Cuando terminaron las clases con las vacaciones de invierno, los estudiosos compañeros de Kiyoaki se dedicaron a preparar los exámenes de pre-licenciatura, pero a él la perspectiva de abrir un libro le llenaba de horror. No más de un tercio de su clase, incluido Honda, pensaban seguir después de la licenciatura hasta los exámenes de ingreso en la Universidad, que tendrían lugar en el verano. La mayoría querían utilizar su privilegio de licenciados para obtener dispensas en los exámenes de ingreso y solicitar las facultades de la Universidad Imperial de Tokio, donde nunca se cubrían las plazas, o en una de las otras universidades imperiales como Kyoto o Tohoku. También Kiyoaki, a pesar de lo que su padre pudiera creer, seguiría la línea de menor resistencia. Si entraba en la Universidad de Kyoto estaría mucho más cerca del convento de Satoko.
Por el momento estaba en libertad de entregarse a la vagancia privilegiada. Hubo dos fuertes nevadas en diciembre, pero él no estaba en forma para sentir la alegría juvenil que proporciona el espectáculo de los campos cubiertos de nieve. Echó a un lado la cortina de la ventana, y desde la cama miró con indiferencia la escena invernal, con la isla convertida en una mancha de blanco resplandeciente en medio del estanque. No se movió de la cama durante varias horas. En otros tiempos le habría asaltado la idea de importunar a Yamada, que le vigilaba incluso mientras paseaba por la finca. Escogió una noche que soplaba un viento del norte particularmente frío y fuerte, y subió hasta la colina. Yamada, con la linterna en la mano y amparado en el cuello del abrigo, tenía que seguirle a buena marcha a pesar de su debilidad. El crujir de las ramas, el siseo del búho, los ruidos extraños del bosque, todo le llenaba de placer en su continuo avanzar, sintiéndose subir tan irresistiblemente como la llama devoradora. A cada paso imaginaba estar aplastando la oscuridad bajo sus talones, como si de algo blando y vivo se tratara. En la cumbre de la colina se asomó al firmamento brillante de estrellas.
* * *
Poco antes de fin de año, llegó un caballero a la residencia de los Matsugae, para llamar la atención del marqués sobre un artículo de periódico escrito por Iinuma. El marqués se enfureció ante esta prueba de deslealtad para con la familia.
Era un periódico de corta circulación, órgano de un grupo del ala derecha. El marqués protestó asegurando que no pasaba de ser uno de los periodicuchos que se dedicaban a sacar dinero de la alta sociedad, bajo amenaza de descubrir algún escándalo. Habría sido distinto, si Iinuma se hubiera degradado hasta el punto de ir a pedir dinero antes de publicar el artículo. Pero para seguir adelante y escribirlo sin ni siquiera avisar de su intención era nada menos que una abierta y provocativa falta de sus obligaciones.
Bajo un título con sabor patriótico, «Un marqués desleal» el peso de la acusación era tremendo: «El hombre complicado entre bastidores en el caso del compromiso roto fue de hecho el marqués de Matsugae. Todo matrimonio en que va implicado algún miembro de la Familia Imperial tiene que ser sometido a un minucioso examen de acuerdo con las normas del Código de la Casa Imperial, por que tal matrimonio, no importa lo remoto de la posibilidad, podría afectar a la sucesión imperial. Estas eran las circunstancias bajo las cuales el marqués de Matsugae había tomado a su cargo el patrocinio de la hija de una antigua familia, joven de cuya inestabilidad mental asegura que no estaba enterado entonces, llegando hasta el punto de obtener la sanción imperial para el matrimonio, sólo para que sus planes fracasaran en vísperas de la ceremonia de esponsales. A pesar de todo, simplemente por haber tenido la suerte de mantener su nombre fuera del caso, el marqués de Matsugae seguía tranquilamente su vida, probando no sólo una descarada deslealtad para con su majestad el emperador, sino también una falta de reverencia hacia su propio padre, uno de los pilares de la Restauración Meiji».
Si el artículo provocó la furia del marqués, suscitó recelos en su hijo. Se dio cuenta al instante de que Iinuma no había olvidado hacer constar junto al artículo su nombre y dirección, y que aunque sabía perfectamente todo lo sucedido entre Kiyoaki y Satoko había escrito como si realmente creyera que Satoko había sufrido una crisis nerviosa. Hasta entonces, Kiyoaki no había tenido idea de dónde estaba. Ahora le asaltó el pensamiento de que Iinuma había escrito esto porque quería que Kiyoaki leyera el artículo y supiera su dirección, sin necesidad de informarlo directamente. De todos modos estaba seguro de que el artículo contenía un mensaje oculto para él solo: «no seas como tu padre».
De pronto, sintió nostalgia de Iinuma. Para obtener su atención, para mofarse a su modo, no tenía nada mejor para hacerle reaccionar en su situación actual. Sin embargo, verle ahora que la ira de su padre estaba en su punto cumbre, sería dar posibilidades a nuevas represalias, y su sentido común era suficiente para no llevarle a correr este riesgo.
Por otro lado sabía que preparar una reunión con Tadeshina sería mucho menos peligroso. Desde el fracasado suicidio de la anciana sólo pensaba en ella con disgusto. A juzgar por la traición que le hizo ante su padre en la carta de despedida, estaba convencido de que algo le hacía encontrar un placer peculiar traicionándoles a todos, sin excepción. Habían llegado a la conclusión de que aquella mujer era como esas personas que atienden y cuidan escrupulosamente sus jardines, sólo por el placer de arrancar sus plantas una vez que han florecido.
Su padre casi nunca hablaba de él. Y su madre, que no quería enfadar a su esposo, hacía cuanto podía para dejar a su hijo solo. La base real de la ira de su padre era la preocupación y el temor. Contrató a dos policías privados para que hicieran guardia en la verja principal, e hizo situar en la parte de atrás otros dos. Sin embargo, acabó el año sin que surgiera ninguna amenaza contra los Matsugae. La revelación de Iinuma falló al parecer, sin producir ninguna repercusión en los círculos oficiales.
Era costumbre de las dos familias extranjeras que tenían alquiladas viviendas a los Matsugae enviarles invitaciones el día de Nochebuena. Pero como cumplir con una familia supondría disgustar a la otra, el marqués había tomado por práctica no aceptar ninguna invitación, y enviar, en cambio, regalos a los niños de cada familia. Este año, pensando que quizás encontraría algo que le distrajera, Kiyoaki pidió a su madre que intercediera ante su padre para que le permitiese ir. Pero el marqués no haría caso de esta petición.
La razón que dio no fue la habitual de no querer disgustar a una de las dos familias, sino que estaba por debajo de la dignidad de un hijo de la nobleza aceptar la invitación de una familia que tenía como inquilinos. Algo quedaba claro para Kiyoaki: su padre mantenía un poco de fe en la habilidad de su hijo para conservar su dignidad.
La casa de los Matsugae entró en un torbellino de actividad durante los últimos días del año, puesto que la limpieza general y tradicional que precedía a las fiestas de Año Nuevo no podía hacerse en un solo día. Kiyoaki no tenía nada que hacer. El pensamiento de que estaba terminando el año era como un cuchillo clavado en su corazón. Este año sobre todos los demás. En estos últimos días había llegado a la conclusión de que el año que estaba a punto de terminar había presenciado la culminación de su vida. Dejó la casa y el bullicio y se dirigió solo hacia el estanque, dispuesto a remar. Yamada salió corriendo detrás de él ofreciéndole su compañía, que fue bruscamente rechazada. Cuando la proa del bote se abría camino entre los juncos secos y partía los restos de las hojas de loto, escapó volando una pequeña bandada de patos salvajes. Kiyoaki pudo contemplar sus vientres pequeños en el aire claro del invierno, sin una sola gota que empañara el destello de plata de sus plumas. Miró a las nubes y al cielo azul, reflejados en la superficie del agua y quedó maravillado ante las leves olas desiguales provocadas por sus remos. El agua oscura y enlodada parecía querer decirle algo completamente distinto a las nubes cristalinas y al firmamento invernal.
Dejó descansar los remos y miró hacia la sala principal de la casa, donde los criados estaban atareados con el trabajo, como actores ensayando en un escenario distinto. La cascada no se había helado, pero su ruido era apagado y discordante. La parte inferior de la cascada estaba bloqueada, más arriba, en el lado norte de la colina, las ramas sin hoja de los árboles revelaban restos de nieve. Finalmente viró el bote hacia una pequeña entrada de la isla, lo amarró a un tronco y se dirigió hacia los pinares que coronaban la loma. Cuando miró a las tres grúas, las dos que tenían los brazos extendidos parecían como flechas apuntando al cielo de diciembre.
Se tumbó en la hierba calentada por el sol, y estuvo allí de espaldas, consciente de que estaba completamente solo, seguro de cualquier mirada importuna. Luego, al sentir el dolor producido por los remos en las manos, que acunaban su cabeza, se vio asaltado por un ataque violento de desesperación, que antes había sido capaz de resistir en presencia de otras personas.
—Este año fue mío, y ahora se ha ido —gritó en su soledad—. ¡Se ha ido! Justo como una nube que se deshace. —Las palabras salían de él, crueles e incontenidas, censurándole, intensificando su melancolía. Era la primera vez que daba entrada a tal violencia—. Todo se ha vuelto amargo, nunca volveré a sentir el júbilo. Hay una claridad terrible que lo domina todo. Como si el mundo estuviera hecho de cristal, de forma que uno sólo puede tocar una parte de él con la uña del dedo para notar un pequeño estremecimiento. Y luego la soledad…, algo que se quema. Como una cucharada de sopa espesa que no se puede soportar dentro de la boca, a menos que se la sople una y otra vez. Y está ahí, siempre delante de mí. En su pesada fuente blanca de gruesa porcelana, sucia como una vieja almohada. ¿Qué es lo que la está empujando sobre mí? Me he quedado completamente solo. Estoy ardiendo en deseos. Detesto lo que me ha sucedido. Estoy perdido y no sé adonde voy. Lo que mi corazón desea no puede… Mis pequeñas satisfacciones privadas, mis razonamientos, mis decepciones… todo ha desaparecido. Lo único que me queda es suspirar por todo lo que he perdido. Me estoy haciendo mayor para nada. He quedado sumido en un vacío terrible. ¿Qué me puede ofrecer la vida fuera de la amargura? Solo en mi habitación… solo durante las largas noches… apartado del mundo y por todo lo que en el mundo existe, por causa de mi desesperación. Y si grito, ¿quién me escuchará? Mientras tanto, mi yo es para los demás como fue siempre. Una nobleza superficial… Eso es lo que queda de mí.
Una bandada de cuervos estaba posada en las ramas sin hojas de los arces de la colina. Con sus graznidos y el batir de sus alas volaron por encima de él hacia la colina donde estaba sepultado Omiyasama.