16

—Es posible que la promesa que les hice a mis padres —dijo Bobby, con voz baja e impostada—, la promesa de liberar esta ciudad del mal que se llevó sus vidas, esté por fin a mi alcance. —Se puso en cuclillas detrás de los barrotes que rodeaban la azotea que coronaba el ático de Olivia, contemplando las luces del centro de Minneapolis.

—¿De qué hablas? —le pregunté, sacándome de encima a Violet. Había estado a punto de inmovilizarme, pero yo había conseguido poner las manos planas en el suelo y empujar hacia arriba, hacer casi la vertical y, con los pies, arrearle una patada en la espalda.

—¿Vamos a seguir con el entrenamiento o piensas continuar hablando de bobadas con ese idiota? —preguntó Violet, colocándose un mechón de pelo rubio detrás de la oreja. Ni siquiera se había tambaleado con mi puntapié y ya estaba plantada delante de mí, lista para atacar.

—¿Qué te parece si hacemos las dos cosas? —pregunté, incorporándome.

—Esta noche ni siquiera estás esforzándote, Alice —dijo Violet, relajando su postura—. No deberías haberlo traído contigo. Lo único que hace es distraernos.

—No, el problema no es él. —Negué con la cabeza y sacudí la gravilla del tejado que se había adherido a mis vaqueros—. Y aunque fuera así, estaría bien. Tengo que aprender a combatir a pesar de las distracciones.

—Supongo que tienes razón —murmuró Violet, dándole un puntapié a una piedrecita.

No le había gustado que aquella noche hubiera aparecido acompañada de Bobby, pero después de tropezarnos con Jonathan el otro día, había decidido que Bobby necesitaba entrenarse en defensa personal. Por desgracia, tampoco él estaba por la labor.

—¿Qué piensas hacer? —le pregunté a Bobby aproximándome a él. Estaba inclinado hacia delante con una pierna descansando en la barandilla, y si Milo lo hubiera visto en aquella posición, se habría puesto hecho una fiera y nos habría matado a los dos, pero decidí no decir nada.

—Soy Batman —dijo Bobby con la misma voz impostada.

—Oh, lo que eres es un idiota. —Puse los ojos en blanco y me apoyé en la barandilla, a su lado.

—¿Nunca te has sentido como una superhéroe aquí arriba? —me preguntó Bobby, de nuevo con su voz normal.

—No.

—¿Ni siquiera un poco? —Bobby se distanció de la barandilla, seguramente cansado de permanecer agachado, y subió la cremallera de su cazadora estilo años ochenta—. ¿O como un superhéroe con hipotermia?

—Me gusta el frío —le recordé.

—Entonces ¿qué? no pensáis entrenar, ¿verdad? —Violet se llevó las manos a las caderas y nos miró, furiosa. Para el entrenamiento, se había vestido con una camiseta sin mangas y un pantalón amplio, y el frío reinante otorgaba a sus pálidos brazos un matiz azulado.

—Supongo que no. —Me volví hacia ella y apoyé la espalda en la barandilla—. ¿Adónde has dicho que había ido Olivia?

—No lo sé —contestó Violet, con un gesto de indiferencia—. Simplemente se marchó y dijo que estaría de regreso de aquí a unos días. No me habla mucho. Creo que no le caigo bien.

—Si te ha dejado sola en su ático y en su club —dije—, estoy segura de que le caes bien.

Por la forma en que Olivia miraba a Violet, diría que le caía más que bien, pero no quería ser yo quien lo dijera. No estaba del todo segura de si Violet le correspondía con sentimientos similares y no me apetecía fastidiar el acuerdo al que habían llegado si Violet se sentía incómoda porque su benefactora estuviera loquita por ella.

—Ya que no vamos a entrenar, ¿qué os parece si entramos? —dijo Bobby; sus dientes castañeteaban. Llevaba una gorra de lana que le retiraba el pelo de los ojos, para variar, pero la fina bufanda que le envolvía el cuello apenas abrigaba.

—Sí, entremos —dijo Violet, encaminándose hacia la puerta que bajaba a casa de Olivia. Descendió con pesadez los peldaños y Bobby correteó por delante de mí, ansioso por dejar atrás el frío.

—Pero que sepas que algún día tendrás que entrenarte para luchar —le dije cuando adelantó a Violet para alcanzar lo antes posible el calor del apartamento.

—Lo sé. ¡Y la próxima vez me pondré una capa! —declaró Bobby. Entró corriendo en el apartamento, frotándose las manos. Olivia mantenía su casa todo el año a una temperatura estable de quince grados, pero después del frío de la azotea, aquello tenía que saberle a gloria a Bobby.

—¿Que piensas ponerte una capa? —dijo Violet riendo y levantando una ceja—. Oh, claro, para el combate te irá a las mil maravillas.

—Me la quitaré para combatir —dijo Bobby a la defensiva—. Lo único que quiero es contemplar Gotham con mi capa ondeando al viento.

—De acuerdo, no pienso hacerte el más mínimo caso porque eres imbécil —dijo Violet y se dirigió entonces a mí—: Has venido en coche, ¿verdad?

—Oh, he venido en algo más que un coche —le respondí, con una sonrisa de oreja a oreja.

Peter había vuelto a utilizar su Audi para sus asuntos, Milo empleaba el Jetta para ir a clase, Ezra utilizaba el Lexus para Dios sabe qué y Jack no me dejaba conducir el Delorean. Lo que significaba que no me quedaba otro remedio que utilizar el reluciente Lamborghini rojo.

—Excelente. Yo no tengo coche y andamos bajos de reservas de sangre. —Violet entró en su dormitorio—. Me cambio en un momentito. ¿Me acercas al banco de sangre?

—Es un biplaza —dijo Bobby, pero Violet le ignoró y cerró la puerta de la habitación a sus espaldas—. Sólo hay espacio para dos ocupantes.

—Pues o nos apañamos, o te quedas aquí —dije, encogiéndome de hombros.

—No quiero quedarme aquí —dijo, negándose a ello—. Y no he estado nunca en un banco de sangre.

—No tiene nada de emocionante.

—Me da igual. No he estado nunca, y Milo no me deja ir. —Me miró muy serio—. Voy con vosotras.

Cuando Violet reapareció, informó a Bobby de que le tocaría a él sentarse en el medio. Él intentó contradecirla, pero la mirada que ella le lanzó le hizo cerrar la boca al instante. Entramos en el coche y Bobby tomó asiento en el medio, lo que resultó bastante problemático debido a la poca altura del techo. No le quedó más remedio que acurrucarse y adoptar prácticamente la posición fetal con los pies sobre el regazo de Violet, una solución que no fue muy del gusto de ninguno de los dos.

Por suerte para él, el banco de sangre no quedaba muy lejos de allí. Se trataba de un pequeño edificio blanco de forma cuadrada con un aparcamiento adyacente minúsculo. Pero tuve que aparcar a media manzana de distancia, delante de un parquímetro, y el paseo le sentó bien a Bobby para estirar las piernas.

El interior del edificio era blanco y estéril. En la sala de espera, había sillas de plástico blanco y alguna que otra revista sobada. Los carteles de la Cruz Roja que decoraban las paredes eran engañosos a propósito. Los vampiros hacían todo lo posible para que su banco de sangre se asemejase a un banco de sangre de verdad.

Para el observador ocasional, lo único raro de aquel lugar era que estaba abierto las veinticuatro horas. Naturalmente, ese hecho servía para atraer a más donantes, y la localización era también muy conveniente. El banco de sangre pagaba dinero a cambio de las donaciones, por lo que muchos de ellos eran yonquis y borrachos que necesitaban dinero rápido.

Nos recibió una enfermera sentada detrás del mostrador de recepción, protegido con un cristal antibalas para impedir los robos. A tenor de los arañazos que mostraba el cristal, imaginé que más de uno había intentado el asalto.

—Hola —dije con una sonrisa e inclinándome sobre el mostrador.

—Encantada de volver a verla, señorita Bonham —respondió la enfermera, con una maravillosa sonrisa que me hizo sentirme culpable de haber olvidado por completo su nombre. Creo que se llamaba Janice, o Francine.

—Encantada también —dije. Su piel se veía muy blanca bajo la luz de los fluorescentes y su pelo rubio quedaba oculto bajo una de aquellas cofias de enfermera que llevan los disfraces de Halloween pero que nunca se ven en una enfermera de carne y hueso.

—¿Cuántas bolsas necesitará esta noche? —me preguntó la enfermera Janice, o tal vez Francine.

—Hum… —Intenté calcular. En casa no estábamos a cero, pero podríamos necesitar algo—. Unas diez bolsas.

—Estupendo. —Introdujo los datos en el ordenador—. ¿Y usted, señorita Williams?

—Unas veinte —dijo Violet.

—Estupendo. —Introdujo algunos datos más, sin abandonar ni por un instante su amplia sonrisa. A veces me recordaba una de las protagonistas de Las mujeres perfectas—. ¿Lo pagarán todo junto?

—No —respondí, con un gesto de negación.

—¿Ponemos, entonces, lo suyo en la cuenta de los Townsend? —preguntó, y asentí—. Señorita Williams, ¿lo suyo irá a la cuenta de Olivia Smith?

—Sí —confirmó Violet.

—Sólo quería recordarle que la semana pasada envié la factura a la señorita Smith —informó la enfermera a Violet, y luego me miró a mí—. La cuenta de los Townsend se pagó el quince de enero.

—De acuerdo —dije, encogiéndome de hombros—. Está bien.

—En seguida vuelvo con sus pedidos. —La enfermera Janice, o tal vez Francine, se levantó y cruzó una puerta situada en la parte trasera de la recepción para ir en busca de la sangre.

—¿Cuánto cuesta la sangre? —preguntó Bobby. Estaba apoyado en una de las sillas de plástico, detrás de nosotras, y me volví hacia él.

—La verdad es que no tengo ni idea. Lo paga todo Ezra —dije.

—Creo que es bastante cara —dijo Violet—. Antes no podía permitírmela. Aunque la verdad es que tampoco podía permitirme nada.

—No me parece un lugar tan excitante como imaginaba —dijo Bobby, mirando a su alrededor—. Es todo muy… normal. Me recuerda la consulta de planificación familiar adonde voy a hacerme los análisis.

—Yo ya te lo había dicho. —Me apoyé en el mostrador de recepción dándole la espalda al cristal, de cara a la entrada al banco de sangre—. ¿Crees que ha merecido la pena venir sentado tan incómodo en el coche para ver esto?

—Tal vez. —Bobby cogió una revista—. ¡Caramba, una de las gemelas Olsen podría estar embarazada!

—Me imagino que deben de estar hartas de que las conozcan como «las gemelas» Olsen —dijo Violet. Con sus largas uñas, talló la figura de un corazón en el cristal.

En aquel momento sonó la campanilla y apareció un vampiro en la puerta. Le di un codazo a Violet para que se olvidara de sus grafitis. Suponía que nadie le daría importancia al tema, pero no me apetecía meterme en problemas. Aparecieron dos vampiros más detrás del primero, y me enderecé. Los vampiros en grupo continuaban amedrentándome.

El primero era alto con pelo negro y ojos negros. Iba vestido con una cazadora de cuero, bajo la cual asomaba una camisa negra. Tal vez fuera atractivo, pero con tanto negro me daba la impresión de que lo único que pretendía era reforzar su imagen de vampiro.

El que avanzaba tras él se parecía a James Spader de joven, cuando hacía el papel de gilipollas en La chica de rosa y antes de ponerse hecho una bola, como cuando actuaba en la serie Boston Public. Iba vestido además como James Spader en los ochenta, con el cuello de la camisa levantado por encima de la americana.

La única chica de aquel trío tenía un aspecto curiosamente correcto en comparación con los otros dos. Llevaba melena hasta los hombros peinada hacia atrás, tacones de una altura moderada y falda de tubo. En caso de que trabajara en algo, yo la habría ubicado como taquígrafa en los juzgados.

—Hola —dijo el de pelo negro, y llegué a la conclusión de que probablemente se trataba de su líder.

Aunque acto seguido me pregunté si tendrían un líder. Que hubieran entrado los tres juntos no significaba que fuesen una banda. Violet, Bobby y yo no éramos ninguna banda, aunque ellos tampoco lo sabían. Tal vez el vampiro pensara que yo era la líder de los nuestros, o que tal vez lo era Violet, que tenía un aspecto más duro.

—Hola —respondí, porque quería que me consideraran la líder, en el caso de que pensaran que teníamos uno.

—¿Qué tenemos aquí? —preguntó el joven James Spader, arrancándole a Bobby la revista.

—¡Oye, tú! —Bobby se levantó para defender el honor de su revista y yo di un paso al frente.

—Es una revista del revistero. Me trae sin cuidado. —James Spader le devolvió la revista tirándosela a la cara. Bobby la cazó al vuelo, arrugándola, sin embargo.

—No ha sido un gesto muy amable por tu parte —dije, y Violet puso los ojos en blanco ante mi intento de defender a Bobby.

—¿Y qué quieres que le haga? —dijo el joven James Spader, dirigiéndose a mí.

—Dane. —El vampiro de pelo negro detuvo al joven James Spader poniéndole la mano en el pecho, y entendí entonces que se llamaba Dane, y no James Spader.

—No queremos problemas —dijo la mujer, saliendo de la sombra de los otros dos. Tenía los ojos grandes y una mirada inocente, pero intuí en ella algo siniestro a pesar de su aspecto conservador—. Sólo queremos saber si habéis visto algo.

—¿Si hemos visto qué? —pregunté. Bobby se había retrasado un poco para situarse detrás de mí y más cerca de Violet. No estoy segura de que en realidad necesitara hacerlo, pero así me sentía mejor.

—Nos preocupamos por ti. Es nuestro trabajo —dijo el vampiro de pelo negro señalándose a sí mismo y a sus camaradas—. Velamos por tu seguridad.

—No tengo ni idea de quiénes sois ni de por qué pretendéis velar por mi seguridad —dije, poniéndome más firme. Vi con el rabillo del ojo que también Violet se tensaba.

—Soy Thomas —dijo el vampiro de pelo negro—. Y estos son Dane y Samantha.

—¿Y? —dijo Violet.

—Te hemos visto —dijo Samantha. Tenía los ojos clavados en mí, y sólo en mí.

—¿Me habéis visto hacer qué? Pero ¿de qué habláis? —pregunté, confiando en que mi voz no revelara el miedo que empezaba a embargarme.

—Queremos saber qué has visto —dijo Samantha.

—De acuerdo, mirad. En serio, no tengo ni idea de qué estáis hablando. —Levanté los brazos, mostrándoles las palmas de las manos. Por la expresión de Dane, le costaba muy poco explotar—. Estoy aquí con mis amigos, encargando comida. Eso es todo. No hemos visto nada. No queremos ver nada. Somos buena gente.

—Ya. Mira, sabemos que todo eso que estás diciendo son chorradas —dijo Dane en tono burlón, sin siquiera mirarme. Pero no es que no quisiese mirarme por miedo, sino como si mirarme fuera un acto demasiado bajo para él.

—Creemos que estás relacionada con el asesino en serie —dijo Samantha, haciendo caso omiso al arrebato de mala educación de su amigo.

—¿Qué? —Me quedé boquiabierta—. No, no. Claro que no. Simplemente intento localizarlo, pero no sé quién es. —Thomas y Samantha intercambiaron una mirada, pero ninguno de los dos dijo nada y continué farfullando—. ¿Y a vosotros qué más os da? Dicen que a los vampiros les importa un comino porque no han sido más que asesinatos de humanos.

—Nos tomamos la vida muy en serio —dijo Samantha, con expresión grave—. La vida es sagrada, aunque sea la de los humanos.

—Gracias —murmuró Bobby al ver que la chica le sonreía.

—Si los asesinatos de humanos les traen sin cuidado a los vampiros, ¿por qué te tomas tantas molestias? —preguntó Dane, limpiándose una uña.

—Porque una amiga mía es una de las asesinadas —dije.

—¿Tienes amistades humanas? —preguntó sorprendido Thomas, mirándome de arriba abajo.

—Sí, las tengo. —Y señalé a Bobby para subrayar mi afirmación.

—Muy interesante. —Un oscuro brillo iluminó los ojos de Samantha.

—Sea cual sea tu implicación en los asesinatos en serie, déjalo correr. Y ahora mismo —dijo Thomas.

—¿Por qué? —pregunté.

Pero antes de que le diera tiempo a responder, apareció de nuevo la enfermera Janice o Francine con dos neveras, para Violet y para mí. Thomas iba a decir alguna cosa, pero en cuanto la vio, cerró la boca. Miré a la enfermera: lucía su eterna sonrisa de mujer perfecta.

—Hola, señor Hughes —dijo la enfermera, dejando las neveras en el mostrador—. ¿Necesitará alguna cosa?

—Hoy no. —Thomas le devolvió la sonrisa, pero con cierta tensión. Dirigió un gesto a sus colegas y los tres dieron media vuelta y abandonaron el banco de sangre; la campanilla de la puerta despidió su salida.

—Bueno, esto ha sido muy raro, ¿no te parece? —dije, mirando a Violet.

—Sí. ¿Han estado siguiéndote? —preguntó Violet, entornando los ojos.

—No lo sé —respondí, y noté al instante la boca seca. Habían entrado, habían dicho que me habían visto y se habían ido sin comprar nada.

—Es posible que la hayan estado siguiendo —dijo la enfermera. Nos habíamos quedado mirando la calle desde el interior del establecimiento, pero los tres nos volvimos de repente para mirarla.

—¿Sabe quiénes son? —pregunté.

—Sí, por supuesto. —Sonrió y parpadeó, pero no dijo nada más.

—¿Podría decírnoslo? —preguntó Violet, con unas palabras mucho más bruscas de lo que a mí me habría gustado.

—No, es una cuestión de confidencialidad. —Su sonrisa se tornó una disculpa y se encogió de hombros con impotencia.

—¿No puede contarnos nada sobre ellos? —pregunté entonces yo.

—Oh, sí, puedo contarles una cosa. —La enfermera bajó la voz y se aproximó al cristal—. Son gente con la que es mejor no meterse. Son vigilantes. La señorita Smith los conoce.

—Por supuesto que los conoce —dije con un suspiro—. Pero ahora no está en la ciudad.

—Esperad un momento —dijo Bobby, abriéndose paso a codazos entre Violet y yo para acercarse al cristal—. ¿Vigilantes? ¿Como en Batman?

—¡Qué pesado es este niño con Batman! —refunfuñó Violet.

—Es lo más fabuloso que existe —replicó Bobby, mirándola furioso.

—¡Vale, chicos, callad ya! —espeté, y se callaron de repente para que yo pudiera preguntar de nuevo a la enfermera—. ¿Y qué vigilan?

—A los vampiros, por supuesto. —La enfermera se enderezó y escaneó el código de barras de la nevera—. Si nadie los vigilara, los vampiros se propasarían.

—¿Y vigilan? —pregunté. Después de pasar las neveras por el escáner, introdujo algunos datos más en el ordenador—. ¿Forman parte de alguna organización?

—No. —La enfermera deslizó el cristal y nos entregó las neveras—. Ahí tienen.

—¿Podría darnos alguna información más? —pregunté, y Violet recogió su nevera.

—No, lo siento. —Sonrió de nuevo, como disculpándose—. La señorita Smith sabe a buen seguro mucho más que yo, de todos modos. Trabajaba con ellos.

—Asombroso. Gracias. —Con un suspiro, cogí mi nevera y di media vuelta dispuesta a marcharme.

—¡Oh, caballero! —exclamó la enfermera, señalando a Bobby—. ¿Estaría interesado en realizar una donación?

—No, lo siento —dijo Bobby, siguiéndonos hacia fuera—. Soy donante gratuito.

Miré a mi alrededor en cuanto la puerta se cerró a nuestra espalda. Casi esperaba que el trío de vampiros vigilantes estuviera esperándonos para abalanzarse sobre nosotros, pero no se les veía por ningún lado. Deseaba regresar rápidamente al lugar donde había dejado el coche aparcado, pero me vi obligada a bajar el ritmo para que Bobby pudiera seguirnos. Milo me mataría si a Bobby le pasaba algo.

—¿Te dejó Olivia algún número en el que pudieras contactar con ella en caso de necesidad? —le pregunté a Violet mientras abría a distancia el coche.

—No. A Olivia no le gustan los móviles. —Violet guardó su nevera en el maletero, y seguí su ejemplo.

—Pensad que todo esto no tiene por qué ser malo —dijo Bobby—. Los vigilantes suelen ser buena gente. Están de nuestro lado. Intentan detener al mismo asesino que nosotros.

—Tal vez. —Cerré de un portazo el maletero y entré en el coche. Bobby entró antes que Violet y se instaló como pudo en el medio y, acto seguido, entró Violet—. Pero si esos vampiros piensan que yo estoy conchabada con el asesino, y pretenden atraparlo, acabarán cayendo también sobre mí. Y eso no me gusta nada.

—Tienes razón —dijo Violet cuando puse el coche en marcha—. Y además, ese tal Dane tenía pinta de gilipollas.

—Sí, ¿y qué me dices de su ropa? —dijo Bobby. Cuando arranqué el coche y aceleré, salió despedido ligeramente hacia atrás y se golpeó la cabeza.

—Cuidado —le dije, aunque con retraso.

—Eso es lo que suele suceder con los más viejos —dijo Violet, refiriéndose al sentido de la moda de Dane—. Se quedan de lo más desfasados en lo que se refiere a tendencias, sobre todo si viven desconectados del mundo. Olivia me contó un poco lo que hacía ella. Cuando trabajaba, viajaba mucho. Y sólo se reincorporaba a la sociedad cuando la reclamaban.

—¿Quieres decir con eso que alguien les ha dicho a esos tipos que vengan aquí y se encarguen del caso? —le pregunté.

—Supongo —dijo Violet, encogiéndose de hombros—. Si de verdad son amigos de Olivia, conocerán la zona.

—¿Crees que ha podido ser ella quien los ha llamado? —pregunté.

—Lo dudo. No lo hubiera hecho sin antes decírtelo a ti.

—¿Y por qué los habrá llamado alguien? —Doblé una esquina a toda velocidad y Bobby se cayó encima de Violet.

—¡Apártate de mí! —gritó ella, quitándoselo de encima de malas maneras.

—No estaría mal que te lo tomaras con un poquitín más de calma —dijo Bobby, recolocándose la gorra.

—Lo siento. —Bajé el ritmo un poco cuando llegamos a los alrededores del edificio de Olivia.

—Es un vampiro —dijo Bobby.

—¿Qué? —dije, mirándolo.

—Ya os decía yo que el asesino en serie era un vampiro —dijo Bobby—. Es el único motivo por el que esos tipos estarían interesados en el tema, ¿no te parece? Suponiendo, claro está, que sean lo que esa chica ha dicho que eran.

—Joder. —Detuve el coche delante del edificio con un brusco frenazo y Bobby se vio obligado a extender el brazo para no estamparse contra el salpicadero—. Tienes razón.

—Hay otro detalle importante, además, y es que Olivia nunca se ha referido a sí misma como «vigilante» —dijo Violet, mirándonos—. Olivia fue cazadora de vampiros. Y eso es lo que son esos tipos. —Me miró con sus ojos color púrpura—. Y nosotras somos vampiros.

—Oh, una observación tremendamente profunda —dijo Bobby con ironía.

—Tienes suerte de ser su amigo; de lo contrario, te mataría —dijo Violet, sin alterarse.