24
Me di una larga ducha, pero seguía notando la piel pegajosa allí donde me había manchado con sangre de Jonathan. El agua se quedó fría y decidí terminar por fin. Me vestí lentamente y cuando salí del baño me encontré a Ezra esperándome, sentado en la cama.
—¿Cómo te encuentras? —me preguntó, estudiándome con sus ojos oscuros.
—Bien —respondí mintiendo, mientras me secaba un poco el pelo con una toalla.
—Has contradicho mis consejos —dijo Ezra.
—Sí, lo siento. —Tiré la toalla en la cesta de la ropa sucia y le di la espalda. No me apetecía ver su mirada de desaprobación.
—Te dije que me llamaras —continuó—. Pero, por lo que tengo entendido, fuiste por tu cuenta, pasando por completo de Milo, de Olivia y de Violet. Podrías haber contado con un montón de ayuda, pero decidiste ir sola.
—Tenía que hacerlo por mí misma. —Me pasé los dedos por el pelo mojado y lo miré por fin—. Tenía que solucionarlo personalmente.
—¿Y?
—¿Y qué? —dije, sorprendida por su falta de valoración.
—¿Cómo fue? —preguntó Ezra.
—Lo maté. —Noté un sabor amargo al pronunciar aquellas palabras, y tragué saliva. Sólo de pensar que me había convertido en una asesina me entraban ganas de vomitar o gritar, pero me resultaba imposible. Había hecho lo correcto, y no pensaba derramar ni una sola lágrima por Jonathan.
—Estoy al corriente del tema. —Ezra dejó de mirarme y se alisó los pantalones para hacer algo—. Olivia me llamó después de adecentarlo todo. Estás en deuda con ella por esto.
—Mañana le daré las gracias —dije. Se lo debía y me sentía mal por haberla dejado con el marrón de arreglar todo el caos que había causado en la discoteca. Pero por el momento no tenía ni fuerzas para disculparme.
—¿Había algún cuerpo de humano en la habitación? —preguntó Ezra, y asentí, mordiéndome el labio.
—Si hubiera acabado con él cuando lo vi montando guardia delante de casa de Jane… —Moví la cabeza de un lado a otro y me interrumpí.
—Hiciste lo correcto al esperar. —Ezra se levantó y vino hacia mí. Me puso una mano en el hombro y entonces lo miré—. No me hiciste caso, pero te las apañaste bien. Has demostrado mucha fuerza y madurez, más que muchos cazadores de vampiros a los que he conocido. Me siento orgulloso de ti, Alice.
Me habría gustado darle las gracias por el cumplido, pero sabía que, de hacerlo, no conseguiría reprimir las lágrimas. Me limité a asentir, y Ezra me rodeó con el brazo y me estrechó con fuerza. Respiré hondo para no llorar, y él no me soltó hasta que estuvo seguro de que me había tranquilizado.
Me metí en la cama en cuanto Ezra se marchó y, por suerte, tardé muy poco en quedarme dormida. Una cálida sensación de bienestar se apoderó de mí y acomodé la cabeza en la almohada. No deseaba despertarme del sueño, regresar a la cruda realidad de la fría cama. Ya no podía más.
Abrí los ojos y pestañeé para asegurarme de que no seguía soñando. Jack estaba sentado en la cama a mi lado, con el ceño fruncido, sin hacer nada. Simplemente pensando.
—Buenos días —dije. No tenía ni idea de qué hacía allí, lo único que sabía era que mi corazón latía más rápido con su presencia.
—Hola. Lo siento. No quería despertarte. Sólo… —Se pasó la lengua por los labios y se quedó mirándome—. No quiero que rompamos nunca más.
—No sé qué decirte. —Aparté la vista y traté de incorporarme—. Ni siquiera entiendo por qué has roto conmigo.
—Pensé que era lo mejor para ti. —Se echó hacia atrás hasta apoyar la cabeza en la pared—. Me daba la sensación de que era lo que querías.
—¿Cómo podría querer eso? —pregunté con incredulidad—. ¡Sabes lo que siento por ti y lo que he luchado para estar contigo!
—Y sé también todo a lo que has renunciado. —Suspiró—. Has renunciado a muchas cosas.
—No he renunciado a nada —dijo. A menos que estuviese refiriéndose a Peter, aunque confiaba en que no volviéramos a empezar con aquello.
—Renunciaste a ser humana —dijo—. Yo nunca le di mucha importancia al tema. Pero creo que, en tu caso, renunciar a la muerte está generándote mucha confusión.
—No he renunciado a la muerte. Creo que aún puedo morir —dije, aunque en cierto sentido Jack tenía razón.
—Y eres muy joven, además. —Se mordió el labio—. En comparación conmigo, no pareces tan joven, pero en realidad lo eres. No sabías todavía qué querías hacer con tu vida, y eso es normal cuando se tienen diecisiete años y un período universitario por delante durante el cual planteártelo. Pero cuando tienes la inmortalidad, se despliega ante ti un tiempo ilimitado, y es como si no tuvieras ni idea de qué deberías hacer. Es demasiado.
—Sí —reconocí—. Pero no puedo hacer nada al respecto. No puedo volver atrás y no me apetece morir. Simplemente… estaba intentando encontrar algo que me apasionara, además de ti. Algo con lo que llenar el tiempo.
—No, si eso ya lo entiendo. Temía estar cohibiéndote. —Me miró—. Todo este asunto de Jane, lo de seguirle la pista al asesino… Hacía mucho tiempo que no te veía tan excitada por algo.
—No ha sido excitante —dije, con un gesto negativo. Se me hizo un nudo en el estómago al recordar el asesinato de Jonathan—. Matar no es divertido.
—No, no, si eso ya lo sé. —Frunció el ceño—. ¿Estás bien?
—Sí, estoy bien —dije, con ganas de dejar ya el tema—. Pero no me apetece hablar de eso.
—Entendido. —Me miró fijamente un momento y continuó—. Sé que no te gusta la muerte, y también sé que lo que te motivaba era la venganza. Pero algo hubo en todo esto que te atraía de verdad.
—Sí, supongo que sí. —Reflexioné sobre ello, tratando de separar mi sentimiento de dolor por lo que le había sucedido a Jane del hecho de seguirle la pista a un asesino—. Me ha gustado resolver el caso y tener la sensación de que hacía algo con sentido. Jonathan estaba asesinando a chicas y ahora ya no lo hará más.
—Lo has conseguido. —Jack me estrechó la mano—. Me siento muy, pero que muy orgulloso de ti por lo que has hecho. ¿Lo sabías?
—No, la verdad es que no —dije, negando con la cabeza.
—Has hecho algo en lo que creías y has ayudado con ello a mucha gente. —Se desplazó sobre la cama para acercarse a mí y mirarme directamente a la cara—. No es necesario que me escondas todas estas cosas, ¿entendido? Si eres así, si esta es tu pasión, pues… adelante, te apoyo al cien por cien.
—No creo que quiera dedicarme a esto —dije—. Ha sido una vez y punto. Pero gracias por darme tu apoyo, de todos modos.
—De nada. —Sonrió y me miró fijamente—. Te quiero, Alice. Y si puedes perdonarme por haber reaccionado tan mal la otra noche, ¿aún querrías pasar la eternidad a mi lado?
Le devolví la sonrisa pero no tuve oportunidad de responderle. Peter llamó a la puerta abierta y asomó la cabeza.
—Siento interrumpir, pero Mae está como una moto —dijo, pero su media sonrisa de satisfacción me dio a entender que no sentía lástima por ella—. Dice que no encuentra las sábanas que su madre le regaló, y que, como has sido tú, Alice, la que se ha ocupado últimamente de la colada, quiere verte.
—¡Alice! —gritó Mae desde abajo, subrayando con ello las palabras de Peter.
—Dile que en seguida voy. —Suspiré y me levanté de la cama.
Peter se quedó un momento más en la puerta mientras yo recogía unos vaqueros que había en el suelo. Me había acostado con una camiseta de tirantes y ropa interior, aunque eran braguitas de esas que lo tapan todo.
—Peter, ¿por qué no bajas y se lo dices a Mae? —sugirió Jack muy oportunamente, y Peter captó la indirecta y desapareció.
—Lo siento —le dije a Jack mientras me ponía los pantalones—. Me refiero a que no podamos seguir hablando.
—Tranquila, no pasa nada —dijo él, restándole importancia—. Tenemos tiempo, ¿no?
—Sí —respondí, sonriendo.
Cuando llegué abajo, Mae había revuelto por completo el armario de la ropa blanca del salón. Antes, había estado en casa de Olivia para organizarlo todo con Rebekah y después había venido a casa con Daisy y Peter para empezar a hacer el equipaje.
Al día siguiente se marchaban a Groenlandia. A causa de su apresurada huida de Australia, habían dejado allí la mayoría de sus pertenencias. Mae se había pasado el día yendo de compras desde que había vuelto pero, con todo y con eso, aún había cosas que quería llevarse de casa.
—¡Alice! —gritó de nuevo Mae, sacando del armario una colcha vieja.
—Estoy aquí, Mae —dije.
—Oh, no me había dado cuenta de que ya habías bajado, cariño. —Se apartó un mechón de pelo de la cara y me sonrió—. Estoy reventada con todo esto.
—Tranquila, no pasa nada. ¿Qué necesitabas?
—Aquella colcha que me regaló mi madre. La que tenía un estampado de rosas. —Me mostró la colcha que tenía en la mano, sin estampado de rosas—. ¿La has visto?
—No, me parece que no —dije—. ¿No te la llevaste a Australia?
—No. —Se llevó las manos a las caderas y suspiró—. Creo que será imposible dar con ella.
—Pero ¿estás segura de que está aquí, en casa? A lo mejor no la cogiste en vuestra última mudanza —sugerí.
—Estaba convencida de ello. —Se encogió de hombros con impotencia, mirando el interior del armario.
—Más te vale que recojas todo el follón que has montado —le dije en broma, pues era lo que ella me había dicho docenas de veces. Me lanzó una mirada fulminante cuando desaparecí por el pasillo que me hizo reír.
La dejé que acabara de clasificar la poca ropa de cama intacta que teníamos en la casa y me fui al salón. Milo había instalado en el suelo un tablero con el juego de la oca y estaba sentado con las piernas cruzadas frente a Daisy.
—¿Cómo va? —le pregunté.
—Bien —respondió Milo con un gesto de indiferencia.
—¿Dónde está Bobby? —le dije a continuación.
—Le he dicho que se fuera. —Milo hizo un gesto hacia Daisy, que parecía más interesada en hacer bailar las fichas de colores en forma de peón que en jugar—. Creo que Ezra y Peter están ocupándose de realizar la transferencia del dinero necesario para el viaje y del resto de asuntos de ese tipo.
—¿Sabes qué opina Ezra sobre su marcha? —pregunté, bajando la voz, y Milo se encogió de hombros.
—Estos muñecos no son tan divertidos como mis muñecas de verdad —protestó Daisy con un suspiro. Hizo girar el peón de color azul e impulsó hacia fuera el labio inferior, en una mueca de aburrimiento—. Ojalá Mae hubiese dejado que las trajera.
—Estáis preparándoos para la mudanza —dijo Milo, tratando de hablar en un tono animado—. ¿Lo recuerdas, Daisy? Mae ya te ha contado todo lo que tienes que hacer.
—Estoy harta de mudanzas. —Daisy hizo girar el peón con más fuerza y la ficha salió volando por los aires y fue a parar debajo de un sillón. Daisy puso mala cara y me dio la impresión de que iba a echarse a llorar por haberla perdido.
—Ya lo voy a buscar. No te preocupes —dijo Milo en seguida para tranquilizarla. Se colocó a cuatro patas junto al sillón y extendió el brazo para palpar el suelo en busca de la ficha.
—Lo encontrará, Daisy —dije, acariciándole la espalda, y vi que el labio empezaba a temblarle—. No pasa nada. No tienes por qué enfadarte.
—¿Ya empieza a refunfuñar? —preguntó Mae desde el recibidor—. Hace unas horas que no come.
Con el brazo oculto aún debajo del sillón, Milo arqueó la ceja al escuchar las palabras «unas horas». Daisy estaba malhumorada porque llevaba varias horas sin comer. En mi caso, aun siendo una vampira de reciente creación, podía pasar sin comer un par de días sin ningún problema.
—¡Ay! —dijo Milo, y retiró la mano de debajo del sillón.
Y lo olí antes incluso de verlo. Bajo el sillón había quedado un fragmento de cristal de cuando había caído el cuadro al suelo. Al palpar el suelo en busca de la ficha, Milo se lo había clavado en el antebrazo. En los perfiles del corte había un poco de sangre, de olor dulce e intenso, pero cuando tiró del cristal para extraérselo, la sangre empezó a brotar con más fuerza y su aroma inundó el ambiente.
Daisy se lanzó sobre él antes de que nos diera tiempo a reaccionar. Le hincó los dientes en el brazo y Milo le tiró del pelo para quitársela de encima. Lo consiguió, pero llevándose con ella un pedazo de carne, lo que la volvió más loca si cabe.
Me abalancé sobre ella y la rodeé por la cintura, pero consiguió escabullirse. Era tan pequeña, que se deslizó entre mis brazos y se cernió de nuevo sobre Milo. Esta vez fue a por su cuello y Milo no consiguió ni siquiera despegársela. Si lo hacía, corría el riesgo de desgarrarse la garganta.
—Quítamela… de encima —dijo, con las palabras distorsionadas por la presión ejercida por los dientes de Daisy.
Mae entró corriendo y gritando, pero no la dejé que se acercara. No confiaba en que hiciera todo lo necesario para salvar a Milo.
Utilicé el truco que Jack había empleado cuando mordí a Bobby y no había forma de despegarme de él. Agarré a Daisy por el cuello y apreté con todas mis fuerzas para que no pudiera tragar. Aunque ni siquiera sabía si estaba tragando. Sus mordiscos eran más bien ataques al azar que tenían que ver menos con beber sangre que con una rabia incontrolada.
Daisy dejó de morderlo el tiempo suficiente como para volverse e hincarme los dientes en la mano. Me eché hacia atrás, arrastrándola conmigo y alejándola de aquel modo de Milo. La herida que había sufrido mi hermano en el cuello no dejaba de sangrar y él mismo intentó taponársela con las manos para detener la hemorragia.
Abracé con fuerza a Daisy, inmovilizándola con la esperanza de que se apaciguara, pero la sangre la había vuelto loca. Me arañó los brazos; sus uñitas de acero rastrillaron mi piel, y empezó a morderme en cualquier punto que quedara a su alcance.
—¡Daisy, cariño, tranquilízate! —le suplicó Mae con lágrimas en los ojos.
—¡Haz algo con esa niña ahora mismo! —retumbó la voz de Ezra desde el otro extremo del salón—. O lo haré yo.
—¡Alice, déjame a mí con ella! —gritó Mae, extendiendo los brazos para que se la entregara.
Daisy me mordió el brazo con tanta fuerza que llegó incluso al hueso. Hice una mueca de dolor y miré dubitativa a Ezra. Estaba costándome mucho contenerla aunque al menos, mientras me mordía a mí, no mordía a nadie más.
En aquel momento Daisy levantó la cabeza y me rebanó la parte inferior de la barbilla con las uñas. Intenté moverme con tal de que ella no pudiera alcanzar la sangre, y sólo entonces la solté.
—¡Daisy! —chilló Mae, pero la niña la esquivó.
Ezra y Peter le bloquearon el acceso a la puerta que daba a la estancia contigua y yo me coloqué en el extremo opuesto del salón para que Daisy no tuviera manera de escapar. Siguió corriendo hasta que se volvió hacia nosotros gruñendo, con el rostro contorsionado mostrando una sonrisa diabólica.
Jack había bajado mientras yo trataba de contener a Daisy y ahora estaba agachado junto a Milo, presionándole el cuello con una manta para intentar detener la hemorragia. Los arañazos y los mordiscos que cubrían la parte superior de mi cuerpo me estaban escociendo y empezaba a sentir el típico hormigueo que produce la curación de las heridas.
—Daisy, cariño. —Mae se acercó a ella con los brazos extendidos—. Tienes que calmarte, corazón. Todo irá bien.
—¡No! —gruñó Daisy; su boca goteaba sangre—. ¡No! ¡No pienso hacerlo! ¡Tengo hambre! ¡Tengo mucha hambre!
—Te daré de comer, cariño —le dijo Mae con calma.
Mae intentó tocarla y Daisy le pegó. Empezó a sollozar, pero su ansia de sangre continuaba igual. Mae la agarró entonces con fuerza para inmovilizarla, pero Daisy se revolvió implacable, mordiendo, dándole patadas y arañándola.
—Daisy, mi amor, tranquilízate, por favor. —Mae intentó acariciarle el pelo y Daisy estuvo a punto de morderle un dedo—. ¡Daisy!
—¡Tengo hambre! —gimoteó Daisy, las lágrimas mezcladas con la sangre manchaban sus mejillas—. ¡Duele! ¡Duele!
Echó la cabeza hacia atrás y se puso a gritar. Y no era el grito de la pataleta de un niño. Sino de un niño víctima de un dolor increíble e intenso provocado por el hambre, y no podía hacer nada por remediarlo.
—Mae. —Ezra se acercó, sin dejar de observar cómo Mae se esforzaba por controlar a Daisy, y se puso en cuclillas junto a ellas.
—Normalmente no es así —insistió Mae, mirando a Ezra con los ojos llenos de lágrimas—. Nunca la había visto tan mal, en serio…
—Mae —dijo Peter con delicadeza—. Eso no es verdad. Ahora siempre es así.
—¡Duele! —continuó chillando Daisy, pero el ataque parecía estar apaciguándose. Ya no trataba de morder a Mae, aunque seguía dando patadas y contorsionándose.
—Siente dolor, Mae —le dijo Ezra en voz baja, mirándola fijamente con sus ojos oscuros.
—Si le doy de comer… —Mae se interrumpió.
—¿Cuándo ha comido por última vez? —preguntó Ezra.
—Hace tres horas. —Mae tragó saliva, sin dejar de mirar a la niña que tenía entre sus brazos. Daisy gritaba y pataleaba de dolor, y por mucho que Mae le diera ahora de comer, volvería a sufrir en unas pocas horas.
Nadie comprendía con exactitud lo que para un niño podía significar ser vampiro. Pero tal y como estaba actuando Daisy, me imaginaba que su dolor era incluso peor que el que yo pudiera sufrir cuando me sentía muerta de hambre. Lo que la llevaba a actuar así era algo más que la falta de control. Estaba sufriendo una agonía.
—Daisy. —Mae la sujetó contra ella, abrazándola más que impidiéndole el movimiento, y le acarició sus húmedos rizos—. Daisy, cariño, por favor… —Mae cerró los ojos con fuerza sin por ello impedir que asomaran las lágrimas.
Daisy reemprendió sus ataques, esta vez intentando arañar a Ezra. Gruñó y a punto estuvo de escabullirse de los brazos de Mae, pero esta la sujetó con fuerza. La niña, a modo de respuesta, le hincó los dientes en el hombro.
—Te quiero, Daisy —le susurró Mae.
Le dio besitos en la coronilla, le acarició el pelo y entonces, sin soltarla, le retorció el cuello bruscamente. El crujido del cuello al partirse fue prácticamente inaudible, pero di un brinco al oírlo.
Por un instante —apenas lo bastante largo como para coger aire— todo quedó sumido en un siniestro silencio en el que nada parecía real.
Y entonces, de repente, Mae empezó a sollozar, un sonido que no tenía nada que ver con cualquier cosa que hubiera escuchado antes en mi vida. Ezra intentó abrazarla, y al principio ella trató de apartarlo, gritándole que lo odiaba, pero al final claudicó y se dejó acunar entre sus brazos.
Milo había perdido tanta sangre que estaba a punto de desvanecerse y Jack corrió en busca de sangre. Me senté entonces a su lado, sin dejar de presionar la manta contra su cuello, viendo a Mae derrumbarse. En cuanto Jack regresó, Milo bebió rápidamente la sangre y Jack lo trasladó a su habitación para que pudiera descansar.
Mis heridas ya estaban curadas, pero tenía la piel y la ropa manchadas con sangre seca. Habría subido arriba para cambiarme o esconderme, pero me quedé sentada a los pies de la escalera delante del salón, escuchando a Mae.
Por un momento pensé que jamás dejaría de llorar, pero al final empezó poco a poco a calmarse. El llanto se convirtió en sollozos y lloriqueos. Oí que Ezra le murmuraba cosas, aunque ella no respondía.
—¿Alice? —dijo Peter, y levanté la vista. Hasta el momento había estado con la cabeza apoyada en la pared, escuchando. Peter estaba delante de mí, con los ojos verdes húmedos.
—Hola —dije en voz baja. No quería molestar a Ezra y a Mae, aunque estaban lo bastante alejados y tan perdidos en su propio dolor que a buen seguro no me oirían.
—¿Qué haces? —preguntó Peter, y moví la cabeza a modo de negación.
No tenía una buena respuesta para lo que estaba haciendo. Simplemente… tenía la sensación de que debía escuchar. Como si todo aquello fuese culpa mía en cierto sentido y, ya que oír llorar a Mae de aquella manera resultaba doloroso, debía escuchar. Como si fuese un castigo.
—¿Te molesta si me siento contigo? —preguntó Peter, acercándose un paso más.
—No, claro que no. —Le señalé el espacio vacío en el peldaño y se sentó—. ¿Qué tal estás?
—No lo sé. —Movió la cabeza de un lado a otro; sus ojos todavía estaban húmedos y enrojecidos. Daisy le había calado hondo y no quería nada malo para ella—. Sabía que esto acabaría así, pero…
—Lo siento. —Le puse la mano en la espalda, dejando pegajosas manchas de sangre en su camisa, aunque dudaba que Peter le diera importancia a aquello—. Sé que te gustaba.
—Es mejor así —dijo con voz ronca y bajando la vista—. Su vida habría sido una tortura. Siempre estaría haciendo daño, matando a gente, y creo que Mae no lo habría aguantado. La verdad es que… sufría tantísimo.
—¿Sí? —dije.
—Sí. —Asintió y tragó saliva—. Daisy se despertaba gritando de dolor. Es una sensación de hambre demasiado intensa para alguien tan pequeño. No pueden… —Hizo una mueca para reprimir las lágrimas.
—Aun así, siento lo sucedido —dije.
—Yo también. —Las lágrimas empezaron por fin a rodar por sus mejillas y lo rodeé con el brazo, atrayéndolo hacia mí.
Peter lloró calladamente entre mis brazos, y no me habría percatado de ello de no ser por las sacudidas de su cuerpo en el intento de contener el llanto. Me dolía por él y lo único que deseaba era librarle de aquella angustia.
—Lo siento —murmuró cuando fue capaz de serenarse un poco.
—No lo sientas. —Le retiré el pelo de la cara y él se enderezó un poco, aunque sin apartarse de mi lado.
Cuando sus ojos verdes se clavaron en los míos, comprendí que jamás lo había visto tan afectado. Sin separar todavía la mano de su cara, me incliné para darle un beso en la mejilla con la intención de borrar sus lágrimas. Noté su piel ardiendo al contacto con mis labios y experimenté un escalofrío que me resultó muy familiar. Me aparté de inmediato.
Acaricié con el pulgar el punto donde lo había besado, tratando de borrar mi huella, y sus ojos me miraron como antes me miraba. Cautivada y en trance, me quedé un instante sin respiración. Como si no quisiera hacerlo. Lo único que deseaba era perderme dentro de Peter y olvidarme de todo el dolor que había experimentado en los últimos tiempos.
Pero recordé y respiré hondo, consciente de que aquel momento tenía que llegar a su fin.
—Te animarás, ¿verdad? —dije, retirando la mano y dejándola caer sobre mi regazo.
—Claro que sí. —Peter intentó esbozar una sonrisa y su esfuerzo me hizo sonreír a mí.
—Te quiero, ¿lo sabías? —le dije, y él asintió.
—Pero a él lo quieres más.
—Eso no cambia lo que siento por ti. —Cogí su mano entre las mías—. Nada podrá cambiarlo. Y no quiero que te suceda nada malo.
—¿Te preocupa que cometa alguna estupidez? —dijo Peter, arqueando la ceja, y su sonrisa se hizo más amplia.
—Cuando estás herido es lo que sueles hacer —dije.
—No te preocupes, Alice. Sé que siempre me seguirías la pista y no pienso hacer nada que vuelva a poner en peligro tu seguridad.
—Y bien… —Jack nos interrumpió y levanté la vista. Estaba en lo alto de la escalera, observándome sentada junto a Peter, con nuestras manos unidas—. Sólo quería decirte que Milo está mejor.
—Gracias, Jack. —Solté la mano de Peter y me levanté, aunque sin prisas. No había hecho nada malo y no tenía nada que esconder—. Voy a lavarme.
—Sí. Haz lo que quieras. —Jack bajó la escalera y pasó de largo de Peter y de mí.
—¿Qué haces? —le pregunté.
—Salgo —dijo, sin siquiera volver la cabeza—. Y esta noche me largo de viaje de negocios, así que no me esperes despierta.
—¡Jack! —grité, pero no obtuve respuesta.