera elfa, aunque al hacerlo sabía que era demasiado tarde. La ropa de Ithilweil ya se había consumido del todo, dejando a la vista un cuerpo ennegrecido y chamuscado. Brunner vio cómo se cuarteaba la piel escamosa que ahora cubría a la mujer, y los diminutos jirones de fuego y humo que brotaban de las grietas de su carne. Las energías mágicas que la elfa atraía hacia sí estaban consumiéndola tan inexorablemente como una lámpara consume el aceite que la alimenta.
Por encima de él, la hipnotizada mole de Malok se movió. El dragón lanzó un gruñido bajo y luego desplegó las alas. El cazador de recompensas se cubrió la cabeza cuando el dragón agitó con ellas el aire y se elevó hacia el cielo nocturno, describiendo un círculo sobre la pequeña depresión antes de girar y alejarse volando hacia el sur. Brunner observó la partida del dragón y, al desaparecer Malok de la vista, lo mismo sucedió con el espantoso calor y la terrible luz que manaban de Ithilweil. El cazador de recompensas vio que su humeante cuerpo se desplomaba como una marioneta a la que le han cortado los hilos. Brunner se forzó a ponerse de pie sin hacer caso del dolor que tenía en el costado, y corrió hacia la hechicera caída.
Ya no era posible reconocer en ella a la hermosa mujer elfa que había viajado con el cazador de recompensas desde la ciudad maldita de Mousillon. Tenía la piel quemada y ennegrecida, y la vida y la visión de sus ojos habían sido consumidas por el intenso calor de las energías que había intentado controlar. Sólo la más leve chispa de vida se aferraba a su cuerpo.
Cuando Brunner llegó a su lado, Ithilweil le habló:
—Tuve que usar el Colmillo —jadeó—. Era lo único que se podía hacer. Conocía los rituales, la manera correcta de hacerlo funcionar. —Buscó desesperadamente a tientas la mano de Brunner, porque sus ojos sólo veían oscuridad. Brunner extendió un brazo y tomó delicadamente la chamuscada mano con la suya—. Sabía que me destruiría —dijo—. Sabía que no era lo bastante fuerte.
—Pero lo fuisteis —le aseguró Brunner—. El dragón se ha marchado.
La ruina en que se había convertido el hermoso rostro de Ithilweil se contorsionó en una débil sonrisa.
—Lo único que hice fue aumentar un deseo que ya existía en la mente de Malok. El dragón quería regresar a su hogar, y allí lo he enviado. Si el deseo no hubiese estado ya presente, no hubiera podido implantarlo en él. —Un estremecimiento sacudió a la mujer agonizante, que apretó más la mano de Brunner—. Me ha consumido, Brunner. Tuve que alimentar al Colmillo Cruel con mi alma, tuve que usar mi vida para potenciar su poder y vencer así la voluntad de Malok. —Ithilweil volvió a estremecerse y luego alzó la otra mano. Brunner vio el Colmillo Cruel, intacto, rodeado por la carne quemada. La elfa le tendió el artefacto.
—Yo ya no puedo destruirlo —dijo Ithilweil—. Tendréis que hacerlo vos por mí. —La hechicera pareció percibir la duda que surgía en la mente del cazador de recompensas—. No permitáis que os gobierne el odio, Brunner, o éste os destruirá. Es la lección que mi pueblo aprendió cuando ya era demasiado tarde. El dolor ya os ha arrebatado lo suficiente, no permitáis que se lo lleve todo. —La elfa sufrió otra temblorosa convulsión—. Prometedme que destruiréis el Colmillo Cruel —imploró con palabras que se desvanecieron en un susurro.
—Lo destruiré —dijo Brunner en el momento en que el cuerpo de Ithilweil quedaba laxo al salir su último aliento por los calcinados labios. El cazador de recompensas retuvo la mano de ella durante un momento más mientras sentía cómo la fuerza se desvanecía del torturado cuerpo, y luego se puso de pie tras haber recogido el Colmillo Cruel de la mano inerte.
Brunner contempló el tallado diente de marfil para estudiar las runas e inscripciones que decoraban su superficie. Volvió a pensar en Malok, en la siniestra mirada del dragón y en su pasmoso poder, en una lluvia de fuego y en castillos que se desplomaban deshaciéndose en polvo. El puño de Brunner se apretó en torno al artefacto y, con un movimiento salvaje, se lo metió en el cinturón.
—Lo destruiré —gritó el cazador de recompensas a la indiferente noche—, cuando haya acabado con él.
* * * * *
Gobineau continuaba avanzando por los estrechos valles pedregosos. El proscrito no se engañaba creyendo que su situación era desesperada. A solas, maniatado y perdido dentro del Cerro del Orco infestado de goblins, el pícaro decidió que su situación era casi tan mala como cualquiera que hubiese vivido. No obstante, sabía que las cosas podrían haber sido mucho peores. Podría encontrarse en la depresión, junto con Rudol, Corbus y el dragón Malok. Ninguno de ellos era alguien que a Gobineau le gustase tener cerca, mucho menos a los tres juntos. Los rugidos, alaridos y estruendos que sonaban detrás de él le indicaban que la huida había sido, en efecto, la decisión más prudente. Que se mataran entre ellos. Cuando todo hubiese concluido, habría disminuido notablemente el número de los enemigos de Gobineau.
Al girar en un recodo de la estrecha fisura, sintió que se quedaba repentinamente sin aliento cuando la sólida masa de un hacha de acero lo golpeó de plano en el vientre. Gobineau cayó de rodillas, jadeando de dolor. A través de las lágrimas que enturbiaban sus ojos, el proscrito miró al atacante que lo contemplaba furiosamente desde lo alto.
—Bueno, bueno, bueno —dijo Ulgrin, sonriendo—. Hoy debe de ser mi día de suerte. El famoso Gobineau, y bien atadito, como un regalo de cumpleaños. Tendré que acordarme de dar gracias a mis ancestros por haberme favorecido con esta buena fortuna.
Gobineau abrió la boca para hablar, pero Ulgrin volvió a golpearle el estómago con el plano del hacha, derribándolo.
—Sé buen chico y estate calladito —le dijo el enano—. Nos queda una larga cabalgata por delante, y tengo intención de concluirla en el menor tiempo posible. Cuando lleguemos a Couronne, habrá una bolsa de oro esperándome a mí y un trozo de cuerda vieja esperándote a ti. Sería una lástima desperdiciarlas.
Ulgrin Hachafunesta pateó al forajido hasta que se puso de pie, y luego lo empujó hacia la mula. El enano vaciló un momento al tiempo que miraba a uno y otro lado, y luego volvió a sonreír. Ni rastro de Brunner. Ulgrin se imaginó a su antiguo socio descansando dentro de la barriga del dragón, y su sonrisa se ensanchó. Difícilmente podría repartirse la recompensa con un muerto, ¿verdad? Y si resultaba que Brunner aún estaba entre los vivos, bueno, sólo le quedaría la esperanza de poder dar alcance a Ulgrin antes de que éste llegara a la capital de Bretonia.
El enano se puso a silbar una vieja canción de minero mientras su mente comenzaba a gastar dos mil coronas de oro.
* * * * *
Elodore Pleasant se retiró silenciosamente de la presencia de su amo, cabeceando como un buitre al retroceder hacia las pesadas puertas de roble que guardaban la entrada. Había servido al vizconde Augustine de Chegney durante el tiempo suficiente para percibir el malhumor del voluble noble y saber cuándo su temperamento estaba a punto de estallar. En momentos semejantes, lo más saludable era encontrarse tan lejos de él como fuese posible.
El vizconde estaba sentado en su trono y posaba una mirada ceñuda sobre el objeto que le había llevado el mensajero mientras la furia y el miedo luchaban para apoderarse de su semblante. Habían pasado varias semanas desde que el hechicero Rudol había acudido a él, atizando sus ambiciones con disparatadas fábulas sobre dragones y el poder de controlarlos. Desde entonces, no había tenido noticia alguna del hechicero ni de los soldados que había enviado con él. Luego, el caballo de sir Thierswind había regresado al castillo… sin jinete. Dentro de una de las alforjas del animal se había hallado el objeto que ahora provocaba el malhumor de De Chegney.
Estaba envuelto en la capa negra que llevaba Rudol, ahora manchada de sangre. Se trataba de un gran objeto aplanado del tamaño de un cuenco de sopa. En cuanto posó los ojos sobre la correosa placa roja, De Chegney supo de qué se trataba. Ya habían llegado hasta él rumores que hablaban de un monstruo, un gigantesco dragón que arrasaba los territorios situados al oeste, diezmaba compañías enteras de caballeros y dejaba docenas de pueblos en llamas a su paso. Al principio, esos rumores lo habían entusiasmado al relacionarlos con las disparatadas historias que le había contado Rudol, y comenzó a creer seriamente que el hechicero podría hacerle entrega de lo que había prometido. Ahora, esos mismos rumores lo colmaban de terror.
El objeto era una escama de reptil como la que podría arrancarse de la piel de una serpiente, sólo que muchísimo más grande en tamaño y de mayor dureza. De Chegney no dudó ni por un momento que procedía del dragón. Sin embargo, era el símbolo grabado en la correosa escama lo que hacía que el miedo royera su pétreo corazón bretoniano. De Chegney no había visto ese símbolo en muchos años, pero le resultaba tan familiar como su propio escudo de armas. Era la tosca representación de un dragón rampante dibujado al estilo del Imperio. De Chegney lo vio por última vez en el escudo de armas de su derrotado adversario, el barón von Drakenburgo.
Hasta ese momento pensaba que el barón habría muerto hacía mucho tiempo, agotado bajo el caliente sol del desierto por los esclavistas árabes; ésa era la suerte a la que había condenado a su antiguo enemigo tras la victoria. Pero al posar los ojos sobre el símbolo grabado en la escama de dragón, De Chegney supo que su enemigo había sobrevivido. Podía sentirlo en el fondo mismo del alma. El caballo, la capa del hechicero y la escama de dragón formaban parte de un mismo mensaje: «Estoy vivo. Sé qué estabais persiguiendo. El poder que buscabais obtener es mío e irá por vos».
De Chegney se levantó del trono y dejó caer la escama al suelo. El noble comenzó a pasearse por el vacío espacio de la gran sala y sus pasos resonaron entre las paredes. Ahora se daba cuenta de cómo debían sentirse los prisioneros que se pudrían dentro de sus mazmorras con la certidumbre de que estaban condenados a morir, pero sin saber cuándo iría a buscarlos el verdugo.