15

Subí la escalera hacia mi habitación pensando en lo estupendamente que me sentaría una ducha a mí también, pero me detuve en seco al oír un sonido extraño procedente del dormitorio. Bueno, no es que fuera extraño, lo que se dice extraño, sino más bien totalmente inesperado: Peter y Jack conversando amigablemente.

—Lo único que digo es que Apocalypse Now no es la mejor película de guerra de la historia —decía Peter.

—¡No me vengas con que la mejor es Sin novedad en el frente! ¡Esa película es un tostón! —refunfuñó Jack.

—Que sea en blanco y negro no la convierte necesariamente en un tostón —dijo Peter.

—Bueno, da igual. No la tengo y, por lo tanto, no puedes cogerla prestada. La mejor película de guerra que tengo es Apocalypse Now.

Seguí subiendo la escalera y me paré justo frente a la puerta, con la intención de espiarlos antes de que se percataran de mi presencia. Jack había abierto la puerta corredera tras la que se escondían miles de DVD y estaba examinando su colección. Peter estaba sentado a los pies de la cama, con Daisy acurrucada a su lado, profundamente dormida junto a Matilda.

—¿Has visto Salvar al soldado Ryan? —preguntó Peter, mirando a Jack.

—No. No soy un obseso de las películas de guerra, como tú. —Jack seleccionó un DVD de entre los muchos de la estantería—. Pero tengo muchas de ninjas. Y de robots. Esas sí que son buenas.

—Estaría encantado de que no eligieras ninguna en la que aparecieran robots ninja —dijo Peter, poniendo los ojos en blanco.

—¿Qué hacéis, chicos? —pregunté, entrando por fin en la habitación.

—Intentando encontrar una película para Peter, pero es muy exigente —dijo Jack.

—No es que sea exigente. Lo que pasa es que no me gustan las películas en las que no paran de aparecer explosiones —dijo Peter.

—¿Y qué es lo que no te gusta de las explosiones? —replicó Jack en tono burlón—. De hecho, también tengo muchas películas en las que no sale ninguna explosión y sin embargo me gustan. Mira. —Eligió un DVD de una de las estanterías y se lo entregó—. Eduardo Manostijeras. No explota absolutamente nada en toda la película.

—Pero Johnny Depp te chifla —dijo Peter.

—No me chifla Johnny Depp —dijo Jack, poniendo los ojos en blanco—. Y da lo mismo. A ver, ¿quieres la película o no? Dispones sólo de un día para verla. ¿Quieres pasarte todo ese tiempo discutiendo qué película prefieres?

—No me vengas ahora con prisas. —Peter se levantó y se dirigió a las estanterías repletas de DVD, pasando por delante de Jack sin más comentarios—. Quiero disfrutar de la tecnología mientras pueda hacerlo. Quién sabe dónde acabaremos cuando nos larguemos de aquí.

—¿Adónde vais a ir? —preguntó Jack, retirándose un poco para que Peter pudiera inspeccionar más cómodamente la colección de DVD.

—La verdad es que no lo sé. Confío en que a Ezra se le ocurra algo. —Peter eligió una película y leyó la contraportada—. No me apetece ni pensarlo. Mi plan consiste en darme una ducha, relajarme y dormir, pues no estoy seguro de cuánto podré disfrutar de todo esto una vez nos marchemos.

—Entiendo —dijo Jack, cruzándose de brazos, con el rostro algo más tenso. Peter le preocupaba, le inquietaba no saber dónde acabarían los tres, pero no quería que se le notase.

—Creo que esta me irá bien —dijo Peter, con Blade Runner en la mano.

—¿Al final eliges esta? —dijo Jack, arqueando una ceja—. ¿Después de tanto burlarte de mis películas de robots? Creía que querías algo de guerra.

—Esta película me gusta —replicó Peter—. Voy abajo a verla. Como mi habitación está desmantelada, no me queda otro remedio que dormir en el sofá.

—Tengo algunas mantas de más por si quieres acostarte en tu antigua habitación —le sugirió Jack.

—No, me va bien así. —Peter pasó por mi lado, regalándome una débil sonrisa, y se detuvo en la puerta—. ¿Os parece bien que Daisy se quede aquí?

—Sí, por ahora sí —dijo Jack, moviendo la cabeza en un gesto de asentimiento.

—Gracias. —Peter se despidió agitando la mano con el DVD y bajó.

Esperé a hablar con Jack hasta que oí sus pasos perdiéndose escaleras abajo.

—¿De qué iba todo esto?

—¿El qué? —Jack guardó las películas en la estantería y a continuación me miró—. Simplemente le he prestado una película a Peter. Tiene todas sus cosas en Australia.

—Sí, pero te has mostrado… agradable.

—Es que soy un tipo agradable —dijo Jack riendo, y pulsó un botón para que se cerrara la puerta del armario, escondiendo detrás la colección de películas—. Y no odio a Peter.

—Eso no es precisamente lo que decías hará cosa de un año —observé, cruzándome de brazos.

—¿Quieres que odie a Peter? —Me miró con las cejas arqueadas.

—¡No, claro que no! —respondí rápidamente—. Me encanta ver que os lleváis bien. Sólo que… me parece extraño.

—Lo sé. —Suspiró y bajó la vista, arrastrando los pies por la alfombra—. Aborrezco lo que Peter siente por ti, y aborrezco de verdad lo que tú sientes por él…

—¡Yo no siento nada por él! —exclamé, cortándolo. Jack levantó la vista para mirarme, y comprendí que me había pasado con mis gritos.

—Vale. Da igual. Pero aun así, no me gusta. —Se encogió de hombros—. Pasaste dos semanas con él en Australia y no sucedió nada. Creo que puedo confiar en que estéis juntos dos días. —Se pasó la mano por el pelo, alborotándolo aún más—. Y aunque no pudiera, es mi hermano y tiene problemas. No quiero que mis últimas palabras hacia él sean de rabia.

—Es encantador por tu parte, Jack —dije, acariciándole el brazo—. Y muy maduro.

—No, no es madurez. —Suspiró—. Es simplemente que soy incapaz de guardar rencor. Soy un idiota.

—Eres un encanto, y te quiero. —Lo abracé y le sonreí.

Jack se inclinó para besarme; sus labios presionaban con calidez los míos. El inicio fue delicado, pero rápidamente se transformó en algo más. Me rodeó con sus brazos, estrechándome con fuerza contra él. Su piel ardía y sus emociones me inundaron con su fervor.

—Jack —jadeé, poniéndole la mano en el pecho.

—Oh, sí, claro. —Sus ojos se posaron en la cama, donde Daisy continuaba durmiendo envuelta en su mantita de color azul marino. Cuando volvió a mirarme lo hizo con una sonrisa, pero percibí su frustración—. Pero si no hubiese una niña en esa cama, te ibas a enterar.

—Estoy segura —dije, sonriendo.

—Es una lástima. —Me estampó un beso en la frente y se apartó—. Voy a darme una ducha.

—Yo también iba a ducharme.

—Creo que el que más necesita una ducha fría soy yo. —Se dirigió al cuarto de baño—. A menos que te apetezca entrar conmigo.

—Eso sería quitarle todo el sentido a la ducha fría, ¿no crees? —dije.

—Tal vez. —Con un gesto de indiferencia, se quitó la camiseta y dejó al descubierto los perfectos y duros contornos de sus pectorales y sus abdominales.

Entró en el cuarto de baño. Al cabo de un instante oí correr el agua y lo vi lanzar sus calzoncillos a la habitación, animándome a sumarme a la ducha. Y probablemente lo habría hecho, de no ser porque Daisy estaba en nuestra cama y Peter en el salón, justo debajo de nosotros.

Cerré la puerta del baño sin siquiera asomar la cabeza para ver a Jack y él se echó a reír. Miré la cama, y comprendí que no me apetecía quedarme allí con Daisy. La niña seguía resultándome horripilante. Pero tampoco me fiaba de dejarla sola con la perra, de modo que llamé a Matilda, que saltó de la cama y salió de la habitación detrás de mí.

Peter estaba en el salón, sentado en el sofá con los pies descansando sobre una otomana. Había puesto el DVD de Blade Runner pero no le prestaba atención. Tenía los dedos entrelazados detrás de la cabeza y la mirada perdida.

—¿Te encuentras bien? —le pregunté.

—¿Qué? —Peter se quedó mirándome, como si acabara de darse cuenta entonces de mi presencia—. Ah, sí. Estupendamente. —Bajó los brazos, cruzándolos sobre su pecho, y se enderezó, dejando descansar los pies en el suelo.

—Parece que estés en otro mundo.

—Tengo muchas cosas en la cabeza —replicó.

Matilda saltó al sofá y se instaló a su lado y Peter le rascó la cabeza. Yo tomé asiento en el extremo opuesto, dejando entre nosotros la máxima distancia posible.

—Creía que habías dicho que no querías pensar en nada —dije.

—Que intentaría no hacerlo. —Le regaló a Matilda una última caricia y dejó caer la mano. Se quedó mirándome, con sus ojos de color esmeralda deteniéndose en mí lo suficiente como para obligarme a apartar la vista—. ¿Y tú cómo estás?

—Bien, supongo.

—¿Incluso con lo del asesinato de Jane? —preguntó Peter, y negué con la cabeza—. Fue asesinada, ¿verdad?

—Sí, así es. Y no saben quién lo hizo.

—Lo siento —dijo, y parecía sincero. Creo que jamás podré acostumbrarme a oír hablar a Peter con amabilidad. Añadía un matiz a su voz aterciopelada que nunca dejaba de sorprenderme.

—También yo. —Suspiré.

Después estuvimos viendo la película en silencio. Permanecí sentada muy rígida, temerosa de moverme o de hacer cualquier cosa. Y percibía que Peter, a mi lado, tenía la misma sensación. No estoy del todo segura de qué temía que pudiera pasar, pero tenía claro que no quería correr ningún riesgo. Ya les había hecho bastante daño, tanto a Peter como a Jack.

Jack bajó un poco más tarde. Tenía aún el pelo mojado de la ducha y se lo estaba peinando despreocupadamente con la mano, salpicando gotitas de agua por todos lados.

—¿Qué tal la película? —preguntó, mirando la televisión.

—Bien —respondimos en seguida tanto Peter como yo.

—Estupendo. —Jack empujó a Matilda para que le dejase espacio y se sentó a mi lado. Le dijo entonces a Peter—: He estado pensando. ¿Por qué tienes que irte con ellas?

—¿Cómo? —preguntó Peter.

—¿Que por qué tienes que irte con Mae y con Daisy cuando se marchen?

—Porque… —Me lanzó una breve mirada y apartó rápidamente la vista.

—Mae y Daisy no te necesitan —prosiguió Jack—. Y ya sé que tanto Bobby como yo hemos llenado de trastos tu antigua habitación, pero podríamos retirarlo todo. Tenemos que cambiar pronto de casa de todos modos, pero ese no es el tema.

—¿Cuál es el tema? —preguntó Peter.

—¿Por qué no te quedas aquí? —dijo de nuevo Jack—. Esta lucha no va contigo, lo de Mae y Daisy. Ninguna de las dos es responsabilidad tuya.

—Gracias. —Peter tragó saliva y bajó la vista—. Aprecio el comentario, Jack, de verdad. Sobre todo viniendo de ti. Pero ya sabes por qué me marcho con ellas.

—Vamos, Peter. —Hizo un gesto señalándose y a continuación me miró a mí—. Esto que sucede entre los tres es una estupidez. No me había dado cuenta de ello hasta que hoy te he visto. Se ha acabado, ¿entendido? Yo estoy con Alice y tú estás bien. Podemos…, podemos volver a ser normales.

—Me parece que estás simplificando el asunto en exceso —dijo Peter, levantando la cabeza para mirarlo.

Se quedaron un buen rato contemplándose y sin decir nada más, hasta que al final Jack asintió y apartó la vista.

—¿Hola? —dijo Leif entrando por las puertas que daban acceso a la cocina desde el jardín.

—¿Quién es? —preguntó Peter, y Jack puso los ojos en blanco.

—Es Leif —dijo Jack. Se levantó suspirando—. Prácticamente podría decirse que vive aquí.

—No vive aquí. —Me levanté también para ir al comedor y recibirlo.

—Lo siento, no pretendía interrumpir. —Leif movió la cabeza y la nieve se desprendió de su pelo.

—No interrumpes nada. Ya sabes que puedes visitarnos siempre que quieras —le dije con una sonrisa.

—No, ningún problema —dijo Jack. Entró en el comedor con las manos hundidas en los bolsillos y Peter siguiendo sus pasos.

—Peter. —Leif abrió de par en par sus ojos castaños al verlo—. No sabía que estabas de vuelta.

—Es sólo provisional. —Peter se rascó el brazo, pero su mirada se endureció al ver a Leif.

Había pasado un tiempo con Leif cuando ambos formaban parte de la manada de licanos y, por lo que yo sabía, se llevaban bien. Ninguno de ellos había hablado nunca de lo que sucedió allí, pero no creía que Peter, igual que ocurría con Jack, se fiara de las intenciones de Leif.

Me acerqué a Leif. Cuando Jack miraba a Leif de aquella manera resultaba muy incómodo, pero ahora, con Peter sumándose al juego de miradas, tuve la sensación de que tenía que dar un paso para defender a Leif.

—¿De verdad? ¿Y cómo es eso? —preguntó Leif.

—Queremos pasar desapercibidos. No quiero dar problemas a la familia —dijo Peter, revelando lo menos posible.

—¿Vuelves a andar metido en problemas? —preguntó Leif, levantando la ceja.

—Esta vez no se trata de Peter —intervine con una risilla nerviosa, intentando hacer más liviano el ambiente—. Está ayudando a gente que tiene problemas.

—No creo que sea necesario que esté al corriente de nuestros problemas, Alice —dijo Peter.

—Tienes razón —admitió Leif—. Pero si necesitáis un lugar donde esconderos, tal vez conozca alguno.

—¿De verdad? —Peter se cruzó de brazos—. ¿Sabes de algún lugar por aquí cerca?

—Sí —confirmó Leif—. Yo también he tenido que esconderme.

—¿En qué tipo de problemas andas metido, Leif? —preguntó Jack, fingiendo un tono inalterable.

Viendo a Jack y a Peter mirando furiosos a Leif, decidí que no me gustaba que se llevasen bien. En realidad, nunca los había visto ponerse de acuerdo en algo pero, al parecer, ambos habían decidido odiar a Leif, y la situación me resultaba inquietante.

—Oíd, chicos, Leif simplemente nos está ofreciendo su ayuda. —Me aproximé a Leif y me situé delante de él para protegerlo de las miradas impávidas de Jack y de Peter—. Y eso es justo lo que necesitamos. Creo que podríamos escucharlo al menos.

—¿Dónde está ese «escondite»? —preguntó Peter, moviendo los dedos para dibujar unas imaginarias comillas en el aire. Puse los ojos en blanco.

—Bajo el suelo —dijo Leif.

—¿Te refieres a algo que va por debajo del suelo como el metro? ¿O a algo situado a dos metros bajo el suelo?

—Me refiero a que es subterráneo —dijo Leif, señalando el suelo—. En túneles.

—¿Pretendes que vivamos en túneles? —preguntó Peter con escepticismo.

—No, podéis vivir donde os parezca —le corrigió Leif—. Tan sólo os estaba ofreciendo un lugar donde esconderos. Desconozco cuáles son vuestros problemas o hasta qué punto necesitáis esconderos, pero me consta que es un buen escondite, sea cual sea el problema.

Peter estuvo un rato sin decir nada e intercambió una mirada con Jack. Al final, Peter suspiró y movió la cabeza en un gesto de asentimiento.

—Vayamos a verlo —dijo Peter—. A estas alturas, ya no tengo nada que perder.

Sin preocuparnos de explicarle a nadie adónde íbamos, subimos todos al Jetta tras una pequeña discusión. Jack quería ir con el Delorean, pero eso significaría tener que desplazarse en dos coches, puesto que era un biplaza. Peter le dijo que cerrara el pico y que subiera al Jetta y, para mi sorpresa, Jack le obedeció.

Ocupé el asiento trasero con Jack mientras Leif daba a Peter confusas indicaciones que nos llevaron hasta la entrada de un túnel. Leif no conducía y sólo sabía llegar a los sitios a pie, atajando por jardines y callejones. Al final, Peter consiguió entender que Leif estaba guiándolo hacia una zona situada bajo un puente.

Aparcamos junto al río y tuvimos que escalar una pendiente escarpada para situarnos justo debajo del puente. Leif nos guio hasta una estrecha hendidura que se abría en el muro de cemento del viaducto. Él entró primero, deslizándose hacia el interior con facilidad, pero Peter y Jack se quedaron fuera, mirando el agujero.

—¿Crees que podría tratarse de una trampa? —preguntó Jack; sus palabras apenas audibles debido al sonido del río y al de los coches que atravesaban el puente sobre nosotros.

—No lo sé. Pero en ese caso, sería una trampa muy extraña —dijo Peter, mirando pensativo el agujero.

—Sois un par de idiotas, chicos —dije. Me abrí paso entre ellos y entré en el agujero gateando. Me arañé la espalda con un pedazo de hormigón, pero seguí adelante.

—¡Alice! —gritó Jack, sorprendido al verme entrar, pero no me detuve.

El túnel no tenía luz, a excepción de la que entraba por el orificio. Veía, pero no tan bien como me habría gustado. Las paredes eran de ladrillo y estaban cubiertas de numerosos cables gruesos de color negro. El suelo era de hormigón sin pulir y detecté la presencia de bichos de todo tipo, aunque era imposible discernir si se trataba de insectos o de ratas.

—Me parece un lugar muy sexy —dijo Jack cuando finalmente se decidió a entrar—. Me imagino perfectamente a Peter viviendo aquí.

—Esto no es más que la entrada. Tengo mucho más que enseñaros. —Leif siguió caminando.

Peter apenas si había entrado, pero yo decidí seguir a Leif. Jack se mantuvo pegado a mí, murmurando acerca de las ratas y el hedor, y dejamos que Leif nos guiara por los recovecos del túnel.

Las paredes de ladrillo cedieron paso finalmente a una serie de salas con muros de arenisca y techos abovedados. Acaricié las paredes, sorprendida al descubrir que estaban excavadas directamente en la piedra. Ascendimos un improvisado tramo de escalera de piedra y llegamos a una parte que parecía mucho más habitable.

Los suelos eran de hormigón y por la parte central corría un riachuelo. Por el olor, me imaginé que sería una cloaca. Los techos eran también abovedados y estaban construidos con ladrillo, pero las salas eran ahora mucho más espaciosas que los estrechos espacios que habíamos atravesado hasta el momento. Tenues bombillas amarillas iluminaban las estancias, las primeras luces que veíamos desde que habíamos penetrado el subsuelo.

—Me siento como una Tortuga Ninja —dije, saltando la corriente de la cloaca para continuar siguiendo a Leif por el túnel.

Cowabunga —dijo Jack, y le sonreí. Seguía detrás de mí, y le di la mano.

—Ya estamos —dijo Leif, indicando una puerta que se abría en el lateral del túnel.

Cruzamos la entrada, Jack apretándome la mano. Pienso que en parte seguía esperando que aquello fuera una trampa, aunque no sé muy bien por qué. Leif siempre se había mostrado bondadoso con nosotros y el hecho de que no pudiera dar explicaciones no significaba que tuviese malas intenciones.

Los techos eran sorprendentemente altos, se alzaban como mínimo seis metros por encima de nuestras cabezas. Tres de las paredes habían sido construidas con el mismo ladrillo que el túnel, y en ellas había unas cuantas bombillas tenues y un par de cajas de electricidad. El suelo de cemento terminaba en una especie de precipicio y, al otro lado, a unos nueve o diez metros de nosotros, se alzaba un muro de hormigón.

Caminé hasta el borde del precipicio y miré arriba y abajo, pero la pared de enfrente no tenía ni principio ni fin. Vi que sobresalían de ella algunas tuberías, que vertían un caudal interminable de agua. El agua olía a limpio y a cloro, por lo que imaginé que aquello sería agua potable, nada que ver con la que corría por el túnel.

—Caray. Esta caída es impresionante —dijo Jack, emitiendo un silbido y asomando también la cabeza por el borde del precipicio. Se inclinó sobre él más que yo y resbaló sobre el musgo que crecía justo allí. Tiré de él para salvarlo de una muerte segura y me sonrió con timidez—. Lo siento.

—No sé qué pensará Mae de todo esto —dijo Peter, indicando el precipicio con un gesto. Se volvió para admirar la cueva—. Pero, por lo demás, está bien.

Vi en una esquina unas cuantas mantas junto con un montón de libros y algo de ropa. Peter se acercó para inspeccionarlos, pero antes de hacerlo comprendió de qué se trataba. Miró a Leif.

—¿Vives aquí? —le preguntó Peter.

—Sí —respondió Leif, sin darle importancia—. Es un lugar tranquilo y seco. Nadie me molesta.

—¿Y nos invitas a tu casa? —dijo Peter.

—Supongo que podría expresarse así. —Leif volvió la cara para evitar la expresión de disculpa de Peter y se acercó al borde del precipicio. Sus pies descalzos pisaban con fuerza el hormigón—. Es un escondite agradable.

—Sí, es agradable —reconoció Peter—. Pero no hay ni duchas ni cuarto de baño.

—La alcantarilla está en el túnel. —Leif movió la cabeza en dirección a la puerta—. El río está aquí mismo para asearse un poco, y salir no es tan complicado si necesitas hacer la colada o ducharte.

—Y no hay gente —dije—. Aquí sería imposible que Daisy se metiera en problemas.

—No sé —dijo Peter, mordiéndose el interior de la mejilla y reflexionando—. En casa no podemos quedarnos. Ezra no lo permitirá aunque no sea peligroso. Esto sería lo mejor hasta que encontrásemos un lugar que se adaptase a nuestras necesidades.

—¿Piensas que podrías convencer a Mae? —preguntó Jack.

—No tengo otra elección. Necesito encontrar un lugar más apartado y más deshabitado si cabe que el lugar donde vivíamos hasta ahora —dijo Peter—. Y eso llevará tiempo. Hasta entonces, creo que aquí podríamos controlar bien a Daisy.

Peter y Jack empezaron a hablar sobre cómo darle a aquello un aspecto más hogareño. Peter era buen decorador y Jack imaginaba que él también lo era, de modo que se sumó a la discusión con un entusiasmo infundado.

Yo, mientras tanto, me dediqué a admirar la sorprendente arquitectura de la cueva. Resultaba extraño pensar que, cien años atrás, la gente se esmerara más en la construcción del alcantarillado de lo que lo hacemos hoy en día incluso para construir casas.

Las pertenencias de Leif se limitaban a un triste montón de objetos en un rincón. Consistían, básicamente, en cosas que le habíamos dado nosotros. Las colchas que tenía extendidas en el suelo eran un regalo de Navidad de Milo. Yo lo había considerado en su momento un regalo espantoso, pues, de hecho, no sabíamos ni siquiera si Leif tenía una casa, pero Milo observó que era precisamente por eso por lo que necesitaba ropa de cama de abrigo.

Con toda probabilidad, los libros que tenía provenían de Milo o de Ezra. Un grueso ejemplar de Crimen y castigo, de Fiodor Dostoievski, aparecía encima de Guerra y paz, de Lev Tolstoi. En la montaña había unos cuantos libros más de autores rusos, y por eso resaltaba tanto el ejemplar de Matar a un ruiseñor que había junto a ellos.

Antes incluso de cogerlo, supe que se trataba del mismo ejemplar que yo misma acababa de leer. Hojeé sus páginas, muchas de ellas con las esquinas dobladas, y cayó un improvisado punto de libro. Lo cogí al vuelo antes de que alcanzara el suelo y me quedé sin aliento al ver lo que era.

Leif utilizaba como punto de libro una fotografía en la que aparecíamos Milo y yo. Era del Año Nuevo anterior y los dos estábamos cubiertos de purpurina plateada. Milo la había pegado a la nevera con un imán porque le encantaba cómo le quedaban los pómulos en aquella imagen que, por cierto, hacía unos días que había desaparecido. Yo había imaginado que se habría soltado y habría ido a parar debajo de la nevera o del horno, pero ahí estaba. Se la había llevado Leif.

—¿Qué opinas? —preguntó Leif a mis espaldas, y guardé de nuevo la fotografía en el libro por miedo a que Jack pudiera verla. No tenía ni idea del motivo por el cual Leif podría querer aquella foto y yo siempre consideraba sus intenciones mucho más inocentes de lo que las consideraba Jack.

—¿Sobre qué? —Me volví hacia él, obligándome a sonreír para disimular el desconcierto que me había provocado el asunto de la fotografía.

—Sobre la cueva. —La sonrisa de Leif pasó de la alegría a la preocupación—. ¿Te encuentras bien?

—Sí. —Exageré mi sonrisa—. Sí. Simplemente estaba… admirando tus libros. —Señalé el montón de literatura rusa con el ejemplar de Matar a un ruiseñor.

—Estoy en plena fase rusa —dijo Leif, y señaló entonces el libro que yo tenía en la mano—. Cuando te vi leerlo, decidí que me iría bien algo de lectura un poco más ligera.

—Oh, sí… Es un buen libro. —Se lo entregué. En parte me habría gustado quitarle la fotografía, pero en realidad no creía que fuese a hacer nada malo con ella. Simplemente me parecía extraño que la hubiese robado.

—Ezra está al corriente de que tengo estos libros —se explicó Leif, que malinterpretó mi reacción—. Me los ha prestado.

—Ezra tiene una biblioteca impresionante —dije, moviendo afirmativamente la cabeza a más velocidad de la necesaria—. Tiene un montón de libros estupendos y le encanta compartirlos. Es… muy bueno en ese aspecto.

—Sí, es cierto. —Leif hizo una pausa—. ¿De verdad que te encuentras bien?

Por suerte, no me vi obligada a responder de nuevo a esa pregunta. Un murciélago levantó el vuelo y nos distrajo por un momento a todos y, a continuación, Peter decidió que teníamos que irnos. Había hecho ya un montón de planes sobre lo que quería hacer con aquel espacio para que Mae se sintiese cómoda, y tenía que ponerse en seguida manos a la obra.

Nos marchamos y Leif se quedó allí. Le di la mano a Jack en cuanto nos metimos en el túnel. La actitud de Leif nunca me había resultado extraña. Me había gustado desde el primer instante en que lo conocí en Finlandia, en pleno bosque, aun a pesar de que formara parte de una brutal manada de licanos.

Pero lo de robar una fotografía en la que aparecíamos Milo y yo… era algo personal y extraño a la vez. Quizá porque Milo aparecía también en la imagen.

Ahora comprendía un poco más la sensación de Jack. Sabía que fuera cual fuese la conexión que yo tenía con Leif, era inofensiva. Pero en lo referente a mi hermano, me sentía más protectora. ¿Qué querría Leif de Milo?