NOTA DE LA TRADUCTORA

Las cortes de los milagros eran espacios de una ciudad poblados por miserables que vivían fuera de la ley: mendigos, ladrones y prostitutas. Se les daba este nombre porque las diferentes lesiones o enfermedades de los mendigos que vivían allí y recorrían las calles de la ciudad durante el día pidiendo limosna, desaparecían «milagrosamente» por la noche, cuando volvían a la Corte.

Aunque en París había varias cortes de los milagros, la que Victor Hugo tomó como referencia cuando escribió esta novela era la mayor y más famosa de la capital francesa. Su población se agrupaba en una asociación muy estructurada llamada el reino de Argot, dirigida por el gran coesre o rey de los truhanes, en la que se hablaba una jerga propia y cuyos miembros tenían diferentes especialidades.

Para una mejor comprensión de los pasajes en los que aparecen estos personajes, hago a continuación una breve descripción de ellos:

Temporeros (courtauds de boutanche): Semimendigos que solo tenían derecho a mendigar durante el invierno.

Concheros (coquillarts): Peregrinos cubiertos de conchas que pedían limosna para, según decían, poder continuar su viaje.

Hubertinos (hubins): Llevaban un certificado en el cual constaba que habían sido curados de la rabia por la intercesión de san Huberto.

Convulsos (sabouleux): Mendigos que se revolcaban por el suelo como si fueran epilépticos y echaban espuma por la boca metiéndose un trozo de jabón dentro.

Pelones (calots): Una especie de peregrinos sedentarios, escogidos entre los que tenían una buena cabellera, que pasaban por haber sido curados de la tiña yendo a Flavigny, en la Borgoña, donde santa Reina obraba prodigios.

Desahuciados (francs-mitoux): Fingían estar enfermos y llevaban a tal grado de perfección el arte de encontrarse mal en la calle que engañaban incluso a los médicos que se presentaban para socorrerlos.

Parranderos (polissons): Iban de cuatro en cuatro, sin camisa bajo el jubón, con un gorro agujereado y una botella en el costado.

Birriosos (piètres): Imitaban a los tullidos y andaban siempre con muletas.

Tahúres (capons): Especializados en mendigar en las tabernas y los lugares públicos y de reunión, así como de incitar a los transeúntes al juego fingiendo que perdían dinero jugando con compañeros con los que estaban conchabados.

Alfeñiques (malingreux): Falsos enfermos que se declaraban hidrópicos o se cubrían los brazos, las piernas y el cuerpo de úlceras falsas; pedían limosna en las iglesias con objeto de reunir —según decían ellos— la pequeña suma necesaria para emprender la peregrinación que los curaría.

Achicharrados (rifodés): Iban siempre acompañados de mujeres y niños, y llevaban un certificado en el que constaba que el fuego del cielo había destruido su casa y todos sus enseres, los cuales, por descontado, no habían existido nunca.

Mercadantes (marcandiers): Granujas que solían ir por la calle de dos en dos, vestidos con un jubón nuevo y unas calzas viejas, proclamando que eran honrados comerciantes arruinados por las guerras, el fuego u otras catástrofes.

Truchimanes (narquois o drilles): Eran reclutados entre los soldados y pedían, con la espada en el cinto, una limosna que podía ser peligroso negarles.

Huérfanos (orphelins): Chiquillos casi desnudos, que debían fingir estar helados y tiritar de frío incluso en verano.

Mangantes o archisecuaces (cagoux o archisuppôts): Lugartenientes del gran coesre y encargados de enseñar el argot e instruir a los nuevos en el arte de cortar bolsas, preparar heridas falsas, etcétera.