17
Abrí el maletero con el mando a distancia y Violet salió del coche. Cogió su nevera de sangre y, despidiéndose con la mano, entró en el edificio. Bobby se acomodó en el asiento, se puso el cinturón y arranqué de nuevo.
—¿Crees que fue ella? —preguntó Bobby en cuanto enfilamos la carretera de camino a casa.
—¿Quién?
—Violet. ¿Crees que es ella la asesina en serie?
—No, por supuesto que no —dije.
—¿Por qué no? —me preguntó directamente Bobby—. Una vez intentó matarte. Tú mataste a su novio. Acaba de amenazarme. Y conocía a Jane.
—No hablaba en serio cuando ha amenazado con matarte —dije, negando con la cabeza.
—Ya, pero todo lo demás encaja. —Empezaba a excitarse con el tema y se volvió en el asiento para poder mirarme bien—. Lo único que sabemos sobre el asesino de Jane es que la conocía y que es un vampiro.
—¿Y qué me dices de lo de las marcas? —le pregunté—. Fue precisamente Violet quien nos lo contó.
—¡Exactamente! —dijo Bobby—. ¡Ella nos lo contó! Y podría ser una pista falsa. Además, ni siquiera sabemos si Jane llevaba la marca. Y aun en el caso de que fuera cierto, es posible que no tenga nada que ver.
—Vamos. —Hice un gesto de negación, aunque no podía contradecir su lógica. Me quedé mirándolo—. Tú crees que es Violet, ¿verdad?
—No. No lo sé. —Se encogió de hombros y reclinó la cabeza contra el asiento—. Pero podría ser ella. No puedes descartarlo.
—No, supongo que no puedo. —Suspiré. No quería estar de acuerdo con sus palabras, pero llegado aquel punto, no podía descartar a nadie.
—¿Y quién piensas que podría haber sido, si no? —preguntó Bobby.
—No lo sé —reconocí. La verdad es que no quería ni pensarlo.
—¿Y ese tal Jonathan? —preguntó Bobby—. Es un gilipollas, ¿verdad?
—Sí que lo es, pero ser un gilipollas rematado no te convierte automáticamente en asesino —dije—. Y hasta la fecha, es lo único de lo que puedo acusarlo. De ser un gilipollas.
—¿Y qué me dices de esos tres cabrones a los que hemos conocido esta noche? —preguntó Bobby.
—Va… —Suspiré de nuevo—. No lo sé. Tal vez. Quiero decir que… tal vez lo son…, no sé. Podrían serlo, supongo, pero como no sabemos nada sobre ellos, no puedo afirmar nada con seguridad.
—¿Y Leif?
—¿Qué? —Lo miré y di un volantazo.
—¡Tranquila, tía! —dijo Bobby, levantando la mano—. Tú mira la carretera. Yo simplemente continúo con mis suposiciones.
—¿Cómo se te puede pasar por la cabeza que lo haya hecho Leif? —dije—. ¿Qué motivo tendría para hacerlo?
—Formaba parte de una manada de licanos sádicos que intentó mataros a Jane y a ti —dijo Bobby—. ¿O acaso lo has olvidado?
—No, no lo he olvidado, pero Leif se enfrentó a ellos para salvarnos. —Le lancé una penetrante mirada—. Y también te salvó la vida a ti.
—Tal vez matara a Jane por motivos altruistas. Como protegeros a Milo y a ti de su mala influencia.
—¿Y por qué querría protegernos a Milo y a mí? —pregunté.
—No lo sé. —Se encogió de hombros—. Pero veo que Leif lo hace constantemente. Siempre que discuto con Milo por alguna estupidez, se inmiscuye y defiende a Milo, aunque tu hermano no tenga razón. Y he visto que lo hace también con Jack y contigo. Siempre está protegiéndoos.
—Pues eso deja claro que no es el asesino de Jane, porque habría sabido que su muerte nos haría mucho daño —dije sin convicción.
—Tal vez. —Milo me miró dubitativo—. Pero no puedes estar segura de que no haya sido él.
—¡No puedo estar segura de nadie! —Deseaba poder levantar los brazos enojada, pero estaba conduciendo y no quería matar a Bobby—. Podrías ser tú, vete a saber.
—No, yo no puedo ser. Cuando Jane fue asesinada, estaba en Australia contigo —dijo—. De los únicos que puedes estar segura es de Milo, de Mae, de Peter, de esa mocosa y de mí. —Hizo un gesto de indiferencia—. Quizá lo hizo Jack.
—Oh, Jack no lo hizo —dije, poniendo los ojos en blanco. Doblamos la última esquina del recorrido hasta casa—. No le cuentes nada a Milo de esos vampiros que hemos visto, ¿entendido?
—Bueno, vale —dijo Bobby—. Y tú tampoco se lo cuentes a Jack.
—Ya lo sé. —No me gustaba en absoluto tener secretos para Jack, pero no quería ni asustarlo ni preocuparlo.
Cuando llegamos a casa, sólo estaban Milo y Jack. Peter había ido con Mae y con Daisy a visitar el túnel y no estaba segura de si volverían o ya se quedarían allí.
Milo estaba en el salón, sentado en el suelo junto al sofá con alguno de mis libros de texto. Jack había cogido la X-box y estaba jugando a Dante’s Inferno, enfrentándose a un demonio horroroso. Había superado el juego ya dos veces, pero se había vuelto a enganchar.
—¿Estás leyendo alguno? —preguntó Milo, sin molestarse en levantar la vista del libro de derecho que tenía abierto en el regazo.
—He leído algo. —Me dejé caer en el sofá, detrás de Milo—. Hoy todavía no me he puesto a ello porque he estado muy ocupada. —Alargué el brazo y le quité el libro.
—¿Qué tal ha ido el entrenamiento? —preguntó Milo, volviéndose para mirarme.
Bobby se sentó en el suelo a su lado, acurrucándose contra él, lo que me pareció estupendo. Si Bobby lo distraía con sus muestras de cariño, menos probabilidades había de que Milo me sermonease por no hacer los deberes o fisgoneara en exceso sobre lo sucedido aquella noche.
—Muy bien —dije, empezando a hojear el libro.
—¿Le has dado una patada en el culo a Bobby? —preguntó Jack, sin apartar su atención de la pantalla del juego.
—No, Bobby no ha hecho gran cosa —dije—. Estaba demasiado ocupado haciéndose pasar por Batman.
—¡Si Batman fuera un personaje real, estoy seguro de que residiría allí! —Bobby se volvió para mirarme—. ¡Ese edificio es igual que el de Wayne Industries!
—Ahora cambias de tema porque eres incapaz de luchar —dijo Jack, apartando la vista del juego para reírse de él.
—Mira quién habla —se burló Milo—. Como si tú te mataras luchando.
—Pero puedo luchar. —Jack puso el juego en pausa cuando Milo y Bobby empezaron a reírse de él y se quedó mirándonos—. ¿Creéis de verdad que soy incapaz de luchar?
—Te hemos visto luchar, Jack —dijo Milo con una sonrisa afectada—. Sabemos que eres incapaz.
—Oh, ya vale. —Jack apagó la X-box, tiró el mando sobre el sofá y se incorporó—. ¿Quieres pelea, hombrecito?
—¿Lo dices en serio? —preguntó Milo, enarcando una ceja.
—Sí. ¡Te reto, tío! —Jack se señaló el pecho en un extraño gesto de macho dominante, tratando de contener la risa.
—En serio, Jack, hablar así no se te da nada bien —dije.
—Vamos —le dijo Jack a Milo, sonriéndole—. Adelante.
—De acuerdo. —Milo hizo un gesto de indiferencia, se levantó y yo puse los ojos en blanco.
Jack empezó a dar botes y a efectuar rotaciones con el cuello, igual que Muhammad Ali. Milo sonrió y retiró los muebles hacia un lado para que sufrieran el menor daño posible en el caso de que la pelea acabara realmente desmadrándose.
—Tendrías que apartarte, Bobby —dije, pasando la página del libro de derecho que estaba intentando leer.
Bobby me obedeció y se sentó en el sofá a mi lado. La verdad es que no sabía muy bien por qué razón Jack y Milo iban a enzarzarse en una pelea, puesto que eran del tipo de chicos que ni siquiera jugaban a ello. Lo más probable era que tuviera que ver con el hecho de que Jack estaba excitado por culpa de los videojuegos y ambos, en el fondo, se estuvieran aburriendo.
Se miraron a los ojos, sonriéndose como tontos, y me di cuenta de que ni el uno ni el otro sabían en realidad cómo iniciar una pelea. Siempre que se habían visto inmersos en una trifulca, era porque otro había iniciado el conflicto.
—¿Listo? —preguntó Milo, reprimiendo una carcajada.
—¡Nací listo! —declaró Jack.
Milo se abalanzó sobre Jack con escaso entusiasmo, pero Jack le respondió con toda la intensidad de la que fue capaz. Esquivó a Milo y le hizo la zancadilla, pero Milo recuperó el equilibrio antes incluso de tropezar. Se volvió hacia Jack, haciendo girar la pierna, y golpeando los pies de Jack en el mismo movimiento.
Jack cayó al suelo con un golpe sordo, sin dejar de sonreír y algo sorprendido. Matilda ladró y meneó la cola. No quería que resultase dañada con tanto ajetreo, así que me levanté para sacarla al jardín.
Antes de volver a entrar en casa, oí un estrépito terrible y corrí hacia el salón. Jack estaba tendido sobre los restos de una silla, con un cuadro enmarcado hecho añicos a su lado. Milo se encontraba en el extremo opuesto de la estancia, orgulloso de sí mismo.
—¡Chicos! Mae se pondrá… —Me interrumpí antes de finalizar la frase. Mae no vivía allí. No podría enfadarse por aquel estropicio porque no se enteraría de lo sucedido.
—¿Estás bien? —preguntó Bobby con los ojos abiertos de par en par. Se levantó del sofá para ayudar a Jack.
—Sí, estoy bien. —Jack sacudió la cabeza para despejarse un poco y cayeron al suelo más fragmentos de cristal.
Me agaché para recoger los restos. El cuadro en cuestión siempre me había parecido poco más que un montón de líneas y garabatos, pero seguramente era una obra de arte de valor incalculable, así que me esforcé por recuperarla. Había fragmentos de cristal y astillas de madera por todas partes y puse muy mala cara.
Bobby le tendió la mano a Jack, y aunque no lo necesitaba, Jack se dejó ayudar. Una vez en pie, sacudió de nuevo la cabeza, esta vez en un gesto de consternación por lo sucedido.
—¿Desde cuándo te has vuelto tan fuerte? —le preguntó a Milo, sacudiéndose los restos adheridos a su camiseta—. Antes podía contigo.
—La verdad es que nunca habíamos peleado, así que nunca habías podido conmigo —dijo Milo, con un gesto de indiferencia.
—Bueno, como mínimo, podía contenerte. —Jack ladeó la cabeza y miró a Milo con otros ojos—. Ahora no creo que pudiera hacerlo. Y eso que en teoría eres aún bastante débil. No eres más que un bebé.
—¿Qué significa eso? —pregunté. El otro día, Jonathan me había dicho casi lo mismo y no había entendido muy bien lo que había querido decir.
—Que es un vampiro de seis meses —dijo Jack, señalando a Milo—. Casi podría decirse que aún tendrían que estar temblándole las piernas. Normalmente, cuanto mayor te haces, más fuerte eres, pero Milo me ha derribado así. —Y chasqueó los dedos para subrayar sus palabras.
—Siempre has dicho que tú eres un amante, no un luchador —dije.
Me levanté y observé el cuadro. Se había rasgado por el centro, pero tal vez pudiera salvarlo con un poco de pegamento y una buena dosis de creatividad.
—¿Qué haces? —preguntó Jack, situado ahora detrás de mí.
—Intentar arreglar esto.
—¿Por qué? —preguntó.
—Porque has destrozado un cuadro muy caro —dije, lanzándole una mirada furiosa.
—No es caro —dijo, negando con la cabeza—. Es una copia comprada en unos grandes almacenes. Debió de costar unos veinte dólares.
—Bueno… —Vacilé por un instante—. Pero aun así, no deberías andar rompiendo cosas.
—¿Qué ha pasado aquí? —preguntó Ezra. Su voz retumbaba como siempre, y me puso nerviosa, por mucho que su tono fuera más de perplejidad que de enfado.
—Estos dos, que han estado haciendo el tonto —respondió Bobby con presteza, y señaló a Milo y a Jack.
—Eso es lo que se dice darle la espalda a alguien —observó Jack.
—Lo siento. —Bobby bajó la cabeza, rojo como un tomate—. Ezra me impone.
—Tan sólo estábamos jugando —le explicó Milo a Ezra—. En seguida lo ordenamos todo.
—Ya veo. —Ezra inspeccionó los daños e hizo un gesto de asentimiento y, a continuación, su mirada de color miel se posó en mí—. ¿Podría hablar un momento contigo, Alice?
—¿Qué? —Intercambié una mirada con Jack, que se limitó a encogerse de hombros—. Oh, sí, claro. Por supuesto.
Ezra se dirigió a su estudio. Yo le entregué el cuadro a Jack y salí del salón pisando los escombros. Recogiéndome el pelo por detrás de las orejas, me esforcé en pensar qué habría hecho de malo. Había estado tan ocupada últimamente que iba algo retrasada con los deberes que Ezra me había impuesto.
Tal vez no tan ocupada, la verdad. Pero Peter y Mae lo habían desbaratado todo. Yo seguía con mi entrenamiento e intentando averiguar quién era el asesino de Jane, y esa misma noche había tenido una bronca con unos cazadores de vampiros. Ezra no podía echarme la culpa por llevar diez páginas de retraso en un libro de derecho pensado para estudiantes de nivel universitario.
Tal vez estuviera enfadado conmigo por no haber sabido mantener a raya a los chicos. Mae siempre lo conseguía, o al menos lo intentaba. Desde que ella se había ido, yo había tratado de asumir ese papel, pero resultaba complicado ser la única chica en una casa llena de varones adolescentes. Porque, aunque no fueran en realidad adolescentes, actuaban como tales la mayoría de las veces.
Cuando llegué al estudio de Ezra, había pensado ya mil disculpas y excusas distintas.
—¿Así que… querías verme? —dije, asomándome a su despacho. Me medio escondí tras la puerta, con las manos unidas a mi espalda.
—¿Quieres entrar y cerrar, por favor? —Ezra hizo un gesto señalando la puerta y tomó asiento detrás de su escritorio.
—Oh, sí, claro. —La cerré y tragué saliva.
—¿Debo entender que no quieres que Jack se entere de que andas siguiéndole la pista a ese asesino en serie? —preguntó Ezra. Me miró desconcertado al percatarse de mi ansiedad.
—No quiero. ¿Por qué lo dices? —pregunté, entornando los ojos.
—He estado haciendo averiguaciones, tal y como me pediste —dijo Ezra.
—¿En serio? —Me adelanté hasta quedarme justo frente a la mesa—. ¿Y qué has conseguido averiguar?
—He encontrado esto. —Tecleó alguna cosa y giró el monitor para que yo pudiera verlo.
En la pantalla aparecía una marca roja, tan inflamada que resultaba difícil de descifrar. Me incliné para acercarme un poco más y forcé la vista. Tenía forma de U, tal y como Violet había dicho. Sabía que la marca escondía más detalles, pero era incapaz de discernirlos.
—¿Es una herradura? —pregunté.
—No exactamente. —Con un clic de ratón, apareció una nueva imagen.
Era la misma zona que aparecía en la primera fotografía, pero más cicatrizada. La U estaba trazada con algún tipo de dibujo, como una retícula. El lado izquierdo de la U era más fino, y en el extremo derecho se veía una especie de protuberancia desfigurada.
—¿Es una serpiente? —Ladeé la cabeza con la esperanza de que ver la imagen desde otro ángulo me serviría de alguna cosa.
—Es un dragón. —Ezra señaló la pantalla, tocando la panza de la U—. Las alas están plegadas a ambos lados. —La retícula que había apreciado eran escamas y la protuberancia desfigurada era la cabeza—. El dibujo no resiste muy bien cuando chamusca la carne, pero quienquiera que realizara la marca se esmeró en el detalle.
—¿Es esa la marca? —Me incliné más aún, como si acercarme fuera a solucionar algo.
—Sí. Esta de aquí… —Movió la cabeza para indicar la segunda imagen—. Es una fotografía tomada de la chica que fue detenida en el centro por prostitución.
—¿Conoce la policía la existencia de las prostitutas de sangre? —Me enderecé y rodeé la mesa para poderme sentar sobre su superficie, al lado de Ezra, que devolvió la pantalla a su lugar y se recostó en la silla.
—La mayoría no —dijo—. Se la detuvo por practicar la prostitución clásica, pero no cabe duda de que es una prostituta de sangre.
—¿Mencionó algo la chica sobre el tipo que la marcó? —pregunté.
—No, que yo sepa, pero dudo que mencionara algo. Las prostitutas de sangre son tremendamente fieles. —Respiró hondo y se quedó mirando fijamente la pantalla—. La primera imagen que te he mostrado pertenecía al cuerpo de una de las chicas asesinadas.
—¿Jane? —susurré, con un nudo en la garganta.
—No, eso nunca te lo enseñaría. —Me miró a los ojos y moví la cabeza en un gesto de agradecimiento.
—Pero esto es bueno, ¿verdad? —dije, alejando de mi mente cualquier pensamiento de tristeza que pudiera albergar—. Es la conexión que estaba buscando. Quienquiera que se esté dedicando a marcar a las chicas es el asesino.
—Eso parece —confirmó Ezra—. Podría tratarse de una coincidencia, pero el motivo de que las marcas fueran tan difíciles de ver en los cadáveres es que eran recientes. El que lo hizo las marcó justo antes de matarlas y por eso no tuvieron tiempo de cicatrizar bien.
—Hablas en masculino, ¿estás seguro de eso? —pregunté.
—No —respondió—. Pero lo que sí creo es que se trata de un vampiro.
—¿Por qué?
—Para empezar, todas las chicas tienen tejido cicatricial como consecuencia de mordiscos repetitivos.
—¿Cómo lo sabes? —pregunté.
—Vi el informe de la autopsia —dijo Ezra, sin darle importancia.
—¿Y cómo lo conseguiste?
—Tengo mis contactos. —Se encogió de hombros y se inclinó todavía más hacia la pantalla—. Pero la pista más importante es este símbolo.
—¿El dragón?
—Durante mucho tiempo se consideró que era el símbolo de Drácula. «Dracul» significa dragón. —Ezra movió la cabeza en dirección a la marca de dragón que seguía en pantalla.
—Espera un momento. ¿Pretendes decirme que Drácula mató a Jane? —pregunté, en un tono casi burlón.
—Por supuesto que no. —Ezra me miró como si yo fuese tonta—. Lo que digo es que quienquiera que lo hiciera se está dedicando a marcar a las chicas con el símbolo de un vampiro. Quiere que la gente sepa que todo esto es obra de un vampiro.
—¿Y murieron así? ¿Como consecuencia del mordisco de un vampiro?
—No. Fueron apuñaladas. —Arrugó la frente.
—¿No tendría más sentido que las hubiera matado como un vampiro si lo que pretende es que la gente sepa que se trata de un vampiro? —pregunté.
—Es lo que pensaría de entrada. Pero esa es una muerte limpia. —Se quedó mirándome—. Sin sangre. Sin nada. Si lo que quería era causar impacto, necesitaba una muerte violenta.
Recordé mentalmente la fotografía de la escena que había visto en el periódico, la sangre del cuerpo de Jane manchando la acera, y se me revolvió el estómago.
—¿Por qué? —Bajé la vista hacia la alfombra oriental que cubría el suelo y tragué saliva—. ¿Por qué querría eso? ¿Por qué querría alguien hacer eso?
—Sinceramente, no tengo ni idea. —Ezra se quedó mirándome y posó con delicadeza su mano sobre mi pierna—. ¿Estás bien? No te he contado todo esto con intención de perturbarte. Tal vez podría…
—No, gracias. —Negué con la cabeza y le sonreí sin alegría—. Necesitaba saberlo. No pasa nada.
—No tendría que habértelo contado. Lo vi hace ya unos días, y desde entonces he estado planteándome si era mejor decírtelo o no. —Se mordió el interior de la mejilla, con la mirada perdida. La presión de la mano que seguía sobre mi pierna se intensificó—. No puedes ir tú sola tras él, ¿me has entendido?
—Ya, por supuesto que no puedo —dije. Me planteé si, para Ezra, Bobby contaría como un respaldo.
—Investiga tanto como quieras, pero si ves que te acercas a algo, dímelo. —No dejó en ningún momento de mirarme a los ojos, y la expresión grave de su cara me puso tan nerviosa que no pude más que asentir—. No puedes ocuparte tú sola del caso. Es un vampiro sin conciencia, y no tenemos ni idea de qué motivos lo empujan a actuar de ese modo. Todo ello lo convierte en un adversario muy peligroso.
—Lo entiendo —dije. Y cuando Ezra apartó la vista y la presión de su mano aflojó, exhalé un prolongado suspiro.
—Ni siquiera debería haber mirado todo esto. —Ezra se recostó y apoyó la cabeza en el respaldo. Hizo girar la silla lentamente de un lado a otro.
—¿Por qué lo has hecho? —pregunté—. Te lo agradezco, lo valoro muchísimo. Pero pensaba que no lo harías.
—No sé por qué lo he hecho. —Se quedó un rato en silencio—. Buscaba un motivo para estar lejos de aquí, y ayudarte en esta tarea imposible me ha parecido una buena opción.
—Oh. —Caí en la cuenta de que últimamente había hablado muy poco con él, y nada en absoluto desde la reaparición de Mae—. ¿Cómo llevas todo el tema?
—He pasado por situaciones peores. —Sonrió, pero no trató de disimular el dolor que reflejaba su mirada. Debió de ser consciente de ello, pues se volvió hacia el monitor.
—¿Has hablado con ella después de la noche que llegaron? —pregunté, y Ezra negó con la cabeza—. ¿Por qué no?
—Alice, lo sabes muy bien —dijo con un suspiro. Para evitar la conversación, empezó a teclear cosas en el ordenador y a acercar y alejar la imagen de la marca del dragón en el brazo de aquella chica—. No tenía nada que decirle durante su ausencia, y tampoco tengo nada que decirle ahora.
—Es tu mujer, Ezra.
—Sé perfectamente bien quién es. —Sus palabras sonaron entrecortadas y cuando el ratón no respondió como a él le hubiera gustado, aporreó la mesa—. Este maldito trasto nunca funciona.
—No la tomes ahora con el ordenador porque estés enfadado con ella —dije.
—No estoy enfadado con ella. En este momento, lo que me irrita es esta conversación. —Se quedó mirándome, pero no consiguió disuadirme.
—¿Por qué no vuelves junto a ella?
—¿Y vivir en las cloacas? —replicó en tono burlón—. No. Ella y la niña pueden vivir felices y comer perdices en una cloaca infestada de ratas. No me necesitan para nada.
—No te amargues. —Sentí ganas de acariciarle la espalda, pero no estaba segura de cómo reaccionaría—. Comprendo que estés enfadado, dolido, triste y que todavía la amas, pero… no te amargues por esto.
Relajó un poco los hombros y su expresión se dulcificó. Volvió la cabeza hacia mí, pero no me miró.
—No mentía, Alice. He pasado por cosas peores y lo superaré. Aprecio tu preocupación, de todos modos.
—No pasa nada.
Ezra volvió a mirar la pantalla y entendí que la conversación había llegado a su fin. Pensé en comentarle lo de los cazadores de vampiros que habíamos visto en el banco de sangre, pero no quería preocuparlo con más cosas. Su expresión seria me daba a entender que ya tenía demasiadas cosas en la cabeza.
Me dirigí a la puerta y la abrí. Cuando estaba saliendo, Ezra añadió algo más:
—Recuerda lo que te he dicho, Alice. No te metas tú sola en esto.
—No lo haré. —Le sonreí, sin estar siquiera segura de si estaba mintiéndole.