26

Entré corriendo en la casa, empujando a Peter sin querer, y encontré el origen de la sangre en un rincón de la cocina. Matilda tenía el pelaje completamente manchado de rojo y me miraba gimoteando, dando golpes al suelo con la cola. Me habría gustado agacharme a su lado y decirle que todo saldría bien, pero no podía.

—¡Ezra! —grité, llevándome la mano al estómago para combatir el dolor que sentía en mi interior—. ¡Mae!

—¡Voy a echar un vistazo! —Peter echó a correr y lo seguí.

Mientras él miraba arriba, yo busqué por abajo. Las habitaciones estaban destrozadas. Pero no encontré a nadie.

—Aquí no hay nadie —dijo Peter, bajando la escalera a toda prisa.

—A lo mejor es que no estaban en casa. —Me pasé la mano por el pelo, consciente de que tenía los ojos llenos de lágrimas.

—Ahora que lo pienso, creo que sus coches no estaban en el garaje —dijo Peter, corriendo hacia allí. Abrió la puerta para comprobarlo y se detuvo.

—¿Qué pasa? —le pregunté.

—El Lexus no está. —Me miró—. Pero el Delorean sigue aquí.

—Jack no tenía que regresar hasta esta noche —recordé, y el dolor de estómago se intensificó. Me llevé la mano a la boca para reprimir el llanto—. Oh, Dios mío, Peter, ¿y si estaba en casa?

—Llámalo —me ordenó Peter, cogiendo su teléfono—. Yo llamaré a Ezra. A lo mejor se han ido juntos a algún lado.

Saqué mi teléfono del bolsillo y Matilda gimoteó. Me arrodillé a su lado mientras escuchaba el sonido de llamada repetirse una y otra vez. Y mientras esperaba que Jack respondiera al teléfono, acaricié su húmedo pelaje, tratando de consolarla.

Peter llamó a Ezra y lo oí hablar excitado en cuanto Ezra le respondió. Pero Jack seguía sin atender el teléfono. No sé por qué, pero sabía que no lo haría.

—Ezra y Mae están a salvo. Han ido a visitar la lápida de su hijo. —Peter colgó el teléfono y vio entonces mi expresión—. ¿Te ha respondido Jack?

—No. —Tragué saliva y me incorporé—. ¿Dónde está?

Sentí de nuevo aquella sensación de náuseas, mucho más fuerte esta vez, provocándome una oleada de dolor por todo el cuerpo. Me incliné hacia delante y caí arrodillada al suelo. El dolor era tan intenso que no podía ni tenerme en pie.

—¡Alice! —Peter se agachó a mi lado y me puso la mano en la espalda.

—¡Mierda! —Apreté los dientes para no gritar.

—¿Cuándo fue la última vez que mordiste a Jack? —me preguntó Peter, y negué con la cabeza.

—No lo sé —conseguí responder en un momento en que el dolor se apaciguó un poco—. ¿Qué importancia tiene eso ahora?

—Ese dolor que sientes, ¿piensas que podría ser debido a Jack?

—¿Qué? —Me quedé mirándolo.

—A lo mejor podríamos utilizarlo para seguirle la pista. —Me rodeó por la cintura—. Vamos. —Se incorporó y tiró de mí para ayudarme a que me levantara.

—¿El dolor? —dije, sin dejar de llevarme la mano al estómago—. ¿Crees que podría provenir de Jack? ¿Tanto dolor está sufriendo?

—No pienses ahora en eso. —Peter posó ambas manos en mis hombros y me miró a los ojos—. Si quieres encontrar a Jack, tienes que concentrarte en él. Puedes saber dónde está.

—¿Cómo? —le pregunté.

—Piensa en él. No en el dolor, sino en él.

Cerré los ojos y pensé en Jack. El dolor volvió a sacudirme y Peter me presionó los hombros, manteniéndome en el presente. Pensé en Jack, en su sonrisa, en su risa y en esa especie de cuerda que nos mantenía conectados…, y entonces la sentí allí. Empecé a sentir esa cuerda —a sentirlo a él— tirando de mí.

—No sé dónde está, pero creo que soy capaz de ir hasta allí. —Abrí los ojos—. Tenemos que ir.

—Yo conduciré.

Antes de echar a correr hacia la puerta, le prometí a Matilda que regresaríamos para atenderla lo más pronto posible. Tomé asiento en el puesto del acompañante del Lamborghini, sin dejar en ningún momento de presionarme el estómago para no vomitar, y le expliqué a Peter hacia dónde tenía que dirigirse. No podía decirle directamente adónde debíamos ir, porque simplemente sentía una atracción en una dirección determinada.

Habíamos llegado casi cuando me di cuenta de que nos dirigíamos al túnel que durante una breve temporada había sido la residencia de Peter, Mae y Daisy. Jack estaba bajo tierra.

—¿Sabes qué puede estar haciendo ahí? —le pregunté a Peter cuando aparcó cerca del puente.

—No —respondió él—. De hecho, aquí no tendría que haber nadie. Si Leif está con tu madre… el túnel debería estar vacío.

La tensión y el dolor aumentaron cuando llegamos a los túneles y corrí por ellos a la máxima velocidad que me permitían las piernas. Peter me dijo que bajara un poco el ritmo para esperarlo, pero me resultaba imposible. Sabía el dolor que estaba padeciendo Jack y tenía que llegar a su lado cuanto antes.

Oí los gritos de Jack resonando por las cloacas antes incluso de llegar a la cueva donde había estado viviendo Peter. Se me pusieron los pelos de punta y la adrenalina palpitó con fuerza en mi interior. Y algo más, aquella parte animal de mi ser empezó a apoderarse de mí, a ocultar las sensaciones de Jack. Y aun cuando emborronaba mi conexión con él, no me importó. Sabía que necesitaría todas mis fuerzas para ayudarlo.

En cuanto asomé la cabeza por la entrada de la cueva para intentar ver a qué me enfrentaba, se me heló la sangre. Thomas, Samantha y Dane —los cazadores de vampiros— habían registrado también la cueva. Las cosas que aún quedaban allí de Peter y de Mae estaban revueltas por todas partes y destrozadas.

Samantha estaba rajando el colchón de Mae y hurgando en su interior. Vi que Dane estaba al borde del barranco, sujetando una cadena. La cadena estaba engarzada en un viejo sistema de poleas que colgaba del techo. Jack estaba suspendido de su extremo, sobre el vacío. Tenía las manos atadas con cadenas y estaba completamente cubierto de sangre. Colgaba boca abajo; su cuerpo estaba flácido.

Thomas se mantenía a cierta distancia de él, apoyado en un bastón. O al principio creí que era un bastón. Después me di cuenta de que se trataba de un atizador de metal y que su extremo, que rozaba el suelo, brillaba aún con un fulgor anaranjado. Habían prendido fuego a los libros de Leif y el ambiente estaba cargado de humo.

—¿De modo que sigues afirmando que no sabes dónde está esa criatura? —dijo Thomas. Levantó el atizador y lo hizo girar en su mano como un bastón de mando.

—No, ya os he dicho que está muerta —respondió Jack, y Dane tiró de la cadena, haciendo saltar a Jack hacia arriba y hacia abajo. Vi su mueca de dolor, sus hombros completamente desencajados. Daba la impresión de que tenía las muñecas destrozadas y sus brazos estaban cubiertos de sangre.

—Tenemos que encontrar a la niña —dijo Thomas con firmeza—. Me parece que no entiendes que estoy hablando muy en serio.

—No, sí que lo entiendo…, sólo que… —Jack cerró los ojos e hizo una nueva mueca de dolor—. No puedo ayudaros.

Thomas acercó el atizador al fuego donde ardían los libros y esperó hasta que la punta se tornó amarillenta para retirarla. Se acercó a Jack con el atizador en alto, y ya no aguanté más.

—¡Detente! —grité, entrando en la cueva.

—Alice. —Jack me miró con los ojos abiertos de par en par de puro terror.

—Vaya, vaya. —Thomas sonrió e hizo girar de nuevo el atizador al rojo vivo—. A lo mejor ella puede contarnos alguna cosa.

—¡No! —gritó Jack—. ¡Ella no sabe nada! ¡Dejadla en paz! —Se agitó entre las cadenas, encabritándose con ellas de tal manera que debía de estar sufriendo un dolor agónico—. ¡Alice! ¡Lárgate de aquí!

—¿Tienes tú a la niña? —preguntó Samantha. Abandonó por un momento las labores de descuartizamiento del colchón y, sin soltar el cuchillo, vino hacia mí.

—No —respondí—. Pero sé dónde está.

—¡Alice! —chilló Jack—. ¡No, no le hagáis caso! ¡Ella no sabe nada! ¡La niña está muerta!

—Venga, cállate ya —dijo Thomas, con tono de aburrimiento. Sin dejar de mirarme, empujó el atizador, lo clavó en el abdomen de Jack y lo retorció.

—¡Para! —grité—. ¡Para o no te diré dónde está!

—Dinos dónde está o lo matamos —contraatacó Thomas.

—No estoy segura de que realmente sepa algo —dijo Samantha, sorbiendo por la nariz. Se acercó a mí, ladeó la cabeza y empezó a olisquearme—. Creo que está mintiendo.

—Pues yo creo que eres una bruja estúpida.

Abrió los ojos, e imaginé que seguramente esa sería la mayor reacción que podría obtener de ella. Levanté el brazo derecho, como si fuera a pegarla, y en el momento en que se movió hacia un lado para esquivar el golpe, le arreé una patada que la golpeó justo en la boca del estómago.

Samantha cayó al suelo e intentó herirme en las piernas con el cuchillo, pero salté a tiempo. El cuchillo se clavó en el hormigón, pero ella realizó un salto mortal hacia atrás y cayó de pie.

Lanzó entonces una patada contra mi cadera, pero agarré su pierna y se la retorcí. Impulsó el cuchillo y me lo clavó en el abdomen. Hice caso omiso al dolor, la cogí por el pelo y la obligué a echar la cabeza hacia atrás.

—Luchas como la típica mujerzuela —dijo Samantha, sonriéndome con malicia.

—No he hecho más que empezar. —Tiré del cuchillo para retirarlo de mi estómago y le rajé el cuello.

Samantha se llevó la mano a la herida para intentar detener la hemorragia. Moví el cuchillo hacia un lado y, mientras ella seguía presionándose el cuello, se lo clavé en el pecho. Se deslizó entre sus costillas y fue a parar directo a su corazón.

Se quedó mirándome fijamente por un instante y, viendo que no caía, retorcí el cuchillo para asegurarme de su muerte. Se quedó por fin con los ojos en blanco y se derrumbó en el suelo.

—Eso ha sido algo inesperado —dijo Thomas.

Me sequé la sangre de la mano, para que no estuviese tan pegajosa, y le arrojé el cuchillo a Dane. Sólo conseguí darle en el hombro, una herida leve, sin embargo, pero lo bastante como para sorprenderle y que soltara la cadena. Y era lo que me imaginaba que haría, pues había echado a correr hacia él nada más lanzar el cuchillo.

Y al llegar al borde del abismo, salté. Uno de mis pies cayó sobre Dane y lo utilicé a modo de punto de apoyo para saltar más alto. Mi gesto tuvo además el efecto colateral de empujar a Dane hacia delante y lanzarlo hacia el precipicio. Lo oí gritar, pero no se llegó a oír el impacto contra el fondo.

Agarré el extremo de la cadena justo antes de que se deslizara por la última polea, deteniéndola una décima de segundo antes de que Jack se desplomara hacia abajo y siguiera el mismo destino que Dane. La fuerza de la caída de Jack tiró de la cadena con fuerza y me estampó contra el techo.

A punto estuve de soltarla, así que decidí pasar un par de vueltas de la cadena en torno a mi muñeca. Utilicé el cuerpo a modo de ancla, para impedir que la cadena se deslizase por la polea y Jack acabara cayendo en aquel agujero sin fin.

Thomas no consiguió detenerme porque Peter entró en ese momento en acción y se lanzó al ataque. Thomas resultó ser mucho mejor luchador que sus amigos, pero Peter tampoco lo hacía mal. Se apoyó en una pared y se impulsó para atizarle a Thomas una patada en la cabeza, de la que Thomas se recuperó en seguida.

Apoyé los pies contra el techo y traté de estirar la cadena. Jack no pesaba mucho, pero al tener una muñeca enrollada con la misma, me vi obligada a utilizar la fuerza de una sola mano. Además, tenía que realizar la operación boca abajo y me resultaba muy complicado tirar desde el ángulo en que estaba situada.

—Alice. —Jack se quedó mirándome, con los pies balanceándose sobre un pozo negro y sin fondo.

—Aguanta, Jack. Ya te tengo. —Continué tensando la cadena.

La cadena se me clavaba en la muñeca, que empezaba a sangrarme manchándome el brazo, y se volvió de repente resbaladiza entre mis manos. Acabaría arrancándomela de cuajo y, en caso de que acabara produciéndose una desgracia de ese calibre, la cadena se deslizaría por la polea y Jack caería…

—¡Alice, no sigas! —gritó Jack.

—¡No, lo conseguiré! —Pero la cadena se me resbaló justo en el momento de pronunciar esas palabras.

Había conseguido subir un poco a Jack, de modo que cuando la cadena se deslizó de mi mano, cayó con más fuerza y más rápido. La tensión de la cadena puso aún más presión sobre mi muñeca.

La fuerza de la cadena lanzó mi mano contra la polea y oí el grito de Jack. La cadena debía de estar a punto de segarle las manos y los brazos.

—Escúchame, Alice. Tienes que dejarlo. No conseguirás izarme y, si sigues intentándolo, acabarás perdiendo la mano y cayendo conmigo.

—Puedo salvarte —le dije—. Tienes que confiar en mí.

—No, libera tu muñeca y pisa tierra firme —dijo Jack—. No es necesario que muramos los dos.

—¡No! ¡Si tú mueres, muero yo también! ¡Me pediste que pasara la eternidad contigo y es lo que pienso hacer!

Tensé con más fuerza, subiendo algo más la cadena. Sólo tenía que izarla lo bastante como para que Jack pudiese balancearse y apoyar un pie en el suelo, y faltaba muy poco para que lo consiguiera. Peter estaba tan ocupado en su pelea con Thomas que no podía ayudarme y no me quedaba otro remedio que intentar salvar a Jack por mis propios y únicos medios.

Ya casi lo tenía. Su cabeza asomaba ya por encima del borde del precipicio, pero en ese momento la cadena volvió a resbalar por mi mano. Y esta vez fue demasiado. La cadena me aplastó la muñeca. Oí los huesos partiéndose al chocar contra la polea y la cadena rasgándome la piel.

Estaba perdiendo sangre, y eso me debilitaba, además de dejar la cadena tremendamente resbaladiza. Me resultaba imposible volver a sujetarla con fuerza. Por muy fuerte que yo fuera, la sangre la humedecía y la cadena acabaría escapándoseme.

—Alice —dijo Jack, mientras yo seguía tirando. Pero ya no conseguía moverla y la mano me resbalaba cada vez más. A pesar de que ahora no lograba izarlo lo más mínimo, continué tratando de tirar con todas mis fuerzas. Mis ojos estaban llenos de lágrimas.

—¡Jack, te quiero y no pienso claudicar y abandonarte! —Estaba colgada justo por encima de él, mis pies ejerciendo presión contra el techo y la muñeca enlazada en la cadena y pegada a la polea. Jack me miraba a los ojos y sabía que hablaba en serio.

—Siento todo lo que te dije la otra noche. En realidad no lo pensaba. Sólo estaba intentando protegerte —dijo él, con su voz ronca—. No estaba ni siquiera enfadado y sabes que soy capaz de perdonarte cualquier cosa. Siempre lo haré. Te quiero. Más que nada en este mundo, o el siguiente.

No veía más que sus ojos azules. Eran lo único que quería ver. Su mirada no titubeó en ningún momento, ni siquiera cuando la cadena se deslizó finalmente y se escurrió de mi mano.