XXXIII

Cuando oyeron esto, los dos jóvenes japoneses se miraron el uno al otro, en una reacción instintiva cuyo significado no captó Kridsada, persona impetuosa, no dada a medir las expresiones de sus oyentes.

Chao P., por otro lado, había aprendido mucho en los seis meses de vivir en ambiente extranjero. Y aunque su piel era lo bastante oscura para revelar cosa tan obvia como un sonrojo, era evidente que vacilaba sobre si continuar o no conversación semejante. Sin embargo lo hizo, haciendo uso de su buen inglés, quizá porque deseaba parecer sofisticado.

—Mirad, cuando Kri y yo éramos niños, solíamos oír toda clase de historias del Jataka Sutra. Nuestras niñeras nos explicaban cómo hasta el Señor Buda experimentó muchos estados de vida mientras fue un bodhisattva: un cisne dorado, una codorniz, un mono, un gran ciervo, y así sucesivamente. En consecuencia, ahora estábamos especulando sobre lo que habríamos podido ser en nuestras existencias anteriores. Sin embargo me temo que no nos hemos puesto de acuerdo en nada. Él sostenía que había sido venado, y yo mono. Por mi parte, insistía lo contrario, que él fue mono y yo venado. ¿Qué decís vosotros? Lo dejaremos a vuestra elección.

De cualquier forma que contestaran corrían el riesgo de ofender a alguien, por lo que se limitaron a sonreír, esperando que la sonrisa sirviera de respuesta. Luego Kiyoaki, deseando cambiar la conversación a otros temas, dijo que no sabía nada sobre el Jataka Sutra y preguntó si los príncipes serían tan amables de contar a Honda y a él alguna de las historias.

—Lo haremos con gusto —dijo Chao P.—. Por ejemplo, hay una acerca del cisne dorado. Tuvo lugar cuando el señor Gautama era un bodhisattva, durante su segunda reencarnación. Como sabéis, bodhisattva es alguien que recorre voluntariamente el camino de la mortificación y el sufrimiento, antes de entrar en la ilustración plena del seguidor de Buda. Y en su existencia anterior el señor Gautama mismo fue un bodhisattva. Las austeridades que practican, los hechos buenos de uno para los demás, son pasos que les acercan de esta esfera a la esfera de la ilustración total. Se dice que Buda siendo bodhisattva, derramó abundantes gracias sobre la Humanidad. Reencarnó de muchas maneras y existen mil historias sobre las obras buenas que llevó a cabo. Por ejemplo, en tiempos muy antiguos, nació en una familia de brahmanes. Se casó con una mujer de otra familia de brahmanes, y después de tener tres hijas con ella, murió, obligando a su desconsolada esposa e hijas a formar hogar con extraños. Pero tras su muerte como brahmán, el bodhisattva tomó otra vida en el seno de un cisne dorado. Y conservó el conocimiento que le haría consciente de su anterior existencia. El bodhisattva creció hasta hacerse cisne adulto, cubierto de plumas de oro y no igualado en belleza. Cuando se deslizaba sobre las aguas, resplandecía como la luna llena. Y cuando volaba en el bosque, las hojas que rozaba se tornaban de oro. Y cuando descansaba sobre la rama de un árbol, éste se cubría de fabulosos frutos dorados. El cisne llegó a conocer que había sido un hombre en anterior existencia, y también que su esposa e hijos quedaron obligados a vivir con extraños, ganándose la vida con cualquier trabajo que encontraran. Cualquiera de mis plumas, se dijo un día, podría convertirse en una hoja de oro y ser vendida. De vez en cuando daré una pluma a mi pobre familia que he dejado atrás en vida tan dura en el mundo de los hombres. Así, el cisne apareció a la ventana de la casa donde su esposa e hijas de otros tiempos vivían ahora. Y cuando vio su lamentable situación, se llenó de lástima. Su esposa e hijas quedaron asustadas ante la figura resplandeciente del cisne posado en su ventana. «Qué pájaro tan precioso; exclamaron». «¿De dónde has venido?». «En tiempos, respondió el pájaro, yo era vuestro esposo y padre. Después de morir, volví otra vez a la vida en el seno de un cisne dorado. Y ahora he venido a cambiar vuestra pobre vida en otra de felicidad y abundancia». Tras decir esto, el cisne dejó caer una de sus plumas y huyó volando. Volvió después en intervalos regulares, y dejaba una pluma cada vez de la misma forma. Pronto la vida mejoró para la madre y sus tres hijas. Un día, la madre habló a sus hijas. «No podemos confiar en ese cisne. Aunque en realidad sea vuestro padre, ¿quién sabe si algún día dejará de venir? Así, la próxima vez que venga vamos a arrancarle todas las plumas». «¡Qué cruel eres, madre!». Sin embargo, la próxima vez que apareció el cisne en la ventana la codiciosa mujer se abalanzó sobre él, le cogió con ambas manos y le arrancó una a una todas las plumas. Extrañamente, cada pluma de oro se volvió tan blanca como una pluma de garza. Desesperada, su anterior esposa cogió al desamparado cisne y lo encerró en un gran recipiente vacío, y le dio de comer esperando que volvieran a crecerle las plumas de oro. Pero las plumas eran siempre blancas. Una vez el pájaro huyó y su figura se hizo cada vez más pequeña en el cielo, hasta que se convirtió en una mancha blanca perdida en las nubes para no volver jamás.

—Esta es una de las historias que nuestras niñeras solían contarnos del Jataka Sutra.

Honda y Kiyoaki quedaron sorprendidos al descubrir que muchos de los cuentos de hadas que les habían contado eran similares a las historias del príncipe. La conversación se convirtió después en discusión sobre la reencarnación misma y si era creíble como doctrina.

Como Kiyoaki y Honda no habían hablado nunca de un tema semejante, estaban naturalmente perplejos. Kiyoaki miraba a Honda con expresión inquisitiva en los ojos. Ordinariamente obstinado, adoptaba aire de ausente cuando tenían lugar discusiones abstractas. Esa expresión obligaba a Honda a hacer algo como si le estuvieran pinchando con espuelas de plata.

—Si existe la reencarnación como tú cuentas —empezó Honda— yo me pondría en favor de ella, quiero decir si es verdad que el hombre es conocedor de su existencia anterior. Pero si se trata de que la personalidad del hombre se termina y pierde asimismo su experiencia vital de manera que no queda absolutamente ninguna huella de ella en la siguiente vida, y si nace una personalidad completamente nueva y una experiencia totalmente distinta, entonces creo que las varias reencarnaciones posibles no se unen entre sí más que las vidas de todos los individuos que vivieron en un mismo tiempo dado. En otras palabras, creo que en tal caso el concepto de la reencarnación carecería de significado. Algo tiene que continuar, pero yo no veo cómo podemos tomar un número de existencia vital y enlazarlas como si fueran una sola asegurando que las une una sola consciencia. Ahora bien, ninguno de nosotros tiene el menor recuerdo de una existencia anterior, y por tanto es obvio que carecería de sentido tratar de presentar pruebas de la transmigración de las almas. Sólo hay una forma que podría probarla: si tuviéramos consciencia tan independiente que pudiera mantenerse separada, al margen, por encima, tanto de esta vida como de las vidas anteriores y pudiera contemplarlas objetivamente. Pero tal como es la realidad, la consciencia de cada hombre está limitada al pasado, al presente o al futuro de esta vida única. En medio de la historia cada uno de nosotros edifica su propio refugio, y nunca podremos abandonarlo. El budismo parece ofrecer una fórmula media, pero yo tengo mis dudas: ¿es esa fórmula un concepto que el ser humano sea capaz de captar? Vamos a retroceder sólo un poco… Dado que todos los conceptos humanos son mera ilusión, a fin de distinguir las varias ilusiones derivadas de otras reencarnaciones de la ilusión de la presente vida, uno debe poder observarlas desde un punto de vista independiente en absoluto. Sólo cuando uno pudiera mantenerse separado y por encima del hecho de aquí y ahora la realidad de la reencarnación podría aceptarse si se hacía evidente. Pero cuando uno se halla en medio de una sola existencia todo lo demás sigue siendo un enigma. Como este punto de vista independiente es acaso lo que se llama ilustración plena, sólo el hombre que ha transcendido la reencarnación puede captar su realidad. ¿Y no sería entonces un absurdo llegar a comprenderlo cuando ya no tiene objeto? Hay abundancia de muertes en nuestra vida. Nunca nos faltan recordatorios, funerales, cementerios, ramos de flores, memorias de los muertos, muertes de amigos, y con ello la anticipación de nuestra propia muerte. ¿Quién sabe? Quizás a su modo los muertos tienen también abundancia de vida. Quizás están mirando siempre en nuestra dirección desde su propia tierra, a nuestras ciudades, nuestros colegios, a las chimeneas de nuestras fábricas, a cada uno de nosotros pasados uno a uno desde el país de la muerte a la tierra de los vivos. Lo que quiero decir es que tal vez la reencarnación no sea nada más que un concepto que invierte la forma con que nosotros, los vivos, contemplamos a la muerte, y que expresa el cómo la vida se ve desde el punto de vista de los muertos. ¿Os dais cuenta?

—¿Pero cómo se explica —replicó Chao P. serenamente— que ciertos pensamientos e ideales se transmiten al mundo y persisten y evolucionan después de la muerte del hombre?

—Ese es un problema distinto de la reencarnación —dijo Honda categóricamente, mostrando en su voz una impaciencia a que los jóvenes inteligentes son muy susceptibles.

—¿Por qué es diferente? —preguntó Chao P. con el mismo tono suave de voz—. Parece como si quisieras admitir que una cierta sensación de experiencia vital podría ocupar varios cuerpos sucesivamente en un período determinado de tiempo.

—¿La misma para un gato que para un ser humano es tu doctrina? Según lo que dijiste antes podríamos ser hombre, cisne, codorniz, cuervo y así sucesivamente.

—Sí, según el concepto de la reencarnación. Aun cuando la carne pudiera diferir. Mientras persista la misma ilusión no hay dificultad en llamarlo el mismo cuerpo. Sin embargo, mejor llamarlo corriente vital. Yo perdí aquel anillo de esmeraldas que tantas cosas me recordaba. No era cosa viviente, por supuesto, y por tanto no volverá a nacer. Sin embargo, la pérdida de algo es significativa, y yo creo que la pérdida es la fuente necesaria de una nueva manifestación. Alguna noche puede que vea aparecer mi anillo de esmeraldas como una estrella verde en algún punto del cielo.

El príncipe dejó el tema, al parecer dominado por la tristeza.

—Chao P., puede ser que el anillo fuera realmente una cosa viviente que experimentaba una transformación secreta —respondió Kridsada con ingenuidad— y luego aparezca en alguna parte como persona humana.

—Entonces quizá haya nacido como alguien tan hermoso como la princesa Chan —dijo Chao P. absorto ahora en el pensamiento de su ser querido—. La gente sigue diciéndome en sus cartas que está bien, pero ¿por qué no me entero de algo que venga directamente de ella misma? ¿Tal vez están tratando todos de protegerme de algo?

Honda hizo caso omiso de las últimas palabras del príncipe, perdido en la meditación sobre la extraña paradoja que Chao P. había expuesto minutos antes. Uno podía pensar ciertamente en un hombre no en términos de un cuerpo, sino como una única corriente vital. Y esto permitiría captar el concepto de la existencia dinámica y en movimiento, más bien que estática. Tal como él había dicho, no había ninguna diferencia entre una única consciencia poseyendo varias corrientes vitales sucesivamente, y una sola corriente vital animando a varias consciencias de manera sucesiva, ya que la vida y la experiencia vital se fusionarían en un todo. Y si uno fuera a extrapolar esta teoría de la unidad vital, todo el mar de la vida, con su infinidad de corrientes, todo el inmenso proceso de la transmigración llamado Samsara en sánscrito, estaría poseído por una sola consciencia.

Mientras Honda ordenaba sus ideas la playa se había ido oscureciendo gradualmente, y Kiyoaki con Kridsada estaba absorto en la construcción de un templo de arena. Kridsada añadió hábilmente arena húmeda y levantó las torres, y luego moldeó los ángulos del tejado. Tan pronto como la arena se secó, las torres se doblaron y se desmoronaron y todo se derrumbó.

Honda y Chao P. dejaron de hablar para mirar a los otros dos que jugaban con alegría infantil. Insensiblemente, el cielo se había llenado de estrellas, dominadas por el resplandor de la Vía Láctea. Honda no sabía mucho, pero le fue posible distinguir a la Tejedora y su amante el Pastor, separados por una ancha corriente de la Vía Láctea, y la Cruz del Norte y la Constelación Cisne, que extendía sus enormes alas como intermediarios para los dos amantes.

El rugido de las olas parecía mucho más fuerte que durante el día. La playa y el agua habían sido partes de una misma realidad durante el día, pero ahora estaban inmersas en la oscuridad. La inconcebible inmensidad de las estrellas abrumaba a los cuatro jóvenes. Estar rodeado de semejante poder era como estar encerrados dentro de un inmenso koto.

Sin duda alguna eran eso: cuatro granos de arena que en cierto modo habían encontrado su camino dentro de un inmenso mundo de oscuridad, fuera del cual todo era luz. Sobre ellos se extendían trece cuerdas, y unos dedos de blancura que no se podía explicar con palabras, tocaban esas cuerdas, dando vida al koto con la música solemne de las esferas.

Una brisa llegaba del mar. La fragancia salada de las olas y el olor a algas hacían que sus cuerpos vibraran de emoción, desnudos al aire fresco de la noche. La brisa del mar cargada de olor a sal acariciaba su carne desnuda y les hacía arder.

—Bueno, es hora de que volvamos —dijo Kiyoaki de pronto.

Naturalmente era un recordatorio de que había llegado la hora de la cena. Honda, sin embargo, sabía que la imaginación de Kiyoaki estaba sólo en la salida del último tren para Tokio.