XLVI

Kiyoaki quedó sorprendido al ver a su madre haciendo preparativos para un segundo viaje. Ella se negó a decirle el destino y el propósito, pidiéndole que no mencionara nada de esto fuera de casa. Tuvo la sensación de que algo alarmante se estaba tramando, y que lo que fuere tenía que ver con Satoko. Con la vigilancia continua de Yamada, no encontraba forma de averiguar más.

Cuando llegaron al Templo de Gesshu, los Ayakura y la marquesa de Matsugae se encontraron con un imprevisto espantoso: Satoko había recibido ya la tonsura.

* * *

Las circunstancias que la llevaron tan rápidamente a renunciar al mundo fueron como sigue. Cuando la abadesa oyó aquella primera mañana toda la historia de boca de la propia Satoko, comprendió al instante que debía permitir a la joven hacerse monja. Sutilmente consciente de cada una de sus predecesoras en Gesshu, había sido princesa imperial, se sentía obligada a reverenciar al emperador por encima de todas las demás cosas. Llegó a la decisión de permitir el ingreso de Satoko, aunque esto llevara consigo un posible alejamiento temporal de la gracia imperial. Dadas las circunstancias no había otra forma de ser fiel a su lealtad para con el emperador. Había una conspiración contra él, y ella no podía consentir que siguiera adelante. No era persona que apoyara una falta de lealtad, por sutil que fuera la astucia de que fuese disfrazada.

Por consiguiente, la siempre tan discreta y gentil abadesa de Gesshu adoptó su resolución, decidida a no ceder ni a la fuerza de la autoridad ni a las amenazas. Aunque todo el mundo se dispusiera contra ella, y se viere forzada a ignorar un decreto imperial, persistiría en lo que tenía que hacer, silencioso devoto de la persona sagrada de su majestad.

Aquella resolución surtió un efecto muy profundo en Satoko, quien estaba decidida a volver la espalda al mundo. No había esperado que la abadesa accedería tan fácilmente a su petición. Había orado y pedido luz al Señor Buda, y la abadesa había descubierto inmediatamente la firmeza de la vocación de aquella muchacha.

Aunque era habitual que las novicias pasaran un año de disciplina ascética antes del ingreso formal como monja, tanto Satoko como la abadesa creyeron que en las circunstancias actuales tal período podía ser suprimido. Pero la abadesa no podía desconsiderar a los Ayakura hasta el punto de permitirle a Satoko tomar la tonsura antes que la condesa regresara de Tokio. Además, estaba la cuestión de Kiyoaki. ¿No sería acertado, pensó, permitir que Satoko y él celebraran una larga despedida antes del sacrificio?

Satoko apenas podía resistir ninguna demora. Iba a ver todos los días a la abadesa, como el niño que importuna a la madre para que le dé dulces, a suplicarle que le permitiera tomar la tonsura. Finalmente la abadesa se encontró preparada para acceder.

—Si te permito tomar la tonsura —advirtió a Satoko— jamás se te volverá a permitir ver a Kiyoaki. ¿No te inquieta esto?

—No.

—Bien, una vez que tomes la decisión de no volverle a ver más en este mundo, con lo que das un paso adelante en tu iniciación, cualquier arrepentimiento o pesadumbre posterior sería más amargo.

—No tendré pesadumbre. En este mundo jamás volveré a poner los ojos en él. En cuanto a la despedida, ya hemos tenido suficientes. Así que, por favor…

Hablaba con voz firme y clara.

—Muy bien. Entonces, mañana por la mañana, estaré presente en la ceremonia de la tonsura —replicó la abadesa, permitiendo un día más de gracia.

La condesa de Ayakura no regresó en el intervalo.

Desde aquella misma mañana en Gesshu, Satoko se había introducido, por propia voluntad, en la rutina disciplinaria de la vida conventual. La característica distintiva del budismo Hosso estaba en poner mayor énfasis en el cultivo de la mente que en la práctica de devociones sólo religiosas. El templo de Gesshu, además, estaba tradicionalmente consagrado a la oración por el bienestar de la nación, y no tenía feligreses propios. Algunas veces observaba la abadesa «con suave humor» que la «Gracia de las Lágrimas» nunca se encontraría en el budismo Hosso, con lo que subrayaba el contraste con el más reciente culto del budismo Tierra Pura, con su dedicación especial a las oraciones de gratitud.

En el budismo Mahayana en general no había preceptos concretos. Con frecuencia se sacaban de otras partes los preceptos de la vida monástica del budismo Hinayana. En conventos tales como el de Gesshu, sin embargo, eran regla «Los Preceptos de un Bodhisattva», contenidos en el Brahamajala Sutra. Sus cuarenta y ocho prohibiciones empezaban con diez mandatos principales, contra pecados tales como quitarse la vida, robar, excesos de cualquier clase, mentir, y concluía con una amonestación contra ofensas a las enseñanzas budistas.

Todavía más severo que cualquier mandamiento era la formación monástica. En el breve tiempo que llevaba en Gesshu, Satoko había aprendido ya de memoria el «Sutra de Corazón Iluminado» y los «Treinta Versos» exponiendo la doctrina de Yuishiki. Todas las mañanas se levantaba temprano para barrer y quitar el polvo de la sala de adoración, antes que la abadesa llegara para practicar sus devociones de la mañana, en el curso de las cuales tenía ella una oportunidad de practicar el cántico de los sutras. Ya no era tratada como invitada, y la monja a quien la abadesa había puesto a cargo de ella era una mujer muy severa.

La mañana de la ceremonia de iniciación realizó cuidadosamente las abluciones prescritas, antes de ponerse las ropas negras de monja. En la sala de adoración se sentó con su rosario de cuentas alrededor de las manos, unidas delante de ella. Después que la propia abadesa cogió la navaja de afeitar iniciando la tonsura, la monja encargada de Satoko continuó la ceremonia. Y mientras le afeitaba la cabeza con mano muy hábil, la abadesa comenzó el cántico de la «Sutra del Corazón Iluminado», acompañada de una monja joven.

Cuando hubo terminado los trabajos de la perfección,

Los cinco Agregados del Ser Vivo se hicieron como

Cosas vacías ante los ojos del Bohdisattva Kannon,

Y separado de ella estaba el yugo del sufrimiento humano.

Satoko se unió también al canto, con los ojos cerrados. Y al hacerlo, su cuerpo se hizo como un barco que va liberándose gradualmente de su cargamento, y libre de anclas es arrastrado por el oleaje. Siguió con los ojos cerrados. La sala principal tenía el frío penetrante de una casa de hielo. Flotando en libertad, se imaginaba una inmensa extensión de puro hielo enfriando todo el mundo que la rodeaba. De repente le llegó del jardín algo como un grito, y el supuesto hielo se abrió con la rapidez de un relámpago. Pero casi en seguida el hielo se hizo otra vez compacto. Ella sentía la navaja haciendo su trabajo con cuidado escrupuloso sobre su cráneo. Algunas veces la imaginaba como el roer de los diminutos incisivos de un ratón, y otras, el raer de los molares de un caballo o una vaca.

A medida que iba cayendo, mechón tras mechón, sentía que el cráneo empezaba a acusar un frío totalmente nuevo para ella. La navaja estaba cortando el cabello que la había atado al mundo durante un tiempo asfixiante y pesado con su penosa carga de deseos. Pero su cráneo estaba quedando limpio para un reino de pureza, cuya frescura nunca había sido violada por mano de ningún hombre. A medida que se extendía la zona afeitada empezó a sentir que su piel tomaba cada vez más vida, como si se estuviera derramando sobre ella una fresca solución de mentol.

Imaginaba que así sería el frío en la superficie de la Luna directamente expuesta a la inmensidad del Universo. El mundo que ella conocía se estaba desmoronando en cada mechón de pelo que caía, y cada vez se sentía más lejos de él.

En un sentido, parecía que su cabello estuviera siendo segado en tiempo de cosecha. Los mechones de pelo negro recién cortados se amontonaban en el suelo alrededor de ella. Pero era una cosecha sin valor, pues en el instante que aquellos puñados negros y lozanos dejaban de ser suyos la belleza de su vida se iba con ellos, dejándole sólo un recuerdo. Algo que en otros tiempos había sido parte íntima suya, elemento estético de su ser, era arrojado ahora implacablemente. Los lazos que la unían al mundo estaban ahora siendo cortados con la irrevocabilidad de la amputación de un miembro del cuerpo.

Cuando al fin el cráneo quedó brillante con resplandor azulado, la abadesa se dirigió a ella dulcemente:

—La renuncia más grave es la que viene después de la renuncia formal. Tengo la mayor confianza en tu actual resolución. Desde este día en adelante, si buscas purificar tu corazón con la austeridad de nuestra vida, no tengo la menor duda de que te convertirás en la gloria de nuestras hermanas.

* * *

Así se llevó a cabo la prematura iniciación de Satoko. Sin embargo, ni la condesa de Ayakura ni la marquesa de Matsugae estaban dispuestas a ceder. Después de todo, quedaba la peluca, arma potente mantenida todavía en reserva.