(Alrededores de una ermita, en plena montaña. En primer término, unas ruedas de carro y unas mantas formando una tienda rústica donde está YERMA. Entran las mujeres con ofrendas a la ermita. Vienen descalzas. En escena está la vieja alegre del primer acto.) (Canto a telón corrido.)
No te pude ver cuando eras soltera,
mas de casada te encontraré.
Te desnudaré casada y romera,
cuando en lo oscuro las doce den.
VIEJA:
(Con sorna.) ¿Habéis bebido ya el agua santa?
MUJER 1ª:
Sí.
VIEJA:
Y ahora a ver a ése.
MUJER 1ª:
Creemos en él.
VIEJA:
Venís a pedir hijos al Santo y resulta que cada año vienen más hombres solos a esta romería; ¿qué es lo que pasa? (Ríe.)
MUJER 1ª:
¿A qué vienes aquí si no crees?
VIEJA:
A ver. Yo me vuelvo loca por ver. Y a cuidar de mi hija. El año pasado se mataron dos por una casada seca y quiero vigilar. Y en último caso, vengo porque me da la gana.
MUJER 1ª:
¡Que Dios te perdone! (Entran.)
VIEJA:
(Con sarcasmo.) Que te perdone a ti. (Se va. Entra MARÍA con la MUCHACHA 1ª)
MUCHACHA 1ª:
¿Y ha venido?
MARÍA:
Ahí tienes el carro. Me costó mucho que vinieran. Ella ha estado un mes sin levantarse de la silla. Le tengo miedo. Tiene una idea que no sé cuál es, pero desde luego es una idea mala.
MUCHACHA 1ª:
Yo llegué con mi hermana. Lleva ocho años viniendo sin resultado.
MARÍA:
Tiene hijos la que los tiene que tener.
MUCHACHA 1ª:
Es lo que yo digo. (Se oyen voces.)
MARÍA:
Nunca me gustó esta romería. Vamos a las eras, que es donde está la gente.
MUCHACHA 1ª:
El año pasado, cuando se hizo oscuro, unos mozos atenazaron con sus manos los pechos de mi hermana.
MARÍA:
En cuatro leguas a la redonda no se oyen más que palabras terribles.
MUCHACHA 1ª:
Más de cuarenta toneles de vino he visto en las espaldas de la ermita.
MARÍA:
Un río de hombres solos baja esas sierras. (Salen. Se oyen voces. Entra YERMA con seis mujeres que van a la iglesia. Van descalzas y llevan cirios rizados. Empieza el anochecer.)
MARÍA:
Señor, que florezca la rosa, no me la dejéis en sombra.
MUJER 2ª:
Sobre su carne marchita florezca la rosa amarilla.
MARÍA:
Y en el vientre de tus siervas la llama oscura de la tierra.
CORO DE MUJERES:
Señor, que florezca la rosa, no me la dejéis en sombra. (Se arrodillan.)
YERMA:
El cielo tiene jardines con rosales de alegría,
entre rosal y rosal la rosa de maravilla.
Rayo de aurora parece,
y un arcángel la vigila,
las alas como tormentas,
los ojos como agonías.
Alrededor de sus hojas
arroyos de leche tibia juegan
y mojan la cara
de las estrellas tranquilas.
Señor, abre tu rosal
sobre mi carne marchita. (Se levantan.)
MUJER 2ª:
Señor, calma con tu mano
las ascuas de su mejilla.
YERMA:
Escucha a la penitente
de tu santa romería.
Abre tu rosa en mi carne
aunque tenga mil espinas.
CORO:
Señor, que florezca la rosa,
no me la dejéis en sombra.
YERMA:
Sobre mi carne marchita
la rosa de maravilla.
(Entran.)
(Salen muchachas corriendo, con largas cintas en las manos, por la izquierda. Por la derecha, otras tres mirando hacia atrás. Hay en la escena como un crescendo de voces y de ruidos de cascabeles y colleras de campanilleros. En un plano superior aparecen las siete muchachas que agitan las cintas hacia la izquierda. Crece el ruido y entran dos máscaras populares. Una como macho y otra como hembra. Llevan grandes caretas. El macho empuña un cuerno de toro en la mano. No son grotescas de ningún modo, sino de gran belleza y con un sentido de pura tierra. La hembra agita un collar de grandes cascabeles. El fondo se llena de gente que grita y comenta la danza. Está muy anochecido.)
NIÑOS:
¡El demonio y su mujer! ¡El demonio y su mujer!
HEMBRA:
En el río de la sierra
la esposa triste se bañaba.
Por el cuerpo le subían
los caracoles del agua.
La arena de las orillas
y el aire de la mañana
le daban fuego a su risa
y temblor a sus espaldas.
¡Ay, qué desnuda estaba
la doncella en el agua!
NIÑO:
¡Ay, cómo se quejaba!
HOMBRE 1°:
¡Ay, marchita de amores
con el viento y el agua!
HOMBRE 2°:
¡Que diga a quién espera!
HOMBRE 1°:
¡Que diga a quién aguarda!
HOMBRE 2°:
¡Ay, con el vientre seco y la color quebrada!
HEMBRA:
Cuando llegue la noche lo diré,
cuando llegue la noche clara.
Cuando llegue la noche de la romería
rasgaré los volantes de mi enagua.
NIÑO:
Y en seguida vino la noche.
¡Ay, que la noche llegaba!
Mirad qué oscuro se pone
el chorro de la montaña.
(Empiezan a sonar unas guitarras.)
MACHO:
(Se levanta y agita el cuerno.)
¡Ay, qué blanca la triste casada!
¡Ay, cómo se queja entre las ramas!
Amapola y clavel será luego
cuando el macho despliegue su capa.
(Se acerca.)
Si tú vienes a la romería
a pedir que tu vientre se abra,
no te pongas un velo de luto
sino dulce camisa de Holanda.
Vete sola detrás de los muros
donde están las higueras cerradas
y soporta mi cuerpo de tierra
hasta el blanco gemido del alba.
¡Ay, cómo relumbra!
¡Ay, cómo relumbra,
ay, cómo se cimbrea la casada!
HEMBRA:
Ay, que el amor le pone
coronas y guirnaldas,
y dardos de oro vivo
en su pecho se clavan.
MACHO:
Siete veces gemía,
nueve se levantaba,
quince veces juntaron
jazmines con naranjas.
HOMBRE 3°:
¡Dale ya con el cuerno!
HOMBRE 2°:
¡Con la rosa y la danza!
HOMBRE 1°:
¡Ay, cómo se cimbrea la casada!
MACHO:
En esta romería
el varón siempre manda.
Los maridos son toros.
El varón siempre manda.
¡Dale ya con la rama!
Y las romeras flores
para aquel que las gana.
NIÑO:
¡Dale ya con el aire!
HOMBRE 2°:
¡Dale ya con la rama!
MACHO:
Venid a ver la lumbre de la que se bañaba!
HOMBRE 1°:
Como junco se curva.
HEMBRA:
Y como flor se cansa.
HOMBRES:
¡Que se aparten las niñas!
MACHO:
Que se queme la danza y el cuerpo reluciente de la linda casada.
(Se van bailando con son de palmas y sonrisas. Cantan.)
El cielo tiene jardines con rosales de alegría,
entre rosal y rosal la rosa de maravilla.
(Vuelven a pasar dos muchachas gritando. Entra la VIEJA alegre.)
VIEJA:
A ver si luego nos dejáis dormir. Pero luego será ella. (Entra YERMA) ¡Tú! (YERMA está abatida y no habla.) Dime, ¿para qué has venido?
YERMA:
No sé.
VIEJA:
¿No te convences? ¿Y tu esposo? (YERMA da muestras de cansancio y de persona a la que una idea fija le quiebra la cabeza.)
YERMA:
Ahí está.
VIEJA:
¿Qué hace?
YERMA:
Bebe. (Pausa. Llevándose Las manos a la frente.) ¡Ay!
VIEJA:
¡Ay, ay! Menos ¡ay! Y más alma. Antes no he podido decirte nada, pero ahora sí.
YERMA:
¡Y qué me vas a decir que ya no sepa!
VIEJA:
Lo que ya no se puede callar. Lo que está puesto encima del tejado. La culpa es de tu marido. ¿Lo oyes? Me dejaría cortar las manos. Ni su padre, ni su abuelo, ni su bisabuelo, se portaron como hombres de casta. Para tener un hijo ha sido necesario que se junte el cielo con la tierra. Están hechos con saliva. En cambio, tu gente no. Tienes hermanos y primos a cien leguas a la redonda. Mira qué maldición ha venido a caer sobre tu hermosura.
YERMA:
Una maldición. Un charco de veneno sobre las espigas.
VIEJA:
Pero tú tienes pies para marcharte de tu casa.
YERMA:
¿Para marcharme?
VIEJA:
Cuando te vi en la romería me dio un vuelco el corazón. Aquí vienen las mujeres a conocer hombres nuevos. Y el Santo hace el milagro. Mi hijo está sentado detrás de la ermita esperándote. Mi casa necesita una mujer. Vete con él y viviremos los tres juntos. Mi hijo sí es de sangre. Como yo. Si entras en mi casa todavía queda olor de tunas. La ceniza de tu colcha se te volverá pan y sal para las crías. Anda. No te importe la gente. Y en cuanto a tu marido, hay en mi casa entrañas y herramientas para que no cruce siquiera la calle.
YERMA:
¡Calla, calla, si no es eso! Nunca lo haría. Yo no puedo ir a buscar. ¿Te figuras que puedo conocer otro hombre? ¿Dónde pones mi honra? El agua no se puede volver atrás ni la luna llena sale al mediodía. Vete. Por el camino que voy, seguiré. ¿Has pensado en serio que yo me pueda doblar a otro hombre? ¿Qué yo vaya a pedirle lo que es mío como una esclava? Conóceme, para que nunca me hables más. Yo no busco.
VIEJA:
Cuando se tiene sed, se agradece el agua.
YERMA:
Yo soy como un campo seco donde caben arando mil pares de bueyes y lo que tú me das es un pequeño vaso de agua de pozo. Lo mío es dolor que ya no está en las carnes.
VIEJA:
(Fuerte.) Pues sigue así. Por tu gusto es. Como los cardos del secano, pinchosa, marchita.
YERMA:
(Fuerte.) ¡Marchita, sí, ya lo sé! ¡Marchita! No es preciso que me lo refriegues por la boca. No vengas a solazarte como los niños pequeños en la agonía de un animalito. Desde que me casé estoy dándole vueltas a esta palabra, pero es la primera vez que la oigo, la primera vez que me la dicen en la cara. La primera vez que veo que es verdad.
VIEJA:
No me das ninguna lástima, ninguna. Yo buscaré otra mujer para mi hijo. (Se va. Se oye un gran coro lejano cantando por los romeros. YERMA se dirige hacia el carro y aparece detrás del mismo su marido.)
YERMA:
¿Estabas ahí?
JUAN:
Estaba.
YERMA:
¿Acechando?
JUAN:
Acechando.
YERMA:
¿Y has oído?
JUAN:
Sí.
YERMA:
¿Y qué? Déjame y vete a los cantos. (Se sienta en las mantas.)
JUAN:
También es hora de que yo hable.
YERMA:
¡Habla!
JUAN:
Y que me queje.
YERMA:
¿Con qué motivos?
JUAN:
Que tengo el amargor en la garganta.
YERMA:
Y yo en los huesos.
JUAN:
Ha llegado el último minuto de resistir este continuo lamento por cosas oscuras, fuera de la vida, por cosas que están en el aire.
YERMA:
(Con asombro dramático.) ¿Fuera de la vida, dices? ¿En el aire, dices?
JUAN:
Por cosas que no han pasado y ni tú ni yo dirigimos.
YERMA:
(Violenta.) ¡Sigue! ¡Sigue!
JUAN:
Por cosas que a mí no me importan. ¿Lo oyes? Que a mí no me importan. Ya es necesario que te lo diga. A mí me importa lo que tengo entre las manos. Lo que veo por mis ojos.
YERMA:
(Incorporándose de rodillas, desesperada.) Así, así. Eso es lo que yo quería oír de tus labios. No se siente la verdad cuando está dentro de una misma, pero ¡qué grande y cómo grita cuando se pone fuera y levanta los brazos! ¡No te importa! ¡Ya lo he oído!
JUAN:
(Acercándose.) Piensa que tenía que pasar así. Óyeme. (La abraza para incorporarla.) Muchas mujeres serían felices de llevar tu vida. Sin hijos es la vida más dulce. Yo soy feliz no teniéndolos. No tenemos culpa ninguna.
YERMA:
¿Y qué buscabas en mí?
JUAN:
A ti misma.
YERMA:
(Excitada.) ¡Eso! Buscabas la casa, la tranquilidad y una mujer. Pero nada más. ¿Es verdad lo que digo?
JUAN:
Es verdad. Como todos.
YERMA:
¿Y lo demás? ¿Y tu hijo?
JUAN:
(Fuerte.) ¿No oyes que no me importa? ¡No me preguntes más! ¡Que te lo tengo que gritar al oído para que lo sepas, a ver si de una vez vives ya tranquila!
YERMA:
¿Y nunca has pensado en él cuando me has visto desearlo?
JUAN:
Nunca.
(Están los dos en el suelo.)
YERMA:
¿Y no podré esperarlo?
JUAN:
No.
YERMA:
¿Ni tú?
JUAN:
Ni yo tampoco. ¡Resígnate!
YERMA:
¡Marchita!
JUAN:
Y a vivir en paz. Uno y otro, con suavidad, con agrado. ¡Abrázame! (La abraza.)
YERMA:
¿Qué buscas?
JUAN:
A ti te busco. Con la luna estás hermosa.
YERMA:
Me buscas como cuando te quieres comer una paloma.
JUAN:
Bésame…, así.
YERMA:
Eso nunca, nunca. (YERMA da un grito y aprieta la garganta de su esposo. Éste cae hacia atrás. Le aprieta la garganta hasta matarle. Empieza el coro de la romería.) Marchita. Marchita, pero segura. Ahora sí que lo sé de cierto. Y sola. (Se levanta. Empieza a llegar gente.) Voy a descansar sin despertarme sobresaltada, para ver si la sangre me anuncia otra sangre nueva. Con el cuerpo seco para siempre. ¿Qué queréis saber? No os acerquéis, porque he matado a mi hijo, ¡yo misma he matado a mi hijo! (Acude un grupo que queda al fondo. Se oye el coro de la romería.)
Telón final