20
Después de instalar a Milo en su habitación, dejé a Bobby a su cuidado y bajé al salón, donde me esperaban Jack y Ezra. Jack se había vestido y deambulaba nervioso de un lado a otro. La puerta de acceso al jardín trasero seguía abierta, dando paso a un aire gélido y al sol matutino. Había entrado incluso algo de nieve en la casa, pero nadie se había dado cuenta de ello o, de haberlo hecho, le traía sin cuidado.
Me senté en el sofá y Ezra tomó asiento en un sillón, delante de mí. A pesar de que sabía muy bien en qué andaba metida, el hecho de que no le hubiera mencionado a los cazadores de vampiros era importante. Jack se negó a sentarse y siguió dando vueltas sin parar, con los brazos cruzados.
—¿Qué queréis saber? —pregunté, tragando saliva.
—Cuéntamelo todo —respondió simplemente Jack.
Respiré hondo y empecé por el principio. Les conté incluso todo lo que ya sabían, como lo impotente que me había sentido después del ataque de los licanos y que me había jurado a mí misma que jamás volvería a sucederme algo como aquello. Les conté lo que había percibido al morder a Jane, y lo triste y sola que se sentía. Les expliqué que me había llamado desde el centro de rehabilitación y que me había dicho que era la primera vez que tenía la sensación de que alguien se preocupaba por ella.
Les conté incluso lo que me había explicado Peter, y cómo había experimentado el proceso de su muerte. Y que había decidido que acabaría con el monstruo que la había matado, y todo lo que había hecho hasta el momento para desenmascararlo. Les conté que Bobby me había acompañado y que él era el único que sabía exactamente todo lo que había estado haciendo aquellos días.
En cuanto empecé a hablar, todo salió solo y ya no pude parar. Aborrecía la idea de haberle escondido todo aquello a Jack y quería que lo supiera.
—Y eso es todo —dije al final, levantando la vista. Y sólo entonces Jack dejó de deambular.
Confiaba en que después de contarle todo lo que había averiguado sobre el asesino, toda la información de la que disponía para darle caza, se entusiasmaría y querría sumar esfuerzos conmigo.
Pero entonces me fijé en cómo me miraba. Sus ojos azules eran como el hielo y me impedía penetrar en sus emociones, enterrándolas en lo más profundo de su ser. Sólo captaba un murmullo, como el de la corriente por un cable.
—¿Por qué no me contaste lo de los cazadores? —me preguntó Ezra, y me sentí aliviada de que fuera él quien tomara primero la palabra.
—No lo sé. Yo no… —Negué con la cabeza—. Pensé que si te enterabas me impedirías continuar con el caso.
—Ese es exactamente el motivo por el que deberías habérmelo contado. —Suspiró y se recostó en el sillón—. Jamás debería haberte explicado nada. Es evidente que no eres lo bastante madura como para gestionar este asunto.
—¡Eso no es justo! —grité—. ¿Cómo iba yo a saber que me seguían de esta manera? Y, de hecho, ¿quiénes demonios son? ¿Y a qué se referían cuando me han preguntado si formaba parte del «movimiento»?
—Son cazadores de vampiros. Mantienen el orden, algo que no es en absoluto necesario. —Ezra se frotó las manos y bajó la vista—. Si han venido aquí es por mi culpa.
—¿Qué? ¿Los llamaste tú? —dije.
—No, pero hablé con el comisario después de que tú me preguntaras acerca de lo de las marcas —dijo Ezra con un suspiro—. Le dije que pensaba que podría tratarse de un vampiro. Y fue él quien llamó a los cazadores. Normalmente trabajan para humanos, solucionando aquellos problemas que ellos son incapaces de solventar.
—¿Los contrató la policía, pues? —pregunté, frunciendo el ceño—. Pero… creía que trabajaban gratis.
—Estoy seguro de que les pagan para capturar al asesino en serie, aunque imagino que también trabajan por cuenta propia. —Ezra miró entonces a Jack, que aún no había dicho nada, y se inclinó hacia delante—. Entre los vampiros existe un movimiento que aboga porque dejemos de vivir ocultos. No es un movimiento importante en número. La mayoría estamos satisfechos con continuar así, puesto que todo resulta más sencillo. Si los humanos conocieran nuestra existencia, querrían darnos caza y, aun en el caso de que no nos mataran, sería un fastidio.
—¿Como en la serie «True Blood»? —dije—. ¿En la que los vampiros «salen del ataúd» y conviven de igual a igual con los humanos? ¿O lo intentan, al menos?
—No. Estos vampiros no quieren ser iguales. Quieren gobernar a los humanos —dijo Ezra—. Los humanos son nuestro alimento y hay vampiros que opinan que deberíamos tratarlos simplemente como eso. Que deberíamos marcarlos y encerrarlos en establos como si fuesen ganado. —Bajó la vista, moviéndose incómodo en su sillón—. No es que con ello los cazadores fueran a quedarse en el paro, pero tendrían menos trabajo. Básicamente se dedican a ayudar a los humanos a mantener la paz, o a mantener el secreto de los vampiros.
—Entiendo. Así que se han cabreado conmigo de esta manera porque pensaban que estoy colaborando con el «movimiento» para dejarlos sin trabajo. ¿Y qué tiene que ver lo de Daisy con todo esto? —le pregunté.
—Los niños vampiro son inestables y volátiles. Basta con que se desmadren un día para que el mundo entero sepa que los vampiros existen —dijo Ezra—. Y a Mae se le desmadró un día en Australia.
—¿Y cómo se enteraron? —le pregunté.
—Los rumores vuelan —dijo, encogiéndose de hombros—. Tal vez el comisario mencionara algo sobre la desaparición de la niña, y todo el mundo sabe que Mae ya no está en casa. Los vampiros tienen tiempo de sobra para dedicar a los chismorreos.
—Los cazadores piensan que lo hizo para llamar la atención —dije, en cuanto caí en la cuenta—. Y si los humanos conocen este aspecto de los vampiros, con un asesino en serie y una niña loca que ataca a la gente, estarán aterrados. Nos perseguirán y nos matarán, y eso daría al «movimiento» todos los argumentos necesarios para acorralar a los humanos y convertirlos en simple ganado.
—Exactamente —dijo Ezra—. Los cazadores quieren impedir que eso ocurra. En este caso, están ayudándonos.
—¡Pero son unos cabrones! —chillé, señalando la planta de arriba—. ¡Irrumpen en nuestra casa, nos atacan, amenazan con matarnos! ¿Y estos son los buenos de la película?
—Alice, los buenos de la película no existen —dijo Ezra, mirándome muy serio—. Somos vampiros, y por mucho que hagamos o que nos esforcemos, esa es una realidad que no cambia. No somos los buenos de la película.
—Sí, empiezo a darme cuenta. —Me mordí el labio y me recosté en el sofá.
—Veo que últimamente estás muy ocupada dándote cuenta de muchas cosas —dijo Jack, y levanté la cabeza para mirarlo. Su voz no transmitía emociones, pero le costaba conseguirlo.
—Jack, siento mucho no haberte contado nada…
—¿De verdad? ¿De verdad lo sientes? —dijo Jack—. ¿También lo sentías la semana pasada cuando te pregunté qué pasaba y me dijiste que nada? ¿Lo sentías hace unas horas cuando te he preguntado directamente a qué te estabas dedicando últimamente y me has mentido? ¿Lo sentías cuando estaba machacándome por la distancia que siento entre nosotros porque tú andas todo el día escaqueándote y mintiéndome? ¿Lo sentías entonces?
—¡Tenía que hacerlo, Jack! ¡Tenía que ayudarla! —Me incliné hacia delante, suplicándole casi.
—¡Está muerta, Alice! ¡No puedes ayudarla! —gritó Jack—. ¡Me has mentido! ¡Le has mentido a Milo y te has puesto en peligro! ¡Has puesto a Bobby en peligro! ¿En qué demonios estabas pensado? ¡Es un humano! ¡Esta noche ha estado a punto de morir! ¡Por tu culpa!
—Lo sé. —Empezaban a escocerme en los ojos unas lágrimas amargas y bajé la vista—. Créeme cuando te digo que lo sé. Pero no tengo ni idea de qué podía haber hecho si no.
—¡Después de que el año pasado besaras a Peter, te lo supliqué, joder, te supliqué que no volvieras a hacerlo!
—¡Y no he vuelto a besarlo! —grité, mirándolo fijamente.
—No, Alice. —Sonrió con tristeza y movió la cabeza—. No me refiero a eso. Te pedí que nunca jamás volvieras a quebrantar mi confianza.
—Lo siento. —Me tembló la voz y noté una lágrima rodar por mi mejilla—. Lo siento de verdad, Jack. Estaba convencida de que no tenía otra elección.
—Eso es lo que te pasa siempre. Siempre crees que no tienes otra elección, pero no es así. —Se mordió el labio y siguió moviendo la cabeza—. Lo que sucede es que te gustaría no tenerla. —Apartó la vista—. A veces pienso que te gustaría no haberme conocido, que nunca hubieras tenido que elegir entre Peter y yo.
—¡No, Jack, eso no es verdad! —Me levanté—. ¡Eso no es verdad, en absoluto! ¡Te quiero!
—Oh, sí, ya sé que me quieres. —Asintió y por su expresión supe que estaba conteniendo las lágrimas—. Me quieres mucho, y eso te jode de verdad. Porque si no fuese por eso, harías lo que te viniera en gana. Podrías ser humana, o una vampira reconvertido en detective, o liarte con cualquiera de mis hermanos. Claro está, todo eso en caso de que no tuvieras que preocuparte por mí.
—No, Jack —dije, negando con la cabeza—. Eso que dices es una estupidez. Te equivocas. He hecho una tontería, pero no ha sido más que eso, una tontería. Sé que estás enfadado porque te he mentido, pero te he mentido sobre algo que tiene poca importancia. No te he engañado. No le he hecho daño a nadie.
—Me has mentido en plena cara no sé cuántas veces y has hecho cosas a escondidas a mis espaldas, y yo siempre te he creído. Me parece que no lo entiendes, Alice. Ya no puedo confiar más en ti.
—No —insistí—. No volveré a mentirte jamás. Cuando me pediste que no quebrantara tu confianza, me dijiste que no me lo tendrías en cuenta. Me dijiste que eras capaz de perdonarme cualquier cosa, y no estoy pidiéndote que hagas eso. Simplemente te pido que me perdones por esta cosa. Por esta última cosa.
—Lo dije —replicó Jack, pero tan bajo que apenas lo oí. Tenía sus ojos azules bañados en lágrimas—. Pero ¿sabes qué? Yo también te mentí.
Me quedé de repente sin fuerzas y caí de rodillas al suelo. Habían pasado demasiadas cosas y escuchar aquellas palabras fue como si me hubieran arrancado el corazón. De tanto dolor que sentía, ni siquiera podía llorar.
—Alice. —Ezra se acercó en seguida a mí y me rodeó con el brazo—. Tranquila.
—¿Qué sucede? —preguntó Leif.
Lo oía, pero no podía verlo y tampoco podía levantar la cabeza. Me abracé a mí misma, tratando de contener el dolor. Tenía la sensación de que, si no sujetaba mi cuerpo, me desintegraría en mil pedazos. Tragué saliva con fuerza, intentando con desesperación reprimir el vómito que amenazaba con surgir.
—¿Qué demonios le has hecho? —le dijo Leif a Jack—. ¿Le has pegado?
—¡Jamás le pegaría! Y es ella la que… —dijo Jack señalándome, pero lo dejó correr—. Da lo mismo. No importa. ¡Deberías sentirte feliz porque ahora es libre para hacer lo que le venga en gana!
—¡Soluciona lo que le hayas hecho! ¡Pídele perdón! —gritó Leif.
—¡Yo no he hecho nada malo! —gritó a su vez Jack—. ¡Y tú por qué demonios te metes donde no te llaman! ¿A ti qué te importa? Si corto con mi novia, ¿qué demonios tiene eso que ver contigo?
—¡Pues sí tiene que ver, y mucho, porque es mi hija! —gritó Leif.